Los seis millones de
parados que no tardará en tener España son motivos más que
suficientes para apoyar la huelga general de mañana. Motivos que en
muchos casos son dobles porque en ellos se engloban también buena
parte de las cerca de 400.000 familias echadas de sus viviendas en
virtud de una ley abusiva ante la que, en un indecente acto de
hipocresía, todo el mundo se rasga ahora las vestiduras; figuran
también entre esos seis millones de parados los centenares de miles
de españoles que se han ido a buscar en el extranjero la oportunidad
de trabajar que aquí se les niega para no pasar a engrosar el
creciente número de personas que viven ya bajo del umbral de la
pobreza.
Ante esa realidad que
reflejan las frías estadísticas y que justifican con creces la
huelga general de mañana, el Gobierno se empeña en hacernos creer
que hay brotes verdes en la
economía con el inconfesable fin de mantener al país adormecido,
silencioso y en casa cuanto más tiempo mejor. Mientras, él sigue a
lo suyo, haciendo lo que mejor se le da: arrasar desde los cimientos
con el estado del bienestar que tanto ha costado construir y
conduciendo al país a un pozo sin fondo con sus medidas de
austericidio.

Se
argumenta también que la huelga no va a resolver nada y
se busca de este modo desmovilizar y conseguir que los ciudadanos
mantengan la cabeza gacha y acepten en silencio, como si se tratase
de una maldición divina, que cercenen sus derechos más elementales.
Por poner un sólo ejemplo muy cercano de lo que puede conseguir la
movilización social, basta fijarse en los efectos que están
produciendo las denuncias de organizaciones como Afectados por las
Hipotecas o Stop Desahucios contra los abusos de los bancos en las
ejecuciones hipotecarias mientras instituciones, partidos y Poder Judicial miraban para otro lado.
Pero
si hay un argumento de verdad estúpido para intentar deslegitimar la
huelga de mañana es el de que se trata de una huelga
política y habría que prohibirla. Entre
quienes lo esgrimen figura Esperanza Aguirre, la que se fue pero
sigue aquí porque, en realidad, nunca se ha ido. Ella y quienes
defienden ese ridículo argumento quieren hacernos creer que las
políticas económicas del Gobierno están inspiradas directamente
por el Espíritu Santo y que los sindicatos lo que buscan con esta
movilización es torcer la voluntad divina y dictar una política
económica distinta a la del Gobierno.
Tratan
de ocultar sin conseguirlo que detrás del desmantelamiento del
estado del bienestar con sus recortes salvajes en educación, sanidad
y servicios sociales, su clamorosa pasividad ante el fraude fiscal y
sus leyes regresivas no hay pura y dura ideología conservadora para
la que todo lo público es anatema y debe ser destruido o entregado a
manos privadas. Política, con mayúscula, es mucho más que votar
cada cuatro años y asentir en silencio el resto del tiempo. Es
también y sobre todo expresar libremente y en la calle, si es necesario, que no
se está de acuerdo con lo que hacen aquellos que, como Esperanza
Aguirre, entienden la política, con minúscula, como un coto cerrado
vetado al resto de los ciudadanos.
Claro
que la de mañana es una huelga política en defensa del estado del
bienestar, de los derechos sociales amenazados, del empleo y de la
calidad y universalidad de los servicios públicos. ¿Qué otra cosa
puede ser?
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