Acaba de asegurar el rey que la economía española “va en la buena dirección” aunque aún le queda un “largo camino”. Lástima que no precisara un poco más y aclarara hacia dónde nos conduce ese “largo camino” que aún nos queda por delante pero, si el rey lo dice, quién soy yo para contradecir su visionario augurio. En mi condición de súbdito de Su Majestad sólo confío en que en ese largo camino no se tropiece la economía con un elefante y vuelva a descarrilar. Eso no sería capaz de soportarlo este país y tal vez ni la monarquía propiamente dicha.
Se ve que el rey le vuelve a coger el gusto de ir por el mundo cantando las virtudes del país en el que reina, ahora que sus males físicos parecen levemente superados y los políticos están momentáneamente aparcados a la espera de noticias judiciales. Esto que ha dicho el rey lo ha dicho en inglés y en Omán, tierra petrolera de promisión de inversiones en España en donde sus pares los jeques de turno estarán más que encantados de saber que al otro lado del mundo hay un país que un día profesó la fe de Alá y que ahora ansía una nueva invasión musulmana a bordo de jets privados y coches de lujo. Es comprensible, por tanto, que Juan Carlos les dore un poco la píldora de la situación real de España a los mandamases y empresarios omaníes: por la pasta, todo vale y está justificado.
En realidad, probablemente se limita a decir por esos mundos de Dios lo que el Gobierno español le sugiere que diga: que ya llega el día de la redención de nuestros pecados por vivir por encima de nuestras posibilidades y es solo cosa de dos o tres calendarios como mucho para que en España vuelvan las oscuras golondrinas de tu balcón los nidos a colgar. Lo diré en voz baja para que quede entre nosotros: tengo para mí que el Gobierno le ha contagiado al rey el peligrosísimo optimismo antropológico que sufría Zapatero hace unos años cuando aseguraba que España era la envidia del mundo mundial y nuestros bancos los más potables del hemisferio occidental y parte del oriental.
No sé si serán las elecciones que vienen dentro de un mes o de las que vienen el año próximo, pero de un tiempo a esta parte veo al presidente Rajoy a sus ministros como flotando en una nube rosa desde la que no paran de enviarnos luminosos rayos de esperanza. Ahí tienen ustedes a todo un ministro de Economía prometiéndonos 600.000 puestos de trabajo en dos años que ríete tú de la pareja Alfonso Guerra – Felipe González en sus buenos tiempos. Y ahí tienen al ministerio que pastorea Fátima Báñez enviándonos prodigiosos datos de empleo desde su propia nube estadística. Por eso es lamentable que haya tanto aguafiestas empeñado en insistir en que, en lugar de estarse creando empleo, se está destruyendo día a día; o en decir que el poco que se crea es precario y gracias al descenso de la población activa, o sea, los que han emigrado más los que han retornado a sus países de origen más los que ya ni se preocupan de buscar curro a sabiendas que no lo van a encontrar y sólo confían en sacarse la Bonoloto.
Es una pena y una tragedia que los sindicatos de este país hayan salido hoy a las calles para pedir empleo de calidad y el fin de los recortes en los servicios públicos y para advertir de que con precariedad laboral, paro y pobreza no saldremos de la crisis ni en dos ni en tres ni en veinte calendarios por mucho que Rajoy, Guindos y Arias Cañete se confabulen para hacernos ver otra cosa. Renuentes a sumarse al orfeón del optimismo que dirige el Gobierno insisten en ver la botella medio vacía cuando es evidente que está medio llena y subiendo. Con tanto mal rollo y tanto pesimismo no hay economía que se recupere, que hasta se le quitan a uno las ganas de ir a tomarse unas cañas para celebrar los datos de la última EPA. Por eso creo que tiene razón el rey cuando dice que a España “aún queda un largo camino” y es, sin duda, el que hay que recorrer hasta que cenizos como los sindicatos y la oposición se rindan ante la evidencia de que España está “en la buena dirección”. Y si el rey lo dice…
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