No está la
mesura entre las virtudes nacionales. Ni siquiera ante la muerte somos capaces
de guardar las formas y separar el respeto por la persona fallecida de nuestra
consideración sobre lo que hiciera o dijera en vida. Con el difunto aún de
cuerpo presente nos lanzamos sobre él para elevarlo a los altares o enviarlo a
los infiernos. No hay termino medio, o blanco o negro, o santo o demonio. Tras la muerte esta mañana de Rita Barberá
víctima de un infarto, en apenas minutos los instintos más primitivos se
impusieron a las más elementales normas de educación, respeto y cortesía.
Las
redes sociales se llenaron inmediatamente de mensajes denigrantes para la
fallecida a la que, después de muerta, se la ha linchado a placer y en la
inmensa mayoría de las ocasiones desde el anonimato más cobarde. Si quieren
estomagarse de veras echen un vistazo a los comentarios que acompañan las
informaciones sobre el fallecimiento de Barberá en las ediciones digitales de
los medios. Aquellos a quienes la sensibilidad y la consideración hacia la vida
humana les sigan pareciendo valores a preservar y ejercer sentirán ganas de
vomitar. Yo las he sentido.
El lamentable despropósito empezó muy de mañana en
las filas del propio PP, el partido al que Barberá perteneció hasta el otro día
y que la dejó caer después de haberle hecho la ola y defenderla hasta la
extenuación. Escuchando esta mañana a algunos dirigentes populares nadie diría
que Barberá ya no era militante del PP y que no estaba siendo investigada en el
Supremo por presunto blanqueo de dinero. Confundiendo también que el reproche ético y político del que era merecedora Barberá por aferrarse al cargo a pesar de su situación judicial nada tenía que ver con el respeto a su presunción de inocencia, algunas como Celia Villalobos no dudaron en caer el más absoluto de los despropósitos al acusar a la oposición y a los medios de “haberla matado”.
Escuchando sandeces de ese
calibre es legítimo preguntarse porqué el partido la forzó a irse al Grupo Mixto
del Senado y porquá la trató como una apestada si Rita Barberá era el crisol de
las virtudes políticas de este país. O quienes piensan como Villalobos son unos
cínicos redomados o en el PP hay mucha mala conciencia que ahora intentan calmar otorgándole a Barberá la palma
del martirio.
Pero así como
no es de recibo pretender convertirla en una santa tampoco lo es enviarla al
averno faltándole al respeto más elemental a quien ha desaparecido para
siempre. El desplante de Pablo Iglesias y los suyos ausentándose del Congreso cuando
se guardaba un minuto de silencio en recuerdo de una persona que formó parte de
las Cortes, es una nueva prueba de que, para Podemos, todo aquello que sirva
para acaparar protagonismo mediático debe hacerse. Interpretar el minuto de silencio
como un homenaje político a Barberá denota mezquindad, soberbia, torpeza y desprecio por
parte de alguien que no tiene en cambio empacho alguno en apoyar y ensalzar a
personajes como Arnaldo Otegui.
Barberá no pasará a la historia como un dechado de virtudes políticas, eso nadie lo podrá discutir, y nadie con dos dedos de frente puede pretender tampoco que no se la criticara incluso con dureza por ello y se pidiera que se apartara de la vida pública. Pero hasta esta mañana antes de morir Rita Barberá era inocente de los cargos por los que estaba siendo investigada y ahora que ha muerto sólo corresponde expresar el pésame a sus allegados. Todo lo demás, sea para canonizarla o para condenarla, es desmesura y despropósito en un país en el que sigue habiendo demasiada gente y demasiados políticos que hasta de la muerte hacen un discurso electoral.