Es costumbre
vieja en España canonizar a los muertos que hemos crucificado en vida. Cuando
alguien desaparece de la faz de la tierra no tardamos en elevarlo a los
altares y hacernos lenguas de sus
virtudes y bondades. Tal vez sea la excepción que confirma la regla pero tengo
para mi que en las reacciones y valoraciones con motivo del prematuro
fallecimiento ayer de Carme Chacón predomina la sinceridad. Puede que en
algunos casos sea algo más forzada que en otros pero me parece – o al menos eso
quiero creer – que no hay doblez ni hipocresía en ninguna de ellas. Y no
debería haberla porque la política socialista fallecida ayer con tan sólo 46
años de edad, demostró valentía y carácter en donde cualquier otra personas
afectada por el mismo problema de salud que ella padecía tal vez se hubiera
retraído y echado atrás.
Esa valentía junto
a la pasión y la firmeza con la que defendió sus convicciones políticas sin
renunciar al diálogo y al entendimiento con quienes no pensaran igual que ella, la hacen merecedora de las condolencias
sinceras y sentidas por parte de quienes fueron sus rivales políticos además de
por sus propios compañeros. Carme Chacón no era una advenediza en busca de
medrar para conseguir un cargo público, sino alguien que sintió y vivió la
política como una manera noble y honrada de servir a los demás. De otro modo no
se entendería su temprana afiliación a las Juventudes Socialistas con sólo 16
años, iniciando así una carrera política
que la llevó a convertirse en la primera mujer española en poner firmes a los
militares de este país, con toda la carga política y simbólica que eso implicaba.
Se escribió
mucho en su momento sobre si su nombramiento para el Ministerio de Defensa fue
uno de los habituales golpes de efecto de los que gustaba José Luis Rodríguez
Zapatero y sobre cosas como si su decisión de pasar revista a las tropas en
avanzado estado de gestación fue una pose para la foto. Tanto da si fue o no
con esa intención porque, de hecho, los chistes, chascarrillos y burlas machistas
con los que se recibió por parte de algunos su nombramiento para dirigir la
política de defensa, pusieron de manifiesto la necesidad que tenía este país de
que una mujer pudiera mandar sobre los militares sin que nadie se removiera en
su tumba ni apelara a conceptos casposos como la virilidad o la hombría.
Junto a su
paso por el Ministerio de Defensa, el otro hecho que marcó su carrera política
para siempre fue sin duda su derrota ante Alfredo Pérez Rubalcaba en la disputa por la secretaría general del PSOE. Puede que me equivoque pero
siempre he tenido la sensación de que Chacón nunca superó del todo haber
perdido aquella suerte de primarias por sólo 22 votos de diferencia frente a su
rival. Lo cierto es que a partir de ahí pareció dar un paso a un costado hasta
que el año pasado renunció a ir en las listas socialistas para las elecciones
del 26 de junio y optó por incorporarse a un bufete de abogados de Madrid.
Aunque sea
hacer historia contrafáctica, es muy probable que el PSOE actual fuera otro si
en aquella pugna con Pérez Rubalcaba hubiera sido ella la ganadora. Sin
embargo, entonces – y puede que también ahora – el aparato pudo más que su
fuerza y su convicción para liderar a los socialistas españoles. Con su
retirada de la primera línea de la política perdió el PSOE un valiosísimo
activo y con su desaparición ayer es el país quien pierde a una mujer valiente que
con aquel famoso y emblemático ¡capitán, mande firmes! trazó un antes y un
después en la lucha por la igualdad en España.
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