Rajoy en los papeles

El presidente del Gobierno no sólo ha aparecido en los incendiarios papeles de su ex tesorero Luis Bárcenas, el innombrable, como presunto perceptor de sobresueldos en negro. También aparece cada vez con más insistencia en los papeles de las grandes biblias del periodismo mundial, desde el New York Times al Financial Times pasando por el Wall Street Journal o The Economist. Y no precisamente para bien.

Hace tan sólo año y medio los populares se regodeaban con los ácidos comentarios, editoriales y artículos de opinión que esos mismos medios le dedicaban a Zapatero y a su gobierno. Veían las pullas y haber metido a España en el indeseable club de los PIGS (cerdos) junto a Portugal, Irlanda y Grecia como la demostración del desastre al que el gobierno socialista estaba conduciendo a España. Se lo recordaban día tras días pero especialmente cuando algún gurú de Londres o Nueva York se dejaba caer con la especie de que España había entrado en capilla para ser rescatada como lo habían sido ya los otros miembros del apestado club compuesto por los incompetentes países del sur.

Aquellos fueron días de zozobra, de visitas de la mismísima ministra Salgado a Londres o a Nueva York para explicarles a los responsables de esos medios que España era un país fiable y no iba a ser rescatada. Los populares, mientras, se burlaban de aquellos intentos desesperados del gobierno de Zapatero para detener lo que casi todo el mundo daba por seguro: el rescate del país. No ayudaban precisamente a que las aguas se calmasen y se recuperase la confianza internacional en el país, sino que hacían lo posible por deteriorarla cuanto más mejor. Aplaudían si los periódicos le atizaban a Zapatero y se alegraban de manera pública y notoria si la prima de riesgo y el interés de la deuda escalaban a niveles de alerta roja.

Todo era lícito con tal de desgastar a Zapatero al tiempo que le exigían elecciones anticipadas que terminaron consiguiendo. De esa actitud es suficientemente ilustrativa la confesión que le hizo el hoy ministro Montoro a la diputada de CC Ana Oramas cuando ésta le reprochó que el PP no apoyara los duros recortes que se vio obligado a realizar Zapatero por imposición de Bruselas para evitar el rescate: “Déjala que caiga – le dijo Montoro a Oramas refiriéndose a España – que ya la salvaremos nosotros”. Bien que la han salvado, a la vista está y no hay más que echar mano de las estadísticas del paro, de la pobreza, de la exclusión social, de la situación de la sanidad o la educación.

Es verdad que no ha habido rescate a la griega o a la portuguesa, pero a cambio de duros e injustos recortes y reformas que no solo no han servido para cumplir el déficit sino que han deprimido la economía por muchos años. Y no olvidemos los 100.000 millones de euros pedidos para rescatar a los bancos con sus correspondientes contraprestaciones que pagamos todos los ciudadanos.

Sin embargo, no es tanto la situación económica lo que más preocupa en estos momentos a la prensa internacional como los efectos de la corrupción sobre la estabilidad política y la recuperación. Se trata del chapapote que tiene al PP cercado y al presidente Rajoy convertido en silencioso rehén de un delincuente de cuello blanco lo que llama la atención en las grandes redacciones. El Financial Times no se paraba en barras hace unos días al titular que es imperativo” que Rajoy comparezca en el Congreso para dar explicaciones. El New York Times ha escrito que “Bárcenas ha puesto el escándalo a las puertas del presidente”, mientras la prensa italiana habla de “Tangentópolis” a la española y la británica cree que la corrupción está amenazando la recuperación económica de España. En esa línea, The Economist afirma que “el escándalo daña la reputación de España – pobre Margallo – y anima a los inversores a meterla en el mismo saco que Grecia o Italia como las naciones del trinque”.

Así que España vuelve a estar en los papeles de la prensa internacional como lo estuvo Zapatero al final de su mandato aunque en esta ocasión para algo mucho peor que ridiculizar a un presidente arrollado por la crisis que durante tanto tiempo negó. Ahora se trata de proyectar en todo el mundo la imagen de un país cuyo presidente ha ligado su futuro político al de un chorizo al que respaldó y en el que confió durante tanto tiempo y del que ahora no es capaz ni de decir su nombre.

Eso ya tal

En un país cuyo presidente de gobierno despacha con un eso ya tal las graves salpicaduras de corrupción política que manchan su buen nombre y el de la institución que preside, a nadie debería de sorprenderle demasiado que el nuevo presidente del Tribunal Constitucional haya sido un militante de carné y religiosa cuota anual del partido en el poder. Si durante su militancia política en paralelo a su alta responsabilidad judicial han pasado por sus manos asuntos que tienen que ver con derechos fundamentales de los ciudadanos impulsados por ese mismo partido, eso ya tal.

Que la Constitución deje meridianamente claro que un magistrado no puede ser afiliado a ningún partido político, eso ya tal. Que en los estatutos del partido en el que militó emboscado mientras firmaba sentencias que afectaban a todos los ciudadanos figure claramente que debe acatar y respetar su ideario ideológico, sus estatutos, reglamentos y jerarquías, eso ya tal.

Que fuera aupado al Tribunal Constitucional primero como magistrado y hace poco como presidente por el partido de sus amores, eso ya tal. Que su flagrante incumplimiento de lo que establece la Constitución haya arrojado un baldón difícil de borrar para una de las más altas magistraturas del país, eso ya tal. Que Francisco Pérez de los Cobos no tenga la más mínima intención de dimitir o que el vocero de guardia en el PP, Esteban González Pons, confunda el tocino con la velocidad y diga que “a ver si ya no se va a poder ni votar a su partido en este país”, también eso ya tal.

Que a los ciudadanos nos produzca bochorno y vergüenza ajena que las instituciones ideadas para garantizar la constitucionalidad de las leyes y los derechos fundamentales sean una mera extensión del largo brazo corrupto del poder, eso ya tal. Que Montesquieu fuera enterrado hace años por Alfonso Guerra y la separación de poderes en España haya devenido en una mohosa antigualla política, eso ya tal.

Y no es que los españoles de a pie seamos tan ingenuos como para suponer que todos los jueces de este país son seres angelicales e imparciales que solo se guían por esa señora con los ojos vendados y la balanza perfectamente equilibrada. Sabemos por experiencia que los hay que inclinan un poco la balanza y le levantan la venda a la dama para atinar mejor con sus autos y sentencias. No digo que sean todos ni mucho menos la mayoría, pero los hay y desgraciadamente ya lo tenemos asumido en España.

Nada tiene en principio de negativo ni censurable que un juez, como cualquier otro ciudadano, tenga sus preferencias ideológicas y vote por quién estime más conveniente, algo en lo que ni la Constitución ni ninguna otra norma puede entrar. Cosa distinta es que le puedan sus querencias política a la hora de tomar decisiones que afecten a la vida, a los derechos, a los deberes o a la hacienda de los ciudadanos.

Ahora bien, las sospechas de parcialidad en las decisiones de algunos jueces tienden a convertirse en certezas cuando el juez en cuestión milita con todas sus consecuencias en un partido político. Dijo Sócrates que las cuatro virtudes de un juez son escuchar costésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente. De dimitir en un país como España ni hablamos: eso ya tal.

La mano que mece la Justicia

Sólo faltaba esto, que nos enredáramos ahora en un lío sobre quién debe seguir instruyendo el caso Gürtel y los papeles de Bárcenas. El juez Ruz, para unos lento aunque meticuloso, para otros demasiado preocupado por no pisar muchos callos, no es el titular del Juzgado de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional en la que se ventilan ambas causas. Lo es Miguel Carmona, un juez supuestamente progresista que ahora es vocal del Consejo del Poder Judicial pero que en septiembre deberá reincorporarse a ese juzgado. La cuestión a resolver es qué hacer con Ruz: ¿continúa con la instrucción como juez auxiliar cuando regrese Carmona? ¿vuelve al juzgado de Móstoles del que es titular? 

A Carmona no parece hacerle mucha gracia que Ruz siga instruyendo el caso Gürtel y los papeles del ex tesorero del PP. Cree que, siendo él el titular del juzgado de la Audiencia Nacional, parecería que es en realidad el juez auxiliar toda vez que su conocimiento de estos dos intrincados casos no debe ir mucho más allá de lo que se ha publicado en los medios. Por eso pide al Consejo del Poder Judicial que la plaza de auxiliar se decida entre las peticiones que puedan presentarse para ocuparla en lugar de designar directamente a Ruz al que, al mismo tiempo, no duda en echarle flores y del que dice que es muy trabajador, discreto y eficaz. 

Cuando hoy se le ha preguntado qué ocurriría si al final se designa a otro juez para sustituir a Ruz en esos dos casos y otros de gran calado que también se instruyen en ese mismo juzgado de la Audiencia, Carmona ha echado mano de la bola de cristal y ha respondido que “ve difícil” que otro magistrado más cualificado quiera optar a la plaza.

No obstante, insiste en que debe evitarse que se dé pie a que, por precipitación, haya quien encuentre un resquicio para solicitar la nulidad de las actuaciones realizadas hasta ahora. Será en todo caso el Consejo del Poder Judicial el que decida y, en principio, parece que hay una mayoría favorable a que Ruz siga con el caso como han pedido incluso el Congreso de los Diputados y la propia Audiencia Nacional.

De nuevo parece que tenemos los no siempre invisibles hilos de la política moviendo el trasiego de jueces entre juzgados y sumarios e intentando colocarlos en los momentos decisivos y en los lugares clave en función de intereses espurios que poco tienen que ver con la Justicia. O lo que es peor, maniobrando en la sombra, tal vez con el objetivo de hacer encallar todo el proceso. No hace falta señalar quién exhalaría un hondo y largo suspiro de alivio si eso ocurriera.

No es fácil predecir cómo resolverá este nuevo embrollo trufado de celos profesionales el Consejo del Poder Judicial: si en lugar de abrir la posibilidad a otros jueces designa directamente a Ruz como juez de refuerzo de Carmona para que continúe con el caso puede dar pie a peticiones de nulidad; si por el contrario lo aparta de la instrucción ésta se estancará y para cuando se abra el juicio oral todos calvos y muchos de los delitos investigados prescritos si no lo han hecho ya alguos de ellos. 

Sobra decir que nada de todo eso le interesa a una sociedad harta de estos espectáculos y deseosa de que, ya que ni el PP ni Rajoy quieren dar explicaciones ni asumir responsabilidades, al menos la Justicia sea rápida y eficiente. Dice el juez Carmona, el mismo que no quiere parecer auxiliar siendo titular, que si llegara a producirse la nulidad del caso “habría que correr a enterrarse bajo 1.000 metros de tierra”. Mucho más que eso: ardería Troya.

¿Moción o dimisión?

Alfredo Pérez Rubalcaba se ha amarrado los machos y ha anunciado que presentará una moción de censura contra Rajoy si el presidente no comparece en el Congreso para explicar su relación con Bárcenas. Eso ocurrirá – ha precisado Rubalcaba – si el PP vuelve a vetar la comparecencia de Rajoy, algo que se discutirá otra vez en una nueva reunión de la Diputación Permanente del Congreso convocada para el próximo día 24. Si los populares vuelven a decir por octava vez no a la comparecencia, que es lo más probable, el líder socialista registraría la moción de censura para la que ya ha pedido el apoyo del resto de la oposición en donde no todos comparten de momento la iniciativa.

IU aboga por la dimisión de Rajoy y la convocatoria de elecciones anticipadas, el grupo catalán exhibe su habitual ambigüedad, el vasco no la ve y los republicanos de ERC no apoyarán una moción presentada por un partido que no respalda el “derecho a decidir”. No es imprescindible el apoyo del resto de la oposición para que la censura se presente y debata. Para eso basta que la firmen 35 diputados del PSOE que, además, deben proponer un candidato y un programa de gobierno alternativo. El candidato se supone que ya lo tienen y, salvo sorpresa mayúscula, sería Alfredo Pérez Rubalcaba. Cosa distinta es el programa de gobierno que  tendría que exponer en la cámara y que no se elabora de la noche a la mañana sin riesgo de hacer un pan como unas tortas.  


El paso al frente dado hoy por el líder socialista puede suponer para él un paso hacia el abismo político habida cuenta de que la iniciativa no tiene posibilidad alguna de prosperar y el PP aprovecharía para sacarle los colores derivados de su paso por el Gobierno de Zapatero. Rubalcaba no es un ingenuo que acaba de empezar en política y es de suponer que ha sopesado los riesgos políticos a los que se enfrenta si continúa adelante con la moción de censura. 

Si acaso, la iniciativa tiene la ventaja de ser la única de la oposición que el PP no puede bloquear por lo que Rajoy tendría que dar la cara en el Congreso y contar todo lo que sabe y calla sobre la financiación ilegal de la que habla Bárcenas y los sobresueldos en negro percibidos por él y el resto de la cúpula del partido. Sin embargo, ni eso es seguro ya que el reglamento de la Cámara no obliga al presidente censurado a defenderse en el hemiciclo y Rajoy podría volver a escabullirse. Eso en el supuesto de que el debate no degenere en un nuevo episodio de “y tú más” que sólo transmita ruido y confusión y no termine aclarándole gran cosa a los ciudadanos que volverían a quedar defraudados por el comportamiento de los dirigentes políticos. Por ello, la moción de censura se antoja de entrada como un brindis al sol de escasa eficacia.

La dimisión de Rajoy y la convocatoria de elecciones anticipadas como reclama IU tal vez sea un lujo que España no se puede permitir en estos momentos por más que las encuestas le suenen últimamente a gloria a Cayo Lara y los suyos frente al retroceso del PP y el PSOE en la intención de voto. La opción de resistir al escándalo y no hacer nada para aclararlo sólo la defiende el PP y no es de recibo a la vista de las últimas revelaciones periodísticas sobre los SMS entre Rajoy y Bárcenas que ya han repicado los principales medios internacionales y las declaraciones de ayer del ex tesorero en sede judicial.

Queda por último la dimisión del presidente y su sustitución por otro miembro del Gobierno, tal vez la vicepresidente Sáenz de Santamaría que parece ajena al trasiego de sobresueldos, SMS y otras sospechas que pesan sobre el PP. La oposición tiene medios de presión para empujar en esa dirección y los cálculos electorales y políticos de unos y de otros no deberían pasarlos por alto. La situación generada sólo admite la dimisión de un presidente rehén de sus silencios ante un escándalo que afecta gravemente a su credibilidad, a la del Gobierno, a la del Estado de Derecho y a la confianza de los ciudadanos en el sistema democrático. Resistir y esperar a que escampe hace tiempo que dejó de ser una opción: la única salida es la dimisión.

Rajoy arrinconado

Para ser el de Rajoy un gobierno sólo preocupado en salvar a los españoles de la crisis económica, es asombrosa la cantidad de horas que tienen que echarle a diario sus miembros y dirigentes del partido que lo sustenta al “caso Bárcenas”, que bien podría llamarse ya el “caso PP”. Sin ir más lejos hoy mismo, con dos comparecencias ante los medios, una antes y otra después de que el ex tesorero empezara a cumplir su amenaza de tirar de la manta ante el juez Ruz. El único que reserva todo su tiempo para la crisis es el propio Rajoy, al que sus correos electrónicos pidiéndole a Barcenas que resista después de conocerse que tenía más de 20 millones de euros en Suiza no le merecen ninguna explicación ni ante los medios y mucho menos ante el Parlamento.

Unas cuartillas leídas que no aclaran absolutamente nada es todo lo que hemos podido escuchar de su boca el mismo día en el que Bárcenas ha reconocido en sede judicial ser el autor de puño y letra de los papeles con la contabilidad B del partido, que le pagó sobresueldos a Rajoy y a María Dolores de Cospedal y que el PP le ofreció 500.000 euros a cambio de su silencio, entre otras cosas a cual más grave y más que suficientes para una dimisión en bloque del Gobierno, no digamos ya para una explicación coherente en el Congreso.

Han sido una vez más sus fieles escuderos Floriano y Cospedal los que han tenido que dar la cara  para repetir el mismo cansino estribillo de los últimos meses: Bárcenas es un presunto delincuente que no ha explicado el origen de los millones que se le han encontrado en Suiza y que nada tienen que ver con una financiación ilegal del PP ni con el pago de sobresueldos a su cúpula. Por supuesto, el Gobierno no acepta chantajes de un personaje como Bárcenas ni ha presionado de una y mil maneras con soborno de 500.000 euros incluido para evitar que empezara a contar todo lo que sabe ante el juez, al que le ha dejado de regalo un pen drive con numerosas bombas de relojería cuyo contenido no tardaremos en ir conociendo.

El PP, con Mariano Rajoy al frente, no sólo se enroca en una posición cada día más insostenible ante el bombardeo de noticias a cual más escandalosa al tiempo que pretende culpar a la oposición por cumplir con su función legítima: exigir al presidente explicaciones claras y convincentes antes de asumir las correspondientes responsabilidades políticas por una trama de corrupción de la que nadie en su sano juicio puede creer que no fuera conocedor e incluso – a tenor de los SMS publicados ayer por EL MUNDO - connivente y puede que hasta encubridor.

En esas pocas cuartillas con las que Rajoy ha vuelto a despachar hoy el escándalo en una rueda de prensa amañada con algún medio próximo al Gobierno, el presidente ha dicho que el Estado de Derecho no se somete a ningún tipo de chantajes. Rajoy confunde interesadamente el Estado de Derecho con su propia función de presidente del Gobierno, del que dice con tono providencial que sólo se ocupa y preocupa de la salida de la crisis y no de las acusaciones de un presunto delincuente.

No es cierto: si así fuera no habría hecho hoy una suerte de pliego de descargo ante los medios ni tendría problema alguno para responder a la oposición en el Congreso. Rajoy está acorralado por el hombre en el que confió y al que por acción u omisión o por interés personal dejó hacer a sus anchas, incluso después de que la Justicia centrara su atención en él. Rajoy sabe que se ha convertido en un rehén de Bárcenas pero no sabe cómo escapar de una situación en la que su mutismo se ha convertido ya en un clamoroso reconocimiento de sus propias responsabilidades políticas y puede que judiciales. Las revelaciones de Bárcenas y sus reiterados silencios han conducido al presidente al rincón en el que hoy se encuentra y del que la única salida posible ya es la dimisión.

No diga reforma, diga tarifazo

Año y media se ha pasado el ministro Soria deshojando la margarita sobre la reforma del sistema energético español. El objetivo anunciado al comienzo de una legislatura que se va acercando ya a su ecuador era enjugar el insondable déficit de tarifa eléctrica. Según las cuentas del Gran Capitán, el susodicho déficit va ya por los 26.000 millones de euros y subiendo. Aunque el asunto es mucho más complejo porque entran en juego un número enorme de elementos y factores sobre cuya influencia en el famoso déficit ni las empresas ni los expertos se ponen de acuerdo, vamos a dejarlo en que se trata de que pagamos mucho menos que lo que cuesta conseguir que la bombilla se encienda cuando apretamos el interruptor. Esa es al menos la explicación del Gobierno.

Sólo este año – dice el Gobierno – el monstruoso déficit rondará los 4.500 millones de euros. Para reducirlo ha ido elevando los llamados peajes que se cobran por el uso de la red y que es la parte regulada del recibo, del que representa el 50%. El otro 50% del recibo se calcula según la subasta trimestral de las empresas distribuidoras en el mercado de la energía. Así, entre peajes y subastas en un sistema de fijación de precios que es un verdadero galimatías y que reclama a gritos una clarificación para saber lo que pagamos y a quién se lo pagamos, la factura eléctrica de los hogares españoles se ha incrementado en más de un 60% en los últimos cinco años.

Un consumidor de los llamados de último recurso (TUR), que somos la inmensa mayoría, pagaba hace cinco años algo más de 300 euros de luz al año frente a los más de 500 que paga a estas alturas de 2013 mientras el maldito déficit de tarifa no ha dejado de crecer. Para arreglarlo, a Soria no se le ha ocurrido mejor solución que volver a tocarnos la cartera cuando aún no ha pasado un mes de la última subida, la del 1,2% del pasado 1 de julio. En este caso, a los consumidores se nos va a pasar una factura de unos 900 millones de euros con lo que nos tocará apoquinar una nueva subida del 3,2% en esta ocasión. ¿Averiguan de dónde salen esos 900 millones de euros? Precisamente de los famosos peajes que Soria ha vuelto a elevar para cobrárnoslos en el recibo.

Además, la mal llamada reforma aprobada hoy en el Consejo de Ministros llega después del pulso de los últimos días entre Montoro y Soria a propósito del sobrecoste de la producción eléctrica en Canarias y Baleares. Aunque se estima en unos 1.800 millones de euros, el titular de Hacienda se agarró al objetivo de déficit para torcerle el brazo al de Industria y sólo ha aceptado incluir en los Presupuestos Generales del Estado la mitad de esa cantidad mientras Soria quería que fuera todo.

También las eléctricas tendrán que poner de su parte, incluidas las de energías renovables a las que se les suprimen las primas y se envía a vender directamente en el mercado. Queda de momento en el aire la promesa de Soria de levantar la moratoria de las ayudas a las renovables en Canarias en donde, como él mismo reconoció en el Congreso, resulta mucho más barato producir electricidad con energías limpias que con convencionales. Algo que ya se sabía y que, sin embargo, no le impidió nada más llegar al ministerio cargarse de un plumazo una ayudas que han paralizado inversiones millonarias y han puesto en el disparadero miles de puestos de trabajo. Sin contar el tiempo perdido – que ya era mucho – para que las Islas aprovechen sus extraordinarias condiciones para producir electricidad con fuentes limpias. Habrá que esperar para saber si finalmente Montoro le permite cumplir su promesa y si las tarifas que ofrece a las empresas canarias de renovables garantizan lo que el propio ministro ha calificado hoy de “rentabilidad adecuada”.

En muy apretada síntesis, a esto se reduce la esperada reforma del sistema energético español que el Gobierno califica de “definitiva” para acabar con el indomable déficit tarifario. Que sea la “definitiva” está por ver; lo que sí parece claro es que, más que ante una reforma que reordene y clarifique el sector, elimine costes ocultos e impulse las energías limpias, estamos ante una nueva escabechina de recortes en la que los consumidores seguiremos poniendo dinero para cuadrar las cuentas del Gran Capitán que representa el famoso déficit de tarifa.

Snowden, espía en tránsito

La genialidad de El Roto
A la odisea que el ex espía estadounidense Edward Snowden inició cuando huyó de Hawai a Hong Kong y de allí a Moscú le queda al menos un capítulo. Tal vez quede lo más difícil, conseguir llegar a Venezuela, el país que se ha comprometido a darle asilo. Se supone que Snowden permanece en la zona de tránsito de un aeropuerto de Moscú buscando la manera de eludir sobrevolar el espacio aéreo de los países aliados de Estados Unidos, especialmente los europeos. Washington ya ha advertido a sus aliados – más bien siervos - que no se tomará de buen grado que se le permita pasar, aunque nada debería de temer al menos de los países europeos después de la vergonzosa actuación de la semana pasada de Italia, Francia, Portugal y España con el avión de Evo Morales. Los gobiernos de estos países no dudaron en doblar la cerviz ante un interesado rumor propalado desde la capital estadounidense mientras hipócritamente gimoteaban sobre la suspensión de conversaciones sobre libre comercio con Estados Unidos por el escándalo del espionaje masivo.

España, que deshojó la margarita hasta que se convenció de que Snowden no iba a bordo del avión de Evo Morales en su regreso de Moscú a Bolivia, saca ahora pecho y dice que nunca cerró el espacio aéreo para que el aparato hiciera escala técnica. El magnánimo ministro García Margallo hasta se ha ofrecido ahora a pedirle disculpas a Morales por el vejatorio trato dispensado a todo un jefe de Estado.

Los expertos analizan en estos momentos las posibles rutas que podría seguir Snowden para escapar de Estados Unidos, que lo quiere atado de pies y manos para ser juzgado por desvelar que millones de personas, además de gobiernos e instituciones internacionales, llevan años siendo espiadas impunemente por los servicios de inteligencia norteamericanos con la connivencia culpable de las grandes multinacionales de internet, también estadounidenses. No parecen que sean muchas las opciones que tiene Snowden para alcanzar el país de asilo y es seguro que ninguna de ellas está exenta de riegos.

Es más, que consiga llegar sano y salvo a Venezuela, si finalmente es éste el país elegido puesto que también ha solicitado asilo en Nicaragua y Bolivia se ha ofrecido a acogerlo, tampoco le garantiza la seguridad absoluta habida cuenta de cómo suelen actuar los servicios secretos de Estados Unidos para los que Snowden se ha convertido en el enemigo público número uno por revelar al mundo sus tejemanejes con la libertad y la intimidad de ciudadanos de todo el mundo.

Ahora que lo pienso, tal vez ese era el verdadero significado del famoso lema de la campaña de Obama “Yes, we can”: sí, podemos espiar a placer a quién nos dé la gana y nadie puede pedirnos explicaciones ni responsabilidades porque somos los Estados Unidos de Norteamérica.

Acabe como acabe la odisea de este espía en tránsito que es Snowden y ojalá que acabe en bien para él por su valentía democrática, ni Obama ni ningún otro presidente norteamericano podrán volver a decirle al mundo sin mentir descaradamente una vez más, que Estados Unidos es el país garante de la libertad y la democracia fuera y dentro de sus fronteras.

Rajoy, un presidente inmerecido

El PP dice que Rajoy “está tranquilo y centrado en salir de la crisis”. Es de suponer que se refiere a la económica ya que la  del hedor que emana de las cloacas de su presunta financiación ilegal está “sujeta a procedimiento judicial” y el PP siempre es respetuoso con la Justicia. Rajoy ha estado hoy Zaragoza haciéndose lenguas de lo bien que empieza a irle a la economía española a pesar del pescozón  del Fondo Monetario Internacional. De nuevo evitó ponerse a tiro de preguntas incómodas sobre el hombre que desde la cárcel empieza a someterlo a una suerte de gota malaya que augura muchas mañanas de gloria para los titulares periodísticos.  

Sí se quejó de que se tienda hablar más de lo que “no es bueno” y pidió que se hable más de lo “importante”. Para el presidente, los papeles en tinta de bic y libreta Miquelrius publicados ayer por EL MUNDO no merecen la más mínima consideración y los que a diario nos tapamos la nariz al leer la prensa o escuchar la radio deberíamos de olvidarnos ya de bobadas como las cuentas en Suiza y los sobresueldos porque, ya saben, “todo es falso salvo algunas cosas”.

Esta mañana la oposición en peso, salvo UPyD – bonito ejemplo de regeneración política el suyo – abandonó la comisión en la que se debatía la Ley de Transparencia. El PP se quedó solo defendiendo algo que nadie con un mínimo de decencia política puede tomarse en serio mientras siguen apareciendo indicios cada vez más contundentes sobre el monopoly montado por Bárcenas en sus dorados años como tesorero popular sin que nadie de los mencionados en sus papeles – empezando por Rajoy – salga a explicar nada de nada.

Al presidente – hombre discreto y prudente como es fama - no le debe parecer bueno que su nombre sea arrastrado todos los días por tertulias, titulares y corrillos de café. Lo verdaderamente gravísimo es que tampoco parezca creer en la urgencia de una aclaración ante los ciudadanos a los que, con escasa autoridad moral para hacerlo, les sigue exigiendo infinitos sacrificios; todo ello mientras se conoce que, siendo ministro de Aznar, presuntamente cobró jugosos pero ilegales sobresueldos del partido obtenidos a partir de comisiones por adjudicaciones públicas de administraciones del PP; él y otros cuantos ministros como Arenas, Álvarez Cascos o Mayor Oreja, todos ellos igual de atorrados estos días que su líder.

Caen chuzos de punta sobre Génova y La Moncloa y hasta Esperanza Aguirre le mete el dedo en el ojo; sin embargo, Rajoy sigue fumándose sus puros, tal vez conservados en las cajas en las que Álvaro Lapuerta le llevaba los sobresueldos – Pedro J. dixit -. Si no fuera indignante movería a risa que, con la pestilencia de la corrupción anegándolo todo, al ministro de Exteriores sólo le alcance el juicio para preocuparse por los negativos efectos del escándalo sobre la marca España, reflejados ya en los titulares que la prensa europea le dedica hoy mismo a las revelaciones de Bárcenas.

Incluso empieza a circular en los mercados internacionales la posibilidad de unas elecciones anticipadas si el ex tesorero consigue tumbar al Gobierno que ha permitido su encarcelamiento y contra el que dirige ya su artillería, seguramente mucha y de grueso calibre.

El lunes tiene cita urgente con el juez Ruz para explicarle lo de la “financiación ilegal” del PP que contó Pedro J. Ramírez el domingo quien, por su parte, se lo contará de viva voz mañana mismo al magistrado. Probablemente se agotará la tila en Génova pero en La Moncloa, Mariano Rajoy guardará silencio y seguirá envuelto en las volutas de su puro, tranquilo y centrado en salir de la crisis. Y es que tenemos un presidente de una templanza y un amor por el bien del país que, sencillamente, no nos merecemos.

El FMI y los brotes verdes

El sapiente e infalible Fondo Monetario Internacional ha repartido esta tarde urbi et orbe la corrección de sus propias previsiones económicas para este año y el que viene. Tras auscultar a la moribunda economía española ha concluido que el PIB se desplomará este año el 1,6%, que el que viene entraremos en situación de encefalograma plano con un insípido 0,0% y que, sólo y si acaso, empezaremos a crecer en 2015.

Dice también en su informe que el paciente puede que experimente alguna leve mejoría en algún trimestre que otro pero no se librará de recaídas y, en definitiva, de una recuperación lenta y dolorosa. Como si no lo tuviéramos ya bien asumido los que la sufrimos, que cada vez que alguien como el FMI se dedica a jugar con las décimas de crecimiento o decrecimiento de la economía corremos un tupido velo y seguimos a lo nuestro, respirando mientras podamos.

Debería de andarse con tiento la señora Lagarde no vaya a terminar declarada persona non grata en España. La señora de los pañuelos de diseño le ha cogido un gusto excesivo a chamuscar los escuálidos brotes verdes que el Gobierno, la patronal y el Banco de España se empeñan en vendernos hasta el punto de que se permiten la estúpida y ofensiva puerilidad de pugnar sobre si la recuperación llegará por Otoño o por Navidad. Las previsiones de hoy son una enmienda a la totalidad del injustificado optimismo de Rajoy, Baños, Guindos, Linde y otros políticos y empresarios nacionales, autonómicos o mediopensionistas. Semanas llevan proclamando que “lo peor ya ha pasado”, que “hay signos de esperanza” o que “España va mejor”. ¿Dónde? ¿Para quién? ¿Desde cuándo? ¿Ya no hay paro ni exclusión social ni recortes en sanidad y educación ni desahuciados ni preferentistas estafados por banqueros avariciosos ni problemas para conseguir crédito? ¿Quién ha obrado el milagro para elevarlo a los altares?

Seamos serios: un empeoramiento de las previsiones económicas como el que esta tarde ha dado a conocer el FMI no creo que agrave mucho más la situación de los españoles. Del mismo modo tampoco mejoraría gran cosa si se cumplieran las previsiones del Gobierno, por otro lado una y otra vez desmentidas no sólo por los organismos internacionales sino por la tozuda realidad de los datos.

A las depauperadas clases medias y a los trabajadores empobrecidos de este país, unas décimas arriba o abajo en las previsiones del PIB les surten el mismo alivio que a un moribundo un golpecito en la espalda: miren lo bien que nos empieza a ir después de las imprescindibles e inevitables reformas, ya “nadie habla del rescate de España”, nos podemos financiar en los mercados internacionales a precios razonables, nuestros bancos son un primor de solvencia y pronto regarán con sus créditos a las pymes, resolveremos el paro juvenil y garantizaremos las pensiones y la universalidad, calidad y gratuidad de la sanidad, la educación y los servicios sociales.

La cansina y voluntarista cantinela carece de toda credibilidad y, eso sí, llega siempre acompañada del mismo estribillo machacón: es necesario mantener el pulso de las “reformas estructurales”, es decir, continuar administrando el mismo veneno que ha llevado al enfermo al comatoso estado en el que se encuentra.

No está por tanto el dilema en crecer o no crecer unas décimas más o unas décimas menos este año o el que viene, lo diga el Gobierno o el FMI. La verdadera disyuntiva es continuar por el mismo camino hacia el abismo final o cambiar radicalmente de rumbo económico a la vista del no por advertido menos clamoroso fracaso del que se ha seguido desde el inicio de la crisis. Todo lo demás, pura filfa.

Cuatro horas con Luis

Hace tiempo que el chapapote de la corrupción política rebasó los débiles diques con los que se encontró en su camino y ninguna de las promesas de los grandes partidos sobre transparencia y otras milongas ha detenido la riada de basura. La semana pasada fueron los socialistas los que salieron en tromba a afearle a la jueza Alaya que imputara a Magdalena Álvarez por el fraude de los EREs. La acusaron de incoar una “causa general contra el PSOE” y de “sincronizar sospechosamente sus decisiones con fechas clave en la agenda del partido”.

El mantra del respeto a las decisiones judiciales se esfumó en cuanto la magistrada elevó un poco el punto de mira. Otro tanto viene haciendo el PP desde que estalló el “caso Bárcenas” o el “caso Gürtel”, que al final son una misma y fea cosa. También los populares se han quejado de una causa general contra ellos al tiempo que son ya incontables las veces que han renegado del que fuera el hombre en el que Rajoy puso toda su confianza para llevar las cuentas del PP y del que ahora elude hacer comentario alguno como no sea para decir que no hace comentarios. Eso sí, sin mencionar nunca al hombre que, aún entre rejas o tal vez por eso, estos días seguramente le quita el sueño al propio Rajoy, a su gobierno y a su partido. El nuevo capítulo de este interminable y descarnado culebrón que es el “caso Bárcenas” lo ha escrito este domingo Pedro J. Ramírez en EL MUNDO después de pasar cuatro horas con el ex tesorero popular. Sus revelaciones no es que hayan sido una gran novedad respecto a lo que se sospechaba con fuerza desde hacía tiempo: que el PP se financió ilegalmente durante años mientras algunos dirigentes, entre ellos el propio Rajoy, cobraban jugosos sobresueldos.

Una conversación de cuatro horas da para mucho, especialmente si una de las partes tiene deseos de revancha. La de Bárcenas con Pedro J. Ramírez no sólo reveló la financiación ilegal del partido sino que incluso mencionó casos concretos en los que se cobraron comisiones a cambio de adjudicación de contratos públicos. Es probable que estas declaraciones de Bárcenas en EL MUNDO sean sólo el aperitivo de una cascada de revelaciones que puede arrinconar aún más a Rajoy y a los suyos. El ex tesorero, al que sus abogados han abandonado hoy a su suerte un día después de la publicación periodística, parece haber dado el primer paso para comenzar a tirar de la manta y puede que todavía no hayamos agotado nuestra capacidad de asombro ante lo que se esconde debajo.

La reacción de Rajoy ha sido la canónica: no abrir la boca y esconderse en La Moncloa. Lo ha hecho por él la secretaria Cospedal, la mujer a la que le toca dar la cara para protagonizar papelones como el de las “indemnizaciones en diferido” y hacer valer el argumentario del partido en este asunto: es un caso que está en manos de la Justicia y el PP siempre respeta los procedimientos judiciales salvo – claro está – que perjudique a los rivales políticos, en lo cual no se distingue especialmente del PSOE.

A lo más que se han atrevido hoy algunos en el PP ha sido a retar a Bárcenas a decirle al juez lo que le ha dicho a Pedro J. Ramírez y además a demostrarlo documentalmente. Sin embargo, no son esos dirigentes de segunda fila los que tienen que retar a Bárcenas sino Rajoy. A él es a quien se le pide que salga de una vez de la concha en la que se oculta cuando se le pregunta por el ex tesorero de su partido, el que fue su mano derecha y del que dijo que “nunca se demostraría que no es inocente”. 

Rajoy es el que tiene que dar la cara porque es el presidente del Gobierno y del partido bajo sospechas de financiación ilegal que lo sustenta y porque él mismo aparece claramente señalado en los papeles de Bárcenas. ¿A qué espera? ¿De qué tiene miedo para hablar si, como dice Cospedal, las cuentas del PP son transparentes y las conoce todo el mundo en España? ¿Cree acaso que callando y dejando pasar el tiempo la tormenta amainará y se olvidará definitivamente? ¿Habría podido cualquier otro dirigente político europeo permanecer en el poder sin dar ningún tipo de explicación ni asumir ninguna responsabilidad? El silencio de Rajoy es ya tan ruidoso que cada día que pasa se impone más el convencimiento de que el presidente es rehén de un chantaje en toda regla al que elude hacerle frente. La pregunta es inevitable: ¿qué tiene que ocultar? ¿nos lo dice él o prefiere que se lo digamos los ciudadanos?

No escupan a la cara de Mandela

Bochornoso y obsceno son los calificativos que merece el espectáculo que estos días ofrecen al mundo nietos, esposas e hijas de Madiba. Con Mandela oficialmente en estado “crítico” en un hospital de Pretoria, todos ellos se han lanzado a despedazarse entre sí por el lugar en el que deben reposar los restos del líder sudafricano. Desenterramiento y traslado de cadáveres de por medio, la mal avenida familia de Mandela avergüenza a los sudafricanos y al mundo con su mezquina rapiña y su pública pelea por hacerse con los jugosos derechos de imagen del “abuelo venerable”.

En Soweto, cerca de la casa en la que vivió el ex presidente sudafricano, ya se venden camisetas y otras prendas de vestir estampadas con el número 46664, el que lució Mandela en su traje de presidiario durante los 27 años que pasó en el infrahumano penal de Robben Island; los curiosos y fetichistas turistas que han empezado a llegar en manada a la zona a raíz de la hospitalización del líder enfermo, pueden hacerse incluso con unas botellas de vino de la Casa Mandela.

Para terminar de enrarecer el ambiente con el más absoluto desprecio hacia su figura, un grupo de familiares acaba de presentar una declaración jurada en la que aseguran que Mandela se encuentra en estado vegetativo y conectado a un respirador artificial que lo mantiene con vida. Los médicos que atienden al líder sudafricano lo han negado y el Gobierno ha reiterado que Mandela se encuentra en “estado crítico pero estable”, el mismo mensaje que viene lanzando desde hace días. En consecuencia es imposible saber en estos momentos cuál de las dos partes dice la verdad y, por tanto, si el Gobierno está alargando artificialmente la vida de Mandela de manera injustificada o si mienten los familiares por razones desconocidas pero tal vez no demasiado humanitarias.

Sea como fuere, estas repugnantes maniobras familiares en torno al lecho de muerte de Mandela no deberían merecer más allá de un par de líneas de condena y repulsa en los libros de Historia. La imagen y la figura del ex presidente sudafricano es tan gigantesca que ni siquiera la mezquindad con la que se comportan sus familiares en los últimos días de su fructífera vida puede deteriorarla en lo más mínimo. Mandela es y será siempre referencia y ejemplo para un mundo necesitado de líderes de su talla moral y humana, muy pocas veces igualada.

El hombre que se hizo abogado para luchar contra el abominable régimen del apartheid, que fue tratado como un terrorista por el indigno gobierno racista de su país, que se pasó tres décadas de su vida recluido en una cárcel de mala muerte y que, cuando salió de ella, fue capaz de perdonar y liderar la reconciliación del país y retirarse cuando consideró concluido su trabajo, proyecta desde hace tiempo una imagen inmortal para cualquier ser humano que ame la paz, la libertad y la justicia en este mundo.

Ahora que el próximo 18 de julio se cumplirán 95 años de su nacimiento, una fecha declarada por la ONU Día Internacional Nelson Mandela para recordar su legado perpetuo y los 67 años que ha dedicado a servir a los valores de la paz, hay que aplaudir las palabras dichas hoy por otro gran sudafricano, el obispo y Premio Nobel de la Paz Desmond Tutu: “No escupan a la cara de Mandela”.

Egipto: la primavera traicionada

Si no fuera dramático sería cómico: el Ejército egipcio convertido de la noche a la mañana en garante de la democracia. Las mismas Fuerzas Armadas que han controlado la economía y la política egipcias durante más de medio siglo acaban de dar un golpe de Estado y han derrocado a Mohamed Morsi, el primer presidente democráticamente elegido y lo han hecho apelando a la democracia. Para demostrar que van en serio, nada más tomar la televisión y sacar los tanques a la calle en una innecesaria exhibición de músculo, derogaron la Constitución, disolvieron el Parlamento y detuvieron a todos los miembros del Gobierno, incluido el presidente Morsi de cuyo paradero no se tiene constancia oficial. Toda una lección de democracia, sin duda.

A renglón seguido designaron al presidente del Tribunal Constitucional como presidente interino del país y le marcaron la hoja de ruta: elecciones presidenciales seguidas de legislativas. Los plazos se desconocen de momento aunque ya se los harán saber los mismos que lo han elevado a la presidencia del país. Cumplidos estos deberes inaplazables han iniciado la caza de los principales líderes de los Hermanos Musulmanes, la organización de la que surgió el partido que llevó a Morsi a la victoria electoral de 2012.

Pensar que las revueltas de hace dos años y medio en Egipto o Túnez conocidas ya por la Historia como “primavera árabe” desembocarían rápidamente en regímenes democráticos fuertes es pecar como mínimo de ingenuidad. Desde Naser a Mubarak pasando por Sadat, los militares han sido los verdaderos protagonistas de la historia reciente de Egipto. De ellos ha sido el poder político, económico y, por supuesto, militar. Es decir, todo el poder. Y lo siguió siendo tras la caída de Mubarak en la “primavera árabe”, como acaban de poner de manifiesto con el golpe de Estado de ayer.


Ellos, los militares, son de nuevo los que marcan el paso del país después de un levantamiento militar al que se ha llegado por un cúmulo de factores que evidencian la fragilidad extrema de la recién nacida democracia ahora descabezada. Morsi no ha sido el presidente de todos los egipcios que reclamaban quienes en la primavera de 2011 se concentraban en la ya célebre plaza Tahrir de El Cairo para exigir la caída de Mubarak. Ha gobernado más pensando en su hermandad musulmana que en el conjunto del pueblo egipcio y lo ha hecho además como si el triunfo electoral de 2012 fuera un cheque en blanco que le permitía iniciar un proceso islamizador que rechaza buena parte de una sociedad de fuertes raíces laicas. No ha sido capaz tampoco de contrarrestar el poder de las Fuerzas Armadas ni el de un poder judicial infiltrado por los fieles a Mubarak.

En paralelo, la situación económica se ha continuado deteriorando hasta conformar un cóctel explosivo de factores que ha estallado con la población en la calle para exigir la marcha de Morsi. Y lo ha conseguido, aunque a un precio tal vez excesivamente alto para sus propias aspiraciones democráticas. En ese sentido, no deja de ser extraordinariamente paradójico ver a los manifestantes de Tahrir vitoreando un golpe militar que ha acabado de momento con la incipiente democracia egipcia.

Sostienen algunos analistas que lo sucedido es la prueba de la inmadurez democrática del país y, en consecuencia, de su incapacidad para encontrar una salida negociada a la situación creada por Morsi y los Hermanos Musulmanes. Probablemente sea así y puede que hasta lo ocurrido no sea más que un bache en el camino y la democracia termine consolidándose en el país de los faraones. Sin embargo, encargar la misión a los militares no parece la solución más conveniente ni segura para alcanzar ese objetivo.