El sueño de una vida, mi
verdadera vocación, hecho realidad de la noche a la mañana y por sorpresa: ¡ya
soy banquero! Pequeño, insignificante, invisible, sin puro ni levita ni
sombrero de copa, pero banquero. Para que luego digan que este Gobierno no
piensa en el interés general, que improvisa y que sólo nos da disgustos viernes
tras viernes y semana tras semana.
Bien es verdad que el banco
del que me ha convertido en accionista el Gobierno – Bankia - no parece andar
muy boyante y sus cuentas presentan más agujeros que un colador. Pero
patriotismo obliga y sin con mi dinero contribuyo a salvarlo de desmoronarse
como un montón de ladrillos mal colocados y evitar así que se venga abajo el
otrora vigoroso y saneado sistema bancario español, me doy por satisfecho.
Por el bien del país tampoco
aspiro a cobrar dividendos ni a recuperar al menos la inversión realizada
cuando los negocios empiecen a ir bien y el banco ahora salvado se quede con
ella. Todo lo doy por bien empleado si sirve para sanear la banca y hacerla más
competitiva para que vuelva a vendernos duros a cuatro pesetas que – para qué
engañarnos - es el verdadero negocio de los banqueros y no es plan de pedirles
que se conviertan en una ONG.
Por eso, no pienso agarrarme
un berrinche porque el bueno de Rajoy no nos avisase con tiempo de que iba a
convertir en banqueros a todos los españoles para poder estar convenientemente
preparados en una ocasión tan señalada.
Ya se sabe que Rajoy es hombre de pocas
palabras y poco claras y no es fácil determinar si va o si viene, si sube o si
baja, si explica o despista. En realidad – para qué engañarnos – nunca se sabe
si él sabe lo que está haciendo y lo que quiere hacer.
Y menos hay que cargar
contra Rodrigo Rato, el hombre que llegó del FMI a tocar la campanita de la
salida a bolsa de mi nuevo banco y menos de dos años después ha tenido que
hacer el petate con más deshonor que honor. Si se prestó al juego político de
la "lidereza" Aguirre en Caja Madrid y a la cohabitación bancaria con
un correligionario valenciano llamado José Luis Olivas, que dirigía Bancaja,
otro queso de Gruyere inmobiliario, tampoco es para ponerlo de chupa de dómine.
Al contrario, merece alabanzas, homenajes y hasta una calle y una plaza en cada
rincón de España por contribuir a hacernos a todos banqueros como Franco nos
animó a hacernos accionistas de Telefónica comprando matildes.
Hacen mal también los que
ponen en la picota al gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández
Ordóñez, MAFO para los connoisseurs, por estar en Belén con los pastores mientras
mi nuevo banco hacia la cuenta de la vieja. No obstante, tal vez le
vendría bien, ahora que le queda medio telediario, salir y decir algo sobre el
hecho de que haya sido una auditoría privada en lugar del Banco de España – me
pregunto para qué rayos sirve el Banco de España si no es capaz de ver un
agujero como ese - la que, tras pasar la
raya y hacer la suma, se tapó la nariz y dijo que no firmaba aquello.
Y lo siento por los pequeños
accionistas que han visto como los ahorrillos que habían invertido en acciones
en las que se miraban se les iban por el sumidero en menos de tres días porque
un ente llamado Comisión Nacional del Mercado de Valores no suspendió las
cotizaciones de mi nuevo banco cuando arreciaba la tormenta de rumores y
especulaciones sin que nadie diera la cara para atajarlos. Deben tener entereza y
resignación y confiar en que a partir de ahora las cosas empezarán a ir mejor,
que no tengan la más mínima duda: lo dice el Gobierno. Por mi parte no me
quejo, al contrario: gracias a todas estas improvisaciones, conchabos políticos
e incompetencias, ya soy banquero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario