El presidente del Gobierno no sólo ha aparecido en los incendiarios papeles de su ex tesorero Luis Bárcenas, el innombrable, como presunto perceptor de sobresueldos en negro. También aparece cada vez con más insistencia en los papeles de las grandes biblias del periodismo mundial, desde el New York Times al Financial Times pasando por el Wall Street Journal o The Economist. Y no precisamente para bien.
Hace tan sólo año y medio los populares se regodeaban con los ácidos comentarios, editoriales y artículos de opinión que esos mismos medios le dedicaban a Zapatero y a su gobierno. Veían las pullas y haber metido a España en el indeseable club de los PIGS (cerdos) junto a Portugal, Irlanda y Grecia como la demostración del desastre al que el gobierno socialista estaba conduciendo a España. Se lo recordaban día tras días pero especialmente cuando algún gurú de Londres o Nueva York se dejaba caer con la especie de que España había entrado en capilla para ser rescatada como lo habían sido ya los otros miembros del apestado club compuesto por los incompetentes países del sur.
Aquellos fueron días de zozobra, de visitas de la mismísima ministra Salgado a Londres o a Nueva York para explicarles a los responsables de esos medios que España era un país fiable y no iba a ser rescatada. Los populares, mientras, se burlaban de aquellos intentos desesperados del gobierno de Zapatero para detener lo que casi todo el mundo daba por seguro: el rescate del país. No ayudaban precisamente a que las aguas se calmasen y se recuperase la confianza internacional en el país, sino que hacían lo posible por deteriorarla cuanto más mejor. Aplaudían si los periódicos le atizaban a Zapatero y se alegraban de manera pública y notoria si la prima de riesgo y el interés de la deuda escalaban a niveles de alerta roja.
Todo era lícito con tal de desgastar a Zapatero al tiempo que le exigían elecciones anticipadas que terminaron consiguiendo. De esa actitud es suficientemente ilustrativa la confesión que le hizo el hoy ministro Montoro a la diputada de CC Ana Oramas cuando ésta le reprochó que el PP no apoyara los duros recortes que se vio obligado a realizar Zapatero por imposición de Bruselas para evitar el rescate: “Déjala que caiga – le dijo Montoro a Oramas refiriéndose a España – que ya la salvaremos nosotros”. Bien que la han salvado, a la vista está y no hay más que echar mano de las estadísticas del paro, de la pobreza, de la exclusión social, de la situación de la sanidad o la educación.
Es verdad que no ha habido rescate a la griega o a la portuguesa, pero a cambio de duros e injustos recortes y reformas que no solo no han servido para cumplir el déficit sino que han deprimido la economía por muchos años. Y no olvidemos los 100.000 millones de euros pedidos para rescatar a los bancos con sus correspondientes contraprestaciones que pagamos todos los ciudadanos.
Sin embargo, no es tanto la situación económica lo que más preocupa en estos momentos a la prensa internacional como los efectos de la corrupción sobre la estabilidad política y la recuperación. Se trata del chapapote que tiene al PP cercado y al presidente Rajoy convertido en silencioso rehén de un delincuente de cuello blanco lo que llama la atención en las grandes redacciones. El Financial Times no se paraba en barras hace unos días al titular que “es imperativo” que Rajoy comparezca en el Congreso para dar explicaciones. El New York Times ha escrito que “Bárcenas ha puesto el escándalo a las puertas del presidente”, mientras la prensa italiana habla de “Tangentópolis” a la española y la británica cree que la corrupción está amenazando la recuperación económica de España. En esa línea, The Economist afirma que “el escándalo daña la reputación de España – pobre Margallo – y anima a los inversores a meterla en el mismo saco que Grecia o Italia como las naciones del trinque”.
Así que España vuelve a estar en los papeles de la prensa internacional como lo estuvo Zapatero al final de su mandato aunque en esta ocasión para algo mucho peor que ridiculizar a un presidente arrollado por la crisis que durante tanto tiempo negó. Ahora se trata de proyectar en todo el mundo la imagen de un país cuyo presidente ha ligado su futuro político al de un chorizo al que respaldó y en el que confió durante tanto tiempo y del que ahora no es capaz ni de decir su nombre.