Aterriza como puedas

A quienes advertimos hace dos años de que no pasaría mucho tiempo antes de que el gobierno español pusiera en almoneda la mayoría de las acciones de AENA, los hechos llevan camino de darnos la razón. Por desgracia, porque hablamos de poner el interés general en manos del interés privado y vender al mejor postor una de las últimas perlas de la corona pública de este país, la red de aeropuertos nacionales. La operación aún no se ha definido pero las intenciones del nuevo ministro de Fomento son bastante claras: explorar todas las posibilidades sobre el futuro de AENA incluyendo la de que el Estado se desprenda del 51% de las acciones que se reservó en la privatización que impulsó Ana Pastor en 2014.

Entonces, el Gobierno y sus corífeos intentaron convencer a los ingenuos y despistados de que el interés público primaría sobre el privado porque el Estado mantenía el control mayoritario de la empresa. Así y todo, el proceso de privatización del 49% de la compañía fue de todo menos transparente y el dinero que ingresaron las arcas públicas por desprenderse de casi la mitad de las acciones de AENA quedó muy por debajo del precio de la compañía en el mercado. En otras palabras, un negocio redondo para las empresas privadas que se hicieron con el pastel y que ahora nos obligan a pasar por las tiendas de tabaco, licores y perfumes de los aeropuertos para acceder a las salas de embarque.


Pronto se ha cansado el Gobierno de defender el interés público si, por lo que parece, empieza ya a preparar los trámites para quedarse en minoría y que sea el sector privado el que haga y deshaga en función de la cuenta de resultados. El argumento que esgrime ahora Fomento para vender AENA es que eso le permitirá ganar competitividad “en el exterior”. Confieso que he tenido que leer varias veces la información para convencerme de que no había un error: a Fomento la importa más que las empresas que se queden con AENA ganen dinero en el extranjero que la gestión pública de una red aeroportuaria por la que transitan cada año buena parte de los casi 70 millones de turistas que visitan España. Para un país como el nuestro, los aeropuertos son una infraestructura de trascendental importancia estratégica para la economía y la movilidad de los ciudadanos que no pueden quedar al albur de las leyes del mercado y de los consejos de administración.

Si hay un territorio en donde los planes de Fomento deberían haber encendido todas las alarmas ese es Canarias. Por los aeropuertos de las islas pasan al año casi 14 millones de turistas que representan un tercio de la economía regional y otro tanto del empleo. Por sólo citar un riesgo, una subida de las tarifas aeroportuarias para hacer caja espantaría a las compañías aéreas que no tardarían en llevarse a sus clientes a otros destinos sin pensárselo dos veces. Los aeropuertos canarios son, además, un elemento de cohesión social insustituible en tanto facilitan la movilidad interinsular de los ciudadanos. Atendiendo a la cuenta de resultados y al valor de las acciones, los aeropuertos de las islas menores pasarían a ser simples unidades de explotación deficitarias que no tardarían en ser eliminadas o reducidas a la mínima expresión.

Sin embargo, el riesgo que comporta un control privado mayoritario de nuestros aeropuertos apenas ha merecido algún tímido amago de reivindicar competencias sobre su gestión y un par de preguntas parlamentarias de las que se despachan en cinco minutos y no sirven para nada. El envite merecería que las fuerzas políticas y los agentes económicos y sociales, además de la sociedad en su conjunto, hubieran elevado ya la voz para oponerse con contundencia al riesgo que representa que los aeropuertos de Canarias queden cautivos de intereses privados. En lugar de eso perdemos tiempo y energías en las insufribles peripecias del pacto de gobierno, la triple paridad y el sunsun corda  mientras los asuntos de verdad trascendetales para estas islas siguen esperando que alguien tenga a bien ocuparse de ellos.  

Échame a mi la culpa

Si el PP no quiere convertirse en un obstáculo democrático debería afrontar una profunda regeneración que, en ningún caso, puede pasar porque la lidere alguien como Mariano Rajoy. Sin embargo, su reciente designación como único candidato a la presidencia del PP en el congreso de febrero es la muestra más fehaciente de que entre los objetivos del cónclave no está convertirse en un partido nuevo que, frente a la corrupción, no sólo presuma de que adopta medidas sino que las adopte de verdad. Las que impulsó en su etapa de mayoría absoluta fueron insuficientes y pacatas por mucho que a Rajoy y a los suyos se les llene la boca alabándolas. La actitud habitual del  presidente y de una inmensa mayoría de los cargos públicos y orgánicos del PP ante la corrupción en sus filas ha sido la de callar cuando no minimizar, individualizar y, sobre todo, recurrir al “y tú más”.

Confiando en un electorado que les es fiel aunque los casos de corrupción rodeen al mismísimo presidente, los populares se aferran a toda suerte de coartadas y atajos para justificar comportamientos intolerables en la vida pública. Pero pueden cometer un error de consecuencias fatales para su futuro si dan por hecho que sus votantes son eternos y que la vida política española no puede sufrir cambios que tornen en lanzas lo que hoy son cañas. Hace poco más de dos años nadie hubiera apostado porque hoy gobernara un partido en minoría y el escenario político se hubiera fragmentado como lo ha hecho, algo de lo que en buena medida el PP y el PSOE actuales son causa y efecto al mismo tiempo.


La desproporcionada reacción de los populares ante el fallecimiento de Rita Barberá es otro ejemplo, el más reciente, de que en su ADN no termina de instalarse la prudencia y la mesura cuando se trata de corrupción en sus filas o en las de los demás partidos. Inscribir en el martirologio popular a alguien a quien hace sólo dos meses se había obligado a abandonar el partido porque estorbaba a que Mariano Rajoy fuera investido presidente, es cínico y deja al descubierto una preocupante mala conciencia por parte de dirigentes como el portavoz Hernando.

Su reacción y la de Celia Villalobos acusando a los medios de “hienas” y de haber “condenado” a Barberá merece figurar por derecho propio en el libro de honor del despropósito político. Es cierto que, buscando notoriedad y negocio,  hay medios de comunicación que han confundido deliberadamente la crítica y la exigencia de responsabilidades políticas con el más absoluto desprecio a la presunción de inocencia.  Pero no han sido todos y, así como en el PP la inmensa mayoría de sus militantes, cargos públicos y orgánicos no son unos corruptos, tampoco todos los medios de comunicación han “mordido” a Rita Barberá o la han “condenado” a muerte.

Hay que rechazar tajantemente ese tipo de peligrosos mensajes porque detrás se puede esconder la inconfesable intención de que los medios se autocensuren y dejen de cumplir una de sus funciones primordiales en un sistema democrático: la crítica política y la denuncia de comportamientos incompatibles con la ética que se requiere en la vida pública.  Una prueba más de que el PP actúa en este y en otros asuntos por mero cálculo político y no por convicción democrática es el intento de rebajar los acuerdos sobre corrupción firmados con Ciudadanos a cambio del apoyo a la investidura de Rajoy. De buenas a primeras, el fallecimiento de Barberá le sirve al PP para disparar indiscriminadamente contra los periodistas y para rebajar un acuerdo sobre corrupción del que Rajoy presumió en su sesión de investidura.

Lo suyo hubiera sido intentar extenderlo al resto de las fuerzas políticas y consensuar a qué altura debe estar la barrera judicial para que alguien salga de la vida pública o siga en ella. Si el PP quiere hacer creíble su regeneración, aunque lo tiene muy difícil, debe empezar por acabar con la práctica de orientar el ventilador de la porquería en todas las direcciones menos en la suya. Exigencia que, por supuesto, es de aplicación al resto de las fuerzas políticas y que debe ir acompañada de una profunda reflexión sobre la respuesta que la sociedad y los medios dan a esta lacra: ¿es la corrupción un castigo divino consustancial a toda actividad política o es posible erradicarla de la vida pública si hubiera auténtica voluntad de hacerlo? Esa es la cuestión. 

Si te quieres dir...

Sospecho que CC y el PSOE no asistieron a los cursillos prematriomoniales antes de estampar sus respectivas firmas al pie del acta de sus esponsales. O eso o faltaron a clase el día en el que se explicaron las virtudes que deben presidir el sagrado sacramento de los matrimonios políticos: tolerancia, respeto, sacrificio y amor, cantidades industriales de amor para saber perdonar y aceptar los defectos y humanos errores de la otra parte contratante. Sobre esos pilares inmarcesibles se han levantado históricamente las grandes alianzas políticas de conveniencia hasta que las siguientes elecciones o la traición las han destruido y vuelto a levantar más adelante, o no. Hay que aclarar que las citadas virtudes deben ser escrupulosamente observadas por ambos contrayentes y no sólo por uno de ellos ya que eso da lugar a la situación en la que vive en un sin vivir permanente el pacto canario de gobierno.  

El año y medio que hace ya desde que CC y el PSOE decidieron compartir el mismo techo ha sido un continuo desasosiego y disgusto. Al día siguiente mismo de que los contrayentes se intercambiaran las arras, ya estaba la primera parte contratante haciéndole la vida imposible a la segunda parte: que si una patadita en las canillas en aquel ayuntamiento, que si una puñaladita trapera en un cabildo, ahora unas declaraciones en público poco favorecedoras de sus cualidades, después un yo me lo guiso y yo me lo como y no te digo nada y así, suma y sigue. La segunda parte contratante, mientras tanto, ha respondido con beatífica mansedumbre y ha contado hasta cien millones antes de elevar la voz.


Pero cuando lo ha hecho, no ha sido tanto para quejarse de la mala vida que le da la primera parte como para proclamar  lo bueno y beneficioso que es este matrimonio que deberíamos mantener per secula seculorum y más allá, digan lo que digan los demás, que cantaba Raphael. La primera parte también comparte en público lo bueno que es haber conocido a la segunda parte y haber ido con ella al altar, aunque eso no le impide hace manitas sin mucho disimulo con una tercera parte que aspira a sustituir a la segunda en cuanto se presente la oportunidad y la ocasión.

Dos millones de canarios siguen con pasión y capítulo tras capítulo un culebrón que a poco que nos descuidemos va a durar más que “Simplemente María” y “Ama Rosa” juntas. A diario se preguntan de dónde saca tanta paciencia como demuestra la segunda parte y concluyen que si el santo Job gastara picadura y militara en el PSOE ya se le habría rebosado la cachimba hace tiempo y habría decidido que es mucho mejor vivir solo que mal acompañado.

El nuevo capítulo de la saga que protagoniza esta desavenida pareja tiene como argumento principal un impuesto que está dando más guerra que los diezmos y primicias de la Iglesia y del que tengo la sensación que se lleva hablando desde la última glaciación sin que la madeja se desenrede. Disgustada la segunda parte con los criterios de la primera para gastarse las perras del impuesto, se ha levantado de la mesa del salón y ha dado un portazo alto y fuerte.

Yo, ciudadano al que le gusta estar al cabo de la calle y que ha seguido con atención digna de mejor causa las interminables discusiones de la pareja en cuestión, soy incapaz de predecir si esto que suena es devuélveme el rosario de mi madre y quedate con todo lo demás, lo tuyo te lo envío cualquier tarde, no quiero que me nombres nunca más. Tengo para mi que es más bien un si te quieres dir dite, que yo no te juleo respondido por un échame si te atreves que yo de aquí no me meneo. Y así, pasando y pasando el tiempo, la relación de nuestra pareja se parece cada día más al cruce de un diálogo de los hermanos Marx con una canción de Pimpinela.   

Fidel ante la historia

Los juicios apresurados tienen el riesgo de terminar en sentencias injustas y el buen jugador debe templar la pelota antes de repartir juego. Juicios con sentencias apresuradas condenando o absolviendo a Fidel Castro hemos podido leer decenas este fin de semana, pero que intenten al menos ser ecuánimes y tener en cuenta agravantes y atenuantes sólo unos pocos. Habida cuenta de que hay mucha gente que sólo sigue viendo en Fidel un dechado de virtudes políticas y humanas, cabe aclarar de antemano que, bajo mi punto de vista, el mandatario muerto ha sido un autócrata que durante más de cinco décadas ha sojuzgado las libertades políticas y los derechos humanos de todo un pueblo, el cubano.

Y eso, por mucho que se quiera, no se puede obviar ni justificar con la excusa de las circunstancias históricas, la resistencia ante el imperialismo estadounidense o los avances innegables en sanidad o en alfabetización registrados en Cuba. Porque los derechos sin pan son tan inútiles e injustos como el pan sin derechos y, por desgracia para ellos, los cubanos llevan más de medio siglo sin que les sobren de ninguna de ambas cosas. Castro no fue un demócrata no porque no le dejaran los Estados Unidos sino porque no quiso serlo.


La leyenda trenzada en torno a su numantina resistencia ante Estados Unidos se tambalea cuando se recuerda que no tuvo reparos a la hora de entregarse con armas y bagajes al imperialismo soviético, tan expansionista e intervencionista como su contrario. Con la ayuda muy interesada por razones geoestratégicas de la Unión Soviética, Castro apoyó las guerrillas latinoamericanas y africanas que – es justo reconocerlo – pusieron sobre el tablero internacional las miserables condiciones de vida en muchos de esos países y alimentaron esperanzas entre millones de desposeídos de todo el mundo. El líder cubano encabezó también un movimiento de países falsamente “no alineados” que, sin embargo, estaba mucho más cerca de las posiciones de Moscú que de las de Washington y que se usó de forma permanente como caja de resonancia de la política internacional soviética.

Con todo ello y con su innegable destreza para la estrategia política, el comandante consiguió distraer la atención y mantener a raya a su poderoso vecino mientras se perpetuaba en el poder hasta que la muerte lo ha separado definitivamente de él. Fue esa gigantesca e influyente proyección internacional y su innegable carisma, devenido en mito revolucionario mundial,  el que le granjeó a Fidel las simpatías y el apoyo acrítico de una izquierda occidental y de una burguesía nacionalista que, sin embargo, no dudó en mirar para otro lado y hacer oídos sordos ante la vulneración constante de las libertades y de los derechos humanos en Cuba.


Era la izquierda que pedía esas mismas libertades para los españoles pero que, mientras escuchaba y cantaba las canciones de Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, no tenía nada que reivindicar para los cubanos, salvo tal vez que Fidel no muriera nunca. Y lo sé bien porque yo, como muchos otros, nunca quisimos dar crédito a las noticias sobre torturas, purgas, ejecuciones y destierros en Cuba ni creímos que debiera haber otro partido que no fuera el comunista o que debiera existir libertad de expresión y de prensa. Todo eso se tenía por burda propaganda yanki o en el mejor de los casos por decisiones dolorosas pero inevitables para defender la revolución de sus enemigos internos y externos.


Con todo, la muerte de Fidel Castro no es el fin del castrismo, al menos mientras su hermano Raúl mantenga las riendas del poder en sus manos. Por mucho que la presidencia que asumió hace diez años haya supuesto alguna tímida apertura política y económica, no hay ningún elemento de juicio que permita atisbar cómo será el futuro de la isla cuando Raúl Castro, que ya no es un jovencito llegado de Sierra Maestra, también desaparezca del escenario político. Por otro lado, la presencia de un personaje como Donald Trump al frente de los Estados Unidos abre si cabe más incógnitas sobre la posibilidad de que los cubanos puedan avanzar  de manera pacífica hacia un régimen político abierto en el que se respeten los derechos humanos y las más elementales libertades políticas y hacia una economía menos dependiente del exterior y capaz de satisfacer las necesidades del país. Aunque sí hay un riesgo cierto y es que, con la excusa de la necesaria democratización del régimen político, Cuba cambie su dependencia actual de China y Venezuela por la de Estados Unidos como ocurría hace casi seis décadas.

“La historia me absolverá”, dijo Fidel en su defensa cuando fue juzgado por el fracasado asalto al cuartel Moncada en 1953. Con sus luces y sus muchas sombras, la historia ya considera a Fidel desde hace tiempo una figura política clave e irrepetible en el devenir de la segunda mitad del siglo XX y no es – o no debería ser – función de los historiadores condenar o absolver a nadie. Esa es potestad exclusiva de los pueblos y son por tanto los cubanos, a la luz de la historia de más de cinco décadas de castrismo con todas sus consecuencias, los que tienen la última palabra. 

Vino un chino

Si por una escala de unas horas ha faltado el canto de un pelo para nombrar al presidente chino hijo adoptivo, por una visita de verdad le hubieran encargado el pregón de las próximas fiestas del Pino. Aún dudo si elegir la carpeta de lo esperpéntico, la de lo ridículo o la de lo patético para clasificar algunas reacciones mediáticas y políticas con motivo del rato que ha estado Xi Jimping en Gran Canaria mientras su nutrido séquito echaba una cabezada y le ponía queroseno al avión antes de continuar rumbo a casa. De todo eso un poco creo que ha habido en las carantoñas dispensadas al Gran Timonel quien, seguramente, habrá tenido que pedir ayuda a alguno de sus asesores para que le señalara en el mapa el lugar del mundo en el que tenía el honor de sentar sus posaderas.

Uno comprende que haya gente a la que se le hacen los ojos chiribitas pensando en que si una pequeñísima parte de los 1.300 millones de chinos que hay en China se le ocurre hacer turismo en Canarias, petamos los hoteles hasta en los años bisiestos y tendríamos que construir un resort con spa a los pies del Roque Nublo. También es de humanos soñar con grandes negocios portuarios a lomos del comunismo capitalista chino, que va por África y Latinoamérica arramblando con las materias primas para mantener sus chimeneas fabriles expulsando humo negro las 24 horas del día.


Todas esas ensoñaciones podrían tener alguna posibilidad de convertirse en realidad si al menos la escala hubiera sido una visita y la misma hubiera tenido una cobertura mediática internacional. Sin embargo, no me consta que, además del equipo médico habitual de la televisión comunista china y el Diario del Pueblo, figuraran en la expedición corresponsales del New York Times, el Times o el Pravda. Incluso tengo para mi que el propio presidente andaba un tanto azorado ante el desparrame político y mediático local que le acompañó desde su llegada hasta su marcha. Si se fijan bien en la foto en la que aparece repatingado en una silla a dos prudenciales metros de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría de chaqueta políticamente correcta, notarán un gesto de incredulidad ante lo que ven sus ojos.

Tal vez por eso se dignó dejar un piropo sobre lo buenas que estaban las papas con mojo y los hermosos paisajes de la isla. Lo cual tiene mucho mérito si consideramos el hecho que todo el paisaje que pudo ver fue el  del aeropuerto al hotel, vergel de belleza sin par como todos sabemos. Es una lástima que viniera en régimen de todo incluido y no saliera del hotel para darse una vuelta por los múltiples centros comerciales próximos y comprara unos turrones de La Moyera y una botellita de ron miel para brindar con los camaradas en Pekin.

Y hablando de camaradas, lo que sí he echado en falta entre tanta loa al Amado Líder sin boina es algún artículo, declaración o comentario alabando el escrupuloso respeto a los derechos humanos y a las libertades políticas que preside la ejecutoria del Partido Comunista de la República Popular China. Pero no nos pongamos exquisitos y confiemos en que la próxima vez que Evo Morales haga escala en Canarias reciba el mismo tratamiento que Jimping,  porque en la anterior el pobre presidente boliviano estuvo a punto de dormir en el cuartelillo con poncho y todo.  

Violencia machista: una lucha titánica

Si con motivo de la celebración mañana del Día contra la Violencia de Género erizara este post de fríos porcentajes no me quedaría satisfecho. Y no por falta de materia prima sino por gélido. Estadísticas sobre el drama social de la violencia machista hay en cantidades industriales, pero apenas dicen nada del sufrimiento y la humillación por el que pasan las mujeres víctimas del machismo del que muchas no sobreviven para contarlo; o si han tenido el valor de contarlo y denunciarlo tampoco terminan de sentirse completamente liberadas y a salvo. Me podría detener a especular sobre si el incremento de las denuncias por malos tratos se debe a que hay más casos, a que se denuncian más ahora o a ambas causas. Del mismo modo podría explayarme largo y tendido sobre el ambiente familiar, la escuela, el entorno o las redes sociales para intentar comprender cómo es posible que, después de años de campañas de mentalización, aumenten los casos de violencia de género entre los jóvenes.

Pero nada de eso me satisfaría porque supondría quedarse meramente en los síntomas. Porque síntomas de un problema mucho más profundo y enquistado durante siglos son las  muertes, los malos tratos, las denuncias, la carencia de sensibilidad a veces por parte de quienes tienen la obligación de aplicar la ley o el acoso y la violencia entre menores. Al final, esos comportamientos y otros muchos que podríamos traer a colación no son otra cosa que la expresión de una cultura pensada y dominada por y para los hombres y en la que las mujeres figuran apenas como elementos del decorado social. 


No quiero decir que no sean importantes los datos ya que nos fotografían el instante y la evolución del problema del que, no obstante, no pueden ser otra cosa que el reflejo y no siempre muy fidedigno de la causa. Y la razón por la que a veces se nos viene el alma a los pies y nos preguntamos cómo es posible que sigan muriendo mujeres a manos de sus parejas o de sus ex parejas después de tantos años de lucha, de campañas, de leyes y de condenas es que la tarea es titánica y agotadora y los avances siempre decepcionantes con respecto a las expectativas y a la gravedad del drama.

Pero, aunque a pequeños pasos, se avanza. Porque avance esperanzador ha sido que todos los partidos políticos con representación en el Congreso hayan acordado impulsar un gran pacto de Estado para reforzar la lucha contra la violencia sobre las mujeres. Incluye el acuerdo adecuar la Ley Integral de Violencia de Género en vigor desde 2004 y que va necesitando ya una puesta al día. Así por ejemplo, el fenómeno de las redes sociales como canal de circulación de nuevos tipos de violencia sobre las mujeres, no tenía entonces ni de lejos la dimensión y la penetración que ha alcanzado en los últimos años entre amplias capas de la población, principalmente entre jóvenes y menores.

Son esos pasos y otros similares los que nos van acercando al objetivo, bien es verdad que de manera mucho más despacio de lo que nos gustaría. Sin embargo, hay que recordar que las investigaciones de los historiadores sociales han puesto de manifiesto que las mentalidades más arraigadas pueden tardar muchas décadas en evolucionar hasta desaparecer por completo y el machismo es probablemente una de la más  incrustadas de todas en los genes masculinos.

Conviene por tanto que seamos conscientes de que la lucha es larga y dolorosa y que hay que ser muy perseverante para que llegue el día en el que esta vergüenza humana que llamamos violencia machista figure sólo en los libros de Historia como una de las peores expresiones, si no la peor,  de la condición masculina. A pesar de las derrotas y del cansancio, mañana, pasado y al otro tenemos que seguir aportando nuestro esfuerzo en nuestros respectivos ámbitos para hacer realidad que ellas y nosotros somos seres humanos merecedores de la misma dignidad, del mismo trato y de los mismos derechos. 

Rita y la desmesura

No está la mesura entre las virtudes nacionales. Ni siquiera ante la muerte somos capaces de guardar las formas y separar el respeto por la persona fallecida de nuestra consideración sobre lo que hiciera o dijera en vida. Con el difunto aún de cuerpo presente nos lanzamos sobre él para elevarlo a los altares o enviarlo a los infiernos. No hay termino medio, o blanco o negro, o santo o demonio. Tras la muerte esta mañana de Rita Barberá víctima de un infarto, en apenas minutos los instintos más primitivos se impusieron a las más elementales normas de educación, respeto y cortesía. 

Las redes sociales se llenaron inmediatamente de mensajes denigrantes para la fallecida a la que, después de muerta, se la ha linchado a placer y en la inmensa mayoría de las ocasiones desde el anonimato más cobarde. Si quieren estomagarse de veras echen un vistazo a los comentarios que acompañan las informaciones sobre el fallecimiento de Barberá en las ediciones digitales de los medios. Aquellos a quienes la sensibilidad y la consideración hacia la vida humana les sigan pareciendo valores a preservar y ejercer sentirán ganas de vomitar. Yo las he sentido. 

El lamentable despropósito empezó muy de mañana en las filas del propio PP, el partido al que Barberá perteneció hasta el otro día y que la dejó caer después de haberle hecho la ola y defenderla hasta la extenuación. Escuchando esta mañana a algunos dirigentes populares nadie diría que Barberá ya no era militante del PP y que no estaba siendo investigada en el Supremo por presunto blanqueo de dinero. Confundiendo también que el reproche ético y político del que era merecedora Barberá por aferrarse al cargo a pesar de su situación judicial nada tenía que ver con el respeto a su presunción de inocencia,  algunas como Celia Villalobos no dudaron en caer el más absoluto de los despropósitos al acusar a la oposición y a los medios de “haberla matado”.


Escuchando sandeces de ese calibre es legítimo preguntarse porqué el partido la forzó a irse al Grupo Mixto del Senado y porquá la trató como una apestada si Rita Barberá era el crisol de las virtudes políticas de este país. O quienes piensan como Villalobos son unos cínicos redomados o en el PP hay mucha mala conciencia que ahora  intentan calmar otorgándole a Barberá la palma del martirio.

Pero así como no es de recibo pretender convertirla en una santa tampoco lo es enviarla al averno faltándole al respeto más elemental a quien ha desaparecido para siempre. El desplante de Pablo Iglesias y los suyos ausentándose del Congreso cuando se guardaba un minuto de silencio en recuerdo de una persona que formó parte de las Cortes, es una nueva prueba de que, para Podemos, todo aquello que sirva para acaparar protagonismo mediático debe hacerse. Interpretar el minuto de silencio como un homenaje político a Barberá denota mezquindad, soberbia, torpeza y desprecio por parte de alguien que no tiene en cambio empacho alguno en apoyar y ensalzar a personajes como Arnaldo Otegui.

Barberá no pasará a la historia como un dechado de virtudes políticas, eso nadie lo podrá discutir, y nadie con dos dedos de frente puede pretender tampoco que no se la criticara incluso con dureza por ello y se pidiera que se apartara de la vida pública. Pero hasta esta mañana antes de morir Rita Barberá era inocente de los cargos por los que estaba siendo investigada y ahora que ha muerto sólo corresponde expresar el pésame a sus allegados. Todo lo demás, sea para canonizarla o para condenarla, es desmesura y despropósito en un país en el que sigue habiendo demasiada gente y demasiados políticos que hasta de la muerte hacen un discurso electoral.    

Pensión Báñez

Sanidad, educación y pensiones públicas son los tres elementos que definen y caracterizan un estado del bienestar acosado en la actualidad por el neoliberalismo con la impotencia e incluso la connivencia a veces de la socialdemocracia que lo engendró y desarrolló. En España somos testigos y víctimas de los recortes en sanidad y educación a mayor gloria del sagrado déficit público que sigue presidiendo  la política económica. Las pensiones no han sido ajenas a esa realidad:  primero con la ampliación de la edad de jubilación aprobada por Zapatero y luego con la desvinculación entre revalorización anual de las pensiones e IPC con Rajoy al frente del Ejecutivo. Sin contar otras medidas como el factor de sostenibiliad que vincula la cuantía de la pensión a la esperanza media de vida que aún no han entrado en vigor.

Sin embargo, el problema principal para el futuro de las pensiones no es que se viva demasiado tiempo después de jubilarse o que el incremento anual haga insostenible el sistema.  El problema era y sigue siendo el empleo y los salarios, por los suelos ambos desde el comienzo de la crisis. En cierto modo lo ha venido a reconocer hoy la ministra Báñez en su comparecencia ante la Comisión del Pacto de Toledo del Congreso. En su diagnóstico de la situación ha admitido que el 70% del déficit que padece la Seguridad Social se debe a la caída del empleo en los años más duros de la crisis.


Si entre las virtudes de Báñez figurara la autocrítica tendría que haber explicado la razón por la que el descenso del paro en los últimos meses no ha enderazado la situación. Primero el PSOE y después la propia Báñez son los responsables de sendas reformas laborales que facilitaron el despido y la depreciación salarial, causas centrales del déficit que sufre hoy la Seguridad Social y de las telarañas que en un año como mucho empezará a criar una hucha de las pensiones que la ministra se ha pulido sin prisas pero sin pausa. Además de olvidarse de que lleva cuatro años en el ministerio y de que alguna responsabilidad tendrá en la incertidumbre que reina sobre el futuro de las pensiones, Báñez ha propuesto tres medidas de las que no se puede decir que sean ni originales ni suficientes para que efectivamente el sistema no quiebre.

 En primer lugar – y obviando una vez más el mea culpa – propone dejar de pagar con cargo a la Seguridad Social y cargar a los presupuestos del Estado las tarifas planas para la contratación indefinida que con tanto entusiasmo ella misma ha defendido durante todos estos años. Y eso a pesar del contrasentido que supone aprobar una reforma que dispara la temporalidad laboral y luego dar dinero público a los empresarios para que conviertan los contratos temporales en indefinidos. En segundo lugar propone lo que muchos expertos vienen sugiriendo desde hace años: cargar también a los presupuestos las pensiones de viudedad y orfandad. Por último ha lanzado una advertencia a navegantes para que los autónomos paguen más a la Seguridad Social, eso sí, de forma voluntaria, al menos por ahora.

De la posibilidad, por ejemplo, de tocar al alza algunos tramos altos del IRPF para financiar las pensiones ni una palabra le hemos escuchado hoy a una ministra que dedicó buena parte de su comparecencia  a autoalabarse. Pero el PP ya no tiene mayoría absoluta y, de hecho, la presencia hoy de Báñez ante la Comisión del Pacto de Toledo es una consecuencia de ello. Es por tanto el momento de que la mayoría social y política de este país se ponga de acuerdo para garantizar la sostenibilidad del sistema y la dignidad de las pensiones de quienes, después de una vida de esfuerzos y aportaciones, tienen derecho a disfrutar de una jubilación sin sobresaltos económicos.  En otras palabras, es el momento de un gran pacto de estado en el que caben todos los que de verdad creen que el estado del bienestar es algo más que un bonito concepto para utilizarlo en los mítines. 

Piel de elefante

De Mariano Rajoy ha dicho hoy Ángela Merkel que, como dicen en Alemania, “tiene piel de elefante". Creo que Merkel no podía describir mejor y con menos palabras el carácter político de su admirado presidente del Gobierno español, el político más fiel y cumplidor de sus medidas de austericidio que podía encontrar en la Unión Europea. Mariano Rajoy es un paquidermo - grupo de mamíferos herbívoros, de tamaño y peso grandes y con la piel gruesa y dura que incluye elefantes o hipopótamos - al que las críticas, por muy duras y fundamentadas que sean, literalmente le resbalan. Incluso las que proceden de su entorno político más próximo, pocas pero aceradas como las que suele hacer a veces la lideresa Aguirre, le producen poco más que un leve cosquilleo. 


Los ataques por la corrupción y de la que con seguridad sabe mucho más de lo que aparenta, son para él pequeños tábanos que despacha con un displicente “todo es falso salvo algunas cosas que están ahí” y sigue rumiando tranquilamente. Si las críticas tienen que ver con sus inmisericordes recortes a mayor gloria de su admiradora Merkel, el efecto no es mayor que el de una leve pluma posándose sobre su piel de paquidermo. Y si se le acusa de prometer una cosa y hacer la contraria el color de su piel sigue siendo exactamente el mismo: jamás veremos ponerse colorado a Rajoy porque alguien le eche en cara haber mentido  a todo el país. Expresar sentimientos y estados de ánimo no está en sus genes políticos y por tanto no tiene reflejo alguno en su epidermis, salvo que le den una galleta como en Pontevedra.

Rajoy tampoco cometerá nunca el error de entrar en una cacharrería y ponerlo todo patas arriba. Él esperará en la puerta a que salgan sus rivales y dejará que den vueltas a su alrededor hasta que terminen agotados y se rindan. Entonces actuará como un paquidermo: lenta y pesadamente pero con el convencimiento de que su movimiento será inexorable. Porque Rajoy no sólo tiene la piel de un elefante sino que actúa como uno de ellos. Apenas se mueve si no es por comida y cuando lo hace sus pasos son cortos y premiosos pero seguros.

Su posición favorita es la inmovilidad absoluta, sabedor de que el movimiento alocado termina en mareo o en algo peor. Si buscan un ejemplo piensen en lo que ha pasado este año y en las vueltas que se han dado en este país después del 20 de diciembre de 2015 para que el final el presidente del Gobierno siga siendo el mismo político de piel de elefante que hoy ha piropeado Merkel. Su naturaleza inmovilista y calculadora y su inmunidad a las críticas más hirientes le llevaron a camuflarse con el paisaje y a esperar que el desgaste de sus rivales le sirviera el triunfo en bandeja y sin coste político alguno.

Al contrario, su piel se ha endurecido más si cabe y se ha vuelto mucho menos vulnerable de lo que lo era hace un año. Si a todo eso unimos un electorado altamente fiel para el que la corrupción sólo son maledicencias de la oposición y los injustos recortes medidas dolorosas pero necesarias, es fácil comprender la razón por la que Rajoy es la envidia de la fauna política de dentro y de fuera de nuestras fronteras.

La leve huella de Pérez

Al dejar la secretaría general de los socialistas canarios, José Miguel Pérez ha cerrado la puerta con el mismo sigilo con el que la abrió en 2010. Ni un lamento ni una queja ni un reproche ni una crítica hemos escuchado en su despedida, en la que Pérez ha empleado el tono exacto de un congreso de historiadores sobre el caciquismo en la Restauración borbónica. Eso sí, por debajo de sus palabras de despedida ha sido claramente audible el suspiro de alivio de alguien que por fin consigue desembarazarse de una carga demasiado pesada para seguir soportándola por más tiempo. Tampoco del otro lado de la puerta que Pérez ha entornado sin hacer ruido se han escuchado voces destempladas; nadie ha gritado de júbilo o de pesar por la marcha de Pérez y, en un tono en general bajo y monocorde, se ha interpretado el guión ya previsto para un momento que todos ya habían descontado y que sólo esperaban que no se demorara demasiado.

A la hora de la despedida, ni siquiera ha presumido Pérez en exceso de su liderazgo en el PSOE canario durante los últimos seis años, probablemente  de los más grises y anodinos de su historia reciente. Resaltó Pérez que con él al frente de la nave, el PSOE volvió al poder autonómico de la mano de un Paulino Rivero que se la tenía jurada per secula seculorum a José Manuel Soria. Con el propio Pérez de vicepresidente y consejero de Educación, aquello fue un camino de rosas si lo comparamos con la senda de espinas en que se ha convertido la renovación de ese pacto, aunque ahora con Fernando Clavijo y su gente al otro lado de la mesa.


Al secretario general saliente le atribuyen sus críticos – y no sin bastante razón -  haberse dejado coger la camella en demasiadas ocasiones por los nacionalistas sin haber dicho esta boca es mía. Las voces que pedían respuesta a los desplantes y los incumplimientos de los nacionalistas no encontraron nunca eco en Pérez que, sólo a última hora y casi a rastras, vino a decir aquello de que si CC “no quiere romper el pacto con el PSOE está haciendo oposiciones para conseguirlo”.  El respeto que cargos públicos y militantes pedían para recuperar la autoestima y el crédito de una opinión pública atónica ante los carros y carretas que el PSOE parecía dispuesto a soportar, fue ignorado por un secretario general que en los últimos tiempos, los más convulsos del pacto con CC, había desaparecido casi por completo de la vida pública tras delegar sus responsabilidades en el secretario de organización Julio Cruz.  

Ese perfil político bajo, tirando a enano, del que Pérez ha hecho gala durante todos estos años, ha coincidido con la mal disimulada ambición de Patricia Hernández de ocupar su puesto y hacerse con el control del partido acabando de una vez con la famosa bicefalia. Ahora que Pérez ha decidido que se está más tranquilo entre libros y archivos viejos, en el PSOE canario se abre la lucha por la sucesión en la secretaría general que los socialistas canarios corren el riesgo de convertir en un debate sobre nombres de candidatos y candidatas y no sobre proyectos e ideas renovadoras. Es el mismo riesgo que corre el maltrecho PSOE en toda España y un riesgo que los socialistas no están en condiciones de permitirse si aspiran a encontrar un hueco ideológico y programático que los distinga de la derecha y de la izquierda radical que sí tienen mucho más claro lo que quieren y cómo conseguirlo.  

En cuanto a Pérez, su huella en la vida del PSOE canario es tan tenue y superficial que el viento de la Historia no tardará mucho en borrarla por completo. Mirándolo por el lado positivo, con su marcha el partido no sólo no pierde nada sino que gana la oportunidad de renovarse y  reactivarse y la universidad gana un docente y un investigador experimentado. Me parece que no se puede pedir más.    

Misterios de España

Que España es diferente ya lo descubrió el franquismo hace unas cuantas décadas. Aquella definición, la única tal vez en la que el "régimen" acertó de lleno con el verdadero espíritu nacional, hizo fortuna y puede que la hubiera suscrito el mismísimo Ortega y Gasset. En España siempre hemos sido mucho de simular que somos europeos pero actuamos como españoles de pura cepa a la menor oportunidad. Sólo hay que echar un vistazo a un par de ejemplos de hoy mismo para comprobar lo diferente que son España y los españoles de eso que tanto nos gusta llamar “los países de nuestro entorno”.

Una ONG llamada Transparencia Internacional ha presentado hoy los resultados de una encuesta según la cual, dos de cada tres españoles están “muy preocupados con la corrupción” y ocho de cada diez creen que el “el Gobierno lo está haciendo mal o muy mal” en este asunto. Si extrapolamos esos porcentajes a los resultados de las últimas elecciones generales, Mariano Rajoy debería formar parte del Grupo Mixto del Congreso y compartir su tiempo en la tribuna de oradores con el portavoz de Bildu, entre otros.

Ocurre, sin embargo, que Mariano Rajoy puede hablar cuanto la plazca porque para eso es el presidente del Gobierno y dispone de todo el tiempo del mundo para hacernos creer que sus medidas contra la corrupción son la pera limonera. Es, además, el líder de un partido rodeado de corrupción por tierra, mar y aire y al que probablemente muchos de los españoles que dicen estar preocupados por ese problema le votaron el pasado 26J. ¿Es o no es España diferente a los países de nuestro entorno?  Las razones por las que muchos de quienes dicen estar preocupados por la corrupción votan a un partido anegado de corrupción es uno de los grandes misterios que ni historiadores ni sociólogos ni filósofos ni adivinos y, ni siquiera Iker Jiménez, han conseguido aún explicar. Pero no perdamos la esperanza.

También es muy propio de una forma de hacer política genuinamente castiza que, ese mismo partido que gobierna en minoría, caiga en la vulgar provocación de intentar endosarle a la oposición mayoritaria un candidato a la presidencia de la Comisión de Exteriores del Congreso como el beato ex ministro Fernández Díaz, reprobado por la mayoría de la cámara por su peligrosidad para las libertades democráticas más elementales y que de esa tarea sabe tanto como yo o como usted.

Intuyo aquí menos misterio que en lo de la corrupción: creo que lo que ha llevado al PP a hacer una propuesta de la que no podía tener duda alguna de que sería rechazada de plano, ha sido la rabieta de niño maleducado que le ha entrado después de que ayer la oposición le hiciera morder el polvo parlamentario imponiendo la paralización de la aplicación de la LOMCE. No ha ganado nada el PP con su majadería de hoy sobre Fernández Díaz, al que ahora tendrá que abrirle otra puerta giratoria.

Lo que ha hecho, en cambio, ha sido perder buena parte de la poca credibilidad que cabía poner en sus promesas de diálogo y consenso para esta nueva legislatura. Es evidente que el PP no se maneja bien en minoría y que a las primeras de cambio le pueden las malas mañas aprendidas durante la añorada mayoría absoluta. Mientras no asuma que los tiempos del rodillo popular son ya parte del pasado, vamos a tardar mucho pero mucho tiempo más en dejar de ser diferentes de nuestro querido entorno para continuar siendo un misterio para otros y para nosotros mismos.        

Laca

Basta con fijarse en su peinado para comprender que a Donald Trump el calentamiento global y el cambio climático no le importan ni un pelo. Si no es suficiente, recuerden que en la campaña electoral que le ha hecho presidente de la primera potencia mundial y la segunda más contaminante dijo que el cambio climático es un “cuento chino para que Estados Unidos sea menos competitivo”. Es probable que Trump tenga un primo en Dakota de Arriba que le aconseja en estos menesteres y de ahí su supina ignorancia y su desprecio ante un hecho científico que ya no niega ni Mariano Rajoy. También el flamante presidente español tiene un primo que le dijo en cierta ocasión que si diez científicos no eran capaces de predecir qué tiempo haría al día siguiente en Sevilla era de tontos esperar que supieran lo que iba a pasar dentro de 300 años.

Sin embargo, a diferencia de Trump, Rajoy se ha enmendado y ha abandonado el negacionismo de su primo. Ahora incluso es un convencido activista en la lucha contra el cambio climático y hasta va de visita a las cumbres mundiales sobre este asunto como la que se celebra desde hace unos días en Marrakech. La pena es que no tiene mucho que ofrecer al mundo sobre los avances de España en la lucha contra el calentamiento global del planeta. Para desgracia de los españoles y del cambio climático, a sus más recientes ministros de energía y medio ambiente les ponía infinitamente más un buen barril de negro petróleo que un molino de viento o unas placas solares.


El problema es que lo que haga o deje de hacer Rajoy afecta fundamentalmente a los españoles pero lo que haga a partir del 20 de enero Donald Trump va a afectar a todo el mundo. Si mantiene sus promesas – la gran incógnita en estos momentos  – es muy probable que saque a Estados Unidos del acuerdo mundial sobre cambio climático alcanzado hace un año en París. Supondría un golpe mortal de necesidad tras años de laborioso tejer y destejer acuerdos y de poner en común intereses contrapuestos e incluso antagónicos hasta alcanzar un compromiso mundial por insuficiente que parezca.

Con todo, se había dado un paso de gigante al conseguir que Estados Unidos y China, los dos países más contaminantes del mundo, se adhirieran incluso financieramente a este acuerdo que ahora parece contra las cuerdas. El cambio climático es una realidad tangible que escasos científicos niegan ya y que se materializa en datos como el del incesante incremento de la temperatura media del planeta. De esta misma semana es la información según la cual 2016 será el año más cálido desde que existen registros y de eso hace ya cerca de siglo y medio. Algo más de dos siglos llevamos los humanos de los países llamados desarrollados cargándonos a conciencia la casa común de todos hasta situarnos en una situación irreversible frente a la que lo único que cabe hacer es paliar los efectos del daño que hemos causado y seguimos causando a diario.

Que el futuro a medio y largo plazo de la vida en el planeta vaya a quedar en buena medida en manos de un paleto indocumentado es casi aterrador. Por ponerle una gota de humor negro, la única ventaja que le veo es que, con un tipo como Trump promocionando la laca desde la Casa Blanca, cuando toque rendir cuentas tendremos todos la raya del pelo en su sitio. 

El populismo saca pecho

La victoria de Trump en Estados Unidos ha supuesto un nuevo revulsivo para los populismos xenófobos y racistas que pululan por varios países europeos y que empiezan a escalar a peligrosas posiciones en las encuestas electorales. La lideresa del ultraderechista Frente Nacional francés, Marine le Pen, se marcó el tanto de ser de las primeras en felicitar al magnate estadounidense por su triunfo electoral y el británico Nigel Farage, el principal responsable de haber embaucado a la mayoría de sus compatriotas para que abandonaran la UE, ya ha corrido a felicitar en persona a su compinche ideológico.

No me extrañaría ver desfilando estos días por Estados Unidos a otros racistas y xenófobos europeos de pro como el primer ministro húngaro, Viktor Orban, el único de los dirigentes de la UE que apoyó abiertamente a Trump, o los líderes ultraderechistas alemanes, polacos, holandeses, daneses o suecos. Es evidente que son muchos los objetivos y las ideas que les unen a todos a ambos lados del Atlántico: el rechazo de la inmigración, de los musulmanes, del matrimonio homosexual o la igualdad de género entre hombres y mujeres son sólo algunos de ellos.


El auge de este tipo de movimientos no parece, sin embargo, haber despertado hasta la fecha la reacción de alerta que cabría esperar en las fuerzas políticas democráticas europeas. La izquierda democrática, los socialdemócratas y los liberales parecen mirar el avance del populismo de extrema derecha con una mezcla de indiferencia e impotencia, limitándose a expresar tímidas condenas y lanzar débiles advertencias sobre lo que podríamos estarnos jugando en estos momentos. Y lo que nos estamos jugando – la libertad en su más amplia expresión y el respeto a los derechos humanos - es mucho y muy importante como para adoptar una actitud condescendiente ante un fenómeno político que, en gran medida, es la consecuencias del fracaso de liberales y socialdemócratas a la hora de articular una respuesta satisfactoria a las consecuencias derivadas de la Gran Recesión.

Esa situación de profunda crisis económica, política y social y las medidas económicas procíclicas adoptadas indistintamente por gobiernos liberales y socialdemócratas ha generado el caldo de cultivo ideal en donde han engordado estos peligrosos movimientos populistas con sus soluciones simples y directas para problemas complejos. Su crecimiento les permite en estos momentos gobernar en países como Polonia y Hungría y rozar el poder con la punta de los dedos en otros como Holanda o Francia. 

Es hora, por tanto, de que las fuerzas políticas que creen en los valores democráticos, en la paz, en la libertad y en el respeto como elementos centrales de la convivencia global reaccionen ante esta creciente amenaza y la combatan en todos los frentes políticos con las armas de la razón. Contemporizar y confiar en que no serán capaces de hacer lo que prometen si llegan al poder gracias al apollo de amplias capas de una población descontentas con la política tradicional, está empezando a dejar de ser una opción. Máxime ahora que el triunfo del populismo más descarnado en Estados Unidos y el adelanto de cuáles pueden ser las primeras medidas a adoptar – expulsar nada menos que a tres millones de inmigrantes con antecedentes policiales - les permite contar con el más poderoso aliado con el que podían soñar para conseguir sus fines.  

Rajoy nos dará las uvas

Llámenme agonías pero esto se veía venir: Rajoy le ha cogido tal gusto al dolce far niente que fue conseguir la investidura y continuar de inmediato la siesta que inició a finales de diciembre del año pasado. El hombre que clamaba a los cuatro vientos que “España necesita un gobierno que gobierne y lo necesita ya” y que consiguió la investidura gratis total, ha vuelto a la inacción más absoluta esperando tal vez que los urgentes problemas que se suponía que el país tenía que resolver se arreglen solos. Cuando el 1 de octubre el PSOE decidió darse un tiro en el pie, Rajoy supo que seguiría teniendo despacho en La Moncloa. Eso no le animó a pensar en su nuevo gobierno para cuando fuera investido presidente. Al contrario, cuando eso ocurrió sorprendió a los de su propio partido aplazando los nombramientos para casi una semana después.

Como quien convoca una asamblea de vecinos, dio a conocer su gobierno con un comunicado que le evitaba tener que contestar preguntas engorrosas de por qué estos y no aquellos. Hecho lo cual, al siguiente día descansó y solo hemos vuelto a saber de él porque esta semana envió el correspondiente telegrama de felicitación a ese nuevo amigo de los hispanos llamado Donald Trump. Por lo demás, la casa sigue sin barrer: no hay negociaciones ni medianamente formales para sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado y de ponerse a trabajar sobre las pensiones o en el pacto por la educación mejor ni hablamos. Ahí tienen las declaraciones de hoy mismo del nuevo vocero  Íñigo Méndez de Vigo, pidiendo más tiempo para negociar porque el pobre PP sólo tiene 133 diputados y, claro, así es muy difícil.

Suena a burla si no fuera patético que el portavoz diga que no se puede convocar a las comunidades autónomas para hablar de su financiación porque no hay consenso, cuando ese y no otro debería ser el objeto de esas reuniones. Ocurre que, acostumbrados a la mayoría absoluta y a imponer trágalas en todos los asuntos importantes, Rajoy y los suyos no se hayan muy a gusto con la nueva situación. Eso de tener que sentarse a negociarlo todo con la oposición es un engorro que no saben cómo resolver y, por eso, dan largas a cuestiones de la máxima urgencia.

Me temo que esa va a ser la estrategia del PP y de este gobierno. Por tanto, las promesas de diálogo y consenso empiezan a parecerse cada vez más a una cortina de humo para proyectar la falsa imagen de poseer una cintura política de la que en realidad se carece. Puede que in extremis y con calzador se aprueben los presupuestos, más que nada porque Bruselas nos echa el aliento en el cogote. Sin embargo, sería un milagro que se avanzara lo más mínimo en pensiones, educación o financiación autonómica. Al PP siempre le queda la opción de culpar a la oposición de no tener voluntad de diálogo, tal y como hizo de durante los 10 meses de gobierno en funciones en los que esperó a que la investidura le cayera del cielo como así terminó ocurriendo por la mala cabeza de la izquierda de este país. 

Ahora el gobierno ya no está en funciones pero como si lo estuviera: los ministros nuevos y antiguos llevan una semana nombrando a sus equipos, comprándose ropa nueva para los actos oficiales, redecorando los despachos, intercambiándose carteras y posando para la posteridad. Rajoy, mientras, que ya tiene todo eso resuelto, sestea en La Moncloa y amenaza con darnos las uvas sin pegar palo al agua. Y el año que viene ya, si eso...  

Trump y el papanatismo

Los españoles debemos estar muy orgullosos de la prensa patria, periódicos, televisiones y radios. El histórico despliegue para cubrir las elecciones presidenciales en Estados Unidos es digno de la Marca España y nos reconcilia con las grandes cabeceras y cadenas mundiales. Los medios españoles han demostrado con este esfuerzo informativo sin precedentes lo que les preocupan las inquietudes y las esperanzas de sus lectores, espectadores y oyentes. Es un gozo periodístico insuperable echar un vistazo a las primeras páginas de los periódicos del país y encontrar en ellas la misma foto o parecida del mismo victorioso Donald Trump.

Tampoco tiene precio periodístico abrir cualquier periódico de provincias y contar hasta 20 páginas, una detrás de la otra, repletas de amplias informaciones, sesudos artículos de fondo, agudos editoriales, gráficas, diagramas, más fotos que en un bautizo y cualificadas opiniones de políticos, empresarios, gente que pasaba por allí y vendedores de helado sobre las consecuencias para el mundo y el universo de la victoria de Trump.

No pierdo la esperanza de que la próxima vez que haya elecciones en España The New York Times, Washington Post, USA Today, la Hoja del Lunes de Oregón y El Adelantado de Alabama les dediquen al menos el mismo espacio y, por supuesto, no olviden preguntar al vendedor de perros calientes de la 32 con la 40 qué opina de que Rajoy haya vuelto a ganar y de que Pedro Sánchez haya vuelto a perder.

Que no se entienda lo que digo como una crítica ni como un reproche: no estoy dando a entender que la inmensa mayoría de los medios de este país se haya pasado varios pueblos y estados con la cobertura de las elecciones en la primera potencia mundial y tal y tal. Creo que era su deber y su obligación: como señalan todas las encuestas y los estudios sociológicos más solventes, la política norteamericana es la primera preocupación de los españoles muy por delante del paro, la sanidad, los servicios sociales, los políticos y la corrupción. Conocer la marca de laca de Trump, cómo elige sus corbatas, cuál es su peluquero de cabecera o las andanzas y milagros de la nueva primera dama es de una incuestionable trascendencia histórica para el futuro de la Humanidad.

En realidad creo que muchos de estos medios podían haber hecho un mayor esfuerzo y haber publicado incluso una edición especial a todo color poco después de que se conocieran los resultados y acompañarla de un bono de descuento para una Big Mac y una Coca – Cola. La única pega es que las exquisiteces periodísticas – y ésta no hay duda que lo es y de las más sublimes que yo recuerdo – también terminan ahitando incluso a los paladares más entrenados. De ahí que, al menos por lo que a mi respecta, esté empezando ya a sentir una intensa añoranza por la dieta de chochos y pejines. 

Trump y el triunfo del miedo

La comprensible convulsión provocada por la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos puede que sea también algo precipitada. El presidente electo no asumirá el cargo hasta el 20 de enero y mientras no pise el despacho oval y empiece a tomar decisiones es aventurado suponer que pondrá en práctica todo lo que ha prometido en la campaña electoral. Es cierto que las cosas que ha dicho que piensa hacer y lo que de él se sabe no invitan precisamente a la tranquilidad.  

No es improbable que a partir del 20 de enero el mundo sea un lugar mucho más inseguro pero, como bien acaba de decir su derrotada rival Hillary Clinton, conviene esperar a ver qué hace antes de anunciar el Armagedón. No sería el primero, empezando por Obama, que incumple lo que promete en una campaña electoral. De hecho, su tono y hasta su cara de esta mañana tras asumir la victoria han tenido poco que ver con el gesto desencajado y agresivo que ha exhibido durante toda la campaña. Incluso ha tenido el detalle poco habitual en él de agradecer a su rival, a la que llegó a prometer llevarla a los tribunales, los servicios prestados al país. 

Lo que sí cabe hacer es analizar las claves que explicarían que la mayoría de los estadounidenses haya optado por él y no por la demócrata Clinton a pesar de las fallidas encuestas – también en Estados Unidos petardean los sondeos – y las previsiones de la mayoría de los analistas. De manera algo gratuita se achaca la victoria de Trump al odio, al racismo, la xenofobia y la misoginia de la América profunda que habría visto en el candidato republicano un reflejo de su propia forma de pensar. Creo que el asunto es algo más complejo: sin negar en absoluto que Trump sea un racista, xenófobo y misógino de la peor calaña la explicación de su triunfo hay que buscarla en el miedo.


No hablo tanto del miedo a los inmigrantes o a los terroristas dispuestos a llevarse por delante a cuantos más inocentes mejor, factores que probablemente también han tenido un peso importante a la hora de apoyar a Trump. Hablo del miedo a un futuro sin futuro, sin empleo o con empleos mal pagados debido a la deslocalización de las empresas que buscan en otros países mano de obra barata, con su secuela de desempleo y miseria; me refiero al miedo de enfermar y no tener dinero para una atención sanitaria decente, uno de los numerosos incumplimientos de Obama; pero hablo, sobre todo, del miedo a que América esté dejando de ser la tierra de las oportunidades que preside el ideario de Estados Unidos.

Por eso los obreros de esa América profunda  han votado mayoritariamente por Trump, no los ricos ni la clase educada del establishment que suele preferir a los demócratas. Trump supo detectar ese miedo y por eso – como hoy ha recordado un analista – hablaba tanto de comercio en sus mítines, aunque lo que los medios resaltaran fueran sus exabruptos contra las mujeres, los negros, los musulmanes o los hispanos. Trump es un declarado enemigo del libre comercio y de los tratados que ha firmado o quiere firmar Estados Unidos con China o con la Unión Europea. Sabe que sus votantes ven en la liberalización comercial y en la consiguiente deslocalización de las empresas todas las causas de sus males.

Eso explica que, antes incluso de que cantara victoria, las bolsas de medio mundo se desplomaran poniendo también de manifiesto el miedo a una vuelta de las barreras comerciales. El mérito de Trump ha sido saber identificar, exacerbar y aprovechar en su beneficio el descontento de esos trabajadores con la clase política que defiende la liberalización total pero que vive en una realidad paralela a la que ellos padecen día a día. Asi como la derrota de Clinton lo es no sólo suya sino también de un Partido Demócrata cada vez más alejado de los problemas reales de los ciudadanos, el triunfo de Trump hay que atribuírselo a él más que al Partido Republicano que, después de auparlo a la candidatura, renegó escandalizado de sus barbaridades sobre las mujeres o los inmigrantes. 

En resumen, con Trump gana el populismo a la americana con innegables puntos de conexión con el populismo a la europea. Que la líder del Frente Nacional Francés haya sido una de las primeras en enviarle su felicitación es muy ilustrativo de lo que les une. Eso es lo verdaderamente preocupante de la victoria del candidato republicano, que a ambos lados del Atlántico se imponen las soluciones de brocha gorda para problemas complejos mientras el liberalismo político y la socialdemocracia se baten en retirada. 

Grabando, grabando

Aplaudo con las orejas que el Consejo del Poder Judicial haya reconocido hoy que la Audiencia de Las Palmas y los jueces que en ella trabajan siguen bajo su jurisdicción. Empezaba a albergar  serias dudas a la vista del ruidoso silencio con el que en Madrid se han tomado hasta ahora el “Albagate”. El mismo tipo de silencio – por cierto - que guarda la Sala de Gobierno del Tribunal Superior de Justicia de Canarias y su presidente, Antonio Doreste, como si el bochornoso asunto en cuestión estuviera ocurriendo en Nueva Zelanda.

Hablamos del juez Salvador Alba, quien parece haber descubierto a destiempo una irrefrenable vocación de ingeniero de sonido y no ha dudado en grabar a sus propios colegas a la hora del café o mientras deliberaban de los asuntos de sus respectivos negociados. En su descargo hay que decir que es una suerte para sus compañeros que Alba haya preferido grabarles las conversaciones en lugar de emplear sus habilidades en judo con ellos. El juez en cuestión comparte esta vocación grabadora con Miguel Ángel Ramírez, un prominente hombre de negocios que en sus ratos libres también preside un equipo de fútbol, demostrando que cuando se pone interés en lo que se hace hay tiempo para todo. Unas y otras grabaciones llegaron a los medios que las difundieron y transcribieron antes incluso de que lo hicieran los peritos. El consiguiente escándalo tuvo la virtud de poner de acuerdo a todos los partidos políticos, cosa pocas veces vista en los últimos tiempos.


Todos a una pidieron al Consejo del Poder Judicial que saliera del letargo y actuara por el bien de la Justicia y de la necesaria credibilidad en ella por parte de los curritos que ante un juez no tenemos perro que nos ladre. Con jueces y fiscales refunfuñando por los rincones y quejándose de manera anónima de que el ventilador los estaba literalmente cubriendo injustamente a todos de inmundicias – por no emplear otra palabra de peor olor – sólo una asociación, la de Jueces por la Democracia, dio el paso de pedir formalmente al dormido Consejo del Poder Judicial que apartara cautelarmente al frustrado ingeniero de sonido de sus labores judiciales. Más que nada porque grabar subrepticiamente a tus colegas y luego sentarte con ellos en el mismo tribunal a impartir justicia como si no hubiera pasado nada queda un poco raro, tenso y chocante.

Horas después, el Consejo tuvo a bien comunicar la apertura de un expediente disciplinario a nuestro magistrado grabador por la “posible comisión de dos faltas muy graves y una grave previstas en la Ley Orgánica del Poder Judicial”. En román paladino significa que está muy feo grabar las conversaciones con tus colegas, revelar secretos judiciales y abusar de tu autoridad como juez para perjudicar a otros compañeros con el fin de hacerle un favor a tu mecenas político.  Lo que no hace el abúlico Consejo del Poder Judicial es apartar cautelarmente al juez de la grabadora de sus funciones judiciales, que es lo que le vienen pidiendo diferentes sectores de la sociedad canaria hasta en arameo antiguo.

Todo hace indicar que el Consejo no llegará a tanto por ahora y esperará a que el caso se ventile en la vía penal, en donde Alba tendrá que aclarar su gusto por las grabadoras baratas, antes de decidir si lo manda a galeras o le paga los estudios de ingeniería. Puede que en el Consejo no sepan qué significa exactamente el término “cautelar” y haya que explicarles que por el bien de la Justicia y de la credibilidad de los ciudadanos en ella sería muy saludable e higiénico que Alba no siguiera formando parte de tribunales ni tomando decisiones judiciales de ningún tipo al menos durante una larga temporada. Con suerte hasta puede que deje la judicatura para dedicarse de lleno y en exclusiva al mundo de los sonidos. 

El suelo de todos

Un territorio pequeño y fragmentado como Canarias, caracterizado además por valores ambientales únicos en el mundo, requiere una gestión del suelo capaz de compatibilizar con exquisito equilibrio lo público y lo privado. El enconado debate que sigue suscitando el proyecto de Ley del Suelo aprobado por el Gobierno de Canarias y que esta semana inicia su trámite en el parlamento autonómico, con partidarios entuasiastas y críticos irreductibles, es un buen ejemplo de los intereses en liza y de lo que nos jugamos los canarios en este envite: nada más y nada menos que hasta dónde pueden llegar los intereses privados en esta materia y hasta dónde los públicos.

Gobierno, oposición y agentes económicos y sociales comparten el objetivo de podar la maraña normativa sobre el suelo con el fin de agilizar los procedimientos administrativos y no demorar sine die proyectos de cuantiosas inversiones, supuestamente generadores de riqueza y puestos de trabajo. Las discrepancias surgen desde el momento en el que se intentan identificar las causas del problema y las soluciones para resolverlo.  Los detractores achacan al Gobierno demasiada prisa a la hora de impulsar un proyecto que hubiera requerido de un análisis previo mucho más profundo sobre el suelo y su vinculación con la economía canaria, así como de un esfuerzo mucho mayor de pedagogía para que los ciudadanos podamos tener suficientes elementos de juicio sobre un asunto vital para el futuro de estas islas.

Por desgracia, a fecha de hoy sigue predominando por parte de todos – detractores y favorables al proyecto de ley - el trazo grueso y la consigna antes que el análisis reposado de un  problema muy complejo y la búsqueda consensuada de soluciones. Culpar a la COTMAC (Comisión de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente de Canarias) se ha convertido casi en un tópico entre quienes defienden la iniciativa gubernamental y abogan por la desaparición de este organismo al que culpan de lento, ineficaz y superfluo. De esa crítica a la COTMAC participa el propio Gobierno de Canarias, decidido a descargarla de las funciones que ahora tiene encomendadas para que sean los ayuntamientos los que puedan desarrollar su propio planeamiento urbanístico si más controles medioambientales y de legalidad que los que en su caso establezcan los tribunales de justicia.


Es cierto que CC y el PSOE han sellado un acuerdo para que la COTMAC o el órgano que la sustituya en la nueva ley se ocupe al menos de la llamada evaluación estratégica ambiental. Sin embargo, causa inquietud que la responsabilidad primera y última sobre el planeamiento urbanístico quede en manos de ayuntamientos que en su inmensa mayoría carecen de los mínimos medios técnicos y humanos para ejercerla. Si llamativo resulta que la Comunidad Autónoma abdique sus competencias en instituciones que difícilmente las podrán desempeñar salvo que se dote a la ley de una adecuada ficha financiera, no lo es menos la posibilidad que se reserva el Gobierno de suspender el planeamiento bajo el amparo del interés general, algo que la ley debería precisar con el máximo cuidado para cerrar la puerta a cualquier posibilidad de especulación.

En ese mismo sentido, autorizar usos complementarios en suelo rústico con el argumento de mejorar las rentas del sector primario puede tener un efecto perverso si no se delimita bien el alcance de la medida: que lo complementario se convierta en principal y lo principal – la ganadería y la agricultura – en secundario. Del mismo modo es imprescindible que quede meridianamente claro que la principal joya de la corona de esta tierra, sus espacios naturales, no pueden albergar usos incompatibles con sus valores culturales, ambientales y paisajísticos.

El Gobierno, que presume de lo participativa que ha sido la ley, tiene tiempo aún de hacer un nuevo esfuerzo para que la norma que quiere que el Parlamento apruebe antes de que acabe el año cuente con el máximo consenso. En caso de que no fuera posible, debería plantearse la posibilidad de retirarla y acordar un nuevo plazo para lograrlo, por más que la demora decepcione a determinados intereses económicos que aguardan ansiosos y que ya empiezan a revolverse contra los cambios que podrían introducirse en el trámite parlamentario. Un cambio legal del calado y la trascendencia que se propone, bien merece el esfuerzo de buscar el mayor respaldo social y político posible sobre lo que se puede y no se puede hacer en el suelo de todos los canarios.