Pedro Sánchez y el registrador de la propiedad

Pedro Sánchez lo ha conseguido. Con su insistencia ha protagonizado un vuelco político sin precedentes y ha hecho historia: primera moción de censura que triunfa, primer presidente que no ha pasado por las urnas y primero también cuyo partido tiene menos escaños que los que suman los partidos que han apoyado su ascenso al poder. Entre otras cosas. Confieso que no daba un duro por el triunfo de esta moción y admito que no supe calibrar la capacidad de Sánchez para sumar los apoyos que necesitaba y hacer realidad el sueño personal que perseguía desde que fue elegido secretario del PSOE por primera vez. No quiero restarle méritos a la hazaña política que supone haber desembarazado por fin a este país de la pesada losa del Gobierno del PP y de Rajoy. 

Pero una vez pasada la euforia y las celebraciones, pido que se me conceda al menos que el éxito de la moción se ha basado en aceptar muchas de las reivindicaciones de quienes al final le han aupado a la presidencia y no en negociar y pactar un programa de gobierno para lo que queda de legislatura. Aquí no se ha negociado sobre nada - ni siquiera una posible fecha para las elecciones -  porque el propio Sánchez así lo quiso y exigió con el único objetivo de desalojar a Rajoy tras la grave sentencia sobre la Gürtel. Lo ha conseguido pero a cambio de dejarse la camisa prometiéndo al PNV gobernar con los presupuestos que rechazó la semana pasada por antisociales. Con los independentistas se ha comprometido a reabrir el diálogo con un Gobierno catalán que preside alguien a quien Sánchez llamó "fascista" hace unos días. Hace bien en tender puentes de diálogo con Cataluña después de la cerrazón de Rajoy y su única apelación a los jueces. Sin embargo le ha faltado mucha concreción sobre hasta dónde está dispuesto a llegar en la normalización de relaciones. 


Después de ganar la moción de censura y convertirse en el séptimo presidente de la democracia, Sánchez se enfrenta a la que puede ser una legislatura de tortura. Mucho tacto y cintura deberá mostrar para no conducir al país a un periodo de inestabilidad de la que no dudarían en sacar rédito Podemos y los independentistas. Pablo Iglesias, que empezó ofreciendo apoyo incondicional, ya le exige a Sánchez que forme un gobierno "integrador", adelantando por dónde pueden ir las nuevas relaciones entre ambos después de que el líder de  Podemos mostrara ayer un contrito tono de arrepentimiento por episodios como el de la cal viva. Sánchez tiene que ser consciente de que con 84 diputados del PSOE por 96 de los partidos que te apoyan, la acción de gobierno estará permanente condicionada cuando no cortocircuitada. Haría un flaco favor a este país si se empeñara en hacer lo que le critica a Rajoy y se mantuviera al frente del Gobierno hasta que las encuestas pinten oros para el PSOE. Puede ocurrir perfectamente que la inestabilidad y la parálisis política agraven más si cabe sus expectativas electorales. Este debe ser un Gobierno que gestione algunos asuntos centrales de la agenda política - presupuestos y relaciones con Cataluña - y más pronto que tarde llame a los ciudadanos a las urnas. 

Rajoy: de una salida honrosa a un adiós a la fuerza

Eso es lo que podría haber hecho Rajoy si no viviera en una realidad paralela en la que la corrupción en su partido es apenas una decena de casos aislados. Tras la demoledora sentencia de la Gurtel era su obligación política dimitir y convocar elecciones. En cambio, ha preferido enrocarse, negar por enésima vez las evidencias y hasta las sentencias y despedirse de la presidencia insultando a los ciudadanos y a los diputados con su ausencia de la cámara mientras se le censuraba. Él es el claro perdedor político y moral en una moción de censura que viene a sellar una trayectoria política de la que ni los españoles que le han votado pueden separar la corrupción que ha tolerado en su partido y de la que incluso pudo haberse beneficiado. El adiós a a la presidencia del  registrador de la propiedad no sé si apena o alegra en su gremio, pero estoy convencido de que  millones de españoles no sienten pena por alguien que tanto en sede parlamentaria como en sede judicial no ha tenido rubor en mentirles.


Pierde también Albert Rivera, quien para los que aún tuvieran dudas ha hecho un alarde de oportunismo político digno de mejor causa. El líder de Ciudadanos ha dejado patente ante los españoles que por encima del interés general está el interés de su partido en que haya elecciones ahora que las encuestas soplan a favor. Como ocurrió con el "caso Cifuentes", su verdadero compromiso con la regeneración política lo certifica su voto en contra de la moción de censura y su apoyo implícito a Rajoy. 

También es cierto que no es el único y que el resto de los actores políticos - empezando por Pedro Sánchez y continuando por Rajoy e Iglesias - tampoco han hecho otra cosa que pensar en si lo que les venía mejor a sus partidos era elecciones ahora o más adelante. Es uno de los males de la democracia que espanta a los ciudadanos y que los partidos son incapaces de superar: dar por hecho que los intereses del partido y los de los ciudadanos son exactamente los mismos. Si Sánchez no actúa con sentido de estado y pone el interés general por encima del de su partido, que no busquen culpables en otro lado: solo él y el PSOE serán los responsables del perjuicio que causen a los españoles. 

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