Ni una semana ha durado en el cargo Màxim Huerta. Después de alguna que otra duda existencial durante la mañana, a última hora de ayer tarde llegó la dimisión. En estos casos siempre subsiste la duda de si dimitió o le obligaron a dimitir. Si nos atenemos a lo que el propio Huerta dijo por la mañana en varias radios sobre su inocencia en el affaire con Hacienda, me atrevería a jurar que su marcha no fue completamente voluntaria: Pedro Sánchez no podía comenzar su estancia en La Moncloa fulminando en público a un ministro y éste no podía dar la imagen de agarrarse a la cartera como un náufrago a un tablón. A Sánchez ya se le recordaba ayer mismo que en 2015 dijo en una entrevista que jamás aceptaría como colaborador a alguien que usara una empresa instrumental para pagar menos impuestos, justo lo que hizo Huerta. Aquellas palabras y el espíritu que animó su moción de censura contra Rajoy no le daban más opción que prescindir del ministro.
Vaya por delante que es digna de encomio la relativa rapidez con la que el presidente ha sofocado un incendio que le podría haber causado muchos problemas. Que Sánchez mantuviera a Huerta era lo que en realidad pedía la oposición cuando exigía la dimisión del ministro. Eso le habría proporcionado munición con la que debilitar más a un Gobierno ya notablemente débil. Si el PP fuera honesto tendría que admitir que, si Rajoy hubiera actuado con la misma diligencia con los cargos públicos y orgánicos del partido sorprendidos en casos de verdadera corrupción, otra sería seguramente la situación del partido y la percepción que tendrían hoy los españoles de la política.
Foto: Las Provincias |
Ahora bien, que lo de Huerta no sea propiamente un caso flagrante de corrupción no significa que defraudar a Hacienda sea un adorno adecuado en el currículo de un ministro del Reino de España. Cierto es que no ocultó dinero al fisco ni se lo llevó a un paraíso fiscal, pero hizo todo lo que pudo por ahorrarse un buen pico en impuestos hasta el punto de que Hacienda tuvo que intervenir. La sanción administrativa por desviar a una empresa instrumental buena parte de sus ingresos ha sido luego ratificada en firme en sede judicial y eso, a la postre, es lo que cuenta. Por tanto, no es completamente cierto que sea inocente, como proclama, ya que al menos sí es responsable de defraudar a las arcas públicas más de 218.00 euros. Tampoco es cierto que hubiera un cambio de criterio en Hacienda por el que lo legal pasó a ser ilegal de la noche a la mañana. La clave está en que a Huerta se le fue ligeramente la mano desviando a su empresa pantalla sin ninguna actividad la mayor parte de unos ingresos que tributaban por el Impuesto de Sociedades - en torno al 5% efectivo - y no por el IRPF - en torno al 48% en su caso.
Huerta se va y lo hace dejando un sabor mucho más agrio que dulce. Se le valora que presentara la dimisión para no poner a Sánchez en el compromiso de tener que prescindir de él. Sin embargo, se va con cajas destemplados y escasa deportividad: que un periodista convoque a los periodistas y no les permita que le hagan preguntas es cuando menos reprobable; que encima se refiera a ellos como "la jauría" es condenable y denota el mal perder de alguien que pasará a la historia por el dudoso honor de ser el ministro más efímero de la democracia. No le echaré de menos, aunque no por lo que no ha tenido tiempo de hacer en un Ministerio que apenas ha pisado, sino por su muy desafortunada despedida.
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