Una señora
llamada Ana y apellidada Botín ha hecho hoy honor a su apellido y se ha quedado
con un banco por un euro. La señora Botín ya tiene otro banco que le había
dejado en herencia su padre, también banquero, un gremio en el que siempre es mejor
tener dos que uno, aunque el segundo
esté pachucho y esmirriado. Si su padre no hubiera muerto, esta noche se iría a cenar con ella en Maxim’s de París y se rascaría
el bolsillo para comprarle otro banco que se pusiera a tiro como el que se le
puso a ella esta mañana al clarear el día. Qué menos para agradecerle que siga
haciendo honor al apellido y ampliando el imperio bancario familiar.
Ahora bien, que
un banco de los de guardar dinero o invertir en él cueste un euro mientras se
racanean los presupuestos públicos para la sanidad y la educación, es un
ejemplo elocuente del sistema de valores y de prioridades de nuestra sociedad. Eso
sí, lo que nadie podrá negar es que España merece ser considerada por derecho
propio el país de las oportunidades, sobre todo para los que se las pueden
permitir. Me dirán algunos que aquí no hay otra cosa que la sabia e invisible
mano del mercado que ha dejado hacer y pasar.
“Que un banco cueste un euro mientras se racanean los presupuestos en sanidad y educación habla con elocuencia de nuestro sistema de prioridades”
Y tanto que ha
pasado: mientras el banco se desangraba en la bolsa y se escuchaban rumores de
todos los colores sobre su delicada salud financiera, la Comisión del Mercado
de Valores y el Gobierno miraban al tendido; cuando buena parte de los clientes
y accionistas ponían pies en polvorosa,
la Comisión de marras se negaba a suspender la cotización y el Gobierno nos
contaba la milonga de que el banco en cuestión era sólido y solvente. Hasta que
anoche dejó de serlo y, de valer 19.000 millones de euros hace unos años, pasó
a valer lo que un café en un bar de segunda.
¿Buscaban con
su pasividad que el banco se pusiera al alcance de un cazador o cazadora de
gangas? Si no era eso lo que pretendían lo han disimulado muy bien. Y lo mismo
han hecho los propios dirigentes del banco, un coladero de filtraciones interesadas
que desataron la tormenta perfecta y colocaron el valor de las acciones a perra
chica. Es la misma cúpula a la que ahora la señora Botín le agradecerá los
servicios prestados con 80 millones de euros en pensiones e indemnizaciones.
Entre ellos figura Ángel Ron, el presidente hasta febrero, que se fue de la
entidad sin indemnización pero con una sabrosa pensión de 23 millones. Aunque
suene trillado, la historia se repite: Ron metió al banco en el negocio del
ladrillo cuando otros se iban y luego fue incapaz de digerir tanto piso y tanta
promoción fallida.
“La cúpula
saliente se llevará 80 millones y los 300.000 accionistas lo perderán todo”
La indigestión
lastró los balances hasta el punto que el valor de los activos tóxicos se ha
calculado en 35.000 millones de euros. Las sucesivas ampliaciones de capital no
consiguieron mejorar la situación y Ron se fue con la pensión en el bolsillo y
le pasó el marrón a Emilio Saracho. Éste, que también cobrará un pico tras
entregar el banco por un euro, apenas ha podido hacer nada para enderezar el
rumbo de una entidad alrededor de la que ya merodeaban los lobos desde hacía meses. Los que no verán ni un euro serán los 305.000 accionistas más lentos de reflejos, los que no
las vieron venir a tiempo y confiaron hasta el final en su banco. Ahora tendrán
que recurrir a la vía judicial aunque las esperanzas son cuando menos remotas.
Tampoco deben
estar viviendo su día más feliz los trabajadores de un banco que a finales del
año pasado puso en la calle a casi 2.600 empleados. La incertidumbre sobre su
futuro laboral es absoluta a la espera de lo que decida hacer la señora Botín. Aunque
no creo que nada de eso le quite el sueño: después de desembolsar el euro,
anunció una ampliación de capital de 7.000 millones para hacer la
digestión de la compra y cumplir los estándares de solvencia. En esa cantidad
seguramente están incluidas las
merecidas indemnizaciones y pensiones de la cúpula saliente, el coste de las posibles
demandas de los inversores que se han quedado con lo puesto y quién sabe si un
nuevo ajuste de plantilla. Puede que la señora Botín no cene esta noche en
Maxim`s de París pero eso no le impedirá tener sueños dorados al módico precio
de un euro.
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