Para ser el de Rajoy un gobierno sólo preocupado en salvar a los españoles de la crisis económica, es asombrosa la cantidad de horas que tienen que echarle a diario sus miembros y dirigentes del partido que lo sustenta al “caso Bárcenas”, que bien podría llamarse ya el “caso PP”. Sin ir más lejos hoy mismo, con dos comparecencias ante los medios, una antes y otra después de que el ex tesorero empezara a cumplir su amenaza de tirar de la manta ante el juez Ruz. El único que reserva todo su tiempo para la crisis es el propio Rajoy, al que sus correos electrónicos pidiéndole a Barcenas que resista después de conocerse que tenía más de 20 millones de euros en Suiza no le merecen ninguna explicación ni ante los medios y mucho menos ante el Parlamento.
Unas cuartillas leídas que no aclaran absolutamente nada es todo lo que hemos podido escuchar de su boca el mismo día en el que Bárcenas ha reconocido en sede judicial ser el autor de puño y letra de los papeles con la contabilidad B del partido, que le pagó sobresueldos a Rajoy y a María Dolores de Cospedal y que el PP le ofreció 500.000 euros a cambio de su silencio, entre otras cosas a cual más grave y más que suficientes para una dimisión en bloque del Gobierno, no digamos ya para una explicación coherente en el Congreso.
Han sido una vez más sus fieles escuderos Floriano y Cospedal los que han tenido que dar la cara para repetir el mismo cansino estribillo de los últimos meses: Bárcenas es un presunto delincuente que no ha explicado el origen de los millones que se le han encontrado en Suiza y que nada tienen que ver con una financiación ilegal del PP ni con el pago de sobresueldos a su cúpula. Por supuesto, el Gobierno no acepta chantajes de un personaje como Bárcenas ni ha presionado de una y mil maneras con soborno de 500.000 euros incluido para evitar que empezara a contar todo lo que sabe ante el juez, al que le ha dejado de regalo un pen drive con numerosas bombas de relojería cuyo contenido no tardaremos en ir conociendo.
El PP, con Mariano Rajoy al frente, no sólo se enroca en una posición cada día más insostenible ante el bombardeo de noticias a cual más escandalosa al tiempo que pretende culpar a la oposición por cumplir con su función legítima: exigir al presidente explicaciones claras y convincentes antes de asumir las correspondientes responsabilidades políticas por una trama de corrupción de la que nadie en su sano juicio puede creer que no fuera conocedor e incluso – a tenor de los SMS publicados ayer por EL MUNDO - connivente y puede que hasta encubridor.
En esas pocas cuartillas con las que Rajoy ha vuelto a despachar hoy el escándalo en una rueda de prensa amañada con algún medio próximo al Gobierno, el presidente ha dicho que el Estado de Derecho no se somete a ningún tipo de chantajes. Rajoy confunde interesadamente el Estado de Derecho con su propia función de presidente del Gobierno, del que dice con tono providencial que sólo se ocupa y preocupa de la salida de la crisis y no de las acusaciones de un presunto delincuente.
No es cierto: si así fuera no habría hecho hoy una suerte de pliego de descargo ante los medios ni tendría problema alguno para responder a la oposición en el Congreso. Rajoy está acorralado por el hombre en el que confió y al que por acción u omisión o por interés personal dejó hacer a sus anchas, incluso después de que la Justicia centrara su atención en él. Rajoy sabe que se ha convertido en un rehén de Bárcenas pero no sabe cómo escapar de una situación en la que su mutismo se ha convertido ya en un clamoroso reconocimiento de sus propias responsabilidades políticas y puede que judiciales. Las revelaciones de Bárcenas y sus reiterados silencios han conducido al presidente al rincón en el que hoy se encuentra y del que la única salida posible ya es la dimisión.
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