El segundo adiós de Rajoy

Rajoy se va, lo deja, dice adiós, recoge los bártulos de la presidencia del PP y se retira del mundanal ruido. Lo hará en cuanto los suyos elijan a su sucesor o sucesora en un congreso extraordinario que los populares celebrarán en los próximos meses. Sin que sirva de precedente le doy toda la razón al expresidente del Gobierno y dentro de poco también expresidente del PP: renunciar a la presidencia del partido es lo mejor para él, para el propio partido y para España. Hubiera sido mucho mejor que este ataque de sinceridad política lo hubiera padecido hace años, cuando empezaron a aflorar como hongos los casos de corrupción en el PP y Rajoy enviaba mensajes de apoyo y ánimo a personajes como Luis Bárcenas. 

Pero tiro de refranero y proclamo que nunca es tarde si la dicha es buena y esta es de las mejores. La dimisión de Rajoy al frente del PP era casi una necesidad de higiene democrática porque, - más allá de que presuntamente obtuviera algún tipo de beneficio -, su indolencia y pasividad ante la sucesión de escándalos con los que se viene desayunando este país desde hace años obligaba a tomar la decisión que hoy ha anunciado. 

No me gusta hacer leña del árbol caído y no voy a decir aquí que el paso de Rajoy por el PP y por la presidencia del Gobierno no tiene nada que pueda salvarse. Eso sí, si lo hay - que seguramente lo habrá - se me escapa en estos momentos. Pero Rajoy ha sido descabalgado del Gobierno más por su displicencia ante la podredumbre en las filas de su partido que por sus impopulares e injustas medidas durante la crisis económica. A su pesar,  los españoles no le recordarán como el hombre que evitó el rescate del país - uno de sus mantras más falaces - o el que consiguió relanzar la economía a costa de devaluar salarios, precarizar el empleo, deteriorar la sanidad y la educación y empobrecer a un país que tal vez necesite décadas para recuperarse de los efectos de sus políticas.


Foto: La Vanguardia
Se le recordará ante todo como el político que eludió la responsabilidad ética de cualquier representante público, profese la ideología política que profese: luchar con todas sus fuerzas contra el saqueo de lo público por más que lo público no sea la prioridad de sus políticas. Ese será su perenne y merecido sambenito, ganado a pulso durante años de pachorra, inmovilidad y balones fuera ante las evidencias y ante las sentencias. 

El PP queda ahora huérfano de un presidente personalista al que muy pocos han osado chistarle en público o en privado. La palabra de Rajoy ha sido durante años palabra divina, infalible e inmutable para dirigentes y cargos públicos del PP. Lo que hiciera o dijera Rajoy sobre lo humano y lo divino ha ido a misa: tal vez, si hubiera habido menos seguidismo y mucho más espíritu crítico en el PP la situación no habría llegado a este punto. Veremos cómo superan los populares el trance de perder al hombre en el que, a pesar de los pesares y del nuevo panorama político español, hasta hoy mismo parecían seguir viendo al único capaz de conducirlos de nuevo a la victoria electoral. 

Si lo miran por el lado positivo, ante sí tienen ahora la oportunidad de pasar página y cerrar para siempre la etapa más negra de la historia del partido: en sus manos está refundar un PP abierto y democrático, limpio de corrupción y de corruptos y homologable con la derecha conservadora de otros países de nuestro entorno. La otra opción es llorar sobre la leche derramada - como ha hecho hoy Rajoy en su segunda despedida en menos de una semana - pero dudo que eso les ayude a superar la profunda crisis por la que atraviesan y volver a ser el partido conservador de referencia en España antes de que Ciudadanos lo desplace definitivamente del escenario político. De ellos es la decisión. 

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