Menos demagogia con la inmigración

Aunque lo hacen, no deberían los partidos políticos convertir la inmigración irregular en una nueva coartada para lanzarse a la demagogia electoral más feroz. Demasiados asuntos de calado han caído ya bajo la losa de ese mal de los sistemas democráticos, como para añadirle uno que además tiene que ver con la vida y las esperanzas de muchos centenares de miles de personas. Recordemos, para no caer en el mismo error, las toneladas de demagogia que se vertieron en 2006 a propósito de la llegada constante de pateras y cayucos a Canarias. Aquella sangría humana se taponó temporalmente con el FRONTEX, pero las causas que la provocaron - hambre, miseria, persecución, guerra - siguen tan vigentes como entonces. 

Son las mismas causas que están llevando a las costas andaluzas a miles de inmigrantes subsaharianos en los últimos meses, desbordando literalmente los centros de acogida. Hay sospechas de que Marruecos ha relajado la vigilancia en sus fronteras, como es uso y costumbre cuando Rabat pretende alguna contraprestación española o europea. Pero aunque las fronteras estuvieran selladas - que nunca lo pueden estar por completo - el drama de estas personas solo desaparecería de los medios de comunicación pero no de suelo marroquí o de cualquier otro país de paso.

Foto: Diario de Córdoba
Por supuesto que España no tiene "papeles para los millones de africanos que esperan en África para llegar a Europa". La cuestión es que nadie ha pedido tal cosa y, en consecuencia, las declaraciones de Pablo Casado no solo son gratuitas, sino irresponsables e impropias del líder de un partido con posibilidades de gobernar. Solo cabe enmarcarlas en la polarización ideológica a la que quiere arrastrar al PP, acercándolo peligrosamente al trumpismo y a la ultraderecha xenófoba de Austria o Italia. Tergiversa Casado la realidad porque, entre otras cosas, en España está en vigor la Ley de Extranjería de 2009 que prevé la expulsión de los inmigrantes en situación irregular.  

Sus manifestaciones son también una enmienda a la totalidad de la política migratoria desarrollada por los gobiernos del PP en los últimos doce años, caracterizada por limitarse a las devoluciones en frío o en caliente, a la supresión de la sanidad universal y al descarado incumplimiento de sus compromisos firmes para el acogimiento de refugiados. Dicho lo anterior, también peca de demagógica e irresponsable cierta izquierda que parece convencida de que España debe se el país de relevo de Italia o Grecia en la recepción de inmigrantes. La realidad de los centros de acogida en Andalucía y las enormes dificultades para garantizar los derechos y prestar una atención adecuada a estas personas, echan por tierra cualquier fantasía de ese tipo.
Foto: Diario de Andalucía
En esa misma línea, se echa en falta más prudencia en las declaraciones y en los gestos del Gobierno de Pedro Sánchez. Acoger a los inmigrantes del Aquarius fue un gesto imprescindible por razones humanitarias pero, al igual que una golondrina no hace verano, un gesto como aquel tampoco va más allá del simple gesto; incluso puede convertir al país en un polo de atracción para las mafias que trafican con la vida y la escasa hacienda de los inmigrantes. Al mismo tiempo, anunciar que se van a eliminar las concertinas y luego tener que aplicar las criticadas devoluciones en caliente cuando centenares de inmigrantes saltan la valla de Ceuta, no habla en favor de la claridad de ideas del Gobierno en este asunto.

Hasta la saciedad se ha dicho que la única manera que tiene la UE de abordar este enorme reto es buscar cauces legales y ordenados de inmigración hacia un continente que envejece a marchas forzadas y que requiere savia nueva. Poner en marcha programas con ese objetivo precisa no solo de muchos más recursos, sino de un ingente trabajo que debió haberse iniciado hace ya mucho tiempo.
Crear megacentros de retención de inmigrantes dentro o fuera de la UE a cambio de dinero, aparte de mezquino, sólo servirá para constatar una vez más la impotencia europea para gestionar de manera razonable los flujos migratorios. Es ahí, insistiendo en este tipo de alternativas que impliquen en la solución de un desafío que es de todos a todos los países miembros, en donde España tiene que dar la batalla sin descanso. 

Es evidente que nadie tiene en su mano la varita mágica para encontrar la salida perfecta, aunque al menos deberíamos desechar para siempre las fórmulas cuyo fracaso ha quedado patente. Por eso deberían también los políticos evitar la tentación de hacer demagogia partidista y no convertir en centros de peregrinación veraniega las zonas de llegada de inmigrantes para hacerse la foto, atizar un poco más el fuego y desaparecer.  Emplear el tiempo precioso que dedican a lanzarse dimes y diretes en concertar propuestas realistas que no pasan ni por la xenofobia ni por la idea de España como tierra de promisión, sería mucho más positivo para todos.

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