El soberano coscorrón
electoral sufrido por Artur Mas ha puesto su órdago soberanista en
manos de ERC y ha situado al líder de CiU y al propio partido
emblemático de la burguesía catalana en una posición muy difícil.
Los electores que ven en la independencia de Cataluña la solución a
todos los males han preferido fiarse de quienes siempre han defendido
esa opción y no de alguien como Mas y de su milagrosa conversión al
independentismo tras la repentina caída del caballo camino de La Moncloa en busca del Pacto Fiscal.
Ese fue el primer error
del que, con toda seguridad, seguirá siendo presidente de los
catalanes cuatro años más cuando lo que corresponde ante un fracaso
tan rotundo es dimitir: creer que las miles de personas que se
manifestaron el día de la Diada en las calles de Barcelona pedían
la independencia e ignorar – porque le convenía – que muchas de
ellas estaban allí para oponerse a sus recortes sociales y a sus
políticas neoliberales, tan parecidas a las del PP en el ámbito
nacional como un huevo se parece a otro huevo.
Puede que le consuele
algo en su fracaso ver que la opción soberanista es mayoritaria mas
no unitaria, aunque por poco, en el Parlamento surgido ayer de las
urnas; puede incluso que le haya alegrado comprobar que los eternos
rivales de CiU, los socialistas catalanes, han hecho buenos todos
los pronósticos y se han deslizado hasta la tercera posición de la
tabla, aunque haya sido sobre todo por méritos propios. Del mismo
modo, tal vez se haya alegrado de que el PP siga estancado a pesar de
haber echado toda la carne en el asador – incluido un apócrifo
informe policial sobre presunta corrupción en un partido que ya está
en los banquillos por esa causa - para convertirse en la alternativa
al soberanismo.
Sin embargo, es un
consuelo muy pobre si se compara con su aspiración de contar con una
mayoría “excepcional” e “indestructible” para impulsar la
consulta soberanista en la que sigue empeñado a pesar de que las
urnas le han dado claramente la espalda a esa opción. El toro bravo
que montó Mas lo ha dejado a los pies de los caballos – y perdón
por la metáfora; ahora será ERC y no él quien enarbole la estelada
que quiso empuñar en solitario
deslumbrado por lo que creyó ser un movimiento independentista
imparable e irreversible para convertir a Cataluña en “un nuevo
Estado de Europa”.
Salvo
que opte por un pacto de perdedores, algo
poco probable, Mas ha puesto su suerte política en manos de ERC, de
la que siempre ha recelado CIU pero con la que parece condenado a
entenderse, por más que le pese. Será muy interesante comprobar cómo
se las arreglará un gobierno CiU-ERC para resolver los graves
problemas de endeudamiento que tiene Cataluña y si la gente del
triunfador de la noche, Oriol Junqueras, está dispuesta a respaldar
y continuar con los recortes sociales que Mas ha impulsado en los dos años que
llevaba en el gobierno de la Generalitat y de los que apenas se
habló en la campaña electoral a mayor gloria de la incierta
aventura independentista. Por cierto: ¿volverá Mas a La Moncloa a
pedir de nuevo el Pacto Fiscal que ya le ha negado Rajoy?
En
resumen, nada se ha ganado y mucho tiempo, esfuerzo, tensiones y
dinero se han perdido con este intempestivo adelanto electoral con
tintes plebiscitarios cuando aún quedaba la mitad de la legislatura
por agotar. Lo único, saber con claridad lo que piensa el pueblo
catalán respecto del órdago lanzado por el líder que se creyó
ungido por la Providencia para encabezar la marcha hacia la
independencia final del brumoso Estado catalán, tierra prometida en la que
no habrá recortes sociales, ni privatización de servicios públicos
ni corrupción política.