A la hora a la que escribo este comentario ya navegan rumbo a Valencia los 629 inmigrantes del barco Aquarius, cuya dramática odisea ha vuelto a dejar con las vergüenzas al aire la política migratoria de la UE. Antes de que el Gobierno español en un gesto de humanitaria solidaridad que le honra se ofreciera a acogerlos, los inmigrantes han tenido que aguardar más de dos días a bordo de ese barco mientras Italia y Malta disputaban porque ninguno de los dos quería permitirles desembarcar en su territorio. En el Aquarius viajan más de 120 menores no acompañados y casi una decena de embarazadas, pero ni siquiera estas circunstancias bastaron para que Italia o Malta autorizaran el desembarco. Es más, el ultraderechista ministro italiano de Interior, Matteo Salvini, se ha permitido incluso cantar victoria tras conocer el ofrecimiento español. No sé ni me importa mucho lo que dicen los tratados internacionales de los que Italia y Malta son seguramente países signatarios; tampoco sé cuáles son los compromisos con la UE en materia de política migratoria si es que en el viejo continente hay algo que merezca un nombre tan rimbombante. Tengo para mi que lo que en realidad existe es un sálvese quien pueda generalizado para que cada gobierno actúe en función de lo xenófobo o humanitario que sea.
De lo que no tengo duda es de que lo que ha ocurrido con estos 629 seres humanos cuyo único delito es no tener sus papeles en regla para pisar suelo europeo, es una vergüenza para Europa, para las instituciones comunitarias y para los gobiernos italiano y maltés. Más allá y por encima de tratados y de políticas comunes de inmigración está la vida humana y nada debe oponerse al inexcusable deber de socorro cuando ésta se encuentra en peligro. Ningún gobierno que se considere respetuoso con los derechos humanos más elementales - y el de la vida es el más elemental de todos porque sin él no es posible garantizar ningún otro - puede actuar como han hecho los de Malta e Italia sin que se les caiga la cara de vergüenza y sin que en Bruselas nadie moviera un dedo para poner fin a esta situación. En realidad, en la capital comunitaria se respiró con alivio al conocer la generosa invitación española.
De lo que no tengo duda es de que lo que ha ocurrido con estos 629 seres humanos cuyo único delito es no tener sus papeles en regla para pisar suelo europeo, es una vergüenza para Europa, para las instituciones comunitarias y para los gobiernos italiano y maltés. Más allá y por encima de tratados y de políticas comunes de inmigración está la vida humana y nada debe oponerse al inexcusable deber de socorro cuando ésta se encuentra en peligro. Ningún gobierno que se considere respetuoso con los derechos humanos más elementales - y el de la vida es el más elemental de todos porque sin él no es posible garantizar ningún otro - puede actuar como han hecho los de Malta e Italia sin que se les caiga la cara de vergüenza y sin que en Bruselas nadie moviera un dedo para poner fin a esta situación. En realidad, en la capital comunitaria se respiró con alivio al conocer la generosa invitación española.
Foto: RTVE |
Este renovado drama evidencia una vez más la renuncia de la UE a consensuar una política que actúe en el origen del problema, abra vías legales y seguras para la inmigración y preste la imprescindible ayuda humanitaria a quienes arriesgan su vida para buscar una mejor de la que han dejado atrás. Es evidente que el gesto español no puede ni debe ser la solución al problema: los países europeos no pueden caer en la bajeza moral de convertir la inmigración en una pugna obscena por eludir sus responsabilidades ante seres humanos cuyas vidas corren peligro a pocos kilómetros de sus costas. Sin embargo, por ahora y por desgracia eso parecer ser lo que tenemos: que cada gobierno nacional gestione la situación según sus criterios y sus particulares prejuicios frente a la inmigración. A lo más que han llegado en Bruselas - es decir, a lo más que han llegado los países que forman la UE - es a tratar con el poco recomendable régimen turco y el fallido estado libio para que impidan la salida de inmigrantes rumbo a Europa. De haber una política migratoria común, ésta consistiría en todo caso en mantener a los inmigrantes alejados lo más posible de las costas europeas sin importar demasiado la suerte que corran ni si son víctimas de las mafias que las explotan.
Creo que en parte ha sido la absoluta inoperancia comunitaria la que ha terminado convirtiendo a Grecia y a Italia en puerta de entrada para miles de inmigrantes en los últimos años. Esta realidad ha sido un potente caldo de cultivo en el que han obtenido rédito político los populistas del Movimiento Cinco Estrellas y los neofascitas de La Liga que ahora cogobiernan en Italia, demostrando el viejo aserto de que los extremos se tocan. Se suma así el gobierno del país transalpino a otros como el de Austria y al ascenso de la xeonofobia y el racismo en otros países como Francia, Alemania, Reino Unido u Holanda. No es renacionalizando su responsabilidad en materia de inmigración - entre otras - como puede la UE recuperar el rumbo de la integración perdido hace años. Acometer de frente y con valentía problemas como este e implicar en las soluciones a todos los países miembros, considerando la gestión de las fronteras comunitarias como tarea y responsabilidad de todos, es la condición indispensable para seguir creyendo en un proyecto europeo que ha vuelto a mostrar al mundo entero sus gravísimas carencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario