Aplaudo con
las orejas que el Consejo del Poder Judicial haya reconocido hoy que la
Audiencia de Las Palmas y los jueces que en ella trabajan siguen bajo su
jurisdicción. Empezaba a albergar serias
dudas a la vista del ruidoso silencio con el que en Madrid se han tomado hasta
ahora el “Albagate”. El mismo tipo de silencio – por cierto - que guarda la
Sala de Gobierno del Tribunal Superior de Justicia de Canarias y su presidente,
Antonio Doreste, como si el bochornoso asunto en cuestión estuviera ocurriendo
en Nueva Zelanda.
Hablamos del
juez Salvador Alba, quien parece haber descubierto a destiempo una irrefrenable
vocación de ingeniero de sonido y no ha dudado en grabar a sus propios colegas
a la hora del café o mientras deliberaban de los asuntos de sus respectivos
negociados. En su descargo hay que decir que es una suerte para sus compañeros que
Alba haya preferido grabarles las conversaciones en lugar de emplear sus habilidades en judo con ellos.
El juez en cuestión comparte esta vocación grabadora con Miguel Ángel Ramírez, un
prominente hombre de negocios que en sus ratos libres también preside un
equipo de fútbol, demostrando que cuando se pone interés en lo que se hace hay
tiempo para todo. Unas y otras grabaciones llegaron a los medios que las
difundieron y transcribieron antes incluso de que lo hicieran los peritos. El consiguiente
escándalo tuvo la virtud de poner de acuerdo a todos los partidos políticos,
cosa pocas veces vista en los últimos tiempos.
Todos a una
pidieron al Consejo del Poder Judicial que saliera del letargo y actuara por el
bien de la Justicia y de la necesaria credibilidad en ella por parte de los
curritos que ante un juez no tenemos perro que nos ladre. Con jueces y fiscales
refunfuñando por los rincones y quejándose de manera anónima de que el
ventilador los estaba literalmente cubriendo injustamente a todos de
inmundicias – por no emplear otra palabra de peor olor – sólo una asociación,
la de Jueces por la Democracia, dio el paso de pedir formalmente al dormido
Consejo del Poder Judicial que apartara cautelarmente al frustrado ingeniero de
sonido de sus labores judiciales. Más que nada porque grabar subrepticiamente a
tus colegas y luego sentarte con ellos en el mismo tribunal a impartir justicia
como si no hubiera pasado nada queda un poco raro, tenso y chocante.
Horas después,
el Consejo tuvo a bien comunicar la apertura de un expediente disciplinario a
nuestro magistrado grabador por la “posible comisión de dos faltas muy graves y
una grave previstas en la Ley Orgánica del Poder Judicial”. En román paladino significa
que está muy feo grabar las conversaciones con tus colegas, revelar secretos
judiciales y abusar de tu autoridad como juez para perjudicar a otros
compañeros con el fin de hacerle un favor a tu mecenas político. Lo que no hace el abúlico Consejo del Poder
Judicial es apartar cautelarmente al juez de la grabadora de sus funciones
judiciales, que es lo que le vienen pidiendo diferentes sectores de la sociedad
canaria hasta en arameo antiguo.
Todo hace indicar que el Consejo no llegará a tanto por ahora y esperará a que el caso se ventile en la vía penal, en donde Alba tendrá que aclarar su gusto por las grabadoras baratas, antes de decidir si lo manda a galeras o le paga los estudios de ingeniería. Puede que en el Consejo no sepan qué significa exactamente el término “cautelar” y haya que explicarles que por el bien de la Justicia y de la credibilidad de los ciudadanos en ella sería muy saludable e higiénico que Alba no siguiera formando parte de tribunales ni tomando decisiones judiciales de ningún tipo al menos durante una larga temporada. Con suerte hasta puede que deje la judicatura para dedicarse de lleno y en exclusiva al mundo de los sonidos.
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