Otra vez se nos coloca a los
españoles ante el dilema imposible de dejar caer una entidad bancaria o
rascarnos el bolsillo para evitarlo. Hablo de Bankia, ese gigante
que Rodrigo Rato presentó en bolsa casi el otro día mismo haciendo sonar la
campanita famosa pero que ahora abandona con un buen pico de indemnización a
pesar de haber quedado patente su incapacidad para sacarlo a flote.
Porque, a la postre, Bankia
se ha revelado como un gigante con los pies hundidos en el hormigón de la
burbuja inmobiliaria por la mala cabeza de los que dirigieron y aún dirigen las
entidades que lo integran. Otros muchos hicieron lo mismo, también es cierto.
Los analistas más sesudos
coinciden en que no habrá más remedio que acudir en su ayuda con fondos
públicos porque dejarlo caer sería aún mucho peor para los ahorradores que
tienen en Bankia su dinero y para el conjunto del sistema financiero que se
vería inevitablemente afectado. Por cierto que, al Gobierno, no parecen
preocuparle mucho los ciudadanos que tienen su dinero en Bankia ya que nadie,
salvo alguna declaración al vuelo en algún pasillo perdido, ha tenido la
valentía de dar la cara y enviar un mensaje de tranquilidad.
Lo que ha hecho en cambio es
algo a lo que ya nos tiene acostumbrados: decir que no va a hacer lo que todos
sabemos que terminará haciendo, esto es, meter dinero público en Bankia tal y
como le recomendó no hace mucho el Fondo Monetario Internacional, coartada
perfecta para tomar la decisión por si no bastara con los feos números que
presenta la entidad.
Así que toca pagar de nuevo
y lo vamos a hacer los de siempre, los que nada tenemos que ver con la orgía inmobiliaria
a la que se entregaron los banqueros cuando las cosas iban bien y los políticos
y supervisores – léase Banco de España – miraban para otro lado y en algunos
casos – no pocos – ponían la mano.
Y una vez más se nos vende
también la especie de que es necesario sanear de ladrillos a las entidades
financieras para que vuelva a fluir el crédito a las empresas y a los
particulares. Esa canción suena ya a disco rayado: la reforma del sistema
financiero se ha ido abordando con parches pagados en muchos casos con dinero
de los contribuyentes y se ha ido dejando para el último momento para no
incomodar a la banca.
Primero había que subir los
impuestos, cargarse el modelo de relaciones laborales de este país y meterle un
buen hachazo a la sanidad, la educación y las políticas sociales. Mientras, los
bancos han podido continuar haciendo negocio con el maná que ha repartido el
Banco Central Europeo y esperando a que la situación fuera tan comprometida para
sus balances que el Gobierno no tuviera otra alternativa que darles bicarbonato
en forma de dinero público para acelerar la larga y pesada digestión del
ladrillo.
Ahora se anuncia que se van
a incrementar las exigencias de provisión de fondos incluso para los activos no
tóxicos, exigencias que tendrán que cumplirse en un tiempo récord. Lo que
probablemente hará que algunos entren en pérdidas, que caiga la confianza de
los inversores en ellos, que cada vez les sea más difícil acceder al crédito y
que las empresas y los particulares sigan sin ver un euro.
Pero no hay de que
preocuparse: aquí estamos los curritos para echarles una mano cuantas veces
haga falta. Dónde si no tiene su origen la sabia frase de que la bankia siempre gana.
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