Deflacionados

Cuando no es Juana es la hermana o la prima o la prima hermana. Lo cierto es que no salimos de un susto y ya tenemos otro encima. Ahora se llama “deflación” y no se habla de otra cosa en bares, cafeterías, restaurantes, centros de salud y despachos de lotería: 

- ¿Has visto las noticias?
- No ¿qué han dicho?
- ¡Que nos amenaza la deflación! ¡Pero no se lo digas a nadie!
- ¡Qué miedo! ¿Es contagiosa esa enfermedad?
- Parece que sí y el que la contrae tarda años en curarse.
- ¡Ave María Purísima!

También hay preocupación creciente en los altos despachos del Fondo Monetario Internacional, no se vayan a creer. La señora del foulard y el pelo oxigenado conocida como Christine Lagarde ha dicho esta semana que la zona euro y en particular España corren riesgo de padecer deflación. El susto está haciendo que al Gobierno casi no le llegue la camisa al cuerpo y preguntándose si podrá seguir administrándonos el placebo de la recuperación que ya está aquí y llega para quedarse per secula seculorum. Dicen los que saben que la deflación es una patología económica muy grave que se contrae cuando la actividad está más muerta que viva y, como consecuencia, los precios de las cosas se ponen a niveles de rastro dominguero. 

Y ustedes dirán qué tiene eso de malo: si tengo que pagar menos por lo que compro eso que me ahorro. Pues tiene mucho de malo, de verdad y aunque no se lo crean: si los precios bajan nadie compra esperando que bajen más y si nadie compra las empresas no venden y cuando las empresas no venden no invierten y cuando no invierten no contratan y cuando no contratan los salarios bajan más (los de los jefes, no, jamás) y cuando los salarios bajan más nadie compra y cuando nadie compra los precios bajan un poco más y…..vuelta a empezar. 

Y eso no es todo, miren si será grave el problema: cuando nos deflacionamos, como parece que está a punto de ocurrir en España como sigamos así un poco más, nuestras deudas públicas y privadas creecen porque nuestra riqueza disminuye y los tipos de interés que hay que pagar para devolver los créditos que hayamos pedido nunca pueden bajar de cero. De lo que se deduce que quienes único salen beneficiados con la peligrosa deflación que nos amenaza son los ahorradores netos o quienes tengan la renta asegurada por la vía del trabajo o del capital. No cabe incluir en ese capítulo a quienes tienen cuenta en Suiza, aunque en realidad a ellos tampoco les afecta la deflación. 

Los que han estudiado a fondo esta enfermedad desde que se descubrió allá por la Gran Depresión del 29 del siglo pasado aseguran que el mal comienza con un carraspeo en los balances de resultados de las empresas que estas intentan calmar bajando los precios y los salarios y echando gente al paro. Poco a poco el carraspeo se va convirtiendo en una tos seca propia de la falta de dinero que pasado un cierto tiempo afecta a todo el organismo económico humano. Y dicen también que cuando te tumba te cuesta años levantarte de la cama y te puedes pasar hasta dos décadas sin gastarte un euro ni en pipas, como les pasó no hace mucho a los japoneses, aunque ellos gastan yenes, creo. 

Por eso anda estos días tan alterada la señora del foulard y el pelo oxigenado que no para de pedirle al señor de expresión somnolienta que gobierna el Banco Central Europeo que “haga algo”, lo que sea, como por ejemplo bajar más los tipos de interés aunque no sea muy ortodoxo y aunque su jefa de Berlín, guardiana de que la inflación – lo contrario de la deflación para quienes aún no lo hayan pillado – no se le desmande. Aunque italiano, podría por ejemplo irse de jarras por Frankfort y acompañarlas de unas buenas raciones de salchichas y chucrut. Al menos daría ejemplo a tanto español roñoso que se resiste a gastarse un euro con el fin de que el tren de la economía vuelva a pitar y llegue la luz esa del final del túnel que Rajoy y los suyos mantienen encendida a duras penas. Cualquier cosa porque, como cojamos la deflación, ríanse ustedes de la gripe española.

Maniobras petroleras en la oscuridad

Atentos a sus pantallas: el día menos pensado el Boletín Oficial del Estado nos traerá la buena nueva de que Repsol ya cuenta con la bendición del Ministerio de Medio Ambiente para empezar a buscar petróleo en aguas de Canarias. Lo que hace un par de días era sólo un run run que circulaba por las redacciones de los medios de comunicación va camino de convertirse en certeza, probablemente más pronto que tarde. Si tal cosa ocurre – que ocurrirá – puede que nos quedemos sin saber a tiempo qué “información complementaria” le pidió Medio Ambiente a Repsol para ultimar el visto bueno a las prospecciones. Esa documentación parece que se guarda bajo siete llaves en el ministerio de Arias Cañete que, con los deberes hechos, se apresta ahora a emprender el camino de Bruselas después de que su jefe de filas lo haya señalado con el dedo de designar candidatos.


Escama y mucho que Medio Ambiente haya tenido tiempo de estudiar un expediente tan profundo como las prospecciones en el escaso plazo que va desde que le pidió nuevos papeles a Repsol hasta la inminente publicación de la resolución en el BOE. La sospecha se incrementa si se tiene en cuenta que el mismo ministerio tiene incomprensiblemente atrasado otro expediente que afecta al anterior. Se trata del que propone declarar Lugar de Importancia Comunitaria (LIC) las aguas de Lanzarote y Fuerteventura que, al contrario de sus nueve hermanos de otras partes del país, parece caminar a la velocidad los burros majoreros.


Cuando la opacidad preside las actuaciones de la administración pública en un asunto de la sensibilidad que ha despertado en Canarias la búsqueda y eventual extracción de petróleo con los riesgos sociales, económicos y medioambientales que comporta esa actividad, las sospechas se disparan. Eso no es culpa de quien sospecha sino de quien da pie a la sospecha. Así, se malician ya las organizaciones ecologistas que Repsol movió convenientemente las cuadrículas marinas en las que piensa buscar petróleo con el fin de que no se den de bruces con el área que en su día – cuando Dios quiera – se declare Lugar de Importancia Comunitaria.

Se entiende mejor así que el ministro Arias Cañete haya dicho en el Senado que una cosa – las prospecciones – nada tienen que ver con la otra – el Lugar de Importancia Comunitaria, y que cada cosa lleva su procedimiento y sus plazos. En otras palabras viene a decirle a Brufau y a los que le apoyan sin pestañear, como el PP canario, que estén tranquilos y que el engorro ese del LIC no echará a perder sus planes de sacar petróleo si lo hubiera o hubiese.

No se vayan que aún hay más. Se supone que  Medio Ambiente ya remitió al Tribunal Supremo la información que le reclamó hace unos días sobre el expediente del LIC susodicho a fin de hacerse una idea cabal ante los recursos que contra las prospecciones presentaron varias instituciones canarias. Parece de sentido común que a la vista de esa petición, Medio Ambiente debería de esperar a que el Supremo diga la última palabra antes de darle el permiso definitivo a Repsol. 

Más que nada por evitar que una eventual sentencia contraria a los intereses de Repsol deje al ministro literalmente con el culo al aire. No va a ser así porque – como ya dijo Arias Cañete – los LIC son una cosa y las prospecciones son otra, que no nos enteramos de cómo se hacen estas cosas. De la conveniencia de obligar a Repsol a realizar un nuevo Estudio de Impacto Ambiental que incluya la documentación que no presentó en el primero y que corrija las deficiencias denunciadas por los científicos, nada de nada. Claro que eso implicaría volverlo a exponer a información pública y el tiempo en el mundo del petróleo es oro negro.

Pero no nos alarmemos: podemos tener la absoluta seguridad de que todo se tramita de modo exquisito y transparente y, por descontado, sobra cualquier consulta “desleal” para que los ciudadanos de estas islas digamos si queremos o no petróleo en nuestras costas. De la transparencia y el rigor del Gobierno es buen ejemplo el hecho de que los representantes de las instituciones canarias recibieran la pasada semana el no por respuesta cuando se personaron en el Ministerio de Industria a consultar el expediente. De propina fueran acusados además de camorristas por el subsecretario de Industria, una de las varias manos derechas del ministro Soria.

Ahora se les ha dado cita para mañana pero tal vez ya sea tarde si, como todo empieza a indicar, el visto bueno a la petrolera por la que Soria se desvive es ya cosa hecha. De todo lo cual se deduce que cada vez falta menos para que en Canarias empecemos a amarrar los perros con chorizos de Teror.

El embrollo catalán

Si alguien tiene una idea de cómo superar el órdago independentista de los nacionalistas catalanes que levante la mano. Cansados ya de este sonsonete interminable desde que Artur Mas, el líder político de la burguesía catalana, se cayó del caballo, abrazó la fe de la independencia y terminó rendido en los brazos de ERC, muchos españoles seguramente apuestan a estas alturas por darles lo que piden, desearles que les vaya bien como “nou Estat d’Europa” y pasar página de una vez para dedicarnos el resto a sobrevivir a la crisis. Claro que esa no es la solución, aunque quién sabe si la será con el tiempo.

Entonces ¿cómo superamos tanto cruce estéril de declaraciones políticas de unos y de otros, tanta lista de supuestos agravios, tanto “no nos comprenden” y tantos “nada hay de lo que hablar si no está en la Ley” como llevamos oyendo desde hace ya demasiado tiempo? Esa es la pregunta. Que la Constitución requiere una reforma es algo en lo que cada vez hay mayor coincidencia, aunque aún no la suficiente como para dar el paso. Qué reforma necesita es en lo que hay aún menos acuerdo. El presidente Rajoy le ha ofrecido esta tarde a los nacionalistas catalanes la posibilidad de que presenten una propuesta de reforma de la Carta Magna que les permita sentirse más cómodos en España. Lo dice, claro está, con la boca pequeña y dorándoles la píldora sobre lo mucho que ama a Cataluña. Incluso se ha permitido alguna frase en catalán y hemos descubierto que, al igual que su egregio mentor José María Aznar, él también habla catalán en la intimidad. 

En realidad, y así lo demuestran sus recelos ante la posibilidad de abrir el melón de la reforma constitucional alegando que no hay consenso político para ello, su ofrecimiento no tiene recorrido alguno. Llega tarde Rajoy después de que la otra parte haya precisamente ignorado la Constitución y el principio de la soberanía nacional para poner en marcha su hoja de ruta hacia la independencia, importándole una higa la legalidad de su propuesta. Por tanto, también cabe dudar de si un ofrecimiento como el que ha hecho hoy Rajoy hubiera servido de algo hace un par de años a la vista del escaso aprecio del nacionalismo catalán más radical por la Carta Magna. 


En cualquier caso, todo ello trae causa no solo del acreditado tancredismo de Rajoy – dejar pasar el tiempo con la esperanza de que los problemas se resuelvan solos –, sino de la situación política de Artur Mas, un valioso rehén político de ERC. El partido que lidera Oriol Junqueras supo aprovechar las torpezas del presidente para ondear las “senyeras” bajo las que imprudentemente se había situado el líder de CiU. A partir de ahí los acontecimientos le han venido rodados a Junqueras: con el gobierno catalán amordazado y más pendiente de la consulta soberanista que de los efectos de la crisis para los ciudadanos de Cataluña, lo ha conducido sin pausa por la senda independentista con la vista puesta en la convocatoria del 9 de noviembre. 

Antes, unos y otros han vuelto a escenificar esta tarde en el Congreso de los Diputados sus ya conocidos y cansinos discursos a propósito esta vez de la petición catalana para que se le traspase la competencia que le permita organizar y convocar referendos “consultivos” y “sin efectos jurídicos”. Puro florilegio retórico superfluo que nadie cree pero que le sirve al nacionalismo catalán para añadir otro argumento a su larga lista de agravios – “Madrid no nos deja decidir “ - y mantener el rumbo fijo hacia la independencia. Lo normal sería que con el rechazo en el Congreso a la pretensión catalana el asunto quedara sobreseído, pero eso no va a ocurrir ni mucho menos. Cómo llegarán al objetivo final Mas y los que le apoyan – que el nacionalismo interesadamente confunden con la totalidad del pueblo catalán – es algo que está por ver y que seguramente veremos en los próximos meses. 

Entre otras opciones cabe un adelanto electoral en Cataluña pero esta vez con claros tintes plebiscitarios que bien puede conducir a una declaración unilateral de independencia de España. Así las cosas, a estas alturas es más que dudoso que se pueda superar este embrollo por los cauces del diálogo político aunque sería lo deseable: el Gobierno central carece de la cintura y la voluntad necesarias y el nacionalismo catalán sólo está dispuesto a escucharse a sí mismo y a hacer oídos sordos a todo lo que no encaje con sus pretensiones. A pesar de todo, no hay otra solución racional a tanta sinrazón política de unos y de otros.   

Aforando, que es gerundio

Ahora que el “caso Urdangarín “ y su infanta consorte anda cuasi olvidado en los medios a la espera de que el juez Castro decida si mantiene o levanta la imputación de la hija del rey, se nos acaba de descolgar el ministro de Justicia anunciando que también la reina y los príncipes de Asturias pasarán a engrosar la ya larga lista de aforados de este país. Si algún día – Dios y el rey no lo quieran – se vieran salpicados por algún escándalo de mayor cuantía podrán declarar desde la Casa Real y con escribano propio a su servicio, como debe ser. ¿Se imaginan a todo un príncipe heredero o una reina madre haciendo el paseíllo en unos juzgados de medio pelo o en el mejor de los casos ante una audiencia?

Los ingenuos bien pensados dirán que no hay relación entre una cosa y la otra pero, a los que tenemos la mala costumbre de pensar torcido, no se nos pasa por alto la posibilidad de que el ministro quiera hacerle un nuevo favor a la monarquía. No debe de haberle parecido suficiente con poner a la fiscalía a fiscalizar todos y cada uno de los pasos del juez Castro en sus investigaciones sobre las andanzas de la infanta. Para ponerle la guinda al regalo, ahora les otorga también el privilegio del aforamiento judicial a su madre y a su hermano ante eventuales catástrofes futuras. El argumento es irrebatible: ¿cómo puede ser que un país tan moderno como España no tenga aforados a su reina y a su heredero del trono? Todo un atraso legal que es necesario corregir de inmediato.

En realidad, la reina y el príncipe sólo vienen a sumarse a la legión de políticos y otros cargos públicos aforados de los que tanto se enorgullece este país, hasta el punto de que constituyen ya uno de los activos más valiosos de la marca España. Es sin duda un signo de modernidad y un ejemplo palpable de que, en efecto, como sentenció el rey en aquel famoso discurso que ya cantan los trovadores patrios por los confines del país y allende nuestras fronteras, la Justicia es igual para todos.

La única diferencia, aunque reconozco que pequeña y sin importancia alguna, es que si a un ciudadano corriente y moliente lo pescan en un renuncio y es imputado tendrá que acudir en persona al juzgado de instrucción correspondiente a prestar declaración ante el juez que le toque en suerte, le guste mucho, poco o nada. Si el pescado es un diputado, un consejero autonómico o un ministro, pongamos por caso y sin ánimo de señalar a nadie, siempre tendrá a su disposición la posibilidad de hacerlo por escrito desde su casa, desde su oficina o desde su apartamento de veraneo en Marbella, lo que le sea más cómodo y relajado.

Y todo ello, faltaba más, ante un juez como es debido, de un tribunal superior, y no ante uno de tantos aspirantes a juez estrella que pululan por los juzgados de instrucción de este país y con los que Ruiz-Gallardón también quiere acabar por la vía rápida. Quien no vea en todo esto un avance imparable hacia la igualdad de los ciudadanos ante la Ley es que está completamente ciego. Y quien saque la conclusión de que para luchar contra la corrupción política habría que empezar por eliminar la anacrónica figura del político aforado o, como poco, restringirla al máximo se equivoca gravemente o es un mal pensado como yo.

El ejemplo de Aguirre

A la vista del tamaño de la bola provocada por el incidente de la lideresa madrileña Esperanza Aguirre con unos agentes de movilidad, va a tener el Rey que emitir un mensaje primaveral extraordinario para recordar aquello de que “la Justicia es igual para todos”. No es que creamos mucho en tal cosa pero a lo mejor le ayuda a Aguirre a decidirse a dimitir de su cargo como presidenta del PP madrileño. Cosas más difíciles se han visto. Ahí tienen por ejemplo a Gran Bretaña, un país por el que Aguirre siente una gran devoción pero en el que no hace mucho dimitió un ministro por falsear una multa de tráfico. O ya puestos, también tenemos a Alemania, en donde gobierna otra lideresa de armas tomar y en donde ya han abandonado el puesto un par de altos cargos del gobierno por un vulgar copia y pega de sus respectivas tesis doctorales. 

De momento, entre sus planes inmediatos no está dimitir, hasta ahí podíamos llegar. Eso no va con ella, aunque ella se lo exija a todos los demás. Con ella va limitarse a pedir disculpas por dejar plantados y sin multa a un par de agentes después de derribar una moto en su fuga y a los que además vitupera y llama machistas tras haber sido pillada in fraganti. Cualquier ciudadano que no sea la condesa de Murillo, ex presidente de la Comunidad de Madrid, ex alcaldesa de Madrid y ex ministra de Educación, entre otros ex, habría sido detenido y conducido al cuartelillo sin miramientos. Y encima se queja del trato recibido por los agentes.

Aguirre no, ella es de otra casta y no está para chorradas como esas. Se hartó – según se versión – de que el agente no acabara de escribir la multa y se fue a su casa llevándose una moto por delante. ¡Menuda es ella como para esperar a que un guindilla del tres al cuarto la empapele en plena Gran Vía madrileña a la vista de todo el mundo, turistas incluidos, y le saquen fotos como si fuera un vulgar ciudadano cualquiera descubierto en un renuncio! Como era de esperar, su edulcorada versión de los hechos ante numerosos testigos no coincide en absoluto con la de los agentes, quienes aseguran que metió la primera y salió quemando embrague al más puro estilo Fernando Alonso sin atender al alto que le habían dado. 

Luego, cómodamente y desde su casa, se dedicó a hablar con todas las radios y televisiones del país para intentar exculparse de su metedura de pata. Que si paró detrás de un taxi para sacar dinero y creía que tenía tiempo antes de que el taxi arrancara, que si una moto de los agentes “estaba muy mal aparcada”, que si los policías no le tienen “simpatía” y por esa la querían multar, etc. Simplezas y excusas que no sólo no la han redimido del patinazo sino que la han convertido en motivo de burla no exenta de cabreo en todas las redes sociales. 

En realidad el asunto no pasaría de simple anécdota para rechifla de internautas, aunque más habitual de lo deseable, si no fuera por la relevancia pública del personaje que la ha protagonizado y, sobre todo, por su inveterada costumbre de repartir lecciones de honradez a diestro y siniestro. Ahora le toca a ella aplicarse la misma medicina que les receta a los demás pero carece de la valentía necesaria para hacerlo. Cuando se va por el mundo repartiendo ética y normas de comportamiento como hace Aguirre hay que estar preparado para ser el primero en dar ejemplo. O como dijo alguien, en la política pasa como en las matemáticas: todo lo que no sea totalmente correcto, está mal.

Rajoy se lo piensa

¿Será hoy? ¿Será mañana? ¿Será el Viernes Santo después del sermón de las Siete Palabras pronunciado por Rouco? ¿Será el último día de plazo poco antes de las 12 de la noche? Sólo el que tiene todo el poder para decidirlo lo sabe. Sólo Rajoy se reserva para cuando estime oportuno y conveniente anunciar el nombre de su candidato a las próximas elecciones europeas. ¿Será Arias Cañete? ¿Será Esperanza Aguirre? ¿Quién será el “elegido” por el dedo “rajoiano” para tan alta misión representativa del país en la lluviosa y fría Bruselas? Es cosa de Rajoy, dicen todos cuando se les pregunta. Y cuando se le pregunta a Rajoy dice, como ha hecho hoy: “no estoy encima del tema”, y se queda tan ancho. 

A mí me da igual, sinceramente. Es más, si Rajoy se despistara y no nombrara candidato a tiempo tampoco me rasgaría las vestiduras por ello. A quien elija, si finalmente elije a alguien, ni me parecerá bien ni me parecerá mal, no es mi problema. Allá se las entiendan los populares con su líder y con sus tiempos que, según sus hagiógrafos, nadie mide como Rajoy. Lo único que digo es que si los más de 36 millones de electores españoles llamados a depositar su voto en las urnas el 25 de mayo se toman la cita electoral con el mismo entusiasmo con el que parece tomársela Rajoy, la abstención merecerá pasar a los anales de la Historia y por supuesto a ese dechado de proezas ridículas que es el Libro Guinnes de los Récords. 

A mí quien de verdad me da pena es Elena Valenciano. Lleva la candidata socialista cerca de un mes como boxeador a ciegas, repartiendo leña sin ver al rival al que desea ardientemente atizarle unos cuantos derechazos en toda la mandíbula a ver si es capaz de tumbarlo en la lona. Como Rajoy no le ponga pronto a un adversario digno de estar a su altura esta mujer se nos desgastará y hasta puede que termine arrojando la toalla a un rincón del ring. ¿Cómo se puede pelear con el aire, con las sombras, con los fantasmas? Es agotador, de eso estoy seguro. 

En el resto de las formaciones políticas tampoco andan demasiado entusiasmados con las elecciones del 25 que todos parecen tomarse como un trámite engorroso que hay pasar cuanto antes. Sin embargo, para muchos analistas serán la prueba de fuego para saber cuánto han desgastado al PP sus políticas de austericidio y si el PSOE es capaz de darle un susto aunque sea más por deméritos ajenos que por méritos propios. 

Y tampoco veo yo en las cafeterías, parques y playas encendidos debates ciudadanos sobre la importancia de estas elecciones, por más que a los partidos se les llene la boca diciendo que son las más importantes y trascendentales desde que el mundo es mundo. No sé, puede ser y puede no ser. Lo que sí sé es que, si en las de 2009 ya costó esfuerzos sobrehumanos conseguir que fueran a votar el 46% de los electores, en las de este año será cosa de titanes alcanzar esa cifra. Entonces la crisis era incipiente y aún no campaba a sus anchas la lideresa de Berlín impartiendo doctrina y administrando aceite de ricino en forma de objetivos de déficit. Ahora la cosa es distinta: de aceite de ricino estamos todos ahítos y los resultados son que nos sigue doliendo la barriga mucho más que entonces. Bruselas y el resto de los países plegaron velas y dejaron hacer a Berlín, las instituciones comunitarias se perdieron entre la niebla de los mercados y a la soberanía nacional se la tragó el tusnami de las reformas y los ajustes. 

Los únicos que han conseguido sacar la cabeza han sido los bancos y las grandes corporaciones mientras al resto se nos siguen prometiendo brotes verdes y luces al final del túnel, entreverados de más reformas y ajustes. No hago proselitismo a favor de la abstención, que cada cual haga lo que crea y quiera. Sólo digo que me lo tendrán que explicar muy bien los candidatos para convencerme de que las cosas van a cambiar y que a partir de ahora la prioridad será rescatar a los ciudadanos. Aunque a lo peor ya es un poco tarde para convencernos por lo que, en lo que a mí respecta, puede tomarse Rajoy todo el tiempo del mundo para anunciarnos la buena nueva de su candidato.

Suárez y el bochorno nacional

Una semana despidiendo a Adolfo Suárez y cantando sus virtudes políticas y su papel clave en la Transición y en el último acto volvemos a dar la nota. En el más que funeral, sahumerio de Estado que ayer se le ofreció en la madrileña catedral de la Almudena volvieron a darse cita políticos de antaño y de hogaño apurando la ya estereotipada imagen de una unidad y un consenso de boquilla. No faltaron presidentes de comunidades autónomas, amplio cuerpo diplomático y hasta un jefe de estado. Nada menos que ese democrático presidente guineano llamado Teodoro Obiang que no quiso perderse el histórico acontecimiento. 

Estaba de paso hacia Bruselas para hablar del español en el Instituto Cervantes por invitación de no se sabe quién, tal vez del bedel, y se dijo que por qué no pasarse por la catedral de la ex metrópoli para saludar a algunos viejos amigos y darse un baño de reconfortante democracia. Y allá que fue, aunque para desconsuelo de los que seguimos de cerca con incansable entusiasmo los avances económicos y sociales en su país no nos han quedado para el recuerdo ni una triste fotografía ni una pobre imagen de este líder mundial saludando al rey o a Rajoy. Una verdadera lástima, de verdad. 

Con todo no fue Obiang el único que protagonizó una de las notas más discordantes de la celebración. Ese mérito le correspondió por derecho propio al cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, otro dechado de tolerancia y virtudes democráticas que, a pesar de haber sido apeado hace poco de la presidencia de la Conferencia Episcopal, no hay forma de bajarlo de un púlpito. 

Desde allí y sin que se sepa tampoco la razón por la que se le ha vuelto a dar vela en ese entierro de Estado, se atrevió el cardenal a agitar los fantasmas del pasado y a advertir sobre los riesgos de que en España volvamos un día de estos a las manos o algo mucho peor. No es improbable que el prelado se encontrara abducido por el espíritu del 75 aniversario del 1 de abril de 1939 que se cumple hoy, cuando, “cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares”

Despreciando la historia sobre el origen de la guerra civil y sobre quienes la iniciaron y se perpetuaron durante cuarenta años en el poder a base de sangre y fuego pero, sobre todo, haciendo un soberano corte de mangas al espíritu del personaje al que se le rendía homenaje, Rouco Varela aventó los temores de aquella contienda  por la que personajes como él parecen tener una malsana añoranza y enterró sin oración ni confesión el espíritu de la Transición y el fin de las dos Españas de las que hablara Machado. 

No contento con adentrarse en un asunto sobre el que mejor debería guardar silencio dado el entusiasmo con el que la Iglesia Católica de la que es alto representante apoyó la “cruzada nacional”, el cardenal remató la faena con la interpretación nada menos que del himno nacional en el órgano de la catedral en todo un funeral de Estado en un país presuntamente aconfesional. Sólo faltó la voz tronante desde el más allá de aquel cardenal fascista llamado Isidro Gomá que, con la guerra civil terminada, pedía a Franco que la contienda no acabara en arreglo o reconciliación sino que llevara las hostilidades hasta obtener la victoria sobre “los rojos” por la punta de la espada. 

En realidad no era necesario, ya está Rouco para recuperar y poner al día su espíritu y su pensamiento. Cabe pensar que si Suárez levantara la cabeza en su fría tumba de Ávila solo podría sentir bochorno y vergüenza de que se utilice su labor al frente del país en los daños más duros de la historia reciente para volver a alimentar el miedo entre los españoles. Tal vez hasta pusiera su epitafio entre interrogantes y se preguntara si la concordia realmente fue posible. 

Montoro presume de Power Point

Montoro y su séquito de secretarios de estado se personaron esta mañana ante los ciudadanos llevando a cuestas una herramienta muy valiosa: el Power Point con el déficit de las comunidades autónomas. Allí presumieron el ministro y los suyos de lo bien que lo han hecho en la contención del déficit las mal financiadas comunidades autónomas. Tanto que en su conjunto sólo se pasaron tres décimas del objetivo fijado para todas ellas. Pero no todas cumplieron, es más, algunas incumplieron de nuevo después de haberlo hecho también en 2012. 

Entre ellas cabe citar a Cataluña, Aragón, Valencia, Murcia o Castilla – La Mancha. Para las cuatro últimas, en las que gobierna el mismo partido al que Montoro presta sus servicios, tuvo el ministro palabras de comprensión, consuelo y ánimo. “Han hecho un esfuerzo extraordinario para reducir su déficit”, ha venido a decir. De aplicar las previsiones de la Ley de Estabilidad Presupuestaria pensadas para meter en cintura las cuentas autonómicas más rebeldes, ni una palabra. Es improbable que se hubiera mostrado tan benévolo si en las incumplidoras gobernaran otros que no fueran el PP. 

El buen comportamiento de las que se han ajustado el cinturón en detrimento muchas veces de los servicios públicos lo aprovecha Montoro para sacar pecho y presumir de lo bien que lo está haciendo España, de lo serio que es este país y de lo bien que nos va a ir a partir de ahora que ya tenemos el déficit bajo estrecha vigilancia y los mercados vuelven a confiar en nosotros, el mantra por el que se miden todas las acciones de este Gobierno. 

Olvida, sin embargo, que el esfuerzo en los recortes lo están haciendo casi en solitario las autonomías, que tienen transferidos los servicios públicos básicos pero no tienen con qué atenderlos adecuadamente, y los ayuntamientos. Estos últimos incluso no tuvieron déficit el año pasado sino que encima terminaron en números positivos en 2013 a costa de los servicios más cercanos a sus vecinos. Sin embargo, la Administración General del Estado y la Seguridad Social incumplieron con creces sus propios objetivos, los que Montoro se había reservado para sí y que encima eran los más generosos en la distribución por administraciones. Pues ni con esas consiguió España cerrar el año dentro de los márgenes que le ordenó Bruselas. 

De hecho se pasó una décima y eso sin contar los 4.300 millones de euros de ayudas a la banca, con lo que el déficit total se desviaría cerca de un punto por encima del objetivo marcado por Bruselas. Ahora bien, si se trata de dar lecciones Montoro es el primero y hasta se atreve a descalificar los informes de Caritas sobre la pobreza infantil en España, la segunda más alta de la UE, después de Rumanía. El ministro es, en realidad, un hombre al que le gusta presumir y ponerse medallas, aunque sea con los esfuerzos de otros, con los recortes a los que ha obligado a los ayuntamientos y a las comunidades autónomas por la vía de los duros ajustes presupuestarios unidos a una financiación autonómica manifiestamente mejorable. 

No tiene argumentos el ministro para sacar pecho con el déficit. Primero, porque el esfuerzo de la Administración General del Estado en comparación con el del resto de las administraciones ha sido claramente insuficiente. En segundo lugar, y no menos importante, porque la caja de la Seguridad Social, con lo que eso supone para pensionistas y parados, continúa en números rojos y a peor irá mientras no haya empleo estable y de calidad suficiente en lugar de extrañas ocurrencias de “tarifas planas” como las anunciadas por Rajoy.

Y en tercer lugar, porque no cabe presumir si después de un año más de ajustes presupuestarios y recortes en servicios públicos resulta que sólo has conseguido rebajar el déficit en tres miserables décimas con respecto a 2012 y eso, tras haberte Bruselas regalado unas décimas para que llegaras más desahogado a la meta. 

Los tozudos hechos evidencian de nuevo que la austeridad a marchas forzadas y caiga quien caiga, sin acompañarla al menos de algún tipo de estímulo de la actividad económica digno de ese nombre, sólo consigue alargar la incertidumbre de los ciudadanos sobre la salida de la crisis y reforzar el temor de que habrá más sacrificios y que volverán a recaer sobre las mismas espaldas. La reforma fiscal progresiva y de tolerancia cero con el fraude, que ayudaría a equilibrar las cuentas públicas, ni está ni se le espera. Lo más que cabe esperar de Montoro es un mal remedo de reforma impositiva en el que, aunque la venda como el no va más de las reformas del mundo mundial, sólo será más de lo mismo. Eso sí, tal cosa no ocurrirá antes de que se acerquen un poco más las elecciones aunque es probable que ya esté preparando el correspondiente Power Point.

¡No vayas a Alemania, Pepe!

Alfredo Landa y Pepe Sacristán protagonizaron allá por los años 70 una película que retrataba con acierto inusual para el cine español de la época las aventuras y desventuras de los emigrantes españoles en el franquismo. Se titulaba ¡Vente a Alemania, Pepe! y su trama transcurre en Peralejo, un tranquilo pueblo aragonés en el que nunca pasa nada. Un día de tantos llega al pueblo para pasar las vacaciones Angelino (Sacristán): conduce un espléndido Mercedes y cuenta maravillas de Alemania y de las alemanas. Pepe (Alfredo Landa) se queda extasiado y decide sacar la vieja maleta de madera de debajo de la cama, meter sus pocas pertenencias en ella y poner rumbo a Múnich. Sus esperanzas de una vida mejor pronto se vieron truncadas: su jornada laboral comenzaba a las cinco de la mañana limpiando cristales y acababa a las 12 de la noche pegando carteles.

Desde que comenzó la crisis económica, muchos “pepes” y “pepas” han seguido el mismo camino que el personaje de Landa. A la vista de que las exportaciones españolas crecían como la espuma gracias a la “competitividad” de nuestros salarios y de que la ministra de Empleo no paraba de alabar las bondades de la “movilidad exterior”, también ellos se colocaron la mochila a la espalda y se fueron a Alemania. Unos tenían trabajo antes de partir y otros lo buscaban al llegar allí y, mientras lo encontraban, los que lo necesitaran podían ir tirando con la ayuda de los servicios sociales alemanes.

Tanta generosidad está a punto de ser cosa del pasado. Merkel, la lideresa europea que más ha hecho por acabar con la siesta y la modorra mediterráneas, va a ponerle puertas a Alemania. La misma que ha impuesto a los países del sur de Europa el aceite de ricino del austericidio consiguiendo que jóvenes españoles, griegos, italianos o portugueses hayan tenido que liar el petate para buscar una oportunidad en sus dominios, les dice ahora que si no encuentran trabajo en un plazo de seis meses tendrán que irse por donde han llegado. Se les retirarán las ayudas del sistema social alemán y, llegado el caso, se les pondrá en la estación o en el aeropuerto para que retornen.

Aunque la medida parece pensada para frenar la llegada de rumanos y búlgaros, afectará por igual a todos aquellos que acudan a Alemania en busca de un trabajo y no lo encuentren en seis meses. Argumenta el gobierno de socialdemócratas – quién lo iba a decir – y socialcristianos, que quiere poner fin al fraude de los servicios sociales alemanes que presuntamente perpetra esta mano de obra llegada de países empobrecidos por la crisis o de otros como Rumanía o Bulgaria, en donde aparte de la pobreza crónica reside una nutrida etnia gitana.

Excusas que encajan mal con el derecho comunitario y con el Tratado de Schengen que consagra la libre circulación de personas dentro de la Unión Europea. No es cierto que el fraude de los servicios sociales alemanes por parte de los inmigrantes sea tan elevado como de forma insidiosa dice el gobierno de Merkel ni es verdad que todos los que van a buscar trabajo hagan uso del sistema. Si lo que le apetecía era cerrarles las puertas de su país a los inmigrantes sin trabajo llegados del Este o del Sur de Europa – ciudadanos de pleno derecho de la Unión Europea, que no inmigrantes - podría haberlo dicho abiertamente o buscarse una coartada más creíble. Por lo demás, resulta irrisorio suponer que un país como Alemania no cuenta con los medios técnicos y humanos suficientes para detectar el fraude y actuar en consecuencia contra el defraudador en lugar de extender las sospechas sobre la totalidad de los parados expulsados de sus países por la crisis y el desempleo. Tal vez crea Merkel que todos los que acuden a Alemania lo hacen por deporte y prefieren trabajar en ese país que en el suyo de origen.

Se anuncia además la medida a menos de dos meses de las elecciones al Parlamento Europeo ante las que los pocos europeístas convencidos que van quedando se desgañitan alabando las ventajas de la Unión Europea y la importancia de ir a votar. No es improbable que el ejemplo de Merkel lo sigan otros países del Norte rico en su afán de construir una Europa de dos velocidades en la que ellos dan lecciones e imponen normas de obligado cumplimiento a los países del sur, condenados así al desempleo y el deterioro de los servicios públicos. Una de las pocas salidas que quedaban era emigrar a países como Alemania. Ahora también se cierra en parte esa vía de escape, salvo que tengas contrato previo o, claro está, salvo que seas un potentado con muchos millones en una cuenta corriente dispuesto a gastártelos en chucrut y cerveza.

El debate imposible

El Parlamento de Canarias acaba de perpetrar otro debate-del-estado-de-la-nacionalidad que seguramente ha dejado exhaustos a quienes lo han protagonizado, por no hablar de quienes por obligación profesional no hemos tenido más remedio que seguirlo hasta el final. Que los medios de comunicación sigan dedicando todos horas de emisión y páginas de prensa a glosar un debate como este es un misterio inexplicable que crece año a año.

La falta de conexión entre los discursos en la cámara y las preocupaciones cotidianas de los ciudadanos merecería ser estudiada a fondo por politólogos, sociólogos y hasta ingenieros de sonido. Esa ausencia de vinculación entre lo que se dice en el Parlamento y lo que se dice en la calle aleja cada vez más a la segunda del primero sin que nadie parezca con ganas ni ideas de ponerle remedio. En el mismo objetivo de estudio habría que situar también la sordera que preside las intervenciones por parte de los portavoces parlamentarios, de manera que la calle y los representantes políticos no se escuchan entre sí y estos tampoco entre ellos. Y lo llaman debate cuando deberían llamarlo diálogo cuadrafónico de sordos. 

Para empezar, las diez nuevas medidas que anunció el presidente autonómico en un discurso – río y que le llevaron dos horas, se pueden anunciar en 20 minutos al término de cualquier Consejo de Gobierno y dedicarle otros diez a precisar algún detalle. Máxime si mientras las desgranaba a su pausado ritmo, la mayor parte de sus señorías propias y adversarias wasapeaban, tuiteaban o feisbuqueban pero ni miraban ni escuchaban. De hecho, cuando llegó el debate de verdad ninguno de los portavoces apenas se refirió a ellas ni siquiera por equivocación. 

Y es que con discursos escritos de antemano es imposible el debate que tampoco se produce ni siquiera cuando en el cuerpo a cuerpo dialéctico el lenguaje se llena de tópicos y consignas de partido repetidas ad nauseam. Debatir en sentido político es confrontar ideas y puntos de vista. Sin embargo, de lo que en realidad se trata en este tipo de debates es de enfrentar estrategias partidistas y llegados a ese punto que nadie pida confrontación de ideas y mucho menos acuerdos.

El debate de la nacionalidad como el debate de la nación en el Congreso de los Diputados deberían ser, junto al de los presupuestos generales, las dos citas parlamentarias más importantes del año. En consecuencia deberían tener un formato que lo hiciera atractivo e interesante para los ciudadanos a los que supuestamente va dirigido, incluidos los propios parlamentarios. Sin embargo, en España y en Canarias estas citas políticas, tan importantes para los medios como superfluas para los ciudadanos, hace tiempo que han degenerado en una cansina escenificación teatral de posiciones políticas conocidas previamente hasta la saciedad.

Por no hablar del incumplimiento de esas propuestas de resolución en la que tanto ardor ponen los partidos para luego exhibirlas como efímeros triunfos políticos que apenas tardan unas horas en desaparecer en los cajones del olvido. De este modo tan poco estimulante ha concluido un nuevo debate-del-estado-de-la-nacionalidad canaria, cada uno se fue por donde vino y, como dijo el clásico, no hubo nada. Ni siquiera debate.

Violencia y reparto de responsabilidades

Si una manifestación pacífica degenera en violencia callejera, como ocurrió el sábado en Madrid, es que algo se hizo mal y urge separar lo legítimo y democrático de lo ilegítimo y antidemocrático. Si la policía, que ahora se manifiesta también para denunciar la descoordinación del operativo, actuó antes de que concluyera la manifestación pacífica y legal, es que también algo se hizo mal. Alguien, por tanto, debe dar explicaciones cuanto antes en lugar de permitir que crezca la bola de los bulos y las contradicciones como ocurrió con la muerte de 15 inmigrantes intentando llegar a Ceuta.

El Ministerio del Interior vuelve a esconder la cabeza debajo el ala y no explica, a pesar de las peticiones de los sindicatos policiales, si el operativo era el correcto y adecuado, si la coordinación fue la conveniente y porqué se demoraron los refuerzos que pedían los agentes a pie de calle. No cabe de nuevo intentar ocultar, tergiversar o suavizar lo sucedido como ocurrió en Ceuta, en donde aún sigue sin producirse ninguna destitución o dimisión de nadie directamente relacionado con los hechos o con la explicación de los mismos, caso del responsable de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa.

Mientras, los interpelados para dar explicaciones claras y convincentes de por qué una marcha ciudadana pacífica y legal terminó a la pedrada entre policías y manifestantes son los propios organizadores. La imagen de un manifestante golpeando a un policía con su propio casco, entre otras muchas, no les hará ganar popularidad ni seguimiento en próximas convocatorias. Por eso, cuanto más tarden en condenar sin ambigüedad alguna lo ocurrido y marcar distancias con los grupos violentos que reventaron la manifestación y que ya deberían ser de sobra conocidos, peor para la fuerza de sus reivindicaciones, en gran medida compartidas por el común de la sociedad aunque no participaran de forma activa en las “Marchas por la dignidad”.

Y, sobre todo, mejor para quienes prefieren que llevemos días hablando de los incidentes violentos entre policías y manifestantes y no de los recortes sociales, del paro, de la pobreza o de la reforma de la ley del aborto. Los que dinamitaron la protesta le han hecho un flaco favor a quienes la convocaron y estos se están haciendo un flaco favor a sí mismos si no rompen el silencio que los puede terminar convirtiendo a ojos de la opinión pública en cómplices de los violentos.

La Transición descansa en paz

Cantadas y alabadas ad nauseam las innegables virtudes políticas del pilotaje de Adolfo Suárez al frente de la Transición, conviene esbozar unas líneas sobre las reacciones ante su muerte. En primer lugar tenemos al rey. Su obituario del presidente fallecido careció de la emoción que cabía esperar de alguien que tuvo muy buen ojo para poner en el de Cebreros todas las esperanzas de que la Corona saliera airosa del dilema político sobrevenido tras la muerte de Franco. Rutinario y sin brillo, el monarca despachó el trámite con algunos lugares comunes dignos de una ocasión mucho menos propicia para renovar la alicaída confianza de los españoles en la institución monárquica como la que se le presentaba. Otra oportunidad perdida. 

Es casi un secreto a voces que fue precisamente la retirada de la confianza real la que abocó a Suárez a presentar la dimisión, acosado además por su propio partido, la oposición, la prensa, ETA, la Iglesia y los militares. El que sea capaz de aguantar tanta presión junta sería un superhéroe y Suárez, a pesar de toda su demostrada sagacidad política, no llegaba a tanto ni era tanto lo que se le exigía. 

Sigamos por el presidente del Gobierno: Mariano Rajoy nos deleitó con otra de sus plúmbeas intervenciones oficiales de las que los ciudadanos ya estamos curados de espanto. No se sabía muy bien si estaba despidiendo al que muchos consideran no sin exageración “el artífice de la democracia en España” o adelantándonos alguna espesa previsión económica a las que tan aficionado se ha vuelto en los últimos tiempos. Gris y falto de vibración política no tuvo empacho ni rubor, sin embargo, en patrimonializar para su partido y su Gobierno el espíritu de consenso y diálogo que caracterizaron la Transición conducida por Suárez. 


No le han ido a la saga otros dirigentes del PP y varios miembros de su gobierno. Mención especial merece el titular de Exteriores, García Margallo, convencido de que si Suárez se tuviera que enfrentar al desafío catalán haría exactamente lo mismo que está haciendo Rajoy, es decir, ni pestañearía, como Don Tancredo. Pero ya se sabe que una de las grandes ventajas de la ficción histórica es que los muertos no opinan y los hechos nunca podrán contradecir tus afirmaciones. 

A propósito, mención singular merece el presidente Artur Mas, que se materializó ante la capilla ardiente de Suárez para lanzarle a la cara de Rajoy la figura dialogante y de consenso del presidente de cuerpo presente a escasos metros suyos. Tampoco podían faltar en la obligada visita a la capilla ardiente viejas glorias de la UCD, dispuestas también a soltar alguna lágrima de cocodrilo. Allí se dieron cita, por ejemplo, todo un Miguel Rodríguez y Herrero de Miñón o todo un Landelino Lavilla, dispuestos a canonizar al mismo presidente muerto que con gran éxito habían contribuido a crucificar en vida: ¡Al suelo, que vienen los nuestros! se coreaba en las filas de la UCD cuando el partido ya se había convertido en una espectacular bola de fuegos artificiales con democristianos, socialdemócratas y franquistas demócratas de-toda-la vida saltando por los aires y buscando cada uno mejor acomodo político.

Para la historia de estos días en los que hemos revivido el blanco y negro y los puros humeando en el Congreso de los Diputados, quedará también la imagen de los tres ex presidentes vivos de riguroso luto oficial. González, Aznar y Zapatero apenas se pueden ver entre sí pero tocaba escenificar unidad aunque ésta fuera sólo flor de unas horas. La misma unidad que reclamaban al paso del cortejo fúnebre con los restos de Suárez abandonando para siempre la Carrera de San Jerónimo los ciudadanos que se agolpaban en las aceras y gritaban ¡Vivas! y ¡Presidente! Puede que muchos de ellos - los más creciditos, sobre todo -  le pagaran en su día a Suárez con la misma moneda con la que los británicos le pagaron a Churchill después de vencer a los alemanes en la II Guerra Mundial, es decir, dándole la espalda cuando puso en pie aquella aventura imposible que se llamó CDS. 

Con todo, se palpaba en el ambiente una petición expresa a los partidos políticos para que antepongan el interés general al partidista y recuperen el espíritu de concordia de la Transición que estos días ha sobrevolado la política española. Dudo que el mensaje haya llegado a oídos de quienes al menos deberían intentarlo, de manera que ese espíritu por unos días revivido seguramente descansa en paz a esta hora bajo una losa de la catedral de Ávila y sin riesgo de que se despierte de nuevo.

Silvio Rodríguez: "Óleo de mujer con sombrero"

El agravamiento de la enfermedad de Adolfo Suárez me ha traído a la memoria muchas canciones que conformaron la banda sonora de la Transición española: Joan Manuel Serrat, Hilario Camacho, Luis Eduardo Aute, Jarcha, Labordeta, La Bullonera, Lluis Llach, Raimon, Rosa León, Paco Ibáñez, Víctor Manuel, Carlos Cano, Ana Belén, Cecilia, Javier Krahe y muchos más. Entre ellos siempre ocupó un lugar muy destacado un cubano, muchas de cuyas canciones ni siquiera comprendíamos aunque las cantábamos a todas horas.....



Suárez: en la hora del adiós

Recuerdo el paso de Adolfo Suárez por la política con algo de nostalgia por una época clave en la historia reciente de este país en la que, los que empezábamos entonces a llegar a la universidad, nos metíamos de coz y de hoz en el debate público y pontificábamos sobre lo que estaba mal – casi todo – y lo que estaba bien – casi nada. Esa nostalgia se agranda un poco más si cabe si comparamos la politización de entonces – en el mejor sentido del término – con la abulia política de hoy entre amplias capas de la sociedad. Entonces se entremezclaban sentimientos encontrados entre la necesidad de dar pasos mucho más largos hacia un país democrático, culto, plural y participativo con el miedo a que una excesiva aceleración del proceso sacara de sus guaridas a los fantasmas del pasado. 

Ese miedo cobró todo su vigor el 23F, apenas un mes después de que Suárez abandonara la presidencia del Gobierno. Muchos temimos entonces que lo poco que había avanzado la democracia en España volvería a quedar aplastado bajo las pesadas botas militares. Afortunadamente no fue así a pesar de que, en medio de una crisis política que volvió a poner en duda la gobernabilidad del país, Adolfo Suárez había presentado su dimisión como presidente del Gobierno. No le sobraban razones para hacerlo con un partido que había saltado pero los aires pero, en cualquier caso, seguro que muchas menos que las que otros tienen en la actualidad para seguir su ejemplo. 

Le sucedió durante unos meses Leopoldo Calvo Sotelo – ya fallecido – y llegó después el triunfo arrollador del PSOE y del felipismo. Podía decirse que lo peor había pasado, que la democracia empezaba a consolidarse en un país que no la conocía desde hacía casi medio siglo, toda una rareza en Europa. Con la llegada del PSOE al poder concluyó ese agitado periodo de la historia de España que todos ya conocemos como Transición. Uno de los más complicados de cuantos ha vivido este país en el último medio siglo, incluida la actual crisis económica y sus consecuencias en forma de paro, pobreza, exclusión, recortes y leyes que, en algunos casos, amenazan con hacernos viajar en el tiempo a etapas anteriores incluso a las que protagonizó Suárez al frente de la vida pública española. 

Suárez, con sus luces y sus sombras y con su pasado vinculado a los estertores del franquismo, llenó el espacio público durante cinco años decisivos para España, los que van de 1976 como presidente preconstitucional a 1981, fecha de su dimisión, atosigado por los conflictos en su partido, la oposición, las críticas de la prensa, la presión de los militares y la Iglesia y hasta la pérdida de confianza del Rey. A partir de ahí comenzó su declive político con aquel proyecto imposible llamado Centro Democrático y Social que fue incapaz de resucitar de sus cenizas a la extinta UCD. 

Como presidente dio un paso de gigante para acabar con las “dos Españas” al legalizar al PCE de Santiago Carrillo, una de las causas probables de lo ocurrido el 23F, y que ya puso entonces a los cuarteles en estado de alerta máxima y a muchos españoles con el corazón en un puño. Ese paso hizo posible también una Constitución de amplio respaldo y que, a pesar de sus achaques y desajustes y de su necesidad imperiosa de reformas, aún sigue cumpliendo mal que bien la función para la que fue pensada: hacer de España un estado social y democrático de Derecho.

Ese modelo de Estado está hoy amenazado por quienes pretenden convertir buena parte de los avances que la Carta Magna ha hecho posibles en coto de intereses privados. Podrá discutirse legítimamente todo lo que se quiera sobre si no tuvo entonces el pueblo español la opción de elegir entre Monarquía o República,  pero no es cuestionable el papel decisivo desempeñado por la Constitución en la vida de los españoles. 

Por lo demás y después de las primeras elecciones democráticas en décadas, Suárez afrontó desde la presidencia del Gobierno una grave crisis económica, si no tan profunda como la actual, sí de la suficiente potencia como para generar un clima de protestas laborales y tensiones sociales inéditas desde hacía décadas. Los Pactos de la Moncloa impulsados con tenacidad por Suárez consiguieron calmar y dar salida a aquella situación, no sin ácidas críticas desde la izquierda extrema – aún con fuerza aunque dispersa - a los partidos y sindicatos que suscribieron los acuerdos, entre ellos el propio PCE. 


Ahora bien: este es un país de gusto inmoderado por la hagiografía de todo tipo, incluida la política. En la hora en la que el primer presidente de la democracia española ha dicho adiós sin acordarse siquiera de la decisiva etapa que protagonizó al frente del país, se suceden las alabanzas y se exacerban las virtudes. Como cualquier otro ser humano, Suárez cometió errores políticos, pero su enumeración depende del color del cristal con el que se mire su paso por la política. Así, para unos, el mayor de todos fue la puesta en marcha de un estado cuasi federal con 17 autonomías que no había ni hay forma de financiar adecuadamente y que cuatro décadas después amenaza de nuevo con romper sus costuras. Para otros nunca se desprendió de su pasado franquista y para los de más allá, entre ellos los militares, fue un traidor al antiguo régimen que nunca debió haber legalizado los partidos políticos y convocar elecciones democráticas.


Las figuras providenciales en política hace tiempo que están desacreditadas por la Historia. Los procesos de cambio nunca son obra de una sola persona por visionaria o valiente que sea, sino el fruto de la conjunción de factores, agentes y circunstancias diversas y a menudo contrapuestos. Es seguro que Suárez no habría conducido a buen puerto la transición española contra las resistencias franquistas sin el apoyo de la Corona y de las fuerzas políticas y sociales pero, sobre todo, sin el respaldo de los ciudadanos. Con él al frente, todos ellos fueron partícipes de ese paso histórico de una dictadura decadente a un régimen de libertades, todo lo imperfecto que se quiera, pero democrático.

A nadie dejó indiferente la figura de este hombre singular, algo seco y estirado en su sobriedad castellana, pero con una capacidad de diálogo y consenso que ya la quisiéramos para los tiempos actuales de mayorías apisonadoras y oídos sordos al clamor social. Por eso, hoy más que nunca, cobra toda su vigencia una frase suya pronunciada en el Congreso de los Diputados en una fecha tan lejana como octubre de 1977: “La Constitución y el marco legal de los derechos y libertades públicas no deben constituir el logro de un partido, sino la plataforma básica de convivencia”. Algunos deberían de tomar buena nota.

Botella no llega a fin de mes

El sueldo ya no da para café con leche
Aclaro: no es que la políglota alcaldesa de Madrid tenga intención de dimitir y así tener tiempo para acudir con sus compis Soraya y María Dolores a las procesiones de Semana Santa o tomarse a cup of café con leche en la Plaza Mayor. Es mucho peor que eso: ¡se ha bajado el sueldo! Atorníllense bien al suelo porque vienen curvas: a partir de ya, Ana Botella va a cobrar 1.987 euros brutos menos al año. Exactamente va a pasar de cobrar 101.998 euros anuales a tan solo 100.000. Una rebaja salarial de ese calibre no la veíamos en España desde que Montoro dijo que los salarios estaban “creciendo moderadamente”.

Echo mano de la calculadora y me salen unas cuentas de vértigo. El sueldo de la alcaldesa más retuiteada de España se reduce exactamente en 166 euros mensuales. Me pregunto alarmado cómo va a hacer frente esta mujer a los gastos de la casa, a la luz, el teléfono y el agua con un marido en paro y los hijos en el pelotón de los “ni ni”, cobrando esa miseria de mileurista que va a cobrar a partir de ahora. 

Pero no crean que la cosa queda aquí: tiene la alcaldesa un plan entre manos para recortarle también los sueldos a los concejales madrileños, sobre todo los de la oposición y particularmente a aquellos que más le critican su escaso dominio de la lengua de Shakespeare o le afean asuntos como la huelga de basuras, el Madrid Arena, las subidas de impuestos y los recortes de todo tipo.

Aunque, debido a su carácter de natural benévolo, no parece que tenga intención de convertirlos también en mileuristas hasta el año que viene. Es probable que quiera darles tiempo suficiente con el fin de que vayan ahorrando para cuando lleguen las vacas flacas. De momento no hay noticias en la Villa y Corte de que se esté planteando la alcaldesa suprimir al menos una parte pequeñita de su nutrida legión de asesores digitales con sueldos anuales que van de los 40.000 a los 70.000 euros ni la tropa de secretarias, ayudantes de secretarias, ayudantes de las ayudantes de secretarias, chóferes y otros puestos de necesidad ineludible en un ayuntamiento como el que se honra en presidir.

Ella sí, para dar ejemplo, ha decidido que cobrará 2.000 euros menos al año para quedarse con esa miseria limosnera de 100.000. Menos mal que conservará todos sus trienios como alta funcionaria de la administración pública porque, de lo contrario, tardando estaban ya los madrileños en organizar una rifa para echarle una mano y ayudar a esta pobre familia a llegar a fin de mes. Cualquier cosa menos permitir que siga aumentando la pobreza y la exclusión social.

Putin y cierra Ucrania

“Crimea es tierra santa”, ha dicho hoy en el Kremlin el zar Vladimir Putin. No lo ha dicho a caballo alanceando ucranios sino con traje y corbata, ante un atril y en presencia de un buen número de dirigentes políticos rusos que, por supuesto, aplaudieron entusiasmados. En cualquier caso, el disfraz es lo de menos. Lo que importa es la justificación para quedarse con la península ucrania de Crimea y en este punto hay que reconocer que el argumento es irrebatible. Para eso y no para otra cosa, para que los descarriados rusos que se habían quedado dentro de las fronteras de la infiel Ucrania volvieran al regazo de la Gran Madre Rusia se organizó el referéndum del domingo en el que no es imposible que votaran algunos muertos de la II Guerra Mundial. Y con ese fin se enviaron también a la zona tropas rusas no identificadas, – todo un hallazgo de Putin –, no fuera a ocurrir que alguien se equivocara y no votara lo correcto en el referéndum. 

Los que supusieron que después de los reñidos resultados de las votaciones del domingo – 97% de votos a favor de la unión con Rusia – Crimea se convertiría en una especie de nuevo estado satélite bajo la órbita rusa se equivocaron de medio a medio. Ni dos días ha tardado el zar en dar gusto a sus fieles hermanos de Crimea y hoy mismo ha firmado el decreto por el que convierte esa región y la de Sebastopol en nuevas provincias del renaciente imperio ruso. Ahora tendrá que ratificarlo la Duma y el Tribunal Constitucional, más que nada por guardar las apariencias de que Rusia es un país democrático no porque vayan a poner pega alguna. 

Mientras el zar Vladimir Putin maniobraba a placer aprovechando el río revuelto de la crisis política en Ucrania y añadía a su corona la gema de la descarriada tierra del príncipe Vladimiro, – ¡qué coincidencias tiene a veces la historia! –, ¿qué ha hecho eso que convencionalmente llamamos la “comunidad internacional”? Pues, básicamente, reunirse y hablar por teléfono. A decir verdad, no está EEUU o la propia UE como para dar demasiadas lecciones de respeto al derecho internacional a nadie, incluida Rusia, después de lo ocurrido con Kosovo, Irak, Afganistán o Libia, por sólo citar unos pocos ejemplos relativamente recientes. Putin se lo ha recordado hoy y ese argumento es casi tan inapelable como el de la “tierra santa”. 

Eso sí, a Obama, por ejemplo, no se le puede negar que ha hablado hasta por los codos sobre la crisis en Ucrania y no menos cabe decir de la lideresa europea Merkel. Ésta última hasta se permitió amenazar con duras sanciones a Rusia si continuaba adelante con el referéndum anexionista. Las sanciones en cuestión se concretaron en Bruselas con la congelación de algunas cuentas corrientes de altos dirigentes rusos y algo similar ha hecho Obama. También está previsto aislar a Rusia de los grandes foros económicos internacionales como el G8, que no están los grandes líderes del planeta para salir en la foto con alguien como el sátrapa de Moscú comiendo ucranios a dos carrillos. ¡Tiembla, Vladimir! 

De embargo de armas a Rusia, por ejemplo, nada de nada, y no es probable que se llegue a ese extremo con la todopoderosa industria militar en el punto de mira. De echarle una mano militar al débil gobierno provisional de Ucrania tampoco se habla, aunque de estas cosas más bien se suele hablar poco o nada. Lo que sí parece bastante probable es que la necesite: después de perder Crimea - y veremos aún sin derramamiento de sangre - nadie puede garantizar que, tras hacer la digestión de esa península, el zar de Moscú vaya ahora a por nuevos territorios del este de Ucrania. De hecho, en algunos de ellos ya hay manifestaciones “espontáneas” pidiendo un referéndum como el del domingo. Al final, todo dependerá de si San Jorge y el príncipe Vladimiro – tanto el antiguo como el actual - consideran que también son tierra santa. En ese caso, la suerte está echada.

El gobierno de los expertos

Que los expertos en esto, en lo otro y en lo de más allá digan qué es lo que deben hacer los responsables políticos se ha convertido en una costumbre cada día más arraigada en ministerios y comunidades autónomas de este país. Si hay que reformar las pensiones para que los pensionistas cobren menos a fin de mes se convoca un comité de expertos que digan lo que necesitamos hacer; si de lo que se trata es de reformar la administración pública, se elige un sanedrín de sabios qué aconsejen lo más conveniente, es decir, suprimir o privatizar empresas públicas y descargar la administración de tanto parásito; cuando la cuestión a resolver es si hacemos como que bajamos los impuestos cuando en realidad tenemos intención de subirlos llamamos a unos cuantos catedráticos de universidad y le endilgamos la tarea de decirnos cómo debemos hacerlo sin que se note demasiado. 

Así, los expertos van colonizando áreas cada vez mayores de la administración pública en donde se supone que hay responsables políticos con legiones de asesores “de confianza” en los asuntos de sus competencias y a los que se aparta de las tareas por la que se supone que les pagamos sus sueldos los ciudadanos. Los expertos que analizan y proponen al Gobierno toda suerte de reformas en asuntos de tanto calado como las pensiones o los impuestos se convierten de este modo en la coartada perfecta de los responsables políticos para tomar medidas impopulares: ¡Ah! – proclaman -, no hemos hecho más que limitarnos a poner en práctica las recomendaciones de los expertos que para eso han estudiado y saben de lo que hablan. 

Cuando en los informes de los expertos hay votos discrepantes se ignoran y se subrayan sólo los puntos de vista que coinciden con el del responsable político que en último extremo tiene que tomar la decisión. Por supuesto, la transparencia en la elección de quiénes deben ser los expertos que conformen esos comités que parecen gobernarnos en la sombra es de lo más opaca y solo cuando empezamos a escarbar un poco nos encontramos que en un alto porcentaje coinciden plenamente o en su gran mayoría con los planteamientos ideológicos de quien les encarga el trabajo. Así ocurrió, por ejemplo, con el comité de sabios que elaboró la propuesta para la reforma del sistema de pensiones, plagado de representantes de financieras con intereses en planes privados de pensiones. 

Y seguro que no es una casualidad sino todo lo contrario que la propuesta de reforma fiscal que los expertos le han entregado hace unos días a Cristóbal Montoro y que está cosechando muchos más pitos que aplausos vaya en la misma línea de la que elaboró el año pasado la Fundación FAES del PP: reducir el número de tramos del IRPF, bajar el tipo máximo por debajo del 50%, recortar el impuesto de sociedades y eliminar el Impuesto sobre el Patrimonio. En cuanto al IVA, el comité de Montoro habla de subir varios productos del 10% al 21% y FAES recordaba que hay recorrido para subir ese impuesto aunque sin precisar porcentajes. 

Montoro bien podría habernos ahorrado a sus expertos y el circo mediático que lo ha rodeado y echar mano del informe de FAES porque, salvo error u omisión, en poco se diferenciara la reforma fiscal que finalmente apruebe el PP para dorarnos la píldora con una supuesta rebaja de impuestos en año electoral que en realidad será una nueva vuelta de tuerca sobre las rentas del trabajo y un nuevo regalo fiscal para los más ricos. De la promesa de Rajoy de bajar realmente los impuestos después de subirlos nada más llegar a La Moncloa, incumpliendo así su palabra de darle un respiro a las acogotadas clases medias de este país, mejor ni hablamos. Ya lo han hecho por nosotros los neutrales e inmanculados expertos seleccionados por Montoro, todo un catedrático de Hacienda Pública como el señor Lagares que ha presidido su comité de sabios pero que, a lo que se ve, de impuestos no debe saber ni jota.

El avión que voló

Cuarenta barcos y otros tantos aviones de una docena de países además de satélites y radares de medio mundo llevan casi una semana buscando el avión de Malasia que desapareció en la madrugada del sábado con 239 personas a bordo sin dejar rastro. Y nunca mejor dicho, porque nadie se explica lo ocurrido aunque cada cual tiene varias hipótesis. Asombrado, el mundo se pregunta cómo puede desaparecer un gigante de 60 metros de largo, más de 18 de alto y cerca de 160 toneladas de peso y no dejar tras de sí una mínima señal que permita localizarlo y averiguar qué ocurrió con él. 

Hasta ahora y en medio de una confusión total y de la desesperación de los pasajeros, en su mayoría chinos, se han ido descartando una tras otra todas las posibles causas de lo ocurrido. El atentado terrorista fue la primera causa que a muchos se les pasó por la cabeza, máxime tras conocerse que dos pasajeros viajaron con pasaportes falsos. Esa posibilidad no tardó mucho en ser descartada y, a partir de ahí, todo han sido palos de ciego con el Gobierno de Malasia en estado de perplejidad y el chino presionando para que no se abandone la busca. 

Pero ¿dónde buscar, si los satélites espía de la propia China y de otros países no han detectado nada y lo mismo les ha ocurrido a los barcos y aviones que rastrean sin descanso un área próxima a los 200 kilómetros cuadrados? Del mismo modo que la teoría del atentado terrorista, también han ido cayendo las esperanzas depositadas en objetos avistados en el mar y la última que ha entrado en cuarentena es la posibilidad de que el aparato continuara volando cuatro o cinco horas más después de que se perdiera la comunicación con él. Volando pero ¿hacia dónde? ¿cambió de ruta? ¿por qué?

En este clima de incertidumbre sobre la suerte del avión y de sus pasajeros, a nadie le extraña que afloren las teorías más pintorescas como que fue absorbido por una misteriosa fuerza desconocida o que pudo aterrizar en la selva y está oculto en un hangar a resguardo del alcance de los satélites, lo que parece mucho suponer con la sofisticada tecnología que emplean en la actualidad las grandes potencias para espiarse mutuamente. Del mismo modo es sorprendente que algunos teléfonos móviles de los pasajeros den tono algo que, según los expertos, sería del todo imposible si el aparato se encontrase bajo el agua. 

Desde luego, no es esta la primera vez que desaparece un avión en pleno vuelo sobre el mar pero sí la primera en la que pasa tanto tiempo sin tener la más mínima pista de su paradero y su suerte. A todos nos ha venido a la mente estos días lo ocurrido con un avión de Air France que el año 2009 volaba de Brasil a Francia y que cayó al mar poco tiempo después de despegar. En aquella ocasión los primeros restos fueron localizados cinco días después y en esta ocasión ya superamos ese plazo con creces. Y lo que es más importante, los pilotos del avión francés emitieron un “myday” antes de estrellarse, algo que no ha ocurrido en este caso y ni siquiera las llamadas cajas negras han emitido señal alguna. 

Por lo demás, el aparato de las líneas aéreas de Malasia desaparecido, un Boeing 777 que había pasado con éxito una revisión hacia solo diez días, es un modelo diseñado para largos recorridos y catalogado como seguro ya que a lo largo de sus casi 30 años de vida sólo ha registrado unos 60 incidentes. Atentado terrorista, sabotaje, fallo estructural, técnico o humano, lo cierto es que estamos ante la desaparición más misteriosa en la historia de la aviación comercial moderna. Por ahora y mientras continúa la búsqueda, lo único que tenemos son las últimas palabras del piloto del avión desaparecido: “Todo bien, buenas noches”.