Las auditoras ya conocidas
en los altos círculos de las finanzas españolas como Oliver y Benji han concluido que la fiebre que le ha provocado a la
banca el atracón de ladrillos se cura con 62.000 millones de euros, eso sí, en
"el peor de los escenarios". Me conmueve la sensibilidad
teatral de estos fríos ases de la calculadora, aunque no me queda muy claro si
el "peor de los escenarios" es el actual o la parousía anunciada en la Biblia con los cielos abiertos de par en
par, los ángeles tocando las trompetas y Dios presidiendo el Juicio Final desde
su trono.
Por decirnos algo que ya se
intuía, Oliver y Benji se embolsarán
dos millones de euros. No dudo de la capacidad de estos linces de la
contabilidad para calibrar el grosor, la solidez y el tamaño de la costra de
hormigón que los consejos de administración de los bancos fueron metiendo
debajo de las alfombras de sus salas de reunión mientras duró la burbuja
inmobiliaria. Sin embargo, su trabajo lo habría hecho gratis el Banco de España
si no fuera porque si en Berlín ya no se fían ni de nuestros pepinos menos lo
iban a hacer de esa egregia institución.
Fiel a su estilo de explicar
con claridad y rapidez los acontecimientos económicos del país, Mariano Rajoy
ha dicho que la cifra calculada por Oliver
y Benji es "certera", "creíble" y
"manejable". Vamos por partes: desconozco qué datos tiene Rajoy para
decir que la cifra es "certera" más allá de las propias estimaciones
de las auditorias. Esperemos que nos lo explique en el debate del estado de la
nación de 2018.
También sorprende que la
califique de "creíble" sin esperar a los mercados y sus sicofonías
que, de hecho, se han tomado la noticia con un evidente escepticismo. Lo de "manejable"
ya es más complicado de entender: ¿para quién es manejable? ¿para los bancos?
¿para los contribuyentes?. Tampoco me queda claro.
Creo más bien que lo único
"cierto" y "creíble" es que el coste del tratamiento para
bajarle la fiebre a los bancos saldrá de una forma u otra de nuestros bolsillos
por la vía de una nueva tanda de ajustes y recortes mientras el grifo del
crédito sigue criando telarañas.
¡Y yo que había pensado
emigrar a las Salomón!
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