Pensión Báñez

Sanidad, educación y pensiones públicas son los tres elementos que definen y caracterizan un estado del bienestar acosado en la actualidad por el neoliberalismo con la impotencia e incluso la connivencia a veces de la socialdemocracia que lo engendró y desarrolló. En España somos testigos y víctimas de los recortes en sanidad y educación a mayor gloria del sagrado déficit público que sigue presidiendo  la política económica. Las pensiones no han sido ajenas a esa realidad:  primero con la ampliación de la edad de jubilación aprobada por Zapatero y luego con la desvinculación entre revalorización anual de las pensiones e IPC con Rajoy al frente del Ejecutivo. Sin contar otras medidas como el factor de sostenibiliad que vincula la cuantía de la pensión a la esperanza media de vida que aún no han entrado en vigor.

Sin embargo, el problema principal para el futuro de las pensiones no es que se viva demasiado tiempo después de jubilarse o que el incremento anual haga insostenible el sistema.  El problema era y sigue siendo el empleo y los salarios, por los suelos ambos desde el comienzo de la crisis. En cierto modo lo ha venido a reconocer hoy la ministra Báñez en su comparecencia ante la Comisión del Pacto de Toledo del Congreso. En su diagnóstico de la situación ha admitido que el 70% del déficit que padece la Seguridad Social se debe a la caída del empleo en los años más duros de la crisis.


Si entre las virtudes de Báñez figurara la autocrítica tendría que haber explicado la razón por la que el descenso del paro en los últimos meses no ha enderazado la situación. Primero el PSOE y después la propia Báñez son los responsables de sendas reformas laborales que facilitaron el despido y la depreciación salarial, causas centrales del déficit que sufre hoy la Seguridad Social y de las telarañas que en un año como mucho empezará a criar una hucha de las pensiones que la ministra se ha pulido sin prisas pero sin pausa. Además de olvidarse de que lleva cuatro años en el ministerio y de que alguna responsabilidad tendrá en la incertidumbre que reina sobre el futuro de las pensiones, Báñez ha propuesto tres medidas de las que no se puede decir que sean ni originales ni suficientes para que efectivamente el sistema no quiebre.

 En primer lugar – y obviando una vez más el mea culpa – propone dejar de pagar con cargo a la Seguridad Social y cargar a los presupuestos del Estado las tarifas planas para la contratación indefinida que con tanto entusiasmo ella misma ha defendido durante todos estos años. Y eso a pesar del contrasentido que supone aprobar una reforma que dispara la temporalidad laboral y luego dar dinero público a los empresarios para que conviertan los contratos temporales en indefinidos. En segundo lugar propone lo que muchos expertos vienen sugiriendo desde hace años: cargar también a los presupuestos las pensiones de viudedad y orfandad. Por último ha lanzado una advertencia a navegantes para que los autónomos paguen más a la Seguridad Social, eso sí, de forma voluntaria, al menos por ahora.

De la posibilidad, por ejemplo, de tocar al alza algunos tramos altos del IRPF para financiar las pensiones ni una palabra le hemos escuchado hoy a una ministra que dedicó buena parte de su comparecencia  a autoalabarse. Pero el PP ya no tiene mayoría absoluta y, de hecho, la presencia hoy de Báñez ante la Comisión del Pacto de Toledo es una consecuencia de ello. Es por tanto el momento de que la mayoría social y política de este país se ponga de acuerdo para garantizar la sostenibilidad del sistema y la dignidad de las pensiones de quienes, después de una vida de esfuerzos y aportaciones, tienen derecho a disfrutar de una jubilación sin sobresaltos económicos.  En otras palabras, es el momento de un gran pacto de estado en el que caben todos los que de verdad creen que el estado del bienestar es algo más que un bonito concepto para utilizarlo en los mítines. 

Piel de elefante

De Mariano Rajoy ha dicho hoy Ángela Merkel que, como dicen en Alemania, “tiene piel de elefante". Creo que Merkel no podía describir mejor y con menos palabras el carácter político de su admirado presidente del Gobierno español, el político más fiel y cumplidor de sus medidas de austericidio que podía encontrar en la Unión Europea. Mariano Rajoy es un paquidermo - grupo de mamíferos herbívoros, de tamaño y peso grandes y con la piel gruesa y dura que incluye elefantes o hipopótamos - al que las críticas, por muy duras y fundamentadas que sean, literalmente le resbalan. Incluso las que proceden de su entorno político más próximo, pocas pero aceradas como las que suele hacer a veces la lideresa Aguirre, le producen poco más que un leve cosquilleo. 


Los ataques por la corrupción y de la que con seguridad sabe mucho más de lo que aparenta, son para él pequeños tábanos que despacha con un displicente “todo es falso salvo algunas cosas que están ahí” y sigue rumiando tranquilamente. Si las críticas tienen que ver con sus inmisericordes recortes a mayor gloria de su admiradora Merkel, el efecto no es mayor que el de una leve pluma posándose sobre su piel de paquidermo. Y si se le acusa de prometer una cosa y hacer la contraria el color de su piel sigue siendo exactamente el mismo: jamás veremos ponerse colorado a Rajoy porque alguien le eche en cara haber mentido  a todo el país. Expresar sentimientos y estados de ánimo no está en sus genes políticos y por tanto no tiene reflejo alguno en su epidermis, salvo que le den una galleta como en Pontevedra.

Rajoy tampoco cometerá nunca el error de entrar en una cacharrería y ponerlo todo patas arriba. Él esperará en la puerta a que salgan sus rivales y dejará que den vueltas a su alrededor hasta que terminen agotados y se rindan. Entonces actuará como un paquidermo: lenta y pesadamente pero con el convencimiento de que su movimiento será inexorable. Porque Rajoy no sólo tiene la piel de un elefante sino que actúa como uno de ellos. Apenas se mueve si no es por comida y cuando lo hace sus pasos son cortos y premiosos pero seguros.

Su posición favorita es la inmovilidad absoluta, sabedor de que el movimiento alocado termina en mareo o en algo peor. Si buscan un ejemplo piensen en lo que ha pasado este año y en las vueltas que se han dado en este país después del 20 de diciembre de 2015 para que el final el presidente del Gobierno siga siendo el mismo político de piel de elefante que hoy ha piropeado Merkel. Su naturaleza inmovilista y calculadora y su inmunidad a las críticas más hirientes le llevaron a camuflarse con el paisaje y a esperar que el desgaste de sus rivales le sirviera el triunfo en bandeja y sin coste político alguno.

Al contrario, su piel se ha endurecido más si cabe y se ha vuelto mucho menos vulnerable de lo que lo era hace un año. Si a todo eso unimos un electorado altamente fiel para el que la corrupción sólo son maledicencias de la oposición y los injustos recortes medidas dolorosas pero necesarias, es fácil comprender la razón por la que Rajoy es la envidia de la fauna política de dentro y de fuera de nuestras fronteras.

La leve huella de Pérez

Al dejar la secretaría general de los socialistas canarios, José Miguel Pérez ha cerrado la puerta con el mismo sigilo con el que la abrió en 2010. Ni un lamento ni una queja ni un reproche ni una crítica hemos escuchado en su despedida, en la que Pérez ha empleado el tono exacto de un congreso de historiadores sobre el caciquismo en la Restauración borbónica. Eso sí, por debajo de sus palabras de despedida ha sido claramente audible el suspiro de alivio de alguien que por fin consigue desembarazarse de una carga demasiado pesada para seguir soportándola por más tiempo. Tampoco del otro lado de la puerta que Pérez ha entornado sin hacer ruido se han escuchado voces destempladas; nadie ha gritado de júbilo o de pesar por la marcha de Pérez y, en un tono en general bajo y monocorde, se ha interpretado el guión ya previsto para un momento que todos ya habían descontado y que sólo esperaban que no se demorara demasiado.

A la hora de la despedida, ni siquiera ha presumido Pérez en exceso de su liderazgo en el PSOE canario durante los últimos seis años, probablemente  de los más grises y anodinos de su historia reciente. Resaltó Pérez que con él al frente de la nave, el PSOE volvió al poder autonómico de la mano de un Paulino Rivero que se la tenía jurada per secula seculorum a José Manuel Soria. Con el propio Pérez de vicepresidente y consejero de Educación, aquello fue un camino de rosas si lo comparamos con la senda de espinas en que se ha convertido la renovación de ese pacto, aunque ahora con Fernando Clavijo y su gente al otro lado de la mesa.


Al secretario general saliente le atribuyen sus críticos – y no sin bastante razón -  haberse dejado coger la camella en demasiadas ocasiones por los nacionalistas sin haber dicho esta boca es mía. Las voces que pedían respuesta a los desplantes y los incumplimientos de los nacionalistas no encontraron nunca eco en Pérez que, sólo a última hora y casi a rastras, vino a decir aquello de que si CC “no quiere romper el pacto con el PSOE está haciendo oposiciones para conseguirlo”.  El respeto que cargos públicos y militantes pedían para recuperar la autoestima y el crédito de una opinión pública atónica ante los carros y carretas que el PSOE parecía dispuesto a soportar, fue ignorado por un secretario general que en los últimos tiempos, los más convulsos del pacto con CC, había desaparecido casi por completo de la vida pública tras delegar sus responsabilidades en el secretario de organización Julio Cruz.  

Ese perfil político bajo, tirando a enano, del que Pérez ha hecho gala durante todos estos años, ha coincidido con la mal disimulada ambición de Patricia Hernández de ocupar su puesto y hacerse con el control del partido acabando de una vez con la famosa bicefalia. Ahora que Pérez ha decidido que se está más tranquilo entre libros y archivos viejos, en el PSOE canario se abre la lucha por la sucesión en la secretaría general que los socialistas canarios corren el riesgo de convertir en un debate sobre nombres de candidatos y candidatas y no sobre proyectos e ideas renovadoras. Es el mismo riesgo que corre el maltrecho PSOE en toda España y un riesgo que los socialistas no están en condiciones de permitirse si aspiran a encontrar un hueco ideológico y programático que los distinga de la derecha y de la izquierda radical que sí tienen mucho más claro lo que quieren y cómo conseguirlo.  

En cuanto a Pérez, su huella en la vida del PSOE canario es tan tenue y superficial que el viento de la Historia no tardará mucho en borrarla por completo. Mirándolo por el lado positivo, con su marcha el partido no sólo no pierde nada sino que gana la oportunidad de renovarse y  reactivarse y la universidad gana un docente y un investigador experimentado. Me parece que no se puede pedir más.    

Misterios de España

Que España es diferente ya lo descubrió el franquismo hace unas cuantas décadas. Aquella definición, la única tal vez en la que el "régimen" acertó de lleno con el verdadero espíritu nacional, hizo fortuna y puede que la hubiera suscrito el mismísimo Ortega y Gasset. En España siempre hemos sido mucho de simular que somos europeos pero actuamos como españoles de pura cepa a la menor oportunidad. Sólo hay que echar un vistazo a un par de ejemplos de hoy mismo para comprobar lo diferente que son España y los españoles de eso que tanto nos gusta llamar “los países de nuestro entorno”.

Una ONG llamada Transparencia Internacional ha presentado hoy los resultados de una encuesta según la cual, dos de cada tres españoles están “muy preocupados con la corrupción” y ocho de cada diez creen que el “el Gobierno lo está haciendo mal o muy mal” en este asunto. Si extrapolamos esos porcentajes a los resultados de las últimas elecciones generales, Mariano Rajoy debería formar parte del Grupo Mixto del Congreso y compartir su tiempo en la tribuna de oradores con el portavoz de Bildu, entre otros.

Ocurre, sin embargo, que Mariano Rajoy puede hablar cuanto la plazca porque para eso es el presidente del Gobierno y dispone de todo el tiempo del mundo para hacernos creer que sus medidas contra la corrupción son la pera limonera. Es, además, el líder de un partido rodeado de corrupción por tierra, mar y aire y al que probablemente muchos de los españoles que dicen estar preocupados por ese problema le votaron el pasado 26J. ¿Es o no es España diferente a los países de nuestro entorno?  Las razones por las que muchos de quienes dicen estar preocupados por la corrupción votan a un partido anegado de corrupción es uno de los grandes misterios que ni historiadores ni sociólogos ni filósofos ni adivinos y, ni siquiera Iker Jiménez, han conseguido aún explicar. Pero no perdamos la esperanza.

También es muy propio de una forma de hacer política genuinamente castiza que, ese mismo partido que gobierna en minoría, caiga en la vulgar provocación de intentar endosarle a la oposición mayoritaria un candidato a la presidencia de la Comisión de Exteriores del Congreso como el beato ex ministro Fernández Díaz, reprobado por la mayoría de la cámara por su peligrosidad para las libertades democráticas más elementales y que de esa tarea sabe tanto como yo o como usted.

Intuyo aquí menos misterio que en lo de la corrupción: creo que lo que ha llevado al PP a hacer una propuesta de la que no podía tener duda alguna de que sería rechazada de plano, ha sido la rabieta de niño maleducado que le ha entrado después de que ayer la oposición le hiciera morder el polvo parlamentario imponiendo la paralización de la aplicación de la LOMCE. No ha ganado nada el PP con su majadería de hoy sobre Fernández Díaz, al que ahora tendrá que abrirle otra puerta giratoria.

Lo que ha hecho, en cambio, ha sido perder buena parte de la poca credibilidad que cabía poner en sus promesas de diálogo y consenso para esta nueva legislatura. Es evidente que el PP no se maneja bien en minoría y que a las primeras de cambio le pueden las malas mañas aprendidas durante la añorada mayoría absoluta. Mientras no asuma que los tiempos del rodillo popular son ya parte del pasado, vamos a tardar mucho pero mucho tiempo más en dejar de ser diferentes de nuestro querido entorno para continuar siendo un misterio para otros y para nosotros mismos.        

Laca

Basta con fijarse en su peinado para comprender que a Donald Trump el calentamiento global y el cambio climático no le importan ni un pelo. Si no es suficiente, recuerden que en la campaña electoral que le ha hecho presidente de la primera potencia mundial y la segunda más contaminante dijo que el cambio climático es un “cuento chino para que Estados Unidos sea menos competitivo”. Es probable que Trump tenga un primo en Dakota de Arriba que le aconseja en estos menesteres y de ahí su supina ignorancia y su desprecio ante un hecho científico que ya no niega ni Mariano Rajoy. También el flamante presidente español tiene un primo que le dijo en cierta ocasión que si diez científicos no eran capaces de predecir qué tiempo haría al día siguiente en Sevilla era de tontos esperar que supieran lo que iba a pasar dentro de 300 años.

Sin embargo, a diferencia de Trump, Rajoy se ha enmendado y ha abandonado el negacionismo de su primo. Ahora incluso es un convencido activista en la lucha contra el cambio climático y hasta va de visita a las cumbres mundiales sobre este asunto como la que se celebra desde hace unos días en Marrakech. La pena es que no tiene mucho que ofrecer al mundo sobre los avances de España en la lucha contra el calentamiento global del planeta. Para desgracia de los españoles y del cambio climático, a sus más recientes ministros de energía y medio ambiente les ponía infinitamente más un buen barril de negro petróleo que un molino de viento o unas placas solares.


El problema es que lo que haga o deje de hacer Rajoy afecta fundamentalmente a los españoles pero lo que haga a partir del 20 de enero Donald Trump va a afectar a todo el mundo. Si mantiene sus promesas – la gran incógnita en estos momentos  – es muy probable que saque a Estados Unidos del acuerdo mundial sobre cambio climático alcanzado hace un año en París. Supondría un golpe mortal de necesidad tras años de laborioso tejer y destejer acuerdos y de poner en común intereses contrapuestos e incluso antagónicos hasta alcanzar un compromiso mundial por insuficiente que parezca.

Con todo, se había dado un paso de gigante al conseguir que Estados Unidos y China, los dos países más contaminantes del mundo, se adhirieran incluso financieramente a este acuerdo que ahora parece contra las cuerdas. El cambio climático es una realidad tangible que escasos científicos niegan ya y que se materializa en datos como el del incesante incremento de la temperatura media del planeta. De esta misma semana es la información según la cual 2016 será el año más cálido desde que existen registros y de eso hace ya cerca de siglo y medio. Algo más de dos siglos llevamos los humanos de los países llamados desarrollados cargándonos a conciencia la casa común de todos hasta situarnos en una situación irreversible frente a la que lo único que cabe hacer es paliar los efectos del daño que hemos causado y seguimos causando a diario.

Que el futuro a medio y largo plazo de la vida en el planeta vaya a quedar en buena medida en manos de un paleto indocumentado es casi aterrador. Por ponerle una gota de humor negro, la única ventaja que le veo es que, con un tipo como Trump promocionando la laca desde la Casa Blanca, cuando toque rendir cuentas tendremos todos la raya del pelo en su sitio. 

El populismo saca pecho

La victoria de Trump en Estados Unidos ha supuesto un nuevo revulsivo para los populismos xenófobos y racistas que pululan por varios países europeos y que empiezan a escalar a peligrosas posiciones en las encuestas electorales. La lideresa del ultraderechista Frente Nacional francés, Marine le Pen, se marcó el tanto de ser de las primeras en felicitar al magnate estadounidense por su triunfo electoral y el británico Nigel Farage, el principal responsable de haber embaucado a la mayoría de sus compatriotas para que abandonaran la UE, ya ha corrido a felicitar en persona a su compinche ideológico.

No me extrañaría ver desfilando estos días por Estados Unidos a otros racistas y xenófobos europeos de pro como el primer ministro húngaro, Viktor Orban, el único de los dirigentes de la UE que apoyó abiertamente a Trump, o los líderes ultraderechistas alemanes, polacos, holandeses, daneses o suecos. Es evidente que son muchos los objetivos y las ideas que les unen a todos a ambos lados del Atlántico: el rechazo de la inmigración, de los musulmanes, del matrimonio homosexual o la igualdad de género entre hombres y mujeres son sólo algunos de ellos.


El auge de este tipo de movimientos no parece, sin embargo, haber despertado hasta la fecha la reacción de alerta que cabría esperar en las fuerzas políticas democráticas europeas. La izquierda democrática, los socialdemócratas y los liberales parecen mirar el avance del populismo de extrema derecha con una mezcla de indiferencia e impotencia, limitándose a expresar tímidas condenas y lanzar débiles advertencias sobre lo que podríamos estarnos jugando en estos momentos. Y lo que nos estamos jugando – la libertad en su más amplia expresión y el respeto a los derechos humanos - es mucho y muy importante como para adoptar una actitud condescendiente ante un fenómeno político que, en gran medida, es la consecuencias del fracaso de liberales y socialdemócratas a la hora de articular una respuesta satisfactoria a las consecuencias derivadas de la Gran Recesión.

Esa situación de profunda crisis económica, política y social y las medidas económicas procíclicas adoptadas indistintamente por gobiernos liberales y socialdemócratas ha generado el caldo de cultivo ideal en donde han engordado estos peligrosos movimientos populistas con sus soluciones simples y directas para problemas complejos. Su crecimiento les permite en estos momentos gobernar en países como Polonia y Hungría y rozar el poder con la punta de los dedos en otros como Holanda o Francia. 

Es hora, por tanto, de que las fuerzas políticas que creen en los valores democráticos, en la paz, en la libertad y en el respeto como elementos centrales de la convivencia global reaccionen ante esta creciente amenaza y la combatan en todos los frentes políticos con las armas de la razón. Contemporizar y confiar en que no serán capaces de hacer lo que prometen si llegan al poder gracias al apollo de amplias capas de una población descontentas con la política tradicional, está empezando a dejar de ser una opción. Máxime ahora que el triunfo del populismo más descarnado en Estados Unidos y el adelanto de cuáles pueden ser las primeras medidas a adoptar – expulsar nada menos que a tres millones de inmigrantes con antecedentes policiales - les permite contar con el más poderoso aliado con el que podían soñar para conseguir sus fines.  

Rajoy nos dará las uvas

Llámenme agonías pero esto se veía venir: Rajoy le ha cogido tal gusto al dolce far niente que fue conseguir la investidura y continuar de inmediato la siesta que inició a finales de diciembre del año pasado. El hombre que clamaba a los cuatro vientos que “España necesita un gobierno que gobierne y lo necesita ya” y que consiguió la investidura gratis total, ha vuelto a la inacción más absoluta esperando tal vez que los urgentes problemas que se suponía que el país tenía que resolver se arreglen solos. Cuando el 1 de octubre el PSOE decidió darse un tiro en el pie, Rajoy supo que seguiría teniendo despacho en La Moncloa. Eso no le animó a pensar en su nuevo gobierno para cuando fuera investido presidente. Al contrario, cuando eso ocurrió sorprendió a los de su propio partido aplazando los nombramientos para casi una semana después.

Como quien convoca una asamblea de vecinos, dio a conocer su gobierno con un comunicado que le evitaba tener que contestar preguntas engorrosas de por qué estos y no aquellos. Hecho lo cual, al siguiente día descansó y solo hemos vuelto a saber de él porque esta semana envió el correspondiente telegrama de felicitación a ese nuevo amigo de los hispanos llamado Donald Trump. Por lo demás, la casa sigue sin barrer: no hay negociaciones ni medianamente formales para sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado y de ponerse a trabajar sobre las pensiones o en el pacto por la educación mejor ni hablamos. Ahí tienen las declaraciones de hoy mismo del nuevo vocero  Íñigo Méndez de Vigo, pidiendo más tiempo para negociar porque el pobre PP sólo tiene 133 diputados y, claro, así es muy difícil.

Suena a burla si no fuera patético que el portavoz diga que no se puede convocar a las comunidades autónomas para hablar de su financiación porque no hay consenso, cuando ese y no otro debería ser el objeto de esas reuniones. Ocurre que, acostumbrados a la mayoría absoluta y a imponer trágalas en todos los asuntos importantes, Rajoy y los suyos no se hayan muy a gusto con la nueva situación. Eso de tener que sentarse a negociarlo todo con la oposición es un engorro que no saben cómo resolver y, por eso, dan largas a cuestiones de la máxima urgencia.

Me temo que esa va a ser la estrategia del PP y de este gobierno. Por tanto, las promesas de diálogo y consenso empiezan a parecerse cada vez más a una cortina de humo para proyectar la falsa imagen de poseer una cintura política de la que en realidad se carece. Puede que in extremis y con calzador se aprueben los presupuestos, más que nada porque Bruselas nos echa el aliento en el cogote. Sin embargo, sería un milagro que se avanzara lo más mínimo en pensiones, educación o financiación autonómica. Al PP siempre le queda la opción de culpar a la oposición de no tener voluntad de diálogo, tal y como hizo de durante los 10 meses de gobierno en funciones en los que esperó a que la investidura le cayera del cielo como así terminó ocurriendo por la mala cabeza de la izquierda de este país. 

Ahora el gobierno ya no está en funciones pero como si lo estuviera: los ministros nuevos y antiguos llevan una semana nombrando a sus equipos, comprándose ropa nueva para los actos oficiales, redecorando los despachos, intercambiándose carteras y posando para la posteridad. Rajoy, mientras, que ya tiene todo eso resuelto, sestea en La Moncloa y amenaza con darnos las uvas sin pegar palo al agua. Y el año que viene ya, si eso...  

Trump y el papanatismo

Los españoles debemos estar muy orgullosos de la prensa patria, periódicos, televisiones y radios. El histórico despliegue para cubrir las elecciones presidenciales en Estados Unidos es digno de la Marca España y nos reconcilia con las grandes cabeceras y cadenas mundiales. Los medios españoles han demostrado con este esfuerzo informativo sin precedentes lo que les preocupan las inquietudes y las esperanzas de sus lectores, espectadores y oyentes. Es un gozo periodístico insuperable echar un vistazo a las primeras páginas de los periódicos del país y encontrar en ellas la misma foto o parecida del mismo victorioso Donald Trump.

Tampoco tiene precio periodístico abrir cualquier periódico de provincias y contar hasta 20 páginas, una detrás de la otra, repletas de amplias informaciones, sesudos artículos de fondo, agudos editoriales, gráficas, diagramas, más fotos que en un bautizo y cualificadas opiniones de políticos, empresarios, gente que pasaba por allí y vendedores de helado sobre las consecuencias para el mundo y el universo de la victoria de Trump.

No pierdo la esperanza de que la próxima vez que haya elecciones en España The New York Times, Washington Post, USA Today, la Hoja del Lunes de Oregón y El Adelantado de Alabama les dediquen al menos el mismo espacio y, por supuesto, no olviden preguntar al vendedor de perros calientes de la 32 con la 40 qué opina de que Rajoy haya vuelto a ganar y de que Pedro Sánchez haya vuelto a perder.

Que no se entienda lo que digo como una crítica ni como un reproche: no estoy dando a entender que la inmensa mayoría de los medios de este país se haya pasado varios pueblos y estados con la cobertura de las elecciones en la primera potencia mundial y tal y tal. Creo que era su deber y su obligación: como señalan todas las encuestas y los estudios sociológicos más solventes, la política norteamericana es la primera preocupación de los españoles muy por delante del paro, la sanidad, los servicios sociales, los políticos y la corrupción. Conocer la marca de laca de Trump, cómo elige sus corbatas, cuál es su peluquero de cabecera o las andanzas y milagros de la nueva primera dama es de una incuestionable trascendencia histórica para el futuro de la Humanidad.

En realidad creo que muchos de estos medios podían haber hecho un mayor esfuerzo y haber publicado incluso una edición especial a todo color poco después de que se conocieran los resultados y acompañarla de un bono de descuento para una Big Mac y una Coca – Cola. La única pega es que las exquisiteces periodísticas – y ésta no hay duda que lo es y de las más sublimes que yo recuerdo – también terminan ahitando incluso a los paladares más entrenados. De ahí que, al menos por lo que a mi respecta, esté empezando ya a sentir una intensa añoranza por la dieta de chochos y pejines. 

Trump y el triunfo del miedo

La comprensible convulsión provocada por la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos puede que sea también algo precipitada. El presidente electo no asumirá el cargo hasta el 20 de enero y mientras no pise el despacho oval y empiece a tomar decisiones es aventurado suponer que pondrá en práctica todo lo que ha prometido en la campaña electoral. Es cierto que las cosas que ha dicho que piensa hacer y lo que de él se sabe no invitan precisamente a la tranquilidad.  

No es improbable que a partir del 20 de enero el mundo sea un lugar mucho más inseguro pero, como bien acaba de decir su derrotada rival Hillary Clinton, conviene esperar a ver qué hace antes de anunciar el Armagedón. No sería el primero, empezando por Obama, que incumple lo que promete en una campaña electoral. De hecho, su tono y hasta su cara de esta mañana tras asumir la victoria han tenido poco que ver con el gesto desencajado y agresivo que ha exhibido durante toda la campaña. Incluso ha tenido el detalle poco habitual en él de agradecer a su rival, a la que llegó a prometer llevarla a los tribunales, los servicios prestados al país. 

Lo que sí cabe hacer es analizar las claves que explicarían que la mayoría de los estadounidenses haya optado por él y no por la demócrata Clinton a pesar de las fallidas encuestas – también en Estados Unidos petardean los sondeos – y las previsiones de la mayoría de los analistas. De manera algo gratuita se achaca la victoria de Trump al odio, al racismo, la xenofobia y la misoginia de la América profunda que habría visto en el candidato republicano un reflejo de su propia forma de pensar. Creo que el asunto es algo más complejo: sin negar en absoluto que Trump sea un racista, xenófobo y misógino de la peor calaña la explicación de su triunfo hay que buscarla en el miedo.


No hablo tanto del miedo a los inmigrantes o a los terroristas dispuestos a llevarse por delante a cuantos más inocentes mejor, factores que probablemente también han tenido un peso importante a la hora de apoyar a Trump. Hablo del miedo a un futuro sin futuro, sin empleo o con empleos mal pagados debido a la deslocalización de las empresas que buscan en otros países mano de obra barata, con su secuela de desempleo y miseria; me refiero al miedo de enfermar y no tener dinero para una atención sanitaria decente, uno de los numerosos incumplimientos de Obama; pero hablo, sobre todo, del miedo a que América esté dejando de ser la tierra de las oportunidades que preside el ideario de Estados Unidos.

Por eso los obreros de esa América profunda  han votado mayoritariamente por Trump, no los ricos ni la clase educada del establishment que suele preferir a los demócratas. Trump supo detectar ese miedo y por eso – como hoy ha recordado un analista – hablaba tanto de comercio en sus mítines, aunque lo que los medios resaltaran fueran sus exabruptos contra las mujeres, los negros, los musulmanes o los hispanos. Trump es un declarado enemigo del libre comercio y de los tratados que ha firmado o quiere firmar Estados Unidos con China o con la Unión Europea. Sabe que sus votantes ven en la liberalización comercial y en la consiguiente deslocalización de las empresas todas las causas de sus males.

Eso explica que, antes incluso de que cantara victoria, las bolsas de medio mundo se desplomaran poniendo también de manifiesto el miedo a una vuelta de las barreras comerciales. El mérito de Trump ha sido saber identificar, exacerbar y aprovechar en su beneficio el descontento de esos trabajadores con la clase política que defiende la liberalización total pero que vive en una realidad paralela a la que ellos padecen día a día. Asi como la derrota de Clinton lo es no sólo suya sino también de un Partido Demócrata cada vez más alejado de los problemas reales de los ciudadanos, el triunfo de Trump hay que atribuírselo a él más que al Partido Republicano que, después de auparlo a la candidatura, renegó escandalizado de sus barbaridades sobre las mujeres o los inmigrantes. 

En resumen, con Trump gana el populismo a la americana con innegables puntos de conexión con el populismo a la europea. Que la líder del Frente Nacional Francés haya sido una de las primeras en enviarle su felicitación es muy ilustrativo de lo que les une. Eso es lo verdaderamente preocupante de la victoria del candidato republicano, que a ambos lados del Atlántico se imponen las soluciones de brocha gorda para problemas complejos mientras el liberalismo político y la socialdemocracia se baten en retirada. 

Grabando, grabando

Aplaudo con las orejas que el Consejo del Poder Judicial haya reconocido hoy que la Audiencia de Las Palmas y los jueces que en ella trabajan siguen bajo su jurisdicción. Empezaba a albergar  serias dudas a la vista del ruidoso silencio con el que en Madrid se han tomado hasta ahora el “Albagate”. El mismo tipo de silencio – por cierto - que guarda la Sala de Gobierno del Tribunal Superior de Justicia de Canarias y su presidente, Antonio Doreste, como si el bochornoso asunto en cuestión estuviera ocurriendo en Nueva Zelanda.

Hablamos del juez Salvador Alba, quien parece haber descubierto a destiempo una irrefrenable vocación de ingeniero de sonido y no ha dudado en grabar a sus propios colegas a la hora del café o mientras deliberaban de los asuntos de sus respectivos negociados. En su descargo hay que decir que es una suerte para sus compañeros que Alba haya preferido grabarles las conversaciones en lugar de emplear sus habilidades en judo con ellos. El juez en cuestión comparte esta vocación grabadora con Miguel Ángel Ramírez, un prominente hombre de negocios que en sus ratos libres también preside un equipo de fútbol, demostrando que cuando se pone interés en lo que se hace hay tiempo para todo. Unas y otras grabaciones llegaron a los medios que las difundieron y transcribieron antes incluso de que lo hicieran los peritos. El consiguiente escándalo tuvo la virtud de poner de acuerdo a todos los partidos políticos, cosa pocas veces vista en los últimos tiempos.


Todos a una pidieron al Consejo del Poder Judicial que saliera del letargo y actuara por el bien de la Justicia y de la necesaria credibilidad en ella por parte de los curritos que ante un juez no tenemos perro que nos ladre. Con jueces y fiscales refunfuñando por los rincones y quejándose de manera anónima de que el ventilador los estaba literalmente cubriendo injustamente a todos de inmundicias – por no emplear otra palabra de peor olor – sólo una asociación, la de Jueces por la Democracia, dio el paso de pedir formalmente al dormido Consejo del Poder Judicial que apartara cautelarmente al frustrado ingeniero de sonido de sus labores judiciales. Más que nada porque grabar subrepticiamente a tus colegas y luego sentarte con ellos en el mismo tribunal a impartir justicia como si no hubiera pasado nada queda un poco raro, tenso y chocante.

Horas después, el Consejo tuvo a bien comunicar la apertura de un expediente disciplinario a nuestro magistrado grabador por la “posible comisión de dos faltas muy graves y una grave previstas en la Ley Orgánica del Poder Judicial”. En román paladino significa que está muy feo grabar las conversaciones con tus colegas, revelar secretos judiciales y abusar de tu autoridad como juez para perjudicar a otros compañeros con el fin de hacerle un favor a tu mecenas político.  Lo que no hace el abúlico Consejo del Poder Judicial es apartar cautelarmente al juez de la grabadora de sus funciones judiciales, que es lo que le vienen pidiendo diferentes sectores de la sociedad canaria hasta en arameo antiguo.

Todo hace indicar que el Consejo no llegará a tanto por ahora y esperará a que el caso se ventile en la vía penal, en donde Alba tendrá que aclarar su gusto por las grabadoras baratas, antes de decidir si lo manda a galeras o le paga los estudios de ingeniería. Puede que en el Consejo no sepan qué significa exactamente el término “cautelar” y haya que explicarles que por el bien de la Justicia y de la credibilidad de los ciudadanos en ella sería muy saludable e higiénico que Alba no siguiera formando parte de tribunales ni tomando decisiones judiciales de ningún tipo al menos durante una larga temporada. Con suerte hasta puede que deje la judicatura para dedicarse de lleno y en exclusiva al mundo de los sonidos. 

El suelo de todos

Un territorio pequeño y fragmentado como Canarias, caracterizado además por valores ambientales únicos en el mundo, requiere una gestión del suelo capaz de compatibilizar con exquisito equilibrio lo público y lo privado. El enconado debate que sigue suscitando el proyecto de Ley del Suelo aprobado por el Gobierno de Canarias y que esta semana inicia su trámite en el parlamento autonómico, con partidarios entuasiastas y críticos irreductibles, es un buen ejemplo de los intereses en liza y de lo que nos jugamos los canarios en este envite: nada más y nada menos que hasta dónde pueden llegar los intereses privados en esta materia y hasta dónde los públicos.

Gobierno, oposición y agentes económicos y sociales comparten el objetivo de podar la maraña normativa sobre el suelo con el fin de agilizar los procedimientos administrativos y no demorar sine die proyectos de cuantiosas inversiones, supuestamente generadores de riqueza y puestos de trabajo. Las discrepancias surgen desde el momento en el que se intentan identificar las causas del problema y las soluciones para resolverlo.  Los detractores achacan al Gobierno demasiada prisa a la hora de impulsar un proyecto que hubiera requerido de un análisis previo mucho más profundo sobre el suelo y su vinculación con la economía canaria, así como de un esfuerzo mucho mayor de pedagogía para que los ciudadanos podamos tener suficientes elementos de juicio sobre un asunto vital para el futuro de estas islas.

Por desgracia, a fecha de hoy sigue predominando por parte de todos – detractores y favorables al proyecto de ley - el trazo grueso y la consigna antes que el análisis reposado de un  problema muy complejo y la búsqueda consensuada de soluciones. Culpar a la COTMAC (Comisión de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente de Canarias) se ha convertido casi en un tópico entre quienes defienden la iniciativa gubernamental y abogan por la desaparición de este organismo al que culpan de lento, ineficaz y superfluo. De esa crítica a la COTMAC participa el propio Gobierno de Canarias, decidido a descargarla de las funciones que ahora tiene encomendadas para que sean los ayuntamientos los que puedan desarrollar su propio planeamiento urbanístico si más controles medioambientales y de legalidad que los que en su caso establezcan los tribunales de justicia.


Es cierto que CC y el PSOE han sellado un acuerdo para que la COTMAC o el órgano que la sustituya en la nueva ley se ocupe al menos de la llamada evaluación estratégica ambiental. Sin embargo, causa inquietud que la responsabilidad primera y última sobre el planeamiento urbanístico quede en manos de ayuntamientos que en su inmensa mayoría carecen de los mínimos medios técnicos y humanos para ejercerla. Si llamativo resulta que la Comunidad Autónoma abdique sus competencias en instituciones que difícilmente las podrán desempeñar salvo que se dote a la ley de una adecuada ficha financiera, no lo es menos la posibilidad que se reserva el Gobierno de suspender el planeamiento bajo el amparo del interés general, algo que la ley debería precisar con el máximo cuidado para cerrar la puerta a cualquier posibilidad de especulación.

En ese mismo sentido, autorizar usos complementarios en suelo rústico con el argumento de mejorar las rentas del sector primario puede tener un efecto perverso si no se delimita bien el alcance de la medida: que lo complementario se convierta en principal y lo principal – la ganadería y la agricultura – en secundario. Del mismo modo es imprescindible que quede meridianamente claro que la principal joya de la corona de esta tierra, sus espacios naturales, no pueden albergar usos incompatibles con sus valores culturales, ambientales y paisajísticos.

El Gobierno, que presume de lo participativa que ha sido la ley, tiene tiempo aún de hacer un nuevo esfuerzo para que la norma que quiere que el Parlamento apruebe antes de que acabe el año cuente con el máximo consenso. En caso de que no fuera posible, debería plantearse la posibilidad de retirarla y acordar un nuevo plazo para lograrlo, por más que la demora decepcione a determinados intereses económicos que aguardan ansiosos y que ya empiezan a revolverse contra los cambios que podrían introducirse en el trámite parlamentario. Un cambio legal del calado y la trascendencia que se propone, bien merece el esfuerzo de buscar el mayor respaldo social y político posible sobre lo que se puede y no se puede hacer en el suelo de todos los canarios.  

Justicia en entredicho

Los miles de jueces españoles que a diario instruyen causas y dictan autos y sentencias de acuerdo a las leyes, no se merecen respirar el hedor que emana estos días de la Audiencia Provincial de Las Palmas a propósito del “Albagate”. Ya sufren suficientes estrecheces materiales y humanas y una cierta desconfianza social en su labor, como para verse además enfangados por un escándalo que crece y se agrava a medida que se conocen nuevos y truculentos detalles. En beneficio de su imagen y de la imprescindible confianza en la Justicia que imparten, entendida como columna maestra de cualquier estado de derecho que se precie, se tendría que haber actuado hace tiempo por parte de quien tiene la potestad de hacerlo y sin embargo apenas ha movido un dedo.

Hablo de los responsables del Consejo del Poder Judicial que, a pesar de llamarse pomposamente a sí mismos “gobierno de los jueces”, sigue mostrando una pasividad cercana a la connivencia o cuando menos al corporativismo más rancio que cabría esperar a estas alturas del siglo XXI. Como ciudadano de a pie siento una mezcla de asombro, vergüenza, indignación e indefensión al comprobar que, el hecho de que un juez sea grabado en su despacho por un empresario al que investiga y con el que trama la manera de perjudicar la carrera política de una magistrada rival en beneficio de un determinado y conocido político, sólo ha merecido de momento la apertura de un inofensivo expediente previo por parte del citado Consejo.

Mi estupefacción va en aumento cuando se revela además que el juez en cuestión también ha grabado conversaciones con colegas suyos e incluso sesiones judiciales, y el mismo Consejo tampoco mueve un músculo ni hace siquiera sea un amago de apartarlo cautelarmente de sus funciones hasta que se esclarezcan los hechos por vía penal y disciplinaria. En las conversaciones conocidas estos días a través de los medios, aparece incluso el presidente de la Audiencia Nacional supuestamente escuchando la petición de favores por parte del  empresario de marras sujeto a investigación judicial por un fraude fiscal millonario y que ahora ha decidido hacerse pasar por la víctima del escándalo.

Es cuando menos insólito que todo un presidente de la Audiencia Nacional se haya limitado a emitir una tímido desmentido de que esa reunión tuviera lugar y no haya presentado aún una querella criminal contra el empresario. En las grabaciones del escándalo figuran otros jueces, empresarios, políticos y hasta periodistas que pasaban por allí pero nada de eso le parece lo suficientemente grave al Consejo del Poder Judicial para salir de la bochornosa pasividad de la que hace gala ante este caso.

¿Es que acaso no tenemos derecho los ciudadanos a  que se nos diga con meridiana claridad que no es cierto que en la Audiencia de Las Palmas se intercambian favores judiciales y políticos como en una suerte de mercado persa? ¿Es que no aportamos con nuestros impuestos al sostenimiento de la Justicia o no podemos exigir equidad y respeto a las leyes por parte de quienes tienen la responsabilidad constitucional de hacerlas cumplir además de cumplirlas los primeros y de manera ejemplar?

No se trata de rasgarse las vestidura ni de caerse de un guindo a estas alturas: no es un secreto para nadie que la Justicia en España dista mucho de parecerse a la tópica imagen de la diosa con los ojos vendados, la espada y la balanza en equilibrio perfecto; con poca memoria que hagamos recordaremos todos cómo se han torcido sus renglones cuando se han cruzado en su camino intereses políticos o económicos. 

Puede que sean precisamente esos intereses los que estén detrás de su pasmosa indiferencia ante el “Albagate” pero, sean cuales sean las razones, queda seriamente en entredicho la utilidad de un órgano como el Consejo del Poder Judicial controlado por intereses políticos. Si limitarse a mirar para otro lado es todo lo que está dispuesto a hacer, creo que su abultado presupuesto estaría mucho mejor empleado en agilizar la administración de Justicia y en mejorar las carencias de todo tipo a las que se enfrentan calladamente a diario miles de jueces de este país para impartir justicia con rigor, equidad e imparcialidad.

Mariano Gatopardo Rajoy

Se lo pensó, le dio largas a la decisión y por fin lo cuadró, supongo que a su gusto: el que hemos conocido esta tarde es el gobierno de Rajoy y entiéndase la frase de manera literal porque sólo de él es la potestad de nombrarlo pero, ante todo, porque los indicios apuntan a que apenas ha consultado su composición con nadie. ¿Cómo definirlo? ¿Qué esperar de él? ¿Es el instrumento apropiado para que Rajoy consiga llegar a acuerdos con la oposición sobre presupuestos, educación, pensiones, financiación autonómica, Cataluña, por citar sólo unos pocos, los más urgentes tal vez? ¿Es el gobierno que va a hacer que la legislatura no muera con el año o un poco más allá o va a ser el parapeto que protegerá sin tocarle ni una coma la reforma laboral o que se sentará a esperar a que los demás pacten con él en lugar de impulsar el diálogo y el acuerdo?

¡Viva la renovación!

Echando un vistazo a los nombres de los que repiten y de los nuevos, discrepo de quienes sostienen que tratándose de Mariano Rajoy no cabía esperar sorpresas. ¿Cómo cabe interpretar que Cristóbal Montoro, el ministro de la amnistía fiscal, el que no ha dudado en vilipendiar al mundo de la cultura y usar la Agencia Tributaria con fines partidistas y el que ha sido incapaz de reformar el sistema de financiación autonómico, por mencionar sólo unos pocos ejemplos de su desastrosa gestión, siga formando parte del gobierno?  Si no es una sorpresa – desagradable - que uno de los ministros más desgatados siga en el puesto que venga Rajoy y lo explique.
  

Que María Dolores de Cospedal, la del “despido en diferido” de Bárcenas, haya sido galardonada en la pedrea con el Ministerio de Defensa sólo puede interpretarse como un premio de Rajoy a su fiel escudera en el PP por las innumerables veces en las que ha ejercido de dique de contención para que la marea de la corrupción no llegara a la presidencia del partido y del Gobierno. Nada que no fuera desprenderse de él podía hacer Mariano Rajoy con el denostado y peligroso Jorge Fernández Díaz, al que sustituye en Interior el que fuera alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, un hombre con amplia experiencia en mandar en la policía municipal.

De Guindos hereda a Soria, Catalá hace guardia en el Constitucional y Báñez vigila las pensiones

Que Soraya Saénz de Santamaría seguiría como vicepresidenta era seguro, pero Rajoy también sorprenda encargándole Administraciones Territoriales y poniendo la portavocía en manos de Íñigo Méndez de Vigo, que continúa en Educación. Su perfil político, contrapuesto al del nefasto José Ignacio Wert, no es el menos malo para alcanzar el pacto por la educación que Rajoy prometió en su investidura, aunque tendrá que hacer gala de no poca mano izquierda. De Guindos, otro fijo en las quinielas, sigue en Economía y añade la cartera de Industria, que hereda de su amigo José Manuel Soria a pesar del escándalo que supuso su intento de enchufarlo de tapadillo en el Banco Mundial. Negociar con Bruselas y resolver los desaguisados que dejó su antecesor no son tarea menor.

Se saca Rajoy de la manga el nuevo Ministerio de Energía, Turismo y Sociedad Digital – que siempre queda muy moderno -  adjudicado a Álvaro Nadal, responsable de la oficina económica de Moncloa. Para Fomento Rajoy ha elegido al alcalde de Santander, Íñigo de la Serna, del que lo único que puede decirse de momento es que será el segundo Íñigo del nuevo gobierno.  A Exteriores, de donde sale un lenguaraz y metepatas José Manuel García – Margallo, va un desconocido diplomático de carrera llamado Alfonso Dastis, mientras que en Sanidad y Asuntos Sociales Rajoy coloca a una ministra catalana, Dolors Montserrat, en un claro guiño antisoberanista.

García Tejerina, ministra sin apenas proyección política, sigue ocupándose del medio ambiente, la agricultura y la pesca y Rafael Catalá sigue al timón de Justicia, con la vista puesta en Cataluña por lo que pueda pasar en los próximos meses. También sigue Fátima Báñez, la ministra de la reforma laboral, a la que ahora se le suma la obligación de buscar un nuevo pacto de estado que garantice el sistema de pensiones. Como en el caso de Montoro, Rajoy mantiene a una ministra con la que se ha precarizado el mercado laboral hasta límites inimaginables y con la que la hucha de las pensiones ha empezado a criar telarañas sin que haya movido un dedo para revertir la situación.


¿Por sus hechos los conoceréis? 

Es natural que, minutos después de conocer lo que Rajoy ha ideado en su retiro gallego, lo que haya sobre la mesa en estos momentos sean sólo preguntas. Las respuestas irán llegando con el tiempo y las primeras no tardaremos en conocerlas, en cuanto este gobierno y la oposición se sienten a negociar los próximos Presupuestos Generales del Estado con ajuste de 5.500 millones de euros por orden de Bruselas. Ese será el primer test para averiguar cuán flexibles son las cinturas políticas, empezando por las del propio Rajoy y sus ministros, y continuando por las de un PSOE en la situación más comprometida en la que se ha encontrado a lo largo de su historia reciente: ser oposición y, al mismo tiempo, no darle motivos a Rajoy para adelantar unas elecciones al menos hasta que no empiece a salir del hoyo de sus crisis interna.

A bote pronto y a expensas de que los hechos me quiten o me den la razón, veo en este gobierno escasas posibilidades de que sea el que necesita la realidad política actual del país. Con Montoro, Guindos, Báñez o Catalá en el gobierno, creo que a Rajoy le ha salido hoy la vena lampedusiana y nos ha querido vender un gran cambio de gobierno para que en realidad no cambie nada o que, como mucho, cambie lo menos posible. Y en eso sí que Rajoy no ha sorprendido a nadie. 

Pacto con calzador

El que dijo aquello de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra no tuvo en cuenta a los políticos: estos, tal vez para mantenerse agarrados a la brocha, tropiezan cuantas veces haga falta por más que las evidencias empíricas aconsejen cambiar de estrategia. El caso del pacto en cascada en el que llevan dos legislaturas empeñados CC y el PSOE es un ejemplo de manual de la reinsidencia en el error. En la pasada legislatura ya generó no pocos dolores de cabeza cuando el PSOE y el PP en el cabildo de La Palma se aliaron para dejar en la oposición a CC. Aquello provocó un desgarro en los socialistas palmeros con expulsiones y gestoras de por medio y puso al pacto regional contra las cuerdas.

Sin embargo, lo ocurrido entonces apenas fue nada comparado con lo que viene ocurriendo con ese mismo acuerdo, reeditado al comienzo de la presente legislatura por los mismos socios aunque con diferentes protagonistas estampando sus firmas al pie. La obligación de aplicarlo en pedanías, ayuntamientos chicos, medianos y grandes, además de en los cabildos en donde CC y PSOE sumen mayorías absolutas, se ha vuelto a revelar como una fuente permanente de inestabilildad y distracciones que estas islas no se pueden permitir. Desde el día siguiente a la firma han menudeado los incumplimientos y en la mayoría de los casos ha sido el PSOE el damnificado: CC se ha saltado el acuerdo en cascada en La Laguna, el Puerto de la Cruz o Arico, por citar sólo algunos casos. En el cabildo de Lanzarote los socialistas tuvieron que esperar a que se les pasara el cabreo que les causaron determinadas decisiones del nacionalista Sanginés para poder acceder al gobierno insular.


Cuando a los socialistas se le ocurrió tomar rehenes en el ayuntamiento herreño de La Frontera, CC les conminó severamente a arrojar las armas y salir con las manos en alto y les vetó como socios de gobierno en el cabildo herreño. La lista es más larga pero con estos ejemplos es suficiente. El penúltimo episodio de lo inútil y dañino que resulta el pacto en cascada para la estabilidad del gobierno autonómico se ha producido en Granadilla, en donde CC ha desalojado al PSOE de la alcaldía y los nacionalistas aún no han aplicado las medidas disciplinarias a las que se habían comprometido. De lo ocurrido en Granadilla ha pasado más de un mes pero los efectos perduran en un pacto que los socios mantienen con alfileres.

Después de la interesada rumorología que circuló la semana pasada sobre una posible moción de censura contra el Gobierno canario o sobre un gobierno alternativo de populares y nacionalistas, CC y PSOE decidieron el sábado que lo mejor para las islas era mantener el acuerdo y, para ello, no se les ocurrió una idea mejor que volver a comprometerse a revertir los incumplimientos del dichoso pacto en cascada. En la práctica, eso supone moción de censura en Puerto de la Cruz o dimisión de la alcaldesa de Arico para que gobierne el PSOE en ambos lugares.

Cualquiera, salvo los socios del pacto, podía adivinar cuál iba a ser la reacción de los concejales nacionalistas afectados por esa decisión: colocarse a la defensiva y advertir de que sólo acatarán lo que decidan los respectivos comités locales de CC por mucho que se les ponga en el disparadero de la expulsón. De manera que, intentando apagar el fuego en el pacto regional, los socios están dispuestos ahora a provocar un incendio de inestabilidad municipal en donde, en la mayorías de las ocasiones, priman las simpatías o las antipatías personales por encima de las siglas o, en el mejor de los casos, es imposible que cogobiernen partidos que se disputan los mismos electores.

Solo de esperpéntica se me ocurre calificar la posibilidad de que el acuerdo entre socialistas y nacionalistas vuelva a encallar – si es que en algún momento ha desencallado – porque un determinado grupo de concejales en un determinado ayuntamiento se niega a presentar una moción de censura. Si tal cosa ocurriera, CC y PSOE deberán explicar a todos los canarios si para ellos es más importante el color político de  determinado ayuntamiento que la sanidad, la educacón, el empleo o los servicios sociales. Si de verdad los socios creen que su acuerdo político es el mejor para Canarias - que seguramente lo es - deberían demostrarlo enterrando de una vez el nocivo pacto en cascada y centrándose única y exclusivamente en la que debe ser su principal obligación: dar respuesta a las necesidades y problemas de todos los canarios.   

Rajoy ya no tiene prisa

El hombre que, dedo en alto, más nos ha dado la brasa este año con la urgencia de que España tuviera un gobierno “que gobierne” mientras no hacia nada para lograrlo, ha sufrido un repentino aunque no inesperado ataque de pachorra. Un minuto después de conseguir la investidura por la que suspiraba, Rajoy anunció que no habría gobierno hasta el jueves y acabó de un plumazo con todas las cábalas al respecto. No es que el retraso vaya a empeorar más el paro o que Bruselas nos exija recortes añadidos; se trata de que este gesto sin aparente trascendencia evidencia una vez más que en Rajoy lo que importa no es lo que dice sino lo que hace. Por eso, cuando dice que quiere pactar con el PSOE y con Ciudadanos los grandes asuntos,  deberíamos pensar que su objetivo real es pactar lo mínimo imprescindible para que la legislatura y su gobierno no naufraguen a las primeras de cambio.

Que nadie espere, empezando por el PSOE, que con Rajoy en La Moncloa se va a derogar la reforma laboral, se va a llegar a un gran consenso sobre las pensiones o se va a alcanzar un pacto por la educación. Si se consiguen aprobar los presupuestos del año que viene y, con suerte, los del siguiente antes de volver a las urnas ya sería todo un éxito. Es Rajoy, no lo olvidemos, el que tiene en sus manos la posibilidad de adelantar las elecciones en cuanto le interese al PP o en cuanto la oposición pretenda laminar las reformas aprobadas en la feliz legislatura de la mayoría absoluta en la que las críticas entraban por un oído y salían por el otro.


Sobre ese gobierno que Rajoy anunciará urbi et orbi el  jueves hay quinielas para todos los gustos pero todas coinciden en que debe combinar la capacidad de diálogo con la defensa de las reformas que Rajoy considera su mejor legado a este país. Por echarle un cable, le sugiero que prescinda sin dudarlo del actual minitro del Interior, un verdadero peligro para la democracia. La misma suerte debería correr Montoro, un peligro en este caso para nuestros bolsillos, aunque las grandes fortunas y los grandes evasores fiscales le estarán eternamente agradecidas.

García Margallo y Morenés se merecen el despido fulminante por incompetentes, bocazas y metepatas y destino idéntico debería recaer sobre Luis de Guindos, quien ya debió haber sido despedido sin contemplaciones cuando intentó enchufar a su amigo José Manuel Soria en el Banco Mundial. Como cabía esperar, Méndez de Vigo ha pasado sin pena ni gloria por Educación, un ministerio que requiere a alguien de un perfil opuesto al sectarismo del que hizo gala José Ignacio Wert. Con la educación, la sanidad y los servicios sociales en manos de las comunidades autónomas, hacen falta ministros que tiendan puentes y reconduzcan las relaciones con quienes deben gestionar el día a día de estos servicios esenciales.

Para Empleo hace falta alguien que crea menos en los milagros para resolver el problema de la precariedad laboral y el de las pensiones, así que Fátima Báñez debería quedar fuera del Ejecutivo con el agradecimiento patronal por los servicios prestados. Industria necesita a alguien que no sepa dónde está Panamá y que se lleve bien con las eléctricas y para Justicia le hace falta un ministro que se pase el día en el Constitucional empepalando a los soberanistas catalanes, una tarea para la que podría seguir contando con Rafael Catalá; otra cosa es que quiera hablar de algo que no sean penas y leyes con los catalanes y  acometer un cambio en la administración de justicia y en el poder judicial, pero no recuerdo que sobre eso dijera nada Rajoy en su discurso de investidura.

Pero como dice Soraya Sáenz de Santamaría, la única que parece tener todos los boletos para seguir en el gobierno, no nos merendemos la cena y esperemos a que Rajoy se lo termine de pensar con toda la pachorra de la que ahora hace gala después de meter prisa todo el año para conseguir la investidura de la que ya disfruta. En cualquier caso, que nadie espere sorpresas de Rajoy porque sería como pedirle que dejara de ser él mismo y que por una vez hiciera lo que dice pero eso, además de no poder ser, es imposible.

Pedro Sánchez, mártir

Entre las muchas virtudes que adornan a Pedro Sánchez no figura la autocrítica. Llegó a la secretaría general aupado por las primarias y cuando el PSOE perdía votos a manos llenas. Algo más de dos años después, lejos de reducirse, la hemorragia no ha hecho más que crecer como ponen de manifiesto los resultados del 20D y del 26J y como habría vuelto a ocurrir si se hubieran celebrado unas terceras elecciones en diciembre.  Aunque los deplorables resultados que el PSOE obtuvo en las recientes elecciones de finales de septiembre en el País Vasco y Galicia merecían un análisis de las causas del fracaso y de las medidas para reconducir la situación, la ejecutiva socialista que entonces lideraba Sánchez se abstuvo de esa tarea imprescindible en cualquier partido que se precie.

Su objetivo fue siempre alcanzar un acuerdo de gobierno con Podemos y Ciudadanos que sólo era posible en su imaginación, por más que no salieran ni las cuentas numéricas ni las políticas. Esa irresponsable tozudez es en gran parte la culpable de que su partido se encuentre ahora dividido, desnortado y desconcertado como hacía décadas no ocurría. Renunciar el pasado sábado a su escaño para evitar abstenerse en la investidura de Rajoy fue lo mejor que pudo hacer. Esa decisión le honra por cuanto concuerda fielmente con sus planteamientos políticos; sin embargo, su problema sigue radicando en que esos planteamientos y los datos de la realidad política están reñidos entre sí.

Esto está llevando a Sánchez a empezar a ver gigantes y enemigos en donde sólo hay molinos de viento y ovejas. Sus declaraciones de anoche en televisión culpando a las grandes empresas del IBEX y a determinados grupos editoriales de trabajar para hacer imposible un gobierno del PSOE con Podemos, nos ofrecen la figura de un político aferrado a cualquier argumento, por indemostrable que resulte, para sostenella y no enmendalla. No obstante, la guinda de esa entrevista ha sido considerar un error haber llamado “populista” a Podemos, lo que denota una absoluta ingenuidad por su parte en  el mejor de los casos o, en el peor, una supina ignorancia política.

Sánchez, al que los dirigentes, militantes y simpatizantes de Podemos y una parte importante de los del PSOE parecen a punto de convertir en mártir irredento de una causa imposible, se apresta ahora a subirse a su coche y a recorrer España para “recuperar” el partido con el apoyo de los militantes. Si por él y por los que piensan como él hubiera sido, a estas horas ya tendríamos convocadas nuevas elecciones generales y ya podríamos ir descontando una nueva victoria más abultada aún del PP, una nueva hecatombe del PSOE en las urnas y el ansiado “sorpasso” por el que suspira Podemos.

Todo esto por no hablar del cabreo ciudadano y del desprestigio de una clase política incapaz durante más de diez meses de la más mínima transacción para ocuparse de los intereses generales. Pero eso a Sánchez ni antes ni ahora parece haberle importado demasiado, ni siquiera en una situación como la actual en la que su partido tiene ante sí un escenario político dantesco en el que lo que menos necesita es añadir a sus muchos frentes abiertos uno nuevo: el mesianismo salvador. 

Hernando o la fe del converso

Francamente, no me hubiera gustado lo más mínimo encontrarme hoy en la piel del portavoz socialista encargado de dar la réplica al discurso de investidura de Mariano Rajoy. El papelón de Antonio Hernando ha sido de los que marcan un antes y un después y pocos políticos en activo se hubieran atrevido a subir hoy a la tribuna de oradores del Congreso para hacer lo que él ha hecho: anunciar la abstención de su partido para permitir la investidura del líder popular después de lo dicho y hecho en los últimos meses. 

No es que no sea eso lo que toca hacer en estos momentos, como he escrito y argumentado varias veces; tampoco es que Hernando haya estado rematadamente mal,  flojo o poco incisivo o que no haya metido el dedo en la llaga y en las carencias políticas del candidato a seguir en La Moncloa. Todo lo contrario, anunció una oposición dura y constructiva, se permitió enumerar una lista de reformas que el PSOE impulsará, atacó por donde más le podía doler a Rajoy, puso en evidencia los efectos de sus políticas sociales y económicas y no le perdonó los casos de corrupción que anegan al PP. En su afán por encontrar un hueco por el que el PSOE pudiera sacar hoy la cabeza y tomar resuello, repartió sus mandobles entre Rajoy y Pablo Iglesias, intentando a la desesperada achicar espacios políticos para evitar que Podemos le robe el santo y seña de la verdadera y genuina oposición al gobierno en minoría del PP. 


El problema de Hernando y del PSOE es que su discurso, aún siendo prácticamente calcado del que pronunció en agosto con ocasión de la fracasada investidura de Rajoy, no conducirá a la misma consecuencia sino a otra de efectos bien distintos. Si entonces y hasta el otro día la máxima de Hernando era "no es no" a Rajoy, hoy ha sido "abstención" por el bien de España, aunque los argumentos de fondo en agosto y ahora hayan sido los mismos. Hernándo fue fiel escudero de Pedro Sánchez hasta poco antes de que el ex secretario general sufriera lo que algunos insisten en calificar de golpe de mano con la dimisión de la mitad más uno de los miembros de la Ejecutiva socialista y el tormentoso Comité Federal del 1 de octubre. 

Defendió la posición de Sánchez y en su nombre negoció y mantuvo contactos con Podemos y con Ciudadanos; era lo que ahora se conoce como un "sanchista" y, seguramente por eso, su ex jefe de filas ni siquiera se levantó esta mañana de su escaño para aplaudir cuando terminó su primera intervención, como hizo buena parte de la bancada socialista. Sin embargo, la caída en  desgracia de Pedro Sánchez no conllevó que Hernando abandonara también la portavocía socialista en el Congreso, en la que fue ratificado por la comisión gestora que sí sustituyó al portavoz en el Senado. 

Se me escapan las razones por las que Hernando merece la confianza de la gestora para continuar siendo el portavoz del PSOE, un cargo de una enorme proyección política. Puede ser que no encuentre a otro más capacitado para esa responsabilidad; sin embargo, sus contorsiones y contradicciones de hoy para justificar lo que en agosto era de todo punto inviable - la abstención -  desacreditan el discurso de la responsabilidad y el sentido de estado al que apela ahora el PSOE para justificar la nueva posición. Y no entraré en ese debate semántico un tanto absurdo y pueril sobre si abstenerse es o no apoyar; abstenerse es, literalmente y en términos políticos, "no participar en algo a que se tiene derecho".

Me parece muy bien que la izquierda infantil de este país, la misma que impidió un gobierno progresista por el que ahora se da golpes de pecho, entienda que lo que el PSOE va a hacer el sábado es una traición en toda regla. No obstante, sus críticas de hoy al PSOE y las correspondientes réplicas de Hernando han convertido la investidura de Rajoy en un cómodo trámite parlamentario en el que el candidato se permite bromas y chascarrillos mientras sus rivales se tiran de los pelos. Salvo que se demuestre lo contrario de manera razonada y no meramente emocional, me sigue pareciendo que abstenerse es lo más sensato para los intereses del país y para el propio PSOE. Ahora bien, designar a un converso a la abstención de última hora como Hernando para defender esa postura ante la sociedad española, ha sido un error de principiante que no creo que hubiera costado mucho evitar. 

Porque yo lo valgo

En síntesis muy apretada, Mariano Rajoy se ha subido esta tarde a la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados y ha pedido el apoyo de la cámara por la única y exclusiva razón de que él lo vale y, además, se lo merece. Sus logros en materia de crecimiento económico y creación de empleo, incluso con un gobierno en funciones como el que lleva presidiendo desde hace casi un año, son a su juicio aval más que suficiente para que los diputados le otorguen la confianza por cuatro años más. Eso por no hablar de las medidas que ha ido tomando durante todo este tiempo contra la corrupción y de lo dialogante que ha sido siempre para consensuar los grandes asuntos de estado como la reforma laboral o educativa. Un diálogo y un consenso que ahora se ofrece a convertir en la piedra filosofal de su gobierno siempre y cuando - eso sí - no se pongan en peligro el sacrosanto cumplimiento del objetivo de déficit o una reforma laboral que, según Rajoy, va camino de convertirse en la octava maravilla del mundo por su capacidad inusitada de crear puestos de trabajo como quien hace churros. 

Su receta para resolver el problema catalán es también novedosa y consiste en no moverse ni un milímetro de donde siempre se han mantenido él y su partido, es decir, ley, después ley y en tercer lugar ley. Eso sí, como Rajoy anda ahora haciendo de la necesidad virtud, ofrece a los levantiscos soberanistas catalanes atención a sus problemas, todo un avance. A la vista del buen resultado que le ha terminado dando haber hecho lo mismo de presidente en funciones mientras la izquierda se peleaba entre sí, igual va y le da resultado con Cataluña no mover un dedo para resolver el llamado desafío secesionista. Tal vez por eso ni mencionó, siquiera sea de pasada, la necesidad de acometer de una vez por todas una profunda reforma constitucional que sólo el PP no parece ver y a la que se le va a pasar el arroz como no se aborde, por ejemplo y para empezar, el encaje territorial del Estado.


Pero Rajoy no estaba esta tarde para grandes debates políticos; de hecho se permitió el lujo de obviar su programa de gobierno alegando que ya lo explicó en agosto y ya, si eso. Del mismo modo también nos ahorró enumerar la interminable lista de medidas que su partido ha aprobado para luchar contra la corrupción y las que está dispuesto a seguir aprobando hasta que no quede un corrupto sobre la faz de la tierra. Lo que Rajoy quería dejar claro esta tarde - y hay que reconocer que lo ha conseguido - es que sin él al frente de España el país ya se habría ido a tomar viento porque él y su partido son la única opción política "sensata", como se han encargado de demostrar los ciudadanos en las últimas contiendas electorales. 

Ahora bien, en aras del bien superior del interés general y acorde con su talla de gran estadista. Rajoy ofrece pactos sobre educación, pensiones y financiación autonómica. Al respecto de esto último hasta se ha ofrecido - generoso que es él - a convocar una conferencia de presidentes autonómicos en el Senado, noticia que sin duda habrá llenado de alegría a Fernando Clavijo. Pero Rajoy no ofrece diálogo a tontas y a locas sino que pide a cambio estabilidad porque, deben tener claro los de la oposición, que no es el PP sino ellos los que no quieren unas nuevas elecciones; así que mejor no provoquen al presidente in pectore ni le den demasiados dolores de cabeza intentando laminar las reformas que con tanto entusiasmo aprobó en su etapa de mayoría absoluta, porque no tardaría ni un minuto en firmar el decreto convocando nuevas elecciones. 

Este es el Rajoy, inamovible en sus planteamientos y tan previsible como siempre, ante el que los diputados socialistas están llamados a abstenerse el próximo sábado para que revalide el cargo que nunca mereció y menos merece aún; un político al que le cuesta Dios y ayuda reconocer que ya no goza de mayoría absoluta y que ofrece diálogo y consenso al resto de los partidos con evidente desgana y disgusto cuando debería ser su obligación. Es comprensible que en las filas del PSOE apoyar a Rajoy se vea como un acto contra natura política, aunque ese sacrificio debería ser, además de un servicio al interés general, la oportunidad para aprender una lección: lo que va a pasar el sábado en el Congreso no es otra cosa que la consecuencia de la desunión de la izquierda de este país.