Sangra Nicaragua y en la izquierda apenas si se oye el vuelo de una mosca. Daniel Ortega ordena bombardear durante horas Masaya y no se publica un solo comunicado de condena de ninguna organización de izquierdas; tampoco se convocan concentraciones, manifestaciones, encierros, sentadas ni recogidas de firmas. Siempre tan ágil y dispuesta a condenar al capitalismo o al imperialismo, en este caso ni está ni parece que debamos esperarla.
Pareciera como si la consigna tácita fuera continuar con los desgastados lemas de la Revolución Sandinista sin hacer caso de lo que pasa en las calles de Nicaragua. Tal vez el sepulcral silencio tenga que ver con el viejo y maniqueo principio revolucionario de no proveer de argumentos al enemigo, no darle munición, como se suele decir en el argot. Si se quiere ser fiel a esa estrategia, hay que actuar y pensar como hacía J.P. Sartre cuando lo único que veía en la URSS de Stalín era el paraíso de la clase obrera en la tierra. El testigo de Sartre lo ha recogido y lo defiende esta izquierda que, en pleno siglo XXI, se toma cualquier critica al régimen venezolano o al nicaragüense como una afrenta a los valores de una revolución que solo existe en su imaginación calenturienta.
Los jóvenes asesinados en Nicaragua por fuerzas parapoliciales y paramilitares a las órdenes del Gobierno de Ortega, quedan en un muy segundo plano en su distorsionada escala de principios morales y políticos, casi podrían llamarlos daños colaterales. Por encima de todo debe primar la Revolución Sandinista y los supuestos logros que con ella ha alcanzado el pueblo nicaragüense.
Una Revolución que, más allá del romanticismo, murió a manos de quienes mismos la hicieron posible y que enterró bien profundo el mismo Daniel Ortega, al que de revolucionario solo le queda ya el bigote. Basta preguntarle al Premio Cervantes Sergio Ramírez o al poeta y sacerdote Ernesto Cardenal y te dirán que, de aquella gesta épica de un pueblo pobre y pequeño, que echó del poder y del país a la dinastía criminal de los Somoza y a sus asesores estadounidense, hace tiempo que no queda nada. La alianza de Ortega con los sectores más reaccionarios de la Iglesia Católica y del empresariado no cuentan para esa izquierda muda; tampoco parece que importe ni poco ni mucho que el régimen de Ortega y su esposa Rosario Murillo, controle todos los poderes del estado y los medios de comunicación.
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Foto: La Prensa |
El icono que ilusionó en los ochenta a los jóvenes de medio mundo, debe seguir vivo por encima de los muertos, de la ausencia de libertades y derechos y de la pobreza y la desigualdad.
Nada debe empañar el recuerdo de las canciones de Carlos Mejía Godoy ni los conciertos de Silvio Rodríguez en Managua ante un mar de banderas rojinegras bordadas con las siglas del FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional). Callar es otorgar y consentir sin mover un dedo ni elevar la voz ante la represión y el goteo de muertos en Nicaragua, debería ser impropio de los valores morales de la izquierda. En cambio, lo que tenemos ante nuestros ojos es un nuevo ejemplo de incapacidad para condenar los crímenes y las injusticias independientemente de quiénes sean los responsables y en dónde tengan lugar. Esa izquierda debería avergonzarse de que les haya tomado la delantera de la condena el Vaticano, la UE o la Organización de Estados Americanos.
No hay camino para una sociedad más justa e igualitaria que no pase por el respeto a las libertades y derechos y por las elecciones libres y democráticas. Sin embargo, buena parte de la izquierda no parece haber aprendido absolutamente nada de la historia:
creer aún que si se condena sin medias tintas el autoritarismo y la brutalidad de Ortega y Maduro se le hace el juego al imperialismo, es demostrarse incapacitada moral y políticamente para aspirar a defender y luchar por un mundo mejor. Es hora de escribirle a Nicaragua y a los nicaragüenses y de decirles que la izquierda está con ellos y con su lucha y no con quienes les persiguen y bombardean. Es hora de volver a cantar "Ay Nicaragua, Nicaragüita" con un renovado espíritu de justicia y de libertad frente a quienes, después de tantos sacrificios, mataron la esperanza de una Nicaragua mejor.
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