Me pregunto
qué sería de este país si Esperanza Aguirre no dimitiera de vez en cuando. Sin
esas renuncias periódicas de la lideresa no encontrarían consuelo las almas simples
y crédulas que aceptan a pies juntillas que en el PP se asumen
responsabilidades políticas por la corrupción. Las dimisiones de Aguirre son el
bálsamo de Fierabrás que todo lo cura, la pócima mágica que le ayuda al PP a pasar el enésimo mal trago, la
tila política que calma la indignación por la mamandurria que corroe los cimientos
del partido en el gobierno. Esta Juana de Arco de la honradez y la decencia,
esta heroína de la dimisión y la lágrima fácil ya merece una estatua o dos, el
nombre en una céntrica avenida madrileña y que la empresa pública Canal de
Isabel II pase a llamarse Canal de Esperanza Aguirre. Que vayan tomando nota
Carmena y los suyos, porque la petición se va a convertir en un clamor popular.
El PP nunca
podrá agradecer lo suficiente todo lo que Esperanza Aguirre ha hecho por el
partido, las veces que ha dado la cara por él mientras otros corrían a
esconderse como está ocurriendo ahora de nuevo. Esperanza Aguirre siempre ha
estado ahí para anunciar, con voz entrecortada, que presentaba su dimisión, cuantas
veces fueran necesarias y todas por el bien de España, de los españoles y del
PP, por supuesto. Así ocurrió en 2012 cuando dejó la presidencia de la
comunidad de Madrid alegando motivos personales. Cuatro años después la
lideresa volvió a dimitir, esta vez como presidenta del PP de Madrid, un cargo
que se había cuidado mucho de retener por las vueltas que el mundo de la política
pudiera dar.
“Las dimisiones de Aguirre son el bálsamo de
Fierabrás que todo lo cura, el ungüento milagroso que sana las heridas”
En esta
ocasión sí fue la sinvergonzonería de su estrecho colaborador Francisco Granados
en la trama Púnica la que la llevó a renunciar
a ese cargo orgánico en el partido. Y como nunca hay dos sin tres, Esperanza Aguirre ha vuelto a
dimitir, ahora como portavoz del PP en el ayuntamiento de Madrid, por la detención
y encarcelamiento de su delfín Ignacio González, al que dejó al frente de la
comunidad madrileña después de su primera dimisión y que, como Granados,
también le ha salido rana.
Seguramente es
una suerte de maldición o maleficio pero algo tiene Esperanza Aguirre para que
todos aquellos en los que deposita su confianza sin más ambición de que
algún día la lleven a la verbena de San Isidro, le salgan rana.
Así, la carrera política de Aguirre en la comunidad madrileña ha dejado un
charco repleto de ranas corruptas a las que su varita mágica y su supuesta
habilidad como cazatalentos no logró convertir en príncipes azules y
encantadores.
Y eso, se mire
cómo se mire, es una injusticia histórica para una mujer que presume de haber
destapado nada menos que la trama Gürtel y que a punto ha estado de averiguar
quién mató a Kennedy. ¡Qué mala suerte ha tenido la lideresa con sus
colaboradores, cómo han traicionado la confianza depositada en ellos, qué daño
le han hecho a esta mujer a la que no cabe atribuirle ni la más mínima sombra
de sospecha sobre su gestión!
“La carrera
política de Aguirre ha dejado un charco repleto de
ranas corruptas"
Espero que después de esta nueva dimisión de Aguirre los académicos de la
lengua no se apresuren mucho en suprimir del diccionario el verbo dimitir por falta de uso. A la vista de que quien tendría
que haber dimitido hace tiempo de una vez y para siempre lo que ha hecho ha
sido poner mar de por medio para irse a Brasil a hablar de lo mal que está Venezuela,
me temo que la lideresa no puede marcharse a su casa sin prestar aún un nuevo servicio a su país.
¿Quién
dimitirá cuando estalle un nuevo caso de corrupción en el PP y el presidente del
partido y del Gobierno desaparezca de sobre la faz de la tierra sin dar explicaciones de ningún tipo ni asumir ninguna responsabilidad? ¿Quién convocará a los medios a las dos de la tarde para
anunciar que abandona la presidencia del
club de bridge o de la comunidad de vecinos o del club de damas paracaidistas? Por España y por el PP, dimite otra vez, Espe.
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