14N: seis millones de motivos para ir

Los seis millones de parados que no tardará en tener España son motivos más que suficientes para apoyar la huelga general de mañana. Motivos que en muchos casos son dobles porque en ellos se engloban también buena parte de las cerca de 400.000 familias echadas de sus viviendas en virtud de una ley abusiva ante la que, en un indecente acto de hipocresía, todo el mundo se rasga ahora las vestiduras; figuran también entre esos seis millones de parados los centenares de miles de españoles que se han ido a buscar en el extranjero la oportunidad de trabajar que aquí se les niega para no pasar a engrosar el creciente número de personas que viven ya bajo del umbral de la pobreza.

Ante esa realidad que reflejan las frías estadísticas y que justifican con creces la huelga general de mañana, el Gobierno se empeña en hacernos creer que hay brotes verdes en la economía con el inconfesable fin de mantener al país adormecido, silencioso y en casa cuanto más tiempo mejor. Mientras, él sigue a lo suyo, haciendo lo que mejor se le da: arrasar desde los cimientos con el estado del bienestar que tanto ha costado construir y conduciendo al país a un pozo sin fondo con sus medidas de austericidio. 
 
Los empresarios claman: éste no es el momento más oportuno para la huelga dada la situación que vive el país. Ante un argumento de tanta enjundia uno no puede más que preguntarse cuándo es para los empresarios el momento más adecuado para convocar una huelga general. ¿Tal vez cuando reine el pleno empleo y los salarios se incrementen el 100% todos los años? ¿Cuando todos los ciudadanos tengamos acceso a sanidad, educación y servicios sociales universales, gratuitos y de calidad? ¿Cuando no se nos exijan más sacrificios para salvar a la banca de su propia codicia? ¿Cuando nadie sea expulsado de su casa por no poder hacer frente a las cuotas de la hipoteca después de perder el empleo? ¿Cuando los comedores sociales tengan que echar el cierre porque nadie necesita acudir a ellos en busca de un plato de sopa? ¿Cuando ningún español necesite buscar trabajo en otro país como hicieron sus abuelos? Para qué seguir. 
 
Se argumenta también que la huelga no va a resolver nada y se busca de este modo desmovilizar y conseguir que los ciudadanos mantengan la cabeza gacha y acepten en silencio, como si se tratase de una maldición divina, que cercenen sus derechos más elementales. Por poner un sólo ejemplo muy cercano de lo que puede conseguir la movilización social, basta fijarse en los efectos que están produciendo las denuncias de organizaciones como Afectados por las Hipotecas o Stop Desahucios contra los abusos de los bancos en las ejecuciones hipotecarias mientras instituciones, partidos y Poder Judicial miraban para otro lado. 

Pero si hay un argumento de verdad estúpido para intentar deslegitimar la huelga de mañana es el de que se trata de una huelga política y habría que prohibirla. Entre quienes lo esgrimen figura Esperanza Aguirre, la que se fue pero sigue aquí porque, en realidad, nunca se ha ido. Ella y quienes defienden ese ridículo argumento quieren hacernos creer que las políticas económicas del Gobierno están inspiradas directamente por el Espíritu Santo y que los sindicatos lo que buscan con esta movilización es torcer la voluntad divina y dictar una política económica distinta a la del Gobierno.

Tratan de ocultar sin conseguirlo que detrás del desmantelamiento del estado del bienestar con sus recortes salvajes en educación, sanidad y servicios sociales, su clamorosa pasividad ante el fraude fiscal y sus leyes regresivas no hay pura y dura ideología conservadora para la que todo lo público es anatema y debe ser destruido o entregado a manos privadas. Política, con mayúscula, es mucho más que votar cada cuatro años y asentir en silencio el resto del tiempo. Es también y sobre todo expresar libremente y en la calle, si es necesario, que no se está de acuerdo con lo que hacen aquellos que, como Esperanza Aguirre, entienden la política, con minúscula, como un coto cerrado vetado al resto de los ciudadanos.

Claro que la de mañana es una huelga política en defensa del estado del bienestar, de los derechos sociales amenazados, del empleo y de la calidad y universalidad de los servicios públicos. ¿Qué otra cosa puede ser?

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