Al dejar la
secretaría general de los socialistas canarios, José Miguel Pérez ha cerrado la
puerta con el mismo sigilo con el que la abrió en 2010. Ni un lamento ni una
queja ni un reproche ni una crítica hemos escuchado en su despedida, en la que Pérez
ha empleado el tono exacto de un congreso de historiadores sobre el caciquismo
en la Restauración borbónica. Eso sí, por debajo de sus palabras de despedida
ha sido claramente audible el suspiro de alivio de alguien que por fin consigue
desembarazarse de una carga demasiado pesada para seguir soportándola por más tiempo.
Tampoco del otro lado de la puerta que Pérez ha entornado sin hacer ruido se
han escuchado voces destempladas; nadie ha gritado de júbilo o de pesar por la
marcha de Pérez y, en un tono en general bajo y monocorde, se ha interpretado
el guión ya previsto para un momento que todos ya habían descontado y que sólo
esperaban que no se demorara demasiado.
A la hora de
la despedida, ni siquiera ha presumido Pérez en exceso de su liderazgo en el
PSOE canario durante los últimos seis años, probablemente de los más grises y anodinos de su historia reciente.
Resaltó Pérez que con él al frente de la nave, el PSOE volvió al poder
autonómico de la mano de un Paulino Rivero que se la tenía jurada per secula
seculorum a José Manuel Soria. Con el propio Pérez de vicepresidente y consejero
de Educación, aquello fue un camino de rosas si lo comparamos con la senda de
espinas en que se ha convertido la renovación de ese pacto, aunque ahora con
Fernando Clavijo y su gente al otro lado de la mesa.
Al secretario
general saliente le atribuyen sus críticos – y no sin bastante razón - haberse dejado coger la camella en demasiadas
ocasiones por los nacionalistas sin haber dicho esta boca es mía. Las voces que
pedían respuesta a los desplantes y los incumplimientos de los nacionalistas no
encontraron nunca eco en Pérez que, sólo a última hora y casi a rastras, vino a
decir aquello de que si CC “no quiere romper el pacto con el PSOE está haciendo
oposiciones para conseguirlo”. El
respeto que cargos públicos y militantes pedían para recuperar la autoestima y
el crédito de una opinión pública atónica ante los carros y carretas que el
PSOE parecía dispuesto a soportar, fue ignorado por un secretario general que
en los últimos tiempos, los más convulsos del pacto con CC, había desaparecido casi
por completo de la vida pública tras delegar sus responsabilidades en el
secretario de organización Julio Cruz.
Ese perfil político
bajo, tirando a enano, del que Pérez ha hecho gala durante todos estos años, ha
coincidido con la mal disimulada ambición de Patricia Hernández de ocupar su
puesto y hacerse con el control del partido acabando de una vez con la famosa
bicefalia. Ahora que Pérez ha decidido que se está más tranquilo entre libros y
archivos viejos, en el PSOE canario se abre la lucha por la sucesión en la
secretaría general que los socialistas canarios corren el riesgo de convertir
en un debate sobre nombres de candidatos y candidatas y no sobre proyectos e
ideas renovadoras. Es el mismo riesgo que corre el maltrecho PSOE en toda
España y un riesgo que los socialistas no están en condiciones de permitirse si
aspiran a encontrar un hueco ideológico y programático que los distinga de la
derecha y de la izquierda radical que sí tienen mucho más claro lo que quieren
y cómo conseguirlo.
En cuanto a
Pérez, su huella en la vida del PSOE canario es tan tenue y superficial que el
viento de la Historia no tardará mucho en borrarla por completo. Mirándolo por
el lado positivo, con su marcha el partido no sólo no pierde nada sino que gana
la oportunidad de renovarse y reactivarse y la universidad gana un docente y
un investigador experimentado. Me parece que no se puede pedir más.
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