PP y PSOE sacan pecho estos días después de su pacto de mínimos sobre las políticas que deberá defender Rajoy en la próxima cumbre europea. El pacto en política es un valor en sí mismo porque elimina tensiones y acerca puntos de vista, algo muy necesario después de año y medio de legislatura presidida por el enfrentamiento constante, apelaciones del Gobierno a la herencia socialista y el consabido “y tú más”. Lo que el pacto político no puede ser en ningún caso es un fin en sí mismo y el que la semana pasada cerraron los dos principales partidos españoles no parece que vaya más allá de ese objetivo: pactar por pactar sin concretar objetivos, acciones y medidas, plazos o condiciones.
Acudir a la cumbre europea a pedir que se luche contra el paro juvenil, que vuelva el crédito a las pymes y que se destinen recursos a la inversión es algo que Rajoy puede hacer sin necesidad alguna de contar con el respaldo del principal partido de la oposición. De hecho, es exactamente eso lo que ha venido reclamando con insistencia antes de que el PP y el PSOE cocinaran y cerraran casi en secreto este pacto del que se ha desmarcado el resto del arco parlamentario – con la excepción de CC - al sentirse ninguneado por los dos grandes partidos. Y no porque los otros partidos no estuviesen de acuerdo con el fondo – que cualquiera puede suscribir sin comprometerse absolutamente a nada – sino por las formas exhibidas por las cúpulas socialista y popular.
De ingenuos sería suponer que este pacto de vaguedades y generalidades será de alguna utilidad práctica para España en la próxima cumbre europea que, una vez más, se vuelve a anunciar como histórica y decisiva. De cumbres trascendentales está la Unión Europea llena desde que se inició la crisis y miren cómo estamos. Porque de lo que no debe caber ninguna duda es de que hasta que no se celebren las elecciones alemanas no cabe esperar ningún cambio significativo en las políticas de austericidio que han llevado a Europa a la situación de postración económica en la que se encuentra. Y aún después de celebradas tampoco es previsible un giro copernicano que ponga el acento en la reactivación económica y en el empleo después de años de recortes, ajustes y reformas con los dramáticos resultados sociales de sobra conocidos.
Para que ese giro se produzca hace falta mucho más que un pacto para la galería como el que han suscrito el PP y el PSOE. Hace falta una mayoría de países dispuestos a decirle a Alemania y a los estados que secundan sus políticas que hasta aquí hemos llegado, que no son admisibles más recortes sociales ni más pérdida de derechos ni más hachazos al estado del bienestar.
En paralelo, se hace imprescindible un pacto nacional entre las fuerzas políticas y los agentes sociales por el crecimiento y el empleo, contra el fraude fiscal y contra la pobreza y la exclusión social; un gran acuerdo con objetivos concretos, medidas claras y cuantificadas y calendario definido. Nada de eso se recoge en el acuerdo entre populares y socialistas, sólo timoratas peticiones que se olvidarán al día siguiente de concluida la cumbre.
Tal vez el pacto de la semana pasada restañe levemente la maltrecha imagen del bipartidismo en España, tal vez Rubalcaba recupere algo de fuelle ante su propio partido y tal vez Rajoy mejore su imagen con un aggiornamento de hombre dialogante y dispuesto a ceder en los grandes asuntos de estado después de meses de decir no a todo lo que le propusiese el principal partido de la oposición. En cualquier caso, magra cosecha para tanta escasez.
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