Llámenme
agonías pero esto se veía venir: Rajoy le ha cogido tal gusto al dolce far
niente que fue conseguir la investidura y continuar de inmediato la siesta que
inició a finales de diciembre del año pasado. El hombre que clamaba a
los cuatro vientos que “España necesita un gobierno que gobierne y lo necesita
ya” y que consiguió la investidura gratis total, ha vuelto a la inacción más absoluta esperando
tal vez que los urgentes problemas que se suponía que el país tenía que
resolver se arreglen solos. Cuando el 1 de octubre el PSOE decidió darse un
tiro en el pie, Rajoy supo que seguiría teniendo despacho en La
Moncloa. Eso no le animó a pensar en su nuevo gobierno para cuando
fuera investido presidente. Al contrario, cuando eso ocurrió sorprendió a los
de su propio partido aplazando los nombramientos para casi una semana después.
Como quien
convoca una asamblea de vecinos, dio a conocer su gobierno con un comunicado que le evitaba tener que contestar
preguntas engorrosas de por qué estos y no aquellos. Hecho lo cual, al
siguiente día descansó y solo hemos vuelto a saber de él porque esta semana envió el correspondiente telegrama de
felicitación a ese nuevo amigo de los hispanos llamado Donald Trump. Por lo demás,
la casa sigue sin barrer: no hay negociaciones ni medianamente
formales para sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado y
de ponerse a trabajar sobre las pensiones o en el pacto por la educación mejor ni hablamos. Ahí tienen las declaraciones de hoy
mismo del nuevo vocero Íñigo Méndez de Vigo, pidiendo más tiempo
para negociar porque el pobre PP sólo tiene 133 diputados y, claro,
así es muy difícil.
Suena a burla
si no fuera patético que el portavoz diga que no se puede convocar a las
comunidades autónomas para hablar de su financiación porque no hay consenso,
cuando ese y no otro debería ser el objeto de esas reuniones. Ocurre que,
acostumbrados a la mayoría absoluta y a imponer trágalas en todos los asuntos
importantes, Rajoy y los suyos no se hayan muy a gusto con la nueva situación.
Eso de tener que sentarse a negociarlo todo con la oposición es un engorro que
no saben cómo resolver y, por eso, dan largas a cuestiones de la máxima
urgencia.
Me temo que esa va a ser la estrategia del PP y de este gobierno. Por
tanto, las promesas de diálogo y consenso empiezan a parecerse cada vez más a
una cortina de humo para proyectar la falsa imagen de poseer una cintura
política de la que en realidad se carece. Puede que in extremis y con calzador
se aprueben los presupuestos, más que nada porque Bruselas nos echa el aliento en el cogote. Sin embargo, sería un milagro que se avanzara lo
más mínimo en pensiones, educación o financiación autonómica. Al PP siempre le
queda la opción de culpar a la oposición de no tener voluntad de diálogo, tal y
como hizo de durante los 10 meses de gobierno en funciones en los que esperó a
que la investidura le cayera del cielo como así terminó ocurriendo por la mala
cabeza de la izquierda de este país.
Ahora el gobierno ya no está en funciones pero como si lo estuviera: los ministros nuevos y antiguos llevan una semana nombrando a sus equipos, comprándose ropa nueva para los actos oficiales, redecorando los despachos, intercambiándose carteras y posando para la posteridad. Rajoy, mientras, que ya tiene todo eso resuelto, sestea en La Moncloa y amenaza con darnos las uvas sin pegar palo al agua. Y el año que viene ya, si eso...
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