Pues sí, amigos míos: dicen los que saben que estamos justo al borde de otra recesión económica en la eurozona, con lo que ya irían tres seguidas. O mejor dicho, una que no acaba nunca para los que seguimos pagando la crisis económica y la tercera para los que sólo tienen en cuenta las grandes cifras de la economía, esas con los que el Gobierno suele llenarse la boca hasta atorarse. ¿Qué es una recesión macroeconómica, se preguntarán ustedes mientras ven criar telarañas en la cuenta del banco y el sueldo, si lo tienen, apenas les llega a fin de mes? Copio y pego: "Recesión macroeconómica es la disminución o perdida generalizada de la actividad económica de un país o región, medida a través de la bajada en tasa anual del Producto Interior Bruto real durante un periodo suficientemente prolongado". Y aunque no hay mucha coincidencia sobre cómo de largo debe de ser ese periodo de penurias, se admite que hablamos de recesión cuando la economía entra en barrena durante tres trimestres consecutivos.
Es, en otras palabras, lo que los amigos de los eufemismos como el ministro De Guindos suelen llamar el “crecimiento negativo” y lo que los ciudadanos de a pie llamamos “estar jodidos”, con perdón. Porque al final, y a los hechos me remito, somos esos ciudadanos de a pie los que cargamos con las consecuencias de la bendita recesión. Y mucho me temo que es lo que volverá a pasar si efectivamente caemos otra vez en esa situación, camino de la cual parece que vamos de modo imparable. Algunos datos macroeconómicos indican que se acerca otra tormenta perfecta. Es el caso de los precios, que siguen a la baja en la zona euro ante la congelación del consumo y la cadena de consecuencias que eso comporta, con la destrucción de empleo o la no contratación de nueva mano de obra como primera derivada y la paralela caída de los salarios que realimenta el círculo vicioso.
También es el caso del crédito bancario, que sigue atorrado mientras los bancos siguen haciendo negocio con la deuda pública e incluso guardándolo en el Banco Central Europeo aunque Mario Draghi les cobre intereses por ello. Es la desaceleración del crecimiento – otro bonito eufemismo para referirse a una economía que empieza a carburar mal – en países que se supone son motores para tirar del carro. Véase el ejemplo alemán, en donde el gobierno de la reina de la austeridad fiscal, Ángela Merkel, no ha tenido más remedio que revisar a la baja sus previsiones de crecimiento para este año y el que viene. Y por señalar un dato más, son las exportaciones – el Santo Grial de la economía española para el Gobierno - que están frenando en seco ante la falta de demanda en una eurozona llena de temores e incertidumbres.
Aunque hay algunos más, estos elementos se bastan y sobran para exponernos a otro periodo de estancamiento económico de duración imprevisible. Dicho lo cual me vienen a la memoria las declaraciones con las que Luis de Guindos nos alegró la vuelta de las vacaciones. Dijo entonces el ministro que la mala situación económica en la eurozona podría tener nefastas consecuencias para nuestro país. A los pocos días y tras deshacerse de Ruiz – Gallardón, Mariano Rajoy se fue a Pekín a venderle a los empresarios chinos que el crecimiento económico español ya estaba asombrando al mundo y parte del universo. A la vuelta se presentaron los Presupuestos Generales del Estado para 2015 y el triunfalismo sobre las previsiones económicas para el año que viene inundó los discursos del Gobierno.
El antes prudente Luis de Guindos aseguró sin despeinarse que la economía española crecerá el año que viene el 2% y el paro bajará hasta situarse en torno al 23%. Para de Guindos, los nubarrones sobre la economía europea habían desaparecido del horizonte como si hubieran sido una simple tormenta de verano. Según el ministro, España ha corregido sus desequilibrios macroeconómicos entre los que no cuentan al parecer ni el paro ni la deuda. Más ufano aún si cabe que Guindos, el ministro de Hacienda insistió en su mantra más querido en los últimos tiempos: el crecimiento económico del año que viene compensará con creces la caída de ingresos derivada de ese sucedáneo de reforma fiscal del que se siente tan orgulloso. Ahora que, como ya vaticinaban los analistas y están confirmando los datos macroeconómicos, la recesión parece cada vez más cerca me pregunto si mantendrán el mismo optimismo Rajoy y los suyos.
Es muy probable que sí, puesto que la marca de la casa es sostenella y no enmendalla así truene y relampaguee. El objetivo – y la causa última de esta situación - es la austeridad fiscal a toda costa y que salga el sol por Alemania. Si las previsiones macroeconómicas no se cumplen y las cuentas no cuadran – como es fácil que ocurra - ya encontrarán Montoro y compañía la forma de que pongamos de nuestros bolsillos lo que falte y un poco más. Y si aún no llega hay más soluciones, entre ellas pedirle por favor al clan pata negra de Caja Madrid que tenga la bondad de devolver lo que robó, a las grandes empresas beneficiadas por el Impuesto de Sociedades - Telefónica, Santander e Iberdrola - que hagan lo mismo y a los 90.000 nuevos ricos que hay en España desde el inicio de la crisis que hagan una obra de caridad por el bien del país y el cumplimiento del objetivo de déficit. Si lo pide Montoro quién se puede negar.
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