Hace hoy un
año los que aún conservábamos una menguante fe en el llamado “proyecto europeo”
conteníamos la respiración ante la decisión que iban a tomar los
británicos en el referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea. Pocas
horas después el sueño europeo pareció habérselo
tragado el torbellino del populismo y la xenofobia: la mayoría de los
británicos – 51,9% – había decidido irse frente a un 48,1% que
había preferido quedarse. Un año después de aquella decisión polémica y
controvertida, con intentos incluso de marcha atrás, las cosas han mejorado en
la Unión Europea y han empeorado en el Reino Unido.
Desde el punto
de vista de la Unión Europea, el peligro de las fuerzas populistas en ascenso
parece temporalmente conjurado tras las elecciones holandesas y francesas y a
expensas de las alemanas de septiembre. Particularmente importante han sido las francesas,
en donde un partido de diseño ha conseguido para su líder la presidencia republicana
y de propina la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. En otras palabras:
¿para qué necesita la Unión Europea al Reino Unido y a Theresa May teniendo a
Enmanuel Macron y a Angela Merkel?. En paralelo, y
sin que sirva de precedente, los socios comunitarios se pusieron de
acuerdo en que la negociación con el Reino Unido debería comenzar por las condiciones del divorcio antes de pasar a las relaciones futuras. Esta cuestión, que Londres ha tenido que aceptar, es
fundamental porque evita la tentación británica de mezclar churras con merinas
e imponer condiciones sobre relaciones futuras a cambio de cumplir compromisos
firmes con el club del que ha decidido marcharse.
“Para qué necesita la UE a Theresa May teniendo a Merkel y a Macron?”
Esa marcha no
se va a sustanciar ya desde una posición de fuerza y petulancia de Londres
frente a la Unión Europea. La primera ministra, la misma que cuando tomó las
riendas del gobierno de manos del fracasado Cameron dijo aquello de “brexit es
brexit”, tiene ahora ante sí un panorama que ni en sus peores pesadillas podía
imaginar: la xenofobia se ha disparado, la libra sigue a la baja, escoceses y
norirlandeses se revuelven inquietos y ha perdido ante los laboristas la escueta
mayoría absoluta que tenía en la Cámara de los Comunes en unas elecciones que
se podía haber ahorrado. Para terminar de componer el cuadro de problemas, ha
reaparecido el terrorismo yihadista y ha puesto en tela de juicio su estancia
de siete años en el Ministerio del Interior en donde se hizo una experta en
recortes de personal.
Pintan bastos
para una política que fanfarroneó con la posibilidad de irse de las
negociaciones con Bruselas si no le convenían las condiciones y que ahora tiene
que recoger velas. Su desconcierto y el
de la clase política y dirigente británica es también el reflejo del desconcierto y la
perplejidad de los británicos que desde el brexit no parecen saber lo que quieren ni cómo lo quieren. Frente
a eso, el ninguneo con el que en la Unión Europea se ha tomado el asunto en los
últimos meses es señal evidente de que el brexit preocupa cada vez menos entre
los estados miembros.
“Pintan bastos para May, que fanfarroneó con irse de la mesa si no le gustaban las condiciones ”
Escuchar hace
poco al presidente de la Comisión, Jean Claude Junker, hablando en francés
porque “el inglés está en declive” es una de esas bofetadas sin manos que
muchos europeos habrían estado encantados de propinarle a la arrogancia
británica. No quiere esto decir que el terreno esté despejado y que la ruptura
no vaya a tener consecuencias muy negativas para ambas partes. Tampoco es que algo
se muera en el alma cuando un amigo se va ya que, al fin y al cabo, la amistad
británica con la UE nunca ha sido muy leal ni muy apasionada.
De lo que se
trata es de que, un año después de augurar la próxima desaparición de la UE,
las tornas han cambiado por completo y se han puesto en contra de quien utilizó la demagogia, la mentira y las medias verdades en la más penosa y deplorable decisión tomada por la clase política británica en muchas décadas. Se abre ahora una negociación que debería
ser corta y que tiene que resolver en primer lugar la situación en la que quedarán
los ciudadanos comunitarios residentes en el Reino Unido y los británicos que
viven en la UE. Para todos los demás asuntos que
tienen que ver sobre todo con las relaciones económicas futuras entre Burselas
y Londres hay tiempo suficiente. Mientras, si alguna lección política se puede
extraer de este primer año de brexit, sobre
todo por parte de los políticos británicos que impulsaron y jalearon la salida, es que lo de nunca
digas nunca jamás deberían habérselo dejado en exclusiva a James Bond.
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