Y no en Dinamarca, precisamente, sino ante nuestras propias y castigadas narices. Se multiplican cada día que pasa los albañales de corrupción, trinque y latrocinio y no escapa nadie. La detención temporal y el registro hoy del domicilio y las empresas de Oleguer Pujol, el hijo menor del ex molt honorable Jordi Pujol, no es más que una fuente más de pestilente perfume que se suma a tantas otras que están en la mente de todos: Gurtel, Bárcenas, ERES, Bankia, Blesa, tarjetas opacas, Palau de la Música, Campeón y tantas y tantas otras de sonoros nombres pero del mismo repugnante olor. A alguien le escuché decir hoy en una tertulia radiofónica que los ciudadanos de este país debemos agradecer que estos casos salgan a la luz porque eso demuestra que la policía y la Justicia actúan. Puede ser, pero me pregunto hasta cuándo serán capaces de aguantar sin reventar nuestras pituitarias si continúan saliendo a la luz más y más casos de corrupción o derivadas de los que ya conocemos.
Es, por ejemplo, la compra por Ángel Acebes de acciones de Libertad Digital – un medio de la órbita popular - con dinero de la caja B del PP que controlaba Bárcenas o el mismo escandaloso asunto de las tarjetas “black” de Caja Madrid, derivada también del caso Bankia. La peste tiene un límite y en España estamos muy cerca de alcanzarlo mientras los partidos políticos siguen con el “y tú más” y apenas mueven un dedo cuando se trata de actuar con ejemplaridad y sin miramientos con sus propios corruptos. Con las tarjetas opacas de Caja Madrid, el PP ha hecho lo posible y lo imposible por retrasar cuanto pueda la expulsión de Rodrigo Rato. Para ello se ha agarrado a toda suerte de argumentos garantistas sobre la necesidad de escuchar sus explicaciones como si no tuviera suficiente con el hecho de que todo un ex ministro de Economía del Reino de España no puede desconocer que hay que declarar a Hacienda el gasto hecho con las tarjetas. Probablemente forzado por la cúpula del PP, quién sabe si por el propio Rajoy, para evitar tener que pasar el mal trago de ponerlo de patitas en la calle, Rato se avino esta semana a pedir la baja temporal de militancia con lo que el suspiro de alivio ha sido estruendoso.
De Miguel Blesa nadie habla en el PP, como si no hubiera sido José María Aznar – otro que calla cuando debería hablar y habla cuando nadie se lo pide – el que lo encumbró a los altares de Caja Madrid después de haber compartido pupitre. En medio de la tormenta de las tarjetas aparece imputado todo un ex secretario general del PP y ex ministro de Interior y Justicia como Ángel Acebes por los papeles de Bárcenas. De nuevo se repite la milonga de la necesidad de escuchar al presunto delincuente para no vulnerar sus derechos como militante y evitar que vaya a los tribunales. ¿Y qué si va a los tribunales y gana? ¿No le asiste al partido el derecho a prescindir de militantes corruptos?
Eso es lo que piensa cualquier ciudadano normal, corriente y moliente de este país pero no las cúpulas de los partidos políticos que hacen lo indecible y hasta lo ridículo – ahí tienen a Rajoy evitando pronunciar el nombre de Rato tal y como ha hecho con Bárcenas – para echar tierra sobre el mal olor y continuar adelante como si no hubiera pasado nada. Pero ha pasado, está pasando y puede pasar mucho más. Si las grandes formaciones políticas españolas siguen aplazando sine die una verdadera limpieza a fondo de sus propias cloacas y buscando atajos y excusas para no ser ejemplares con quienes infringen las más mínimas normas de ética política, el hedor podrá con todos. Y hablando de poder, Podemos ni siquiera tendrá que molestarse en pensar en un programa electoral: se lo están elaborando todos los días los partidos que siguen mirando al tendido mientras el tufo nos invade por los cuatro costados.
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