Hace tiempo que el chapapote de la corrupción política rebasó los débiles diques con los que se encontró en su camino y ninguna de las promesas de los grandes partidos sobre transparencia y otras milongas ha detenido la riada de basura. La semana pasada fueron los socialistas los que salieron en tromba a afearle a la jueza Alaya que imputara a Magdalena Álvarez por el fraude de los EREs. La acusaron de incoar una “causa general contra el PSOE” y de “sincronizar sospechosamente sus decisiones con fechas clave en la agenda del partido”.

Una conversación de cuatro horas da para mucho, especialmente si una de las partes tiene deseos de revancha. La de Bárcenas con Pedro J. Ramírez no sólo reveló la financiación ilegal del partido sino que incluso mencionó casos concretos en los que se cobraron comisiones a cambio de adjudicación de contratos públicos. Es probable que estas declaraciones de Bárcenas en EL MUNDO sean sólo el aperitivo de una cascada de revelaciones que puede arrinconar aún más a Rajoy y a los suyos. El ex tesorero, al que sus abogados han abandonado hoy a su suerte un día después de la publicación periodística, parece haber dado el primer paso para comenzar a tirar de la manta y puede que todavía no hayamos agotado nuestra capacidad de asombro ante lo que se esconde debajo.
La reacción de Rajoy ha sido la canónica: no abrir la boca y esconderse en La Moncloa. Lo ha hecho por él la secretaria Cospedal, la mujer a la que le toca dar la cara para protagonizar papelones como el de las “indemnizaciones en diferido” y hacer valer el argumentario del partido en este asunto: es un caso que está en manos de la Justicia y el PP siempre respeta los procedimientos judiciales salvo – claro está – que perjudique a los rivales políticos, en lo cual no se distingue especialmente del PSOE.
A lo más que se han atrevido hoy algunos en el PP ha sido a retar a Bárcenas a decirle al juez lo que le ha dicho a Pedro J. Ramírez y además a demostrarlo documentalmente. Sin embargo, no son esos dirigentes de segunda fila los que tienen que retar a Bárcenas sino Rajoy. A él es a quien se le pide que salga de una vez de la concha en la que se oculta cuando se le pregunta por el ex tesorero de su partido, el que fue su mano derecha y del que dijo que “nunca se demostraría que no es inocente”.
Rajoy es el que tiene que dar la cara porque es el presidente del Gobierno y del partido bajo sospechas de financiación ilegal que lo sustenta y porque él mismo aparece claramente señalado en los papeles de Bárcenas. ¿A qué espera? ¿De qué tiene miedo para hablar si, como dice Cospedal, las cuentas del PP son transparentes y las conoce todo el mundo en España? ¿Cree acaso que callando y dejando pasar el tiempo la tormenta amainará y se olvidará definitivamente? ¿Habría podido cualquier otro dirigente político europeo permanecer en el poder sin dar ningún tipo de explicación ni asumir ninguna responsabilidad? El silencio de Rajoy es ya tan ruidoso que cada día que pasa se impone más el convencimiento de que el presidente es rehén de un chantaje en toda regla al que elude hacerle frente. La pregunta es inevitable: ¿qué tiene que ocultar? ¿nos lo dice él o prefiere que se lo digamos los ciudadanos?
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