Pasan los minutos, las horas y los días y no se aprecia vida inteligente en el Gobierno español tras el caso de contagio de ébola en nuestro país. El presidente Rajoy y su incombustible ministra Ana Mato han pedido esta mañana al unísono que se deje trabajar a los “expertos” y se aparque cualquier veleidad de pedir dimisiones. Rápidamente han olvidado que el propio Rajoy, Mato, Cospedal y otros dirigentes y cargos públicos del PP pidieron la cabeza de Carme Chacón, entonces ministra de Defensa, tras la detección de un brote de gripe A en un cuartel militar. Ahora nos piden que dejemos a los “expertos” para que hagan su trabajo pero no nos aclaran ni quiénes son los expertos ni en qué consiste exactamente el trabajo. Y mientras Rajoy se va a Milán a participar en una enésima e inútil cumbre europea sobre empleo, Mato se queda escondida en Madrid a resguardo de preguntas incómodas.
De manera que, ante la falta de información oficial, no nos queda a los ciudadanos otra solución que intentar mantener la calma y seguir la evolución de los acontecimientos a través de los medios de comunicación intentando separar las informaciones veraces del amarillismo sensacionalista y de las redes sociales plagadas de disparates. En declaraciones a EL PAÍS, la auxiliar de enfermería contagiada del ébola admite que tal vez pudo haberse tocado la cara con los guantes del traje de protección tras atender al sacerdote García Viejo. Es una posibilidad plausible de la fuente del contagio pero no aclara ni de lejos la cadena de fallos que parecen afectar al ya famoso protocolo de seguridad que, a la vista de los hechos, no era tan seguro como Ana Mato nos quiere aún hacer creer.
Pero que no esperen ni Mato ni la Comunidad de Madrid que estas palabras de la auxiliar de enfermería serán la puerta por la que podrán escapar a sus responsabilidades y achacar todo el problema a un error humano para pasar página como si aquí no hubiera pasado nada. Lo que en realidad demuestran esas declaraciones es que el protocolo en cuestión falló y no solo una vez. Por ejemplo, cuando la auxiliar de enfermería se quitó el traje de protección otro sanitario debía haber estado presente para evitar precisamente que se tocara la piel. ¿Lo estuvo? No lo sabemos. También seguimos sin saber las razones por las que no se le hizo un seguimiento estricto a la auxiliar de enfermería desde que concluyó su trabajo con el sacerdote fallecido y por qué no se le practicaron las pruebas del ébola desde el momento mismo en el que manifestó tener décimas de fiebre.
¿No sabían acaso los responsables sanitarios que la profesional había atendido a un enfermo de ébola y que tenían obligación de vigilarla estrechamente por si presentaba algún síntoma sospechoso? En total se dejó pasar entre una semana y diez días – tampoco esto está claro – en los que esta mujer entró en contacto con su marido, sus vecinos ahora alarmados ante la falta de información, sus compañeros de trabajo y hasta miles de personas con las que concurrió a unas oposiciones cuando ya se sentía mal. Si eso no se llama absoluta negligencia incluso criminal por parte de los responsables de controlar de cerca al equipo sanitario que había atendido al misionero García Viejo no se me ocurre otra manera de calificarla.
Y por sí aún faltaba algo para convertir la gestión de este asunto en un desastre sin paliativos, también se ha sabido hoy que la propia auxiliar de enfermería se enteró por los medios de comunicación de que había contraído el ébola. Todos estos extremos, así como las carencias de información y formación para atender casos de ébola de las que se quejan los profesionales sanitarios, son los que siguen sin aclarar Ana Mato y la Comunidad de Madrid, que ahora parecen a punto de caer en la tentación de pasarse mutuamente la responsabilidad de lo ocurrido y como se suele decir vulgarmente echarle la culpa al muerto, es decir, al misionero con ébola repatriado desde Sierra Leona. Más allá de que se pueda debatir sobre si deben o no repatriarse a enfermos de ébola – Noruega acaba de repatriar a una cooperante infectada por el virus - cada vez parece más evidente que no fue el traslado a España de este paciente lo que ha creado esta situación. Otros países como Francia o Alemania han repatriado a compatriotas infectados y no ha pasado lo que en España.
Las causas hay que buscarlas en una gestión sanitaria y política desastrosa en un país cuyo gobierno desprecia lo público – incluida la sanidad - y hace todo lo posible y lo imposible por desmantelarlo. Las causas – como diría Aznar – no hay que buscarlas en desiertos lejanos ni en selvas africanas sino mucho más cerca de casa, en responsables políticos como Ana Mato o como Mariano Rajoy que ante la peor crisis sanitaria de la historia reciente de este país ni informan a los ciudadanos con transparencia ni aceptan las críticas y la necesidad de depurar responsabilidades. Sólo se les ocurre a Rajoy y a Mato pedirnos que dejemos trabajar a los expertos, con lo cual lo único que cabe preguntarse es para qué demonios necesitamos al Gobierno.
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