La
comprensible convulsión provocada por la victoria de Donald Trump en las
elecciones presidenciales de Estados Unidos puede que sea también algo
precipitada. El presidente electo no asumirá el cargo hasta el 20 de enero y mientras no
pise el despacho oval y empiece a tomar decisiones es aventurado suponer que
pondrá en práctica todo lo que ha prometido en la campaña electoral. Es cierto
que las cosas que ha dicho que piensa hacer y lo que de él se sabe no invitan
precisamente a la tranquilidad.
No es
improbable que a partir del 20 de enero el mundo sea un lugar mucho más
inseguro pero, como bien acaba de decir su derrotada rival Hillary Clinton,
conviene esperar a ver qué hace antes de anunciar el Armagedón. No sería el
primero, empezando por Obama, que incumple lo que promete en una campaña
electoral. De hecho, su tono y hasta su cara de esta mañana tras asumir la
victoria han tenido poco que ver con el gesto desencajado y agresivo que ha
exhibido durante toda la campaña. Incluso ha tenido el detalle poco habitual en él de agradecer a su rival, a la que llegó a prometer llevarla a los tribunales, los servicios prestados al país.
Lo que sí cabe
hacer es analizar las claves que explicarían que la mayoría de los
estadounidenses haya optado por él y no por la demócrata Clinton a pesar de las
fallidas encuestas – también en Estados Unidos petardean los sondeos – y las
previsiones de la mayoría de los analistas. De manera algo gratuita se achaca
la victoria de Trump al odio, al racismo, la xenofobia y la misoginia de la América profunda que habría visto en el candidato republicano un reflejo de su propia
forma de pensar. Creo que el asunto es algo más complejo: sin negar en absoluto
que Trump sea un racista, xenófobo y misógino de la peor calaña la explicación
de su triunfo hay que buscarla en el miedo.
No hablo tanto del miedo a los inmigrantes o a
los terroristas dispuestos a llevarse por delante a cuantos más inocentes mejor,
factores que probablemente también han tenido un peso importante a la hora de
apoyar a Trump. Hablo del miedo a un futuro sin futuro, sin empleo o con
empleos mal pagados debido a la deslocalización de las empresas que buscan en
otros países mano de obra barata, con su secuela de desempleo y miseria; me
refiero al miedo de enfermar y no tener dinero para una atención sanitaria
decente, uno de los numerosos incumplimientos de Obama; pero hablo, sobre todo, del miedo a que América esté dejando de ser la tierra
de las oportunidades que preside el ideario de Estados Unidos.
Por eso los obreros de esa América profunda han votado mayoritariamente por
Trump, no los ricos ni la clase educada del establishment que suele preferir a
los demócratas. Trump supo detectar ese miedo y por eso – como hoy ha recordado
un analista – hablaba tanto de comercio en sus mítines, aunque lo que los
medios resaltaran fueran sus exabruptos contra las mujeres, los negros, los
musulmanes o los hispanos. Trump es un declarado enemigo del libre comercio y
de los tratados que ha firmado o quiere firmar Estados Unidos con China o con
la Unión Europea. Sabe que sus votantes ven en la liberalización comercial y en
la consiguiente deslocalización de las empresas todas las causas de sus males.
Eso explica
que, antes incluso de que cantara victoria, las bolsas de medio mundo se
desplomaran poniendo también de manifiesto el miedo a una vuelta de las barreras comerciales. El mérito de Trump ha sido saber identificar,
exacerbar y aprovechar en su beneficio el descontento de esos trabajadores con
la clase política que defiende la liberalización total pero que vive en una realidad
paralela a la que ellos padecen día a día. Asi como la derrota de Clinton lo es
no sólo suya sino también de un Partido Demócrata cada vez más alejado de los
problemas reales de los ciudadanos, el triunfo de Trump hay que atribuírselo a
él más que al Partido Republicano que, después de auparlo a la candidatura,
renegó escandalizado de sus barbaridades sobre las mujeres o los inmigrantes.
En resumen, con Trump gana el populismo a la americana con innegables puntos de conexión con el populismo a la europea. Que la líder del Frente Nacional Francés haya sido una de las primeras en enviarle su felicitación es muy ilustrativo de lo que les une. Eso es lo verdaderamente preocupante de la victoria del candidato republicano, que a ambos lados del Atlántico se imponen las soluciones de brocha gorda para problemas complejos mientras el liberalismo político y la socialdemocracia se baten en retirada.
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