En el enésimo balance de su primer año como inquilino de la Moncloa, el presidente del Gobierno ha vuelto a recurrir a su inconfundible estilo nebuloso y ambiguo, plagado de medias verdades y mentiras a secas: los sacrificios, la comprensión, la solidaridad y – cómo no – el manoseado tópico de la herencia recibida que a estas alturas ya ofende a la inteligencia de los ciudadanos y a la del propio Rajoy. Su balance del primer año en el Gobierno viene a ser la confesión de que ha timoneado el rumbo del país dando palos de ciego y guiándose en última instancia únicamente por la luz que brilla en lo alto de la cancillería alemana, sin importarle que esto haya supuesto que millones de españoles vivan hoy peor que hace doce meses y que sus expectativas de futuro se hayan evaporado tal vez para siempre.
Reconoce implícitamente que ha engañado a los españoles al traspasar todas y cada una de las líneas rojas que él mismo se trazó – impuestos, recortes en servicios públicos, pensiones, abaratamiento del despido, etc., etc. - pero se atreve aún a pedir comprensión y solidaridad. ¿Comprensión? ¿Con quién? ¿Con él? ¿Es digno y merecedor de ella? ¿La ha tenido él con los damnificados por sus medidas inequitativas? ¿Solidaridad? ¿De quién para con quién? ¿De los que sufren la crisis con los que la provocaron?
Como corolario afirma que sus recortes han evitado la quiebra de España. ¿Seguro? ¿Y el rescate bancario pagado a escote por los ciudadanos y sus efectos sobre el déficit que obligarán a nuevos recortes? ¿Y el medio millón más de parados en el último año? ¿Y el encarecimiento de la financiación por parte de unos mercados a los que el presidente les genera escasa o nula confianza? ¿Y los ataques a los servicios públicos? ¿Y los enfrentamientos con Cataluña? ¿Son acaso señales de que las cosas marchan mejor que antes de que el PP llegara a La Moncloa o por el contrario denotan una profunda quiebra social y económica que se agiganta con el paso del tiempo?
Pero lo peor no es el balance de esta España recortada del primer año del PP en el Gobierno sino sus perspectivas para 2013. La receta sigue siendo la misma y nada importa que haberla aplicado este año tenga al país en estado de postración económica y social. El próximo año continuará administrándonos ajustes y recortes sin cuento para crecer y crear empleo. Como toda licencia se permite augurar que en el segundo semestre las cosas irán un poco mejor. ¿Se le puede creer? ¿En cualquier caso, eso qué significa exactamente? Seguro que ni él lo sabe y probablemente ni crea en ello, pero se ve obligado a decirlo a ver si así consigue endulzarnos las cucharadas de aceite de ricino que aún está dispuesto a suministrarnos.
También promete diálogo y a la vista está su capacidad para dialogar y consensuar con el resto de las fuerzas políticas y los agentes sociales: nada más y nada menos que 29 reales decretos en un año en un abusivo ejercicio de su mayoría absluta en el que ni siquiera cabe un debate sobre el estado de la nación. Es el mismo diálogo que le ofrece a Artur Mas pero al que le marca de antemano los límites de un eventual acuerdo: la Constitución y cómo salir de la crisis económica, obviando que en este asunto CiU y el PP están recortados por el mismo patrón neoliberal.
Nada en su balance ni en sus perspectivas para los próximos doce meses invitan a un mínimo de optimismo. Primero, porque la confianza que su sola presencia en La Moncloa iba a generar sigue sin aparecer por ninguna pate y porque su credibilidad es tan precaria que no es capaz de suscitar ni siquiera un poco de esperanza; segundo, porque no propone ni una sola idea nueva y original para reactivar una economía marchita y paliar el estado de creciente frustración y cabreo que vive la sociedad española.
Aunque doce meses dan para mucho en política, me temo que el balance que ha hecho el presidente de su gestión en 2012 no se diferenciará gran cosa del que haga a finales de 2013 salvo por el hecho de que la situación económica y social puede haberse agravado aún más si cabe. ¿Pesimista? Me gustaría no serlo, pero reto a quien lo desee a que me convenza de que el año que está a punto de empezar, el sexto desde el inicio de la crisis, será tan sólo un poco menos nefasto que el que vamos a dejar atrás.
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