Francia vota, Europa tiembla.

Pasó la época en la que las elecciones en la mayoría de los países apenas importaban fuera de sus fronteras nacionales. Aparte del lógico interés que siempre han despertado las urnas en Estados Unidos por su condición de primera potencia mundial, en la inmensa mayoría del resto éste siempre ha sido un asunto de interés principalmente  doméstico y sin eco apreciable en medios de comunicación de otros países. Sin embargo, en la actualidad, unos comicios legislativos en un país pequeño y sin peso significativo en el concierto internacional como los que tuvieron lugar hace poco en Holanda, adquieren una dimensión de ámbito continental.

La dura y larga crisis económica, tan pésimamente gestionada por la Unión Europea, además del flagrante fracaso de la política migratoria y los atentados del terrorismo yihadista, han abonado la aparición y el avance de fuerzas populistas y xenófobas que se han extendido y crecido con rapidez y han puesto contra las cuerdas un renqueante proyecto de integración que muchos irresponsablemente consideraron consolidado. Sólo hay que remitirse a lo ocurrido con el brexit y a sus motivaciones para comprobar que lo que actualmente deciden en un referéndum o en unas elecciones los ciudadanos de un país determinado puede tener consecuencias de todo tipo para los ciudadanos de otros países además de para los que las adoptan.

"En la actualidad, unos comicios legislativos en un país pequeño como Holanda adquieren una dimensión de ámbito continental".

Si eso ha pasado con el Reino Unido o con los Países Bajos, y volverá a pasar con las elecciones alemanas de septiembre, mucha más razón hay para que la expectación política europea vuelva a desbordarse ante la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas del próximo domingo. Francia no es precisamente un socio menor de una Unión Europea que vive una de sus peores crisis y, además, el país también experimenta en su propio seno una profunda transformación política que está afectando a los mismísmos cimientos de la V República. El presidente francés no es un convidado político de piedra, sus opiniones y sus decisiones tienen mucho peso fuero y dentro de Francia y ocupar los salones del Elíseo, la sede de la presidencia, es el premio gordo al que aspiran todas las fuerzas políticas.


De hecho, once son los aspirantes que se disputarán el domingo su pase a la segunda vuelta aunque sólo dos lo podrán lograr. Cuatro son los candidatos mejor colocados según las encuestas, aunque de éstas conviene fiarse sólo lo justo debido al alto porcentaje de electores aún indecisos y a una probable baja participación que podría no superar el 66%, algo nunca antes visto. De los cuatro con más posibilidades, todas las miradas están centradas, por un lado, en el emergente Enmanuel Macron y su partido En Marcha, una suerte de Ciudadanos a la francesa; y cómo no, en la heredera de la ultraderecha francesa, la lideresa del Frente Nacional Marine Le Pen, que es quien preocupa de veras fuera de Francia por sus mensajes intensamente xenófobos, racistas y nacionalistas y su compromiso de sacar a Francia de la UE. A escasa distancia se sitúa el atribulado Fillon, candidato conservador metido en líos judiciales, y el ultraizquierdista Mélenchon, encabezando el Parti de Gauche que muestra bastantes similitudes con Podemos.

"¿A cuál de los dos candidatos apoyaría el resto de los partidos si los que pasan a la segunda vuelta son la ultraderechista Le Pen y el ultraizquierdista Mélenchon?"     

Las del domingo son las elecciones presidenciales francesas en primera vuelta más abiertas de la historia de la V República y tendrán lugar, además, en medio de un histórico declive del Partido Socialista, inquilino actual del Elíseo con Francois Hollande además de pata histórica del bipartidismo francés también en horas bajas, que apenas cosecha un escuálido 10% en intención de voto. Se llega, además, a esta cita con las urnas después del nuevo atentado terrorista registrado el jueves que se suma a la larga lista de ataques perpetrados en Francia en los últimos meses y años. Sin duda, esos ataques, la inmigración y las consecuencias de la crisis económica serán factores determinantes en la elección que hagan los franceses en esta reñida primera vuelta electoral del domingo. La gran incógnita y el gran temor es qué ocurrirá el 7 de mayo, fecha de la segunda vuelta, si Le Pen y Mélenchon, los extremos opuestos del arco político francés, triunfan y se sitúan ambos a las puertas mismas del Elíseo. ¿A cuál de los dos apoyarían los partidos que no superen la prueba del domingo? Europa aguarda con la respiración contenida y el corazón en un puño. 

Lo que no hay es vergüenza

A pesar de su notable habilidad para esfumarse cuando caen chuzos de punta, Mariano Rajoy no ha podido evitar esta mañana a los periodistas. Armados de cámaras y micrófonos esperaban por él a las puertas de la patronal, mas no crean que les interesaba lo que tuviera que decir sobre la economía y sus avatares. Conociendo a Rajoy y su ideario económico, noticias como esas son de las que se escriben en la redacción y antes incluso de que se produzcan.  No vale la pena el desplazamiento y el atasco para volver a escuchar lo mismo de siempre.

Ahora bien, si de lo que se trata es de recoger las primeras declaraciones urbi et orbi del presidente a propósito de su nueva condición de testigo de la corrupción en su partido, la cosa cambia sustancialmente. O al menos debería cambiar si no fuera porque a Rajoy no le sacan los periodistas algo que él no quiera decir ni con unas tenazas de barbero. Así que, en este caso, el viaje y los atascos de los periodistas también han sido en vano. Todo lo que ha dicho el presidente es que “está encantado” de ir a declarar en la Audiencia Nacional sobre la caja b del PP que, por supuesto, jamás ha existido. Se me ocurre que si tanto le apetece la experiencia judicial que se le avecina, también podría haber acudido voluntariamente hace mucho a declarar ante un juez y aclarar lo que dice que ahora está encantado de explicar.
  
“Todo lo que ha dicho el presidente es que “está encantado” de ir a declarar en la Audiencia Nacional sobre la caja b del PP”

Sobre todo, a raíz de que empezó a ser evidente que, o no se enteraba de cómo financiaba el PP sus campañas, aún siendo el responsable de las mismas, o se enteraba de todo y hacía la vista gorda por la razón que fuera. Si ocurrió lo primero sería tonto y estaría completamente inhabilitado para dirigir un partido y presidir un Gobierno sin riesgo para el interés público. Si ocurrió lo segundo sería cómplice ante la Justicia y tendría que sentarse no precisamente en el banquillo de los testigos sino en el de los acusados. Y no hay más opciones por mucho que se empeñe el partido en disparar tinta de calamar contra los jueces y la acusación particular tildándola de partidista.


 En este contexto, el presidente dice asumir su nueva condición de flamante testigo de la madre de las tramas de la corrupción que acosan al PP con “absoluta normalidad” y hasta se lanza por los caminos de la pedagogía para decir que “hacer caso de la ley es algo obligado para todos, también para los gobernantes”.  Lástima que los periodistas no le preguntaran también por el color del caballo blanco de Santiago porque se habrían llevado a sus redacciones una buena ración de tópicos y lugares comunes a cual más vacuo e insustancial.

“El presidente dice asumir su nueva condición de flamante testigo de la madre de las tramas de la corrupción que acosan al PP con absoluta normalidad”

Mientras Rajoy dejaba estas lapidarias frases para la posteridad de la historia patria, la Guardia Civil seguía registrando empresas en busca de presuntas comisiones en Suiza – dónde sí no – al ex presidente madrileño Ignacio González, el penúltimo mártir de la causa corrupta popular. Y todo ello en medio de las sospechas de que un miembro del mismísimo Gobierno le había chivado a González que tenía el teléfono pinchado y, por si aún fuera poco, las evidencias de que el nuevo jefe de la Fiscalía Anticorrupción, Manuel Moix, intentó parar los registros policiales.

Y ya, rizando el rizo y casi al mismo tiempo que ocurría todo lo anterior, la lideresa Aguirre declaraba también como testigo de la Gürtel en la Audiencia Nacional. Allí dijo que de  Francisco Correa nunca había oído hablar y que del dinero para pagar los actos de su partido no tenía ni idea. Pero su minuto de oro fue cuando, ante los periodistas, se compadeció de Ignacio González y hasta se permitió soltar unas lagrimitas por el compañero de fatigas caído en la batalla del trinque de lo público. En fin, para qué seguir ante la evidencia manifiesta de que, además de otras muchas carencia, en este país lo que hay es una inmensa falta de vergüenza política.

Corrupción: nunca pasa nada

A la vista de la tormenta judicial que se abate desde ayer sobre el 13 de la calle Génova, se me ha puesto el día preguntón. Más que nada porque pasan cosas muy graves pero en realidad aquí nunca pasa nada. Vean si no: Mariano Rajoy se convierte en el primer presidente en plenitud de funciones de un gobierno de la democracia en ser llamado a declarar como testigo en un grave caso de corrupción que afecta a su partido y aquí no pasa nada. Le imputan a Ignacio González, la mano derecha de la lideresa de la derecha del país, Esperanza Aguirre, una ristra de presuntos delitos más larga que un día sin pan, y aquí no pasa nada. Y no rebobino porque estaría enumerando casos de corrupción hasta año nuevo, casos que después de conocidos e incluso enjuiciados apenas han tenido otras consecuencias que las judiciales y éstas tampoco muy duras.

"Pasan cosas muy graves pero en realidad aquí nunca pasa nada"

Lo que voy a decir a continuación no pretende exonerar a nadie de sus responsabilidades judiciales o políticas, sólo poner el foco en la primera parte de la ecuación en la que deberíamos fijarnos mucho más: los ciudadanos, que con nuestros votos seguimos renovando la confianza en quien la tendría que haber perdido para siempre si no fuéramos tan condescendientes y tolerantes con la peor lacra de una democracia. Y es en ese contexto en el que me entra la vena preguntona y me pregunto cuánta sinceridad hay en quienes responden en las encuestas que la corrupción les preocupa muchísimo.
 En su última encuesta, el Centro de Investigaciones Sociológicas detectó que la preocupación de los ciudadanos por la corrupción se había disparado.  Ignoro las causas aunque lo más probable es que se debiera a que la encuesta vino a coincidir con una tormenta de corrupción como la que ahora alcanza de lleno al PP. Es seguro que si los encuestadores salieran hoy a la calle y volvieran a preguntar por este asunto a los ciudadanos, reventaría el corruptómetro. Ahora bien, si la encuesta la hicieran dentro de unas pocas semanas seguramente el índice de preocupación se vería sensiblemente aliviado. 

"¿Por qué se nos pasa tan pronto una preocupación que debería ser permanente?"

¿Qué nos pasa? ¿Cómo es posible que seamos tan olvidadizos? ¿Por qué se nos pasa tan pronto una preocupación que debería ser permanente hasta conseguir que los corruptos rindan cuentas de sus actos ante la Justicia y ante los ciudadanos?  Será la Justicia la que determine si Mariano Rajoy es un santo varón desde el punto de vista judicial pero desde el punto de vista político es cuando menos responsable de haber estado en Babia mientras sus más estrechos colaboradores se llenaban los bolsillos. Si es tan corto como para no haberse enterado de la trama que se urdió ante sus mismas barbas es que nunca debió haber sido dirigente del PP y, por supuesto, mucho menos presidente del Gobierno.

Ahora bien, lo grave de verdad es que una mayoría de ciudadanos de este país confiara de nuevo en alguien que ya no merecía confianza ciudadana alguna.  Obviamente, lo que digo vale tanto para Rajoy y el PP como para cualquier otro partido con corruptos en sus filas a los que los ciudadanos siguen renovando la confianza por mucho que lo hagan con la nariz tapada y mirando hacia otro lado. No veo cómo se puede mejorar la calidad del sistema democrático mientras los ciudadanos de este país no asumamos que la solución contra el latrocinio de lo público está en nuestras manos y que de nosotros y de nadie más depende que de una vez empiece a pasar algo.

Guineo presupuestario

Por los Clavos de Cristo y el Señor de la Burrita imploro humildemente al Gobierno y a los partidos políticos que cesen cuanto antes el bombardeo presupuestario al que nos están sometiendo desde hace una semana. No sé ya dónde meterme para esquivar el diluvio de millones que como una plaga bíblica nos ha caído encima desde que Montoro se personó en el Congreso de los Diputados con un pen drive y un power point infectado de cifras y porcentajes. Ni siquiera se han aprobado aún las cuentas y tampoco es tan seguro que se aprueben y ya estamos repicando las campanas y vendiendo pieles de oso un día sí y otro también. Cuando era joven e indocumentado pensaba que los números eran el no va más de la objetividad y que dos más dos nunca podría ser cinco o tres. A estas alturas a las que ya no soy joven y sólo soy un poco menos indocumentado no me sorprende demasiado que a los políticos la suma les de cero, catorce y hasta veinticinco.

Por ceñirnos a Canarias, si uno escucha al Gobierno descubrirá que el trato que reciben las islas en los Presupuestos del Estado de este año es supercalifragilístico y si escucha al PP verá que es, además, espialidoso. Ahora bien, si quien habla es la oposición que no ha estado en el Gobierno o la que estuvo hasta el otro día lo que escuchará es que esas cuentas son la peste negra, el cólera y la malaria, todo a la vez ¿No estará la verdad en el justo medio como dicen que dijo el filósofo? Que desde un punto de vista general y desde un punto de vista territorial canario estos presupuestos son mejores que los anteriores parece evidente; que no son todo lo mejores que deberían para paliar casi siete años de recortes y ajustes en aras del déficit, también es evidente.

Es muy probable, por no decir seguro, que había margen para otros presupuestos con otras prioridades más atentas a las secuelas sociales de la crisis por lo que al marco general se refiere. Por lo que hace a Canarias, la mejora es notable en varios aspectos pero no borra ni compensa suficientemente los sucesivos años de olvido deliberado y trato injusto para con las islas por parte del Gobierno central de Rajoy. En resumen, un presupuesto público no es otra cosa que el reflejo de una determinada situación política en una coyuntura económica concreta.Con Rajoy en minoría y necesitado de amarrar, entre otros, los votos de los nacionalistas canarios para sacar adelante las cuentas, lo lógico es que por fin se cayera de un guindo y viera la luz.

Si, además de eso, hay una cierta mejoría de la situación económica que le permite ser algo más rumboso con quien hasta ahora sido tan tacaño, a nadie le puede  extrañar su nuevo disfraz de rey mago. No hay más misterio en ese cambio de actitud ni responde a una conversión repentina del presidente  a la ultraperifericidad de Canarias que hasta ahora le había importado exactamente un comino. Respecto a los críticos con las cuentas de Montoro, hay dos motivaciones básicas. Podemos las rechaza porque no hacerlo sería portada hasta en el New York Times y el PSOE hace lo propio porque no está el horno socialista como para apoyar  las cuentas de Rajoy después de la que se ha armado en el partido por haberse abstenido para que fuera presidente. 

Una cosa más quiero pedir: que cesen también de una vez, por respeto a la inteligencia de los ciudadanos, las interpelaciones del Gobierno y del PP a lo parlamentarios canarios de otros partidos para que apoyen estas cuentas so pena casi de excomunión y destierro. Quienes hacen tal petición deberían preguntarse en voz alta por qué apoyaron en su día los presupuestos estatales anteriores si eran tan malos para Canarias. Demegogias, las justas.    

¡Capitán, mande firmes!

Es costumbre vieja en España canonizar a los muertos que hemos crucificado en vida. Cuando alguien desaparece de la faz de la tierra no tardamos en elevarlo a los altares y hacernos lenguas de sus virtudes y bondades. Tal vez sea la excepción que confirma la regla pero tengo para mi que en las reacciones y valoraciones con motivo del prematuro fallecimiento ayer de Carme Chacón predomina la sinceridad. Puede que en algunos casos sea algo más forzada que en otros pero me parece – o al menos eso quiero creer – que no hay doblez ni hipocresía en ninguna de ellas. Y no debería haberla porque la política socialista fallecida ayer con tan sólo 46 años de edad, demostró valentía y carácter en donde cualquier otra personas afectada por el mismo problema de salud que ella padecía tal vez se hubiera retraído y echado atrás.

Esa valentía junto a la pasión y la firmeza con la que defendió sus convicciones políticas sin renunciar al diálogo y al entendimiento con quienes no pensaran igual que ella, la hacen merecedora de las condolencias sinceras y sentidas por parte de quienes fueron sus rivales políticos además de por sus propios compañeros. Carme Chacón no era una advenediza en busca de medrar para conseguir un cargo público, sino alguien que sintió y vivió la política como una manera noble y honrada de servir a los demás. De otro modo no se entendería su temprana afiliación a las Juventudes Socialistas con sólo 16 años,  iniciando así una carrera política que la llevó a convertirse en la primera mujer española en poner firmes a los militares de este país, con toda la carga política y simbólica que eso implicaba.


Se escribió mucho en su momento sobre si su nombramiento para el Ministerio de Defensa fue uno de los habituales golpes de efecto de los que gustaba José Luis Rodríguez Zapatero y sobre cosas como si su decisión de pasar revista a las tropas en avanzado estado de gestación fue una pose para la foto. Tanto da si fue o no con esa intención porque, de hecho, los chistes, chascarrillos y burlas machistas con los que se recibió por parte de algunos su nombramiento para dirigir la política de defensa, pusieron de manifiesto la necesidad que tenía este país de que una mujer pudiera mandar sobre los militares sin que nadie se removiera en su tumba ni apelara a conceptos casposos como la virilidad o la hombría.  

Junto a su paso por el Ministerio de Defensa, el otro hecho que marcó su carrera política para siempre fue sin duda su derrota ante Alfredo Pérez Rubalcaba en la disputa por la secretaría general del PSOE. Puede que me equivoque pero siempre he tenido la sensación de que Chacón nunca superó del todo haber perdido aquella suerte de primarias por sólo 22 votos de diferencia frente a su rival. Lo cierto es que a partir de ahí pareció dar un paso a un costado hasta que el año pasado renunció a ir en las listas socialistas para las elecciones del 26 de junio y optó por incorporarse a un bufete de abogados de Madrid.

Aunque sea hacer historia contrafáctica, es muy probable que el PSOE actual fuera otro si en aquella pugna con Pérez Rubalcaba hubiera sido ella la ganadora. Sin embargo, entonces – y puede que también ahora – el aparato pudo más que su fuerza y su convicción para liderar a los socialistas españoles. Con su retirada de la primera línea de la política perdió el PSOE un valiosísimo activo y con su desaparición ayer es el país quien pierde a una mujer valiente que con aquel famoso y emblemático ¡capitán, mande firmes! trazó un antes y un después en la lucha por la igualdad en España.      

ETA: ¿adiós a las armas?

Un total de 829 víctimas mortales y 43 años después, ETA dice ahora que dice adiós a las armas. No me lo acabo de creer aunque es lo que desearía hacer. Viniendo el anuncio de quien viene no puedo evitar la incredulidad y la sospecha de que no hay voluntad sincera de poner el verdadero punto y final a más de cuatro décadas de asesinatos, extorsión, chantaje y dolor. Lo ha sufrido en primera persona la sociedad vasca, pero también el resto de España que en no pocas ocasiones fue testigo de cómo los asesinatos etarras pusieron en peligro incluso la estabilidad del sistema democrático. Siempre fue uno de sus grandes objetivos provocar una intervención militar que pudieran utilizar para justificar sus asesinatos. La firmeza y la unidad de la sociedad española para resistir al terror hizo que ese tiro les saliera por la culata.

Sobre el anuncio de desarme hecho por ETA a mediados de marzo y que supuestamente se va materializar mañana cuando los llamados “mediadores” informen a la justicia francesa de la localización de las armas, hay más preguntas que respuestas. ¿Qué armas y explosivos va a entregar ETA? ¿Todas, incluidas las más mortíferas o sólo los tirachinas? ¿Controla ya ETA todo su arsenal? ¿Y si no es así, quién lo hace? ¿Cómo podrán verificar las autoridades francesas y españolas que el desarme es completo y definitivo? Nadie lo sabe y ETA tampoco ha dado muestras de quererlo aclarar.

De lo que no me cabe duda es de que el desarme que anuncia ETA no responde a un repentino rapto de arrepentimiento por tantas bombas mortíferas y tantos tiro en la nuca. ETA está policialmente derrotada y los terroristas son perfectamente conscientes de ello. La única salida que les queda es intentar blanquear un pasado manchado de sangre para presentarse ante la sociedad vasca y española como los chicos buenos y nobles que entregaron las armas por el bien de la paz y para buscar una salida negociada al “conflicto”. El objetivo no es otro que  la impunidad por los crímenes cometidos y la reinserción en la vida civil y política del País Vasco en donde un partido legalizado como Sortu estaría encantada de abrirle los brazos y las puertas. Porque,  si bien parece que la capacidad de matar de ETA es muy limitada en estos momentos, su semilla política en cambio dista mucho de estar erradicada como ponen de manifiesto a diario personajes como Arnaldo Otegui.

Junto con un nuevo intento de presionar al Gobierno español para que acerque a los presos etarras al País Vasco, esas pueden ser algunas de las claves que se esconden en esta nueva campaña propagandística de ETA  para echar tierra sobre un pasado de muerte y dolor. Para que podamos empezar a creer en los etarras deberían comenzar por  garantizar un desarme completo y verificable, disolverse,  asumir sus responsabilidades judiciales y  pedir perdón a las víctimas y a sus familias. Todo eso se puede hacer en un solo y único acto y eso es lo que se exige a ETA que haga. Sé que pido mucho políticamente hablando pero moralmente no se puede pedir menos.

Ni la sociedad vasca ni la española les deben nada a los etarras como para que consideren que tenemos que agradecerles que nos perdonen la vida. Son ellos los que deben mucho sufrimiento y miedo permanente a miles de familias y al conjunto de un país que aún tardará décadas en superar las secuelas de tantos años de plomo y bomba lapa. Por cierto, entre los 829 muertos de los que es responsable ETA  figura uno llamado Luis Carrero Blanco, últimamente objeto hasta de alguna sentencia judicial en cuyo contenido no voy a entrar ahora. Lo único que digo es que siempre he pensado que todos los muertos son iguales independientemente de lo que hicieron en vida y de la forma en la que dejaron de existir. De ahí que, desde mi punto de vista,  burlarse de uno de los muertos provocados por la barbarie de ETA y de cómo fue asesinado es como burlarse también de los 828 restantes.   

Sistema electoral: el reformador que lo reforme

Tengo ya pocas esperanzas de ver reformado el sistema electoral canario antes de que nieve en el Sahara. Camino va esta comunidad autónoma de ser cuarentona y seguimos mareado la misma perdiz legislatura tras legislatura. Si en los primeros compases de la andadura autonómica el sistema aún en vigor fue útil para poner en marcha una nueva etapa histórica en las islas, casi cuarenta años después se ha convertido en la quintaesencia de lo contrario de lo que se supone que debe ser un sistema político represantativo. El actual Parlamento de Canarias parece y es mucho más una cámara de representación territorial que poblacional y es eso lo que desnaturaliza radicalmente su función.

Gracias a un sistema que permite que el 17% de la población elija a la mitad de los parlamentarios y el 83% restante a la otra mitad, CC ha conseguido mantenerse en el ejecutivo durante más de dos décadas y de ahí que su querencia lógica sea seguir con el actual statu quo a toda costa. Cómplices directos de este estado de cosas son el PP y el PSOE. Uno y otro no han dudado nunca en guardar en un cajón sus reivindicaciones sobre el sistema electoral en cuanto se les ha abierto la posibilidad de pactar con CC. Para comprobarlo, basta remitirse a lo ocurrido con el PP y su marcha atrás sobre la modificación del sistema en el reciente debate del estado de la nacionalidad. Unirse a CC como hizo el PP para vetar que las Cortes Generales pudieran introducir cambios en la ley Electoral con ocasión de la reforma del Estatuto de Autonomía,  habla por sí sólo de la sinceridad de los populares cuando se refieren a este asunto.


El PSOE, que mientras formó parte del Gobierno mantuvo un perfil bajo y casi invisible en este tema, desenterró el hacha de guerra de la reforma en cuanto fue expulsado del Ejecutivo. Es la eterna historia de esta comunidad autónoma en la que a cambio de tocar poder se posterga algo tan elemental como la calidad del sistema democrático que respiramos los ciudadanos. Junto con el impulso de la economía  y la mejora de los servicios públicos, la búsqueda de un nuevo sistema electoral que se compadezca mucho más con la realidad poblacional sin ignorar el hecho insular, debería ser prioridad número uno del Gobierno de Canarias y del Parlamento de esta comunidad. Sin embargo, la fuerza política que sustenta al Gobierno en minoría se resiste a retocar otra cosa que no sean las barreras de acceso, elevadas en su día no para favorecer la pluralidad política sino para todo lo contrario. Salvo eso, cualquier otro cambio es tabú y no debe ni mencionarse ante posibles pactos de gobierno.

En el Parlamento, una comisión de estudio de la reforma se viene reuniendo desde hace más de un año para escuchar a expertos, politólogos y políticos exponer sus puntos de vista y sus propuestas de modificación del sistema. Cuando acaben las comparecencias se redactaran unas conclusiones  y si ningún partido las hace suyas e impulsa un cambio se guardarán en un cajón hasta que se cree otra comisión en la próxima legislatura y vuelta a empezar. Propuestas de cambio hay y ha habido en abundancia y salvo las inmovilistas que abogan por sostenella y no enmendalla, todas merecen estudio y evaluación por parte de los partidos políticos.

Lo que hace falta es mucha más voluntad y mucho menos cálculo político para empezar a combatir, por ejemplo, las falacias interesadas sobre un supuesto abandono de las islas no capitalinas si se toca la sacrosanta triple paridad. Aunque cada vez queda menos tiempo, aún es posible poner en pie antes de las elecciones de 2019 un nuevo sistema que corrija por fin el escandaloso desequilibrio del valor del voto en función de la isla de residencia. Si bien es cierto que en ningún lugar del mundo hay sistemas electorales proporcionalmente perfectos no por ello merecemos los canarios tener el más desproporcionado de todos los sistemas.       

Del REF y otras hierbas

Aunque creo que me muevo mejor entre letras, hoy he afilado el lápiz y he echado cuentas sobre el nuevo REF canario y sobre los Presupuestos del Estado que Montoro presentará mañana en el Congreso atados con un lazo rojo. No es para echarle agua al vino sino para comprobar si hay razones que justifiquen poner a volar las campanas de La Laguna o si sería más prudente adoptar un tempo algo menos jubiloso. Comencemos por el REF, al que el Gobierno central le acaba de dar una buena mano de pintura después de casi un cuarto de siglo sin tocarlo. En 25 años la gente nace, crece, estudia o trabaja (o ninguna de las dos cosas), se casa y hasta tiene hijos; antes, los hombres tenían tiempo incluso de hacer la mili en Melilla. Pero bien está lo que bien acaba aunque tarde tanto en acabar  y, al decir de tirios y troyanos, este REF reformado parece bastante aseadito.

El nuevo REF

Se mantienen las ayudas al transporte de mercancías y personas y se reconoce que Canarias está lejos del continente europeo y son ocho islas con sus respectivos islotes. Esto último es muy importante y supone un cambio revolucionario porque por aquí abajo ya desesperábamos de que en Madrid comprendieran que Canarias dejó de estar al norte de Argelia desde que Mariano Medina explicaba las isóbaras en la tele. Aunque el principal cambio revolucionario del nuevo REF es su desvinculación del sistema de financiación por el que las comunidades autónomas reciben el dinero con el que pagan la sanidad, la educación y las políticas sociales.

No mezclar el REF – concebido para compensar los costes de la insularidad  y la lejanía – con el acceso a la financiación de los servicios públicos era tan de sentido común como no considerar a Canarias territorio continental equiparable a La Mancha o a Extremadura. Según los cálculos del Gobierno canario, el cambio supondrá que las islas reciban anualmente unos 580 millones de euros más para mejorar la financiación de los servicios públicos, lo cual es un gran respiro. Lo que me inquieta es que en las cuentas del Gobierno canario ya no se hable del déficit de financiación que han venido soportando las islas y que el propio Ejecutivo autonómico ha calculado reiteradamente en 700 millones anuales desde 2009, el año que entró en vigor el sistema actual.


Multiplico los 700 millones por siete años y me sale la bonita cifra de casi 5.000 millones de euros que Canarias debería haber recibido. ¿Ha hecho el Gobierno canario borrón y cuenta nueva con esa deuda histórica tantas veces reclamada? ¿Habrá que exigírsela al maestro armero?. Todo esto sin mencionar que el REF seguirá dependiendo como hasta ahora de las coyunturas económicas y las políticas y disponibilidades presupuestarias de La Moncloa. Es muy loable pretender anclarlo en la Costitución para que sea de obligado cumplimiento por el Gobierno central pero me gustaría ver al PP o al PSOE aceptando atarse las manos constitucionalmente sobre lo que pueden o no pueden hacer con las cuentas públicas.

Unos Presupuestos pendientes de un hilo

En cuanto a los Presupuestos del Estado, el júbilo del Gobierno se concreta en la recuperación de los convenios que los gobiernos de Zapatero y Rajoy han ido reduciendo a la mínima expresión e incluso suprimiendo literalmente de los presupuestos, como el recuperado Plan de Empleo. Mención especial merece el tan traído y llevado convenio de carreteras al que Montoro le ha dedicado 174 millones de euros, algo menos del doble de lo que incluyó en los anteriores presupuestos. Tampoco en este caso he escuchado decir al Gobierno si va reclamar los cerca de 1.000 millones que Zapatero y Rajoy, con la excusa de la crisis y los recortes, han dejado de poner en los últimos años para cumplir con ese convenio. Por no hablar de los incumplimientos flagrantes del resto de acuerdos entre ambas administraciones de cuya deuda tampoco se dice nada. ¿Se los tendremos que reclamar también al maestro armero?

Sea como sea, Clavijo y Rajoy firmarán el miércoles el acuerdo presupuestario  por el que la diputada de CC, Ana Oramas, apoyará las cuentas públicas durante su trámite en el Congreso. La necesidad de esa firma sólo se justifica por la conocida afición de ambos presidentes a la fotografía digital y, tal vez, por la conveniencia de  escenificar que el buen rollito no ha muerto sino que está más vivo y saludable que nunca, con los populares a las puertas del Gobierno.

No estaría de más que en la foto aparecieran también los diputados del PNV. Los nacionalistas vascos, a la vista de los más de 4.000 millones de euros que Rajoy ha ofrecido a Cataluña para aplacar al soberanismo, andan también haciendo números sobre cuánto cuesta su apoyo a las cuentas de Montoro.  Y, por supuesto, debería entrar también en la imagen el diputado de Nueva Canarias, Pedro Quevedo, que se presentó con el PSOE y al que hasta Susana Díaz le ha pedido que mantenga el “no es no” a Rajoy hasta la victoria final. Dicho de otra manera: ¿habrá presupuestos o estaremos vendiendo la piel del oso antes de tiempo? A mi no me miren, ya les he dicho que soy de letras.  

Venezuela y la táctica del calamar

No me extraña que algunos – de algunos ya no me extraña casi nada – intenten justificar el golpe de Estado en Venezuela empleando la táctica del calamar.  La misma consiste en oscurecerlo todo para minimizar la gravedad de hechos que resulten incómodos e imposibles de justificar.  Así, cuando se les pregunta por lo ocurrido ayer  en Venezuela te dicen que es tan grave como condenar a una joven en España por unos tuits sobre el asesinato de Carrero Blanco. Son los mismos que dan por finiquitado el derecho a la libertad de expresión porque alguien no pueda mofarse impunemente de los muertos y luego decir que estaba de guasa.

Pero no nos dejemos enredar por la táctica del calamar y vayamos a lo que importa y a lo que otros pretenden ocultar o minimizar. Que lo ocurrido en Venezuela es un golpe de Estado es algo que Monstesquieu sería el primero en suscribir. Por añadidura, si los tres poderes clásicos de un sistema democrático se concentran en uno solo eso también tiene un nombre: dictadura, todo lo blanda que se quiera mientras los tanques no salgan a la calle, pero dictadura. Pero no hace falta ser Charles Louis de Secondat para llegar a esa conclusión. Cualquiera que tenga ojos y no sea deliberadamente ciego comprenderá que si el Ejecutivo controla al Judicial y este usurpa los poderes del Legislativo, en el sistema político venezolano se ha producido una concentración de poder en manos del presidente Maduro que ninguna constitución democrática del mundo puede amparar salvo en situaciones muy excepcionales y extremas. 


La excusa para este golpe o autogolpe de Estado es que la Asamblea Nacional, el único poder que no controlaba Nicolás Maduro después de perder las últimas elecciones legislativas, no acata las sentencias del Tribunal Supremo, un mero órgano ejecutor de las directrices políticas del presidente y muchos de cuyos magistrados ni siquiera reúnen los requisitos imprescindibles para desempeñar esa responsabilidad. En lugar de procesar por desacato a quien el Supremo entienda que no cumple sus fallos, lo que ha hecho es aprovechar la coyuntura para quedarse con los poderes atribuidos a la soberanía del pueblo venezolano.

Claro que, para quienes defienden la democracia al modo caraqueño, el Supremo ha tenido que actuar así para impedir el avance de las fuerzas imperialistas y sus secuaces, decididas todas ellas en comandita a acabar con la revolución bolivariana que tiene a uno de los principales países petroleros del mundo sumido en la crisis económica, social y política más grave de su historia. Estos irredentos del chavismo seguramente estarían encantados de que los militares se hubieran puesto ya del lado de Maduro en su cruzada contra los “títeres” del capitalismo. Es cierto que los militares, hasta el momento mudos ante lo que está pasando pero a los que la oposición ya acusa de complicidad con el golpe, son pieza clave en la salida de esta situación y son los que pueden inclinar la balanza a favor de la dictadura o de la democracia. Por lo pronto, la fiscal general Luisa Ortega, nada sospechosa de ser próxima a la oposición, ha denunciado la violación del orden constitucional y ahora veremos cuánto tiempo más permanecerá en el cargo.

La situación es incierta y potencialmente explosiva. Mucha capacidad de presión y de mediación tendrá que demostrar la comunidad internacional para encausar el conflicto y evitar que desemboque en una confrontación abierta entre venezolanos. La práctica totalidad de los países americanos, las instituciones europeas y unos cuantos países del viejo continente – entre ellos España -  han condenado sin ambages lo que ya se conoce como el  “madurazo”, un golpe de estado  que abre un escenario peligroso e imprevisible en un país ya sumido en una interminable crisis cada día más enquistada.Lo lamento por esas almas revolucionarias cándidas y puras si en esas condenas no se incluyen también las sentencias incómodas de la justicia española, la pobreza en Somalia o la caza de ballenas en la Antártida a ver si de ese modo logran ocultar o minimizar la gravedad de los hechos en Venezuela. La tinta de calamar, ya saben...

Brexit, un fracaso compartido

Si uno escribiera con las tripas, en un día como el de hoy escribiría que se alegra de que los británicos por fin hayan presentado los papeles del divorcio de la Unión Europea y empiecen a dejar de dar la lata.  Diría también que allá se las compongan solos en su brumosa isla y que deberían perder toda esperanza de mantener unas relaciones “profundas y especiales” a partir de ahora con la Unión Europea. Subrayaría que ellos se lo han buscado si se les empiezan a cerrar las puertas que han tenido abiertas hasta este momento y añadiría que no les echaremos en falta, porque han sido un incordio permanente durante los 44 años que han pertenecido a una Unión Europea, en la que entraron a disgusto y  de la que únicamente les ha interesado compartir las ventajas pero no las cargas.

Todo eso y más les podría decir y, aunque creo que no me faltaría razón, no me serviría para calmar la extraña sensación de que estamos ante un fracaso histórico inapelable a ambos lados del canal de la Mancha.  Un estrepitoso error de calculo político en el Reino Unido puso al país en la encrucijada de decidir entre seguir formando parte de una Europa a la que está estrechamente vinculado por  historia, economía y cultura o aislarse en su reducido espacio geográfico y cerrarse las puertas  que otros soñarían ver abiertas. 

Una campaña de mentiras y medias verdades – las peores de las mentiras – trufada de caduco orgullo nacional, chovinismo, xenofobia y unas gotas de racismo llevó a la mayoría de los británicos a tomar una decisión pueblerina de la que muchos se arrepintieron  al día siguiente mismo. De propina, las costuras escocesas del reino se vuelven a resentir en una historia que aún puede deparar más de una sorpresa desagradable para los ingleses.


Del otro lado, los dirigentes de la Unión Europea pasados y presentes serían estúpidos si concluyeran que los únicos responsables del brexit y sus consecuencias son los británicos. Aún siendo cierto que el Reino Unido nunca se ha sentido completamente integrado en la Unión Europea durante las más de cuatro décadas que ha pertenecido a la misma, las responsabilidad  del mal entendimiento tiene que ser compartida. Más allá de que la marcha de un socio del peso del Reino Unido siempre sería un fracaso, la burocracia y el intervencionismo asfixiantes, los ingentes recursos económicos para sostener a un gigante con pies de barro y la ausencia en las últimas décadas de un liderazgo político con el carisma y el  poder de convicción necesarios para tender puentes y fortalecer la unión, son factores de los que sus principales responsables han estado y están en Bruselas. También para la Unión Europea hay propina en forma de movimientos xenófobos y populistas que apuestan abiertamente por sacar a sus países del club comunitario siguiendo el ejemplo del Reino Unido.

Serán en todo caso los historiadores los que establezcan las causas de este fracaso compartido que va a desembocar ahora en un divorcio de final incierto tanto por las condiciones en las que se alcanzará como por el tiempo que se tardará en firmarlo definitivamente. Tengo pocas dudas de que los negociadores de la separación van a empezar hablando de las relaciones económicas después del brexit y de asuntos como la libre circulación de capitales entre el continente y el Reino Unido. Sospecho que condicionarán a esa aspecto de la negociación la situación en la que quedan con el brexit los ciudadanos comunitarios que viven y trabajan en el Reino Unido y los británicos que lo hacen en territorio comunitario. 

Y, sobre todo, temo que unos y otros terminen siendo usados como rehenes en esas negociaciones que deben iniciarse próximamente. Despejar cuanto antes la incertidumbre sobre el futuro de estos europeos debería ser la prioridad inmediata de Londres y Bruselas para no añadir al fracaso de sus relaciones el escarnio de usar a sus propios ciudadanos como moneda de cambio de sus diferencias. 

Rajoy en vía muerta

Rajoy se fue hace una semana a Barcelona a clausurar el congreso de su partido en Cataluña y aprovechó para darle estopa a los independentistas. Hoy ha vuelto con 4.500 millones de euros de inversión en el bolsillo y ha llamado a los empresarios catalanes a la moderación ante el independentismo. Si lo que el presidente pretende con esta lluvia de millones es ganarse el favor de los grandes empresarios catalanes puede que el gesto y el gasto sean superfluos porque seguramente ya cuenta con él. Si lo que busca en cambio es frenar el órdago independentista habría que concluir que sigue sin entender nada de nada de lo que pasa en Cataluña.

Y como no lo entiende tampoco hace nada que de verdad sirva para buscarle una salida al problema político más grave al que se enfrenta España. Considera que el meollo del problema es sólo económico y judicial y desdeña cualquier otra opción que implique negociación política. Así ha ido dejando pasar el tiempo y así se ha ido enquistando un problema en el que sólo impera ya el monólogo de sordos y la violación de las leyes y de la Constitución por parte de quienes ya no atienden a más razones que las suyas.

En este desalentador contexto la próxima semana verá la luz el libro “La tercera vía” del que es autor el líder de los socialistas catalanes, Miquel Iceta. Se le reconoce el optimismo y la buena voluntad a Iceta para encontrar una fórmula que evite el choque de trenes mediante una reforma constitucional que recoloque el modelo territorial del Estado de las autonomías.  Sin embargo, como él mismo admite,  la propuesta, que no es nueva, puede que llegue demasiado tarde. Ni los independentistas catalanes quieren oir hablar de nada que no sea volver a convocar otra consulta soberanista o declarar unilateralmente la independencia ni Mariano Rajoy y el PP son capaces de cambiar el discurso del palo por el del palo y la zanahoria.

Nadie en su sano juicio debería pedirle al Gobierno que ignore el incumplimiento de las leyes, por más que a Pablo Iglesias le parezca casi una monstruosidad democrática que se condene a alguien por sacar ilegalmente las urnas a la calle. No es eso lo que se le reclama desde hace años a Rajoy y al PP sino un actitud proactiva para modificar una Constitución a la que se le saltan las costuras. Admito que yo también albergo dudas de que una reforma constitucional a estas alturas consiga evitar lo que cada día que pasa parece más inevitable. Lo que lamento es que no se haya hecho absolutamente nada para impedirlo más allá de acudir a los tribunales y al Constitucional en una dinámica de acción – reacción que sólo ha conducido a polarizar y enrarecer el debate.

Y no es tampoco que la Constitución  deba reformarse con el único objetivo de evitar la ruptura con Cataluña sino porque hay otras comunidades autónomas como Canarias que también requieren un nuevo encaje constitucional. Y, además, porque se hace imprescindible y urgente poner orden en el caos competencial y en la duplicidad de instituciones, funciones y normativas de aluvión que han modificado de facto el texto fundamental y han desbordado de recursos contrapuestos entre gobierno central y comunidades autónomas el Tribunal Constitucional.

Sin mencionar otros cambios imprescindibles, los que tienen que ver con Título VIII son lo suficientemente relevantes como para que los partidos políticos hicieran algo más que intercambiarse reproches y abordaran una amplia reforma constitucional. La falta de consenso político que alega el PP para reformar la Carta Magna es un argumento falaz que no sirve para ocultar el inmovilismo de Rajoy. Si no hay consenso se busca como se buscó y se encontró, incluso contra todo pronóstico,  en 1978. No intentarlo al menos pone de manifiesto que la fe del presidente en el sistema democrático y en la madurez política de los españoles es escasa o nula.  Sólo cabe esperar que esa falta de fe en los mecanismos de la democracia no termine provocando una ruptura que no beneficiaría a nadie per cuyos responsables políticos tienen nombres y apellidos. 

De Roma al brexit

No ha habido conciertos ni fuegos artificiales y nadie ha soplado las velas de la tarta. Sólo ha habido discursos de circunstancias y caras más bien largas para conmemorar el 60º aniversario del nacimiento de lo que hoy llamamos Unión Europea. Ha sido en la misma sala – la de los Horacios y Curiacios - y en la misma ciudad – Roma -  en la que nació una idea que, llevada a la práctica y con todas las pegas que se quiera,  ha proporcionado a Europa medio siglo de paz e innegables  avances sociales y económicos.

Hasta que estalló la peor crisis económica de los últimos cien años y convirtió el sueño de la integración europea  en la pesadilla de la austeridad a machamartillo para mayor gloria de los mercados financieros. Hicieron bien los líderes europeos este fin de semana en pasar de puntillas sobre el cumpleaños de una Unión Europea que parece haber perdido el norte y hasta el oremus. Máxime cuando esta misma semana el Reino Unido, su miembro más díscolo, les pondrá sobre la mesa su adiós definitivo. Es el primer socio que abandona el club y ante sí tienen los que se quedan el difícil reto de gestionar una situación inédita que, termine como termine, marcará un antes y un después en esta desconcertada y desnortada Unión Europea.


Lo que no han hecho bien los líderes europeos es no aprovechar el aniversario fundacional para hacer al menos algo de autocrítica, aunque es mucha la que se necesita. Está bien apelar a la unidad y a la fortaleza pero esa apelación suena a discurso vacío y poco sincero si no se acompaña de un reconocimiento expreso de que las cosas se hubieran podido haber hecho de manera muy distinta. El austericidio  fiscal impulsado por Alemania y sus países satélites y seguido de muy buen grado por países como España no era un mandato divino sino una opción política deliberadamente disfrazada de objetividad económica que ha traído paro, pobreza y exclusión social nunca antes vistos.

Nadie ha entonado un mea culpa por tanta irracionalidad económica en la última década ni es probable que lo entone jamás. Como no lo entonará nadie por la vergonzosa respuesta al mayor drama humanitario que ha vivido el continente desde la II Guerra Mundial, el de los refugiados. Las vallas y los muros levantados en las fronteras exteriores hablan de una Unión Europea encogida sobre sí misma que reniega de los principios de solidaridad y fraternidad que, en última instancia, le dan sentido humano a eso que se suele llamar el proyecto de una Europa unida. Por lo demás, la ebullición de la xenofobia y el racismo en varios países europeos deja en evidencia el agotamiento del discurso político de las viejas fuerzas liberales y socialdemócratas que parecen haberse conformado con que los populistas de nuevo cuño no les coman demasiado terreno electoral.

Claro que otra Unión Europea no sólo es posible sino imprescindible. Volvernos sobre nuestros respectivos ombligos nunca debería ser una opción y quien la elija, como el Reino Unido esta misma semana, se arriesga al aislamiento  en un mundo que ya sólo puede ser global. Pero esa Europa alternativa, para tener futuro, debe reajustar cuanto antes su objetivo y centrarlo en los ciudadanos europeos, los grandes olvidados por Bruselas y por los líderes europeos en estos nefastos últimos diez años de crisis económica. De nada servirán los hueros discursos para la galería como los escuchados este fin de semana en Roma si quienes los han pronunciado se dan por satisfechos con sacarse la foto de familia, que es lo que me temo que ha pasado.

Hay que detener la creciente desafección de los ciudadanos hacia el proyecto europeo que alimenta la vuelta a las fronteras y al aislamiento y que se extiende ya por varios países del viejo continente.  Seguir contemporizando y dando largas a la solución de los muchos y graves problemas que tiene este gigante con pies de barro llamado Unión Europea – entre ellos el de su propia credibilidad ante los europeos -  sería una grave irresponsabilidad histórica que Europa no se puede permitir. 

Una caña es una caña

Pongámonos en situación: la hora debe ser como de media mañana, cuando casi no hay español que no haga un kit kat para tomarse el cafelito o, si se tercia, una cañita con la que combatir los rigores de la jornada laboral. Como rara vez se solazará solo porque no podría hablar de fútbol o de política, por lo general lo hace en compañía de dos o tres colegas de la oficina o queda con alguien a quien no ve hace tiempo para charlar un rato y contarse las “últimas novedades”. Situado el momento, veamos el sitio: estamos en Murcia y el escenario es el de una terraza ligeramente cutre, con unas sillas de aluminio un poco torcidas situadas en medio de lo que parece una acera o tal vez una calle peatonal. 

Al fondo de la imagen se ve a una mujer caminando con unas bolsas colgadas del brazo, probablemente de una tienda de ropa, lo que hace suponer que estamos cerca de una zona comercial de la capital murciana. A la derecha  se ve parcialmente la espalda de otra clienta de la terraza a la que es evidente que el autor de la fotografía no tiene ningún interés en encuadrar. Fijémonos ahora en los tres hombres que sí aparecen de lleno en la imagen departiendo plácidamente en torno a un botellín de cerveza, tal vez unas aceitunitas  y lo que puede que sea un café o quizá una infusión.


Están relajados, visten de manera informal y hacen gestos corrientes como frotarse un ojo o hurgarse los dientes con un palillo. Averigüemos ahora quiénes son estos tres pacíficos ciudadanos que disfrutan placenteramente del noble arte de la conversación en medio de una jornada laboral seguramente ajetreada y estresante. El que queda frente a la cámara  furtiva vistiendo chaqueta marrón se llama Julián Pérez – Templado y es a la sazón magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Murcia del que llegó a ser presidente. Enfrente suya, con una parka oscuro sin mangas, se sienta Cosme Ruiz, ex concejal del PP en el ayuntamiento de Murcia y recientemente nombrado vocal de la Junta Directiva regional de los populares. El tercer hombre, al que parece que se le ha metido algo en un ojo, aún está por identificar. 

Y llegamos así al meollo del asunto que es saber cuándo se vieron estos tres relajados señores para tomarse unas cañas en una tranquila terraza. Según el diario La Verdad de Murcia, que ha publicado la instantánea, eso ocurrió el 7 de marzo pasado, es decir, un día después de que prestara declaración como imputado en un caso de presunta corrupción urbanística el aún presidente de Murcia, el popular Pedro Antonio Sánchez. Se da la circunstancia de que el juez que le tomó declaración sólo un día antes de esta foto se llama Julián Pérez – Templado. Cosme Ruiz ha dicho que en absoluto hablaron del interrogatorio a Sánchez y que él y el juez son viejos amigos.

El Tribunal Superior de Justicia de Murcia guarda silencio y el portavoz del Gobierno, Íñigo Méndez de Vigo, ha venido a decir que en la capital pimentonera se conoce todo el mundo. De manera que, a juicio del ministro portavoz, no hay  nada extraño ni reprochable en el hecho de que el juez que instruye una causa por presunta corrupción contra toda un presidente autonómico se vea al día siguiente del interrogatorio con un dirigente del partido en el que milita ese presidente. 

Tampoco el Consejo del Poder Judicial ha dicho nada pero de ese mal llamado “gobierno de los jueces” poco cabe esperar a la vista de cómo ha actuado ante otros escándalos como el “Albagate ”, relacionado con las andanzas del magistrado Salador Alba de la Audiencia Provincial de Las Palmas. Espero impaciente la opinión de Mariano Rajoy aunque conociendo al presidente no me extrañaría nada que al ser preguntado por esta fea foto – y no me refiero a la calidad – se limitara a contestar que una caña es una caña.    

¿Qué hay de nuevo, nacionalidad?

El debate de la nacionalidad que se acaba de perpetrar en el Parlamento de Canarias ha cumplido con creces las expectativas puestas en él: ha dejado las cosas prácticamente como estaban antes de que empezara. No hablemos de que este debate tampoco haya supuesto un antes y un después en la vida de los canarios porque ni era eso lo que se pretendía ni era eso lo que se podía esperar. Tampoco es cuestión de pedirle higos a las tuneras ni tunos a la higuera.

Lo que hemos visto y ya sabíamos es que Fernando Clavijo está en minoría aunque, si no llevé mal las cuentas, esa palabra no la pronunció ni una sola vez durante el debate. Lo que sí hizo fue subirse a la máquina del tiempo para prometernos que dentro de 15 años los canarios más jóvenes serán capaces de chamullar en canario y en inglés. Es la fórmula con la que el presidente quiere rebajar las cifras de paro y exclusión social que padecemos los indígenas por ser tan negados para la lengua de Chespir.

Sabíamos y hemos corroborado que el PSOE tiene un intenso picor por todo el cuerpo desde que salió del gobierno. Tan mal anda la sanidad por la mala cabeza del PSOE – Clavijo dixit – que Patricia Hernández, ayer vicepresidenta del Gobierno y hoy disfónica portavoz socialista, no pudo conseguir hora en su centro de salud antes de comparecer en la cámara para, con voz cañaveral, cantarle las cuarenta en bastos de la sanidad a Clavijo. Su encendida defensa de la gestión del ex consejero Morera puso de manifiesto lo mucho que escuece en el PSOE este asunto y la poca capacidad de autocrítica de la que es capaz la ahora furiosa portavoz socialista.


Del popular Antona los antonólogos esperaban un indicio o una señal o una pista que les permitiera averiguar si sube o si baja, si viene o si va. Se han quedado con un palmo de narices: nadie lo sabe y empiezo a sospechar que Antona tampoco o si lo sabe no le dejan hacer lo que le pide el cuerpo. Su ambigüedad sobre si quiere ser parte contratante del gobierno minoritario de Clavijo o sólo bastón de apoyo parlamentario empieza a ser tan cansina que hasta el poco rutilante portavoz nacionalista, José Miguel Ruano, le ha tenido que pedir que diga de una vez cómo piensa convertir en hechos sus campanudas frases sobre la estabilidad, la gobernabilidad y otras hierbas con las que el búlgaro líder del PP nos lleva meses mareando.

¿Había alguien que no esperara que el primer premio a la mejor oratoria parlamentaria se lo llevaría una vez más Román Rodríguez? Seguro que no porque tiene aprobados con nota alta los exámenes de cómo ser incisivo en los debates cuerpo a cuerpo, sobre todo cuando el rival es Fernando Clavijo, al que incluso es capaz de sacar de su natural aletargamiento oratorio. El problema del “señor Román” es que sólo tiene 5 diputados y que le suele pasar como a esos futbolistas que se gustan tanto a sí mismos que  siempre hacen un regate de más y se les olvida tirar a puerta.

Tampoco ha sorprendido a nadie la portavoz de Podemos, Noemi Santana, quien da a veces la sensación de jugar en otra liga en la que con echar mano del manual de tópicos del día se despacha cualquier cuestión que se ponga sobre la mesa. Y por último, de Casimiro Curbelo sólo cabe decir que se ha convertido en un escudero tan fiel de Clavijo que CC en La Gomera - si es que existe - debería integrarse sin condiciones y sin tardanza en la Agrupación Socialista Gomera.


Y como traca final de debate tan apasionante, el primer resbalón serio de la era Antona en el PP con la propuesta firmada a tres manos con CC y Curbelo para que las Cortes no osaran tocarle una coma a la reforma del sistema electoral canario. Escenificando un pacto de gobierno de facto, el PP, que  hace dos años incluso se había puesto al frente de las manifestaciones que pidieron un cambio del sistema electoral, se plegó ayer encantando a los intereses de CC y de la ASG para que cualquier modificación se haga en Canarias, lo que puede ocurrir perfectamente cuando las ranas críen pelo. Hoy ha tenido que recular ante las críticas y lo propio han tenido que hacer, para no quedar retratados una vez más, CC y Curbelo. Ahora sólo se trata de que la reforma se haga en Canarias con criterios de proporcionalidad y con el objetivo de que se aplique en las elecciones de 2019, cosa que creeré cuando vea.

En cuento a las razones del segundo cambio de opinión de Antona en menos de 24 horas todo apunta más bien a la necesidad que tiene su partido de contar con el voto en Madrid del diputado de NC, Pedro Quevedo, que a la rectificación de un patinazo que cogió con el pie cambiado a sus propios compañeros del PP. Quevedo ha puesto como condición para apoyarle las cuentas estatales a Rajoy que el PP no bloquee el cambio del sistema electoral canario y puede que alguien, desde Génova, le haya tenido que pedir a Antona que procure no gobernarse solo ya que hay otros intereses en juego además de los suyos propios. Rocambolesco florilegio político para poner punto y final a un debate prescindible y que, por fortuna, no tardaremos en olvidar. 

Rajoy se enfada

Rajoy está enfadado y, cuando Rajoy se enfada, su recurso más socorrido es amagar con adelantar las elecciones. Esa actitud se puede calificar también de chantaje a la oposición: o me apoyas en todo y sin rechistar o te convoco unas elecciones anticipadas que se te va a caer el pelo. Si la amenaza viniera de otro podría ser preocupante pero viniendo de Rajoy sólo puede calificarse de cansina y aburrida. Rajoy lleva adelantando las elecciones desde que perdió la mayoría absoluta en las del 20 de diciembre de 2015. Su absoluta pasividad de entonces para conseguir apoyos que le permitieran continuar en La Moncloa y su convencimiento de que los restantes partidos  tenían que apoyarle por ser él quien es, no fue otra cosa que un intento de forzar una nueva convocatoria electoral que al final tuvo éxito.

Es verdad que a ese éxito contribuyó de manera determinante el “no es no “ de Pedro Sánchez que, en realidad, a Rajoy le vino muy bien para mejorar sus resultados en junio de 2016 mientras el PSOE reculó aún más. Empezó entonces la segunda parte de un culebrón con Rajoy remoloneando hasta que, al final y sobre la campana, asumió ser investido presidente del Gobierno. No pasó ni una semana y ya estaba Rajoy amagando de nuevo con adelantar las elecciones si la malvada oposición no le apoyaba los nuevos presupuestos generales o se le ocurría laminar las reformas que el PP aprobó sin consenso alguno y valiéndose sólo del rodillo de su mayoría absoluta en la legislatura anterior.


Y eso que una semana antes, en su discurso de investidura, Rajoy se había desecho en promesas de diálogo y consenso con todas las fuerzas de la oposición en un evidente discurso para aparentar lo que no es en absoluto, un estadista que antepone el interés general al de su partido. Muestra evidente de lo que a Rajoy parece importarle que España cuente o no este año con unos nuevos presupuestos que sustituyan a los prorrogados de 2016 es que a fecha de hoy, 20 de marzo, aún no los ha aprobado ni el Consejo de Ministros. Se sabe de contactos del PP con otras fuerzas políticas para sondear posibles apoyos, pero de números y objetivos no se sabe absolutamente nada casi cinco meses después de la investidura de Rajoy.

El revolcón parlamentario sufrido la semana pasada por Rajoy a propósito de la reforma del sector de la estiba ha llevado al presidente a agitar de nuevo el espantajo de las elecciones anticipadas. Por una vez y para variar, podía haber sorprendido a los españoles prometiendo que él, su gobierno y su partido se esforzarán más a partir de ahora en negociar con la oposición asuntos de calado como ese en lugar de intentar imponer un trágala a última hora, con nocturnidad, de prisa y corriendo. Sin desconocer el hecho de que también la oposición ha empleado el cálculo político al no respaldar al Gobierno en el asunto de la estiba, lo que no es de recibo es que Rajoy y los suyos consideren que ellos son los únicos que se pueden permitir ese cálculo interesado mientras los demás deben limitarse a asentir y votar todo lo que el Ejecutivo les ponga delante.

Eso sí que es una irresponsabilidad del Gobierno por más que éste y quienes le apoyan quieran hacer recaer la culpa sobre la oposición que, habrá que recordarlo una vez más, no es quien tiene la obligación de gobernar.  Andar amagando un día sí y otro también con adelantar las elecciones cuando la oposición te derrota en el parlamento, pone de manifiesto la inexistente cintura de Rajoy para la negocación y su completa incapacidad para comprender que los tiempos y los escenarios políticos han cambiado radicalmente y nada tienen que ver con los de la placentera mayoría absoluta. Por suerte para la democracia, aunque a Rajoy ni le guste ni lo entienda.  

Revolcón portuario

De histórica, con todas las letras y todo el merecimiento, cabe calificar la derrota parlamentaria sufrida hoy por el Gobierno a propósito de la reforma de la estiba portuaria. El real decreto ley que el Consejo de Ministros aprobó el 24 de febrero para dar cumplimiento a la sentencia de la justicia comunitaria que liberaliza la actividad ha quedado derogado después de que el PSOE y Unidos Podemos votaran en contra y de que Ciudadanos reculara en el último minuto y se abstuviera. Ya ha llovido lo suyo desde que el gobierno no se quedaba colgado de la brocha y sin decreto ley como le ha ocurrido hoy a Rajoy. Concretamente desde el año 1979 no pasaba nada igual y miren que se han aprobado cosas por la vía del real decreto durante esos casi 40 años.

Tal vez demasiadas, sobre todo en los periodos en los que el partido en el poder ha abusado de su mayoría absoluta y se ha dedicado a gobernar  por esa vía para ahorrarse engorros parlamentarios. No hay que irse muy lejos para encontrar uno de esos periodos de decreto y mando, en concreto el que va de 2011 a 2015, en el que casualmente también presidía el Gobierno Mariano Rajoy. Claro que ahora las cosas son muy distintas y cuando no se tiene mayoría absoluta como ocurre en la actualidad es mucho mejor acudir a la cámara con los deberes hechos que intentar pasar el examen con algún juego de manos de última hora para despistar a unos y a otros.


Lo intentó in extremis ayer tarde el ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, al ofrecer a los estibadores prejubilaciones a los 50 años con el 70% del sueldo que pagaríamos todos los españoles ya que las empresas no tardaron en ponerse de perfil. Pero ni por esas convenció a los estibadores, perfectamente conscientes de que pueden paralizar el país si se lo proponen, ni logró atraerse los votos suficientes de la oposición para que el decreto viera la luz. Claro que, de haberse aprobado, mañana habría empezado en este país una huelga portuaria de costosísimas consecuencias económicas. La derrota parlamentaria del Gobierno, además de poner de manifiesto lo mal que se lleva Rajoy con su situación política minoritaria, ha librado de momento al país de una huelga que seguramente hubiera costado mucho más que esa multa de 134.000 euros diarios que Bruselas nos impondrá a todos los españoles por no aplicar la sentencia comunitaria.

La cuestión es qué hacer ahora, después de que todo haya vuelto al punto de partida, sin decreto y sin negociaciones entre empresas, gobierno y trabajadores, una vez que el Ejecutivo se tomó la irresponsable libertad de ausentarse de la mesa de negociación. Pues eso es precisamente lo que hay que hacer de inmediato: sentarse las tres partes a negociar un acuerdo asumible por todos que encaje en lo que establece la legislación comunitaria que necesariamente debe aplicar España.

Lo que no valen son huídas hacia adelante como la que ha protagonizado Fomento para intentar pasar por buena una norma rechazada por los trabajadores, argumentando que la sentencia no dejaba margen a la negociación. Tampoco es de recibo que las empresas pretendan sacar provecho de la sentencia abogando por la liberalización y la precarización de unas tareas que requieren formación, seguridad y experiencia, con la excusa de reducir costes. 

Y, del mismo modo, tampoco es tolerable que los estibadores se atrincheren detrás  de una situación laboral a todas luces privilegiada, cerrada y hasta hereditaria que no tiene parangón en ninguna otra actividad económica: todos tendrán que ceder para encontrar la cuadratura del círculo en este asunto. Mientras, el Gobierno, en lugar de andar amagando con acortar la legislatura como está haciendo hoy tras este revolcón parlamentario,  lo que debería hacer es tomar de una vez buena nota de que gobernar en minoría no quiere decir que los demás partidos estén obligados a extenderle un cheque en blanco para que lo gaste a su antojo.    

Sí, soy tercermundista

Con evidente ánimo de ofender, el presidente de Repsol, Antonio Brufau, ha calificado hoy de “tercermundista” la oposición de la mayoría de la sociedad civil canaria a aquellas prospecciones petrolíferas con las que prometió convertir a los indígenas en jeques árabes de la noche a la mañana. Es una pena que más de dos año después de que Repsol asegurara que no había gas ni petróleo que extraer en las islas, a Brufau no se le haya pasado aún la rasquera de no haber sido recibido en Canarias con banda de música y alfombra roja por la generosa lluvia de millones y puestos de trabajo que, según él, nos iba a proporcionar el petróleo.

Despechado aún ha intentado hoy presentar como unos palurdos atrasados a los canarios y a las fuerzas políticas y sociales que con firmeza se opusieron a sus mentiras y a las de su valedor político y chico de los recados, José Manuel Soria. Peor para él si dos años después sigue sin comprender  - más bien sin querer comprender – las razones de aquel rechazo social mayoritario. Que no fueron sólo los riesgos para el medio ambiente y el turismo derivados de las prospecciones petrolíferas, sino la imposición política unilateral de una actividad peligrosa sin el más mínimo respeto por la opinión de las potenciales víctimas de un eventual desastre ecológico.  

Aquel mangoneo con los estudios de impacto ambiental y aquel desprecio para con quienes no veían ni ven en esa actividad más que un negocio privado con mucho más riesgo que oportunidades, fue lo que encendió una ola de protestas de la que la sociedad canaria que la alimentó debería sentirse orgullosa por mucho que a Brufau le parezca tercermundista. Por lo que a mi respecta, si tercermundista es no comulgar con ruedas de molino ni tragarme píldoras doradas sobre lluvia de millones de euros en inversión y beneficios, me declaro profundamente tercermundista. Hace tiempo que recelo de las cuentas de cristal con las que los colonizadores encandilaban a los indígenas para quedarse con sus riquezas.

Y si ser tercermundista es oponerse a la depredación oportunista de empresas como Repsol de la riqueza natural y medioambiental de estas islas, base de su economía y ya bastante machacada por otros intereses privados, me proclamo también tercermundista. Y lo soy también sí como tal se considera desconfiar profundamente de la promiscuidad entre el poder político y los intereses privados como se puso ampliamente de manifiesto en la gestión que José Manuel Soria hizo de este asunto desde el Ministerio de Industria.

Sí, soy tercermundista si por tal se entiende apostar por las energías limpias y no contaminantes antes que por las fósiles y sucias a mayor gloria del interés de una empresa privada que sólo responde a las legítimas aspiraciones de sus accionistas de obtener beneficios. Nunca creí que a Repsol le preocupara ni mucho ni poco el problema del paro en Canarias, esgrimido en más de una ocasión por Brufau para convencernos de las bondades de las prospecciones y, desde ese punto de vista, me declaro también acérrimo tercermundista.

Así que ya puede el señor Brufau olvidarse de Canarias y aprender por fin la lección de que comportamientos coloniales como el suyo ya no se estilan por muy poderoso que se sienta al frente de Repsol y por mucho apoyo político del que se disponga para hacer su santa voluntad. Ahora Brufau parece un chico con zapatos nuevos después de que Repsol haya descubierto un importante yacimiento petrolífero en Alaska. Le deseo mucha suerte y que con su pan se lo coma pero si vuelve por estas tercermundistas islas llamadas Canarias, será bienvenido siempre que deje en casa la arrogancia y traiga sólo el bañador y la sombrilla para disfrutar de sus playas.