Hoy parece uno de esos días en los que sería conveniente abstenerse de leer periódicos, escuchar la radio o ver la televisión. La tensión eléctrica se palpa en el ambiente y, ponga uno la vista donde la ponga, corre el riesgo de sufrir una mordida o un calambrazo de cruda realidad. Vamos por partes para no embarullar estas notas al vuelo más de lo humanamente inevitable. La actualidad política de las últimas horas vuelve a tener su epicentro en los juzgados. Para los que confían ciegamente en la Justicia esto es una buena cosa porque - aseguran - se demuestra que la señora de la balanza y los ojos vendados actúa con la misma imparcialidad con Iñaki que con Perico el de Los Palotes, dicho sea sin ánimo de señalar. Quienes no lo tenemos tan claro preferiríamos que política y Justicia tuvieran menos relaciones de las que exhiben, a veces sin demasiado pudor. Por ir de mayor a menor, véase la decisión de la Audiencia de Palma dando un plazo de cinco días a Iñaki Urdangarín para que ingrese en prisión, después de que el Supremo le confirmara ayer la sentencia del "caso Nóos" con una ligera rebaja primaveral.
El país entero aguarda ya expectante la imagen del cuñado del Jefe del Estado atravesando la puerta de la trena, un momento que se augura tan catártico como el de su esposa la infanta o él mismo haciendo el paseíllo a las puertas de la Audiencia de Palma. En la Zarzuela se evalúan ya los daños y estropicios que vuelve a sufrir la desmejorada imagen de la Corona y se confía en que el mal trago pase lo antes posible. Bien es cierto que cinco años y diez meses no son una pena perpetua revisable, pero tratándose de uno de los mayores conseguidores del reino y teniendo en cuenta quién es la consorte y en qué estado queda, los daños serán inevitables.
Foto: El Periódico |
Que el asunto pase cuanto antes es lo que desearán seguramente también en el triunfante PSOE y en el debutante Gobierno de Pedro Sánchez. Ha sido llegar a La Moncloa y ya tenemos el primer problema con espinas: el ministro de Cultura, Màxim Huerta, fue condenado por fraude fiscal. Huerta montó una empresa interpuesta a la que imputó buena parte de sus ingresos como presentador de televisión y otras labores mediáticas y por los que tributó según el Impuesto de Sociedades. Para tabaco y otros gastos de bolsillo apartó una módica cantidad por la que sí tributó de acuerdo con el IRPF. Huerta hizo lo que se podría llamar "un Messi", la técnica del as argentino del balón para evitar las crujidas de la Hacienda Pública sobre sus jugosos beneficios. Ahora Huerta dice que pagó la sanción y que ya es un hombre libre de culpa, de lo cual no hay duda. La cuestión es si puede seguir siendo ministro de un Gobierno cuyo presidente está en La Moncloa porque ganó una moción de censura cuyo único objetivo era apartar del poder a un partido corrupto y a un presidente pasivo ante la corrupción.
Salvando todas las distancias que se quieran, que las hay, o Huerta se va o Sánchez debe proceder a la destitución. Mantenerlo en el cargo desautoriza su mensaje ético y proporciona munición de calibre grueso a la oposición, por no hablar de los amigos como Podemos que ya han pedido la cabeza del ministro. Ya ven lo que dura la alegría en la casa del pobre que, cuando apenas empezaba a recoger el éxito de su acertado ofrecimiento para acoger a los inmigrantes del Aquarius, se ha encontrado con la primera piedra en el camino. Aunque para tropezón el de Lopetegui y el anuncio de que será el próximo entrenador del Real Madrid cuando todavía lo era de la selección española. Ya sé que al hablar de fútbol piso arenas movedizas, pero es que lo de este señor con las puertas giratorias me parece de juzgado de guardia. Así lo reflejan también las redes sociales de un país en el que, por encima de las testas coronadas y de sus circunstancias y de sus ministros en más o menos apuros, están sobre todo y ante todo las pelotas, los peloteros y sus trascendentales problemas.
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