Alberto Ruiz-Gallardón,
el ministro más progre del
Gobierno con permiso de José Ignacio Wert, trabaja sin descanso día
y noche para sacar a este país del conservadurismo secular en el que
sigue sumido. El endurecimiento de las sanciones penales o la
aprobación de tasas judiciales para poder pleitear, son dos hitos
modernizadores sin parangón que le permitirán pasar a la Historia
como el ministro más avanzado del
último siglo.
Sabedor
de que para acabar con el pelo de la dehesa hay que demostrar
constancia e ideas claras, Ruiz-Gallardón tiene ya a punto de salir
de las cocinas del ministerio de Justicia otra ley que supondrá
un nuevo impulso en su objetivo de transformar este país hasta los
cimientos, que es lo que debe hacer un gran modernizador
como
él. En síntesis, la cosa
consistirá
en pagar por los trámites habituales que desde el siglo XIX se
realizan gratuitamente en el Registro Civil. Ya les digo, un
verdadero atraso.
Hablamos
de inscripción de matrimonios – incluidos los civiles –
divorcios, separaciones, cambios de nombre, nacionalidad y demás
minucias. Al parecer, sólo seguirá siendo gratis ante el Registro
Civil nacer y morirse, aunque no lanzaría yo aún las campanas al
vuelo. Con todo, lo más novedoso de la audaz medida no es que haya
que apoquinar por lo que siempre ha sido gratuito (previo pago de
impuestos, claro), sino que esa labor ya no la van a supervisar los
jueces ni la van a realizar los funcionarios públicos de los
registros civiles. Lo verdaderamente revolucionario es que, esas a
veces engorrosas tareas, se las encomienda el ministro a sus señorías los registradores de la propiedad y mercantiles.
Ellos
serán los que, entre hipoteca e hipoteca o embargo y embargo,
tendrán la honrosa responsabilidad de asentar en los libros del
Registro los cambios de estado civil de los ciudadanos. Por cierto,
aquellos que quieran recurrir las decisiones del Registro deberán
pagar las correspondientes tasas judiciales, faltaría más.
Mientras, los jueces y los funcionarios de la oficina se reubicarán
en
otras tareas, así que no sean mal pensados y no se apresuren a
concluir que lo que Ruiz-Gallardón está buscando es hacer caja, de
lo que también se le ha acusado injustamente a propósito del
tasazo. Él
- insistimos – sólo quiere modernizar
España.
Los
registradores de la propiedad son un honorable gremio genrosamente remunerado, integrado por funcionarios públicos que ejercen en régimen de
monopolio y al que, junto a los notarios, la Organización de
Consumidores y Usuarios y hasta la fiscalía del Tribunal Supremo les
ha exigido que devuelva unos 400 milloncejos de euros cobrados de más
por la cancelación de hipotecas. Algunos de ellos han sido incluso
sancionados por la Agencia Española de Protección de Datos por
airear alegremente datos privados de sus usuarios.
Nada
de lo que haya que preocuparse como para pensárselo dos veces antes
de entregarles sin más luz ni taquígrafos que la progresista
voluntad
de Ruiz Gallardo y previo paso por la caja del Registro, la vida
privada de millones de ciudadanos envuelta en papel de celofán. Que el negocio de estos servidores públicos se haya desplomado debido a la crisis del ladrillo o que
Mariano Rajoy sea registrador de la propiedad en excedencia - ¿por
cuántos años más? -, que lo sea también su hermano Enrique y que
lo sean dos altos cargos del Ministerio de Justicia, precisamente el
director y el subdirector de los Registros y el Notariado, seguro que
no tiene nada que ver con este nuevo paso de Ruiz-Gallardón para
hacer de España un país como
Dios manda.
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