La muerte de Antonio
Cubillo cierra definitivamente una capítulo de la historia reciente
de Canarias que abarca más de medio siglo. En realidad, esa etapa
empezó a cerrarse cuando el líder independentista regresó a
Canarias desde su exilio en Argelia a mediado de la década de los
ochenta y después de haber sufrido un atentado urdido por el
Gobierno español de la época - certificado como crimen de Estado
por la propia Justicia española - que minó seriamente su salud.
A partir de entonces la
estrella de Cubillo empezó a declinar y su papel en la política
canaria, desde la que pretendió impulsar su proyecto de una Canarias
libre, independiente y socialista, sólo encontró una respuesta
apenas testimonial en la sociedad de las Islas. Los tiempos habían
cambiado y fueron otros los que aprovecharon el filón del
independentismo y el difuso sentimiento de identidad singular entre
algunas capas de la población para convertirlo en nacionalismo
posibilista y sacarle rédito político.
Sin embargo, los
esfuerzos incansables que casi en solitario había realizado Cubillo
para colocar la descolonización de Canarias en la agenda de la OUA y la ONU no dieron el fruto
que él esperaba. Las razones son múltiples y complejas pero tal vez
haya que buscarlas en el hecho de que el genuino independentismo que
él decía representar nunca contó con más respaldo social que el
que le proporcionaron algunos grupos de profesionales, estudiantes y
trabajadores concienciados políticamente. Una sociedad aún
predominantemente agraria y atrasada en todos los órdenes como
era la Canarias de entonces, unida a una insensata campaña de
atentados con bomba, no era el terreno más propicio para que
germinaran las ideas que Cubillo proclamaba desde Radio Canarias
Libre.
Para comprobar que la
figura de Cubillo, como la de cualquier ser humano, está plagada de
luces y de sombras y de que sigue generando controversias aún
después de muerto, incluso entre quienes compartieron sus ideales,
sólo basta echar una ojeada a lo que se ha escrito en la red y en
algunos medios tras conocer la noticia de su fallecimiento: hay desde
quienes piden para él homenajes y monumentos hasta quienes
consideran que el fundador del MPAIAC no pasó de ser un personaje
menor imbuido de una idea utópica por irrealizable y descabellada
del futuro de Canarias. Una cosa sí le reconocen todos porque es
de justicia: nunca renegó del independentismo. Utópica, idealista,
irreal o ilusoria, lo cierto es que pocos pueden hoy presumir de una
trayectoria política tan coherente como la suya. Ese tal vez sea su
legado más duradero.
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