Me gustaría
conocer al que tuvo la genial idea de llamar “supervisor” al Banco de España
para darle el premio mayor al humor negro. Si el Banco de España ha supervisado
algo antes y durante la crisis económica mucho me temo que no ha sido el interés
general. Si lo hubiera hecho habría advertido de los riesgos de la burbuja
inmobiliaria y de las medidas que se deberían haber tomado para evitar el
desastre que se terminó produciendo. Luego vino el vendaval de desahucios y el “supervisor”
permaneció impasible el ademán, igual que cuando trascendió el timo de la
estampita de las participaciones preferentes colocadas a pensionistas pillados en su buena fe. Mientras los bancos colaban a sus clientes cláusulas abusivas sin
cuento en sus hipotecas, el “supervisor” miró para otro lado y dejó hacer.
Ciego, sordo y
mudo ha permanecido el Banco de España ante los reiterados abusos y las
evidentes malas prácticas de los bancos de este país, así que si en algún
momento el “supervisor” ha defendido el interés de alguien en esta crisis ha
sido sobre todo el de los propios bancos. En ese contexto, si hay un caso
especialmente sangrante por el coste que ha supuesto para los españoles es el
de la salida a Bolsa de Bankia, autorizada por el “supervisor” y la Comisión Nacional
del Mercado de Valores (CNMV) a pesar de los informes en contra de los
inspectores del Banco de España advirtiendo de que la operación no era viable.
Miguel Ángel
Fernández Ordóñez, el ex gobernador del “supervisor bancario” que una semana sí
y otro también nos sermoneaba sobre contención salarial y reformas del mercado
de trabajo, tendrá que responder como imputado junto a la cúpula que le
acompañaba al frente del Banco de España y al ex presidente de la CNMV. Estamos expectantes por conocer cómo justifican
todos ellos que desoyeran las advertencias reiteradas y contundentes del riesgo
que suponía permitir que cotizara un gigante con pies de barro como el Banco
Financiero de Ahorros, la matriz de Bankia, con un pasivo de más de 21.000
millones de euros que hemos terminado pagando los españoles y los accionistas
con la pérdida de valor de sus títulos en cuanto se descubrió el falseamiento
de las cuentas.
Todos los
indicios apuntan a que la autorización de la salida a Bolsa de Bankia despreció
los criterios técnicos – que debieron haber sido los que primaran – y se
sustentó en criterios políticos. En el Gobierno de Zapatero había una imperiosa
necesidad de hacer creer a los mercados que España tenía un sistema financiero
a prueba de bombas hasta el punto de permitirse el lujo de fusionar un buen
número de cajas y crear con ellas un banco capaz de competir en el mercado
bursátil. De otro lado, con Rato convertido en el hombre de moda entregarle un
gran banco para que pudiera seguírselo llevando crudo a través de tarjetas de
todos los colores era casi una obligación ineludible. ¿Qué importaba que unos
inspectores pelmas dijeran que si Bankia salía a bolsa se terminarían nacionalizando
sus pérdidas y las acabarían pagando todos los españoles, como en efecto ocurrió?
Estas son las
consecuencias de designar a políticos con disfraz de economistas para dirigir
instituciones de la importancia del Banco de España, responsable teórico de la
estabilidad, la transparencia y las buenas prácticas del sistema financiero; o
para encargarse de la Comisión del Mercado de Valores, el organismo dependiente
del Ministerio de Economía que debe garantizar que los accionistas no tiran su
dinero a la basura invirtiendo en empresas ruinosas. La decisión judicial de
imputar a los responsables de que Bankia saliera a Bolsa debería servir para
acometer una profunda reforma de dos organismos cuyo prestigio, que tampoco era
ya muy brillante, ha quedado seriamente magullado. Ya es hora de acabar con la
práctica de colocar el frente de instituciones clave como estas dos a meras correas
de transmisión del partido en el gobierno y de los intereses privados. Esa es
la única manera de que no volvamos a ver nunca más al Rato de turno tocando la
campana en la Bolsa y a los españoles tocándonos el bolsillo y las narices.