El último comunicado de ETA es de los que, a primera vista, te parece una gran noticia: por fin los valientes asesinos de la banda terrorista tienen agallas suficientes como para pedir perdón a las víctimas por el daño que causaron durante casi medio siglo. Sin embargo, apenas que se profundice en el texto, produce arcadas. Pedir perdón a las "víctimas inocentes" y excluir a las "directamente relacionadas con el conflicto" es de un cinismo y una crueldad que espantan. Con ese doble rasero demuestran quienes escribieron este vómito su verdadera calaña, por si había aún alguien que tuviera dudas sobre su naturaleza. Pero, sobre todo, demuestran que su supuesto arrepentimiento es una patraña más que busca sólo la autoexculpación de sus crímenes.
Me es imposible entender que líderes políticos como Pedro Sánchez hayan dicho que este escrito nauseabundo es un "paso decisivo hacia la paz". O el señor Sánchez no se ha tomado la molestia de leer el comunicado o, decididamente, vive en una realidad paralela. Aunque para nota la reacción del líder de En Comú Podem, Xavier Doménech, para el cual el escupitajo de ETA a las víctimas "directamente relacionadas con el conflicto" es - literalmente - para "estar alegres y pasar página". Se apuntan así Sánchez y Doménech al farisaico perdón etarra y lo dan por bueno aunque queden excluidos de la gracia de los terroristas los policías nacionales, guardias civiles o miembros de las Fuerzas Armadas, entre otros servidores públicos, asesinados con vileza y cobardía por el delito de cumplir con su obligación de defender el orden constitucional.
De este escrito se desprende con claridad que todos ellos y sus familias se habían hecho merecedores del tiro en la nuca, la bomba lapa en los bajos de su coche o el ataque con explosivos. La repugnancia que genera el fascistoide comunicado no se debe tan solo al cinismo que destila sino al hecho de que, distinguir a víctimas merecedoras de su suerte de las que no lo eran, equivale a atentar de nuevo contra las primeras renovando la ofensa en sus familiares. De lo único que hay que felicitarse a la vista de este vómito etarra en forma de comunicado es de la constatación de que la banda es apenas un fantasma que sigue arrastrando las cadenas ensangrentadas con las que quiso y casi logró amordazar a la sociedad vasca y producir una involución política en España que beneficiara a sus fines totalitarios.
Su salida ahora a la palestra, al parecer un par de semanas antes de que anuncie su disolución, no parece ser otra cosa que un intento desesperado de recuperar un cierto protagonismo de quien se sabe a punto de entonar el canto del cisne y, tal vez, arañar aún algún tipo de contrapartida. Cerca de un millar de víctimas y dolor y lágrimas sin cuento le costó al Estado de Derecho acabar con ETA, aunque su sangriento legado aún lo defiendan sus históricos compañeros políticos de viaje dentro y fuera del País Vasco. Nada hay que darle y menos que agradecerle a los terroristas por esta mezquina y parcial petición de perdón. Lo único que cabe esperar y exigir de ETA es la entrega de las armas que conserven todavía y la colaboración con la justicia para esclarecer sus numerosos crímenes aún no resueltos. Todo lo demás es sólo insultar y ofender una vez más a las víctimas, a sus familias y al conjunto de la ciudad y de eso ya tuvimos más que suficientes durante cinco largas décadas en este país.
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