Otra vez se llenan los
telediarios y los periódicos con las imágenes de las bombas
israelíes estallando sobre la franja palestina de Gaza, destruyendo
edificios gubernamentales, viviendas humildes, bienes e
infraestructuras. De nuevo se ven y oyen hombres gritando, mujeres y
niños llorando y ambulancias y camiones de bomberos inútiles ante
la nueva masacre, ante la renovada destrucción que amenaza con no
dejar piedra sobre piedra.
Una vez más los
hospitales y las morgues se llenan de heridos y cadáveres, entre los
que hay mujeres y niños inocentes cuyo único crimen había sido
estar en el lugar equivocado a la hora equivocada. Por enésima vez
el ejército israelí conmina a los hacinados y cercados habitantes
de Gaza a abandonar sus hogares y todo hace prever que una nueva
invasión terrestre de ese territorio palestino apoyada desde el aire
por la aviación es inminente.
Otra vez Israel simula
que quiere la paz y el diálogo pero, al mismo tiempo, emplea la
fuerza; hace creer que se aviene a negociar un alto el fuego - ¡por
15 años! - pero sigue lanzando bombas sobre la población civil
indefensa. En respuesta, Hamás lanza misiles que le llegan desde
Irán y Egipto sobre territorio israelí y la espiral va en aumento,
una vez más.
Son incontables las veces
que la hipócrita comunidad internacional defiende la
paz pero no hace nada efectivo para detener
la guerra. Se ha perdido la cuenta de las veces que Obama ha abogado
por un entendimiento pero al mismo
tiempo veta en la ONU la creación de un Estado palestino, única
solución posible a este conflicto tan cruel como interminable. A los
primeros les pide que no se excedan en el uso de la fuerza y a
los segundos se les condena por terroristas; a Israel se le reconoce
una vez más el derecho a defenderse de los misiles de Hamás y hasta
licencia para matar, pero a Palestina se le niega sistemáticamente
el derecho a existir. De nuevo, el conflicto
palestino – israelí amenaza con desestabilizar más si cabe una
región de por sí inestable y convulsa, con Siria en estado de
descomposición, Irán amenazando con la destrucción de Israel y los
Hermanos Musulmanes egipcios apoyando a sus correligionarios de
Hamás. Otra vez se reaviva una guerra que siempre ha estado viva y –
¡qué casualidad! – coincide de nuevo con la proximidad de
elecciones en Israel.
De nuevo resulta inútil
preguntarse quién ha vuelto a encender la mecha del conflicto, si
Hamás con su odio furibundo contra Israel o el Estado hebreo con su
decidida voluntad de impedir con su sofisticado y mortífero
armamento la existencia de un Estado palestino junto a sus fronteras.
Cuando, como en este interminable enfrentamiento palestino-israelí,
imperan la razón de la fuerza y el odio recíproco, la victoria sólo
puede estar del lado del más fuerte. Si, además, el más fuerte
cuenta con la comprensión y el apoyo incondicional de aliados tan
poderosos como Estados Unidos, la balanza está decantada de
antemano.
Mientras, seguiremos
viendo y oyendo las sirenas de las ambulancias ululando en las
devastadas calles de Gaza, los hombres gritando desesperados y las
mujeres y niños inocentes cayendo bajo las bombas israelíes. Y así
será una vez más hasta que en lugar de la razón de la fuerza
impere la fuerza de la razón, o hasta que Israel quiera y se lo
permitan.
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