Que España es
diferente ya lo descubrió el franquismo hace unas cuantas décadas. Aquella
definición, la única tal vez en la que el "régimen" acertó de lleno con el
verdadero espíritu nacional, hizo fortuna y puede que la hubiera suscrito el
mismísimo Ortega y Gasset. En España siempre hemos sido mucho de simular que
somos europeos pero actuamos como españoles de pura cepa a la menor
oportunidad. Sólo hay que echar un vistazo a un par de ejemplos de hoy mismo
para comprobar lo diferente que son España y los españoles de eso que tanto nos
gusta llamar “los países de nuestro entorno”.
Una ONG
llamada Transparencia Internacional ha presentado hoy los resultados de una
encuesta según la cual, dos de cada tres españoles están “muy preocupados con
la corrupción” y ocho de cada diez creen que el “el Gobierno lo está haciendo
mal o muy mal” en este asunto. Si extrapolamos esos porcentajes a los
resultados de las últimas elecciones generales, Mariano Rajoy debería formar
parte del Grupo Mixto del Congreso y compartir su tiempo en la tribuna de
oradores con el portavoz de Bildu, entre otros.
Ocurre, sin
embargo, que Mariano Rajoy puede hablar cuanto la plazca porque para eso es el
presidente del Gobierno y dispone de todo el tiempo del mundo para hacernos
creer que sus medidas contra la corrupción son la pera limonera. Es, además, el
líder de un partido rodeado de corrupción por tierra, mar y aire y al que probablemente
muchos de los españoles que dicen estar preocupados por ese problema le votaron
el pasado 26J. ¿Es o no es España diferente a los países de nuestro
entorno? Las razones por las que muchos
de quienes dicen estar preocupados por la corrupción votan a un partido anegado
de corrupción es uno de los grandes misterios que ni historiadores ni sociólogos ni filósofos ni adivinos y, ni siquiera Iker Jiménez, han conseguido aún explicar.
Pero no perdamos la esperanza.
También es muy
propio de una forma de hacer política genuinamente castiza que, ese mismo
partido que gobierna en minoría, caiga en la vulgar provocación de intentar
endosarle a la oposición mayoritaria un candidato a la presidencia de la
Comisión de Exteriores del Congreso como el beato ex ministro Fernández Díaz,
reprobado por la mayoría de la cámara por su peligrosidad para las libertades
democráticas más elementales y que de esa tarea sabe tanto como yo o como usted.
Intuyo aquí
menos misterio que en lo de la corrupción: creo que lo que ha llevado al PP a
hacer una propuesta de la que no podía tener duda alguna de que sería rechazada
de plano, ha sido la rabieta de niño maleducado que le ha entrado después de
que ayer la oposición le hiciera morder el polvo parlamentario imponiendo la
paralización de la aplicación de la LOMCE. No ha ganado nada el PP con su
majadería de hoy sobre Fernández Díaz, al que ahora tendrá que abrirle otra puerta
giratoria.
Lo que ha
hecho, en cambio, ha sido perder buena parte de la poca credibilidad que cabía poner
en sus promesas de diálogo y consenso para esta nueva legislatura. Es evidente
que el PP no se maneja bien en minoría y que a las primeras de cambio le pueden
las malas mañas aprendidas durante la añorada mayoría absoluta. Mientras no
asuma que los tiempos del rodillo popular son ya parte del pasado, vamos a
tardar mucho pero mucho tiempo más en dejar de ser diferentes de nuestro querido
entorno para continuar siendo un misterio para otros y para nosotros mismos.
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