El dilema

Si no saben qué regalarle a su enemigo más íntimo la próxima Navidad, admítanme una sugerencia. En cosa de menos de dos meses salen a la venta unas nuevas memorias políticas. Se trata de las del ex presidente Zapatero tituladas “El dilema” y subtituladas “600 días de vértigo.” El título y el subtítulo prácticamente lo dicen todo. Más allá del hecho de que no parece haber un político patrio que espere a envejecer un poco para obsequiarnos con sus memorias – a la postre algún que otro chisme sobre reuniones privadas, reflexiones más o menos profundas sobre lo que hicieron, dejaron de hacer, pensaron o dejaron de pensar – las de Zapatero no creo que generen una excesiva expectación ni que la editorial que las va a publicar haga un gran negocio con ellas, tal y como al parecer ha ocurrido con las de Aznar, Guerra o Bono.

Y eso que las malas lenguas ya han asegurado que el último inquilino de La Moncloa antes de la llegada de las huestes de Rajoy ha cobrado unos bonitos 700.000 euros por contarle a los españoles lo que estos ya saben o intuyen: que no tuvo más remedio que plegarse a los mercados y a la Unión Europea para rebajarle el sueldo a los empleados públicos y congelar las pensiones. Y eso sólo para empezar. Todos nos acordamos de aquel “me cueste lo que me cueste” con el que después de negar la crisis durante años y tras su caída del caballo en el mes de mayo de 2010, anunció en julio del mismo año y durante el debate sobre el estado de la nación una nueva tanda de recortes para satisfacer a los mercados.


De aquellos lodos llegaron las elecciones anticipadas y el histórico batacazo socialista a mayor gloria de los populares, que iban a sacar a España de la crisis más pronto que tarde. Dicho sea de paso, tres años después aún estamos viendo la luz al final del túnel y tenemos al ministro Montoro asegurando que la recuperación está a la vuelta de la esquina, aunque no precisa lo lejos que está la esquina ni quién se está de verdad recuperando.

Pero volviendo a Zapatero y siendo justos con él, hay que decir que si realmente sufrió el dilema de recortar, congelar, ajustar y otras operaciones propias del austericidio que se estaba imponiendo en toda la Unión Europea y en el que seguimos inmersos, a su sucesor en La Moncloa nunca le ha temblado el pulso a la hora de pasar el serrucho por las vigas maestras del estado del bienestar.

 
Es cierto que Zapatero rebajo el sueldo de los empleados públicos, pero Rajoy lo ha congelado sine die; es verdad que Zapatero congeló las pensiones, pero Rajoy – que entonces montó tremendo escándalo – no sólo no las ha revalorizado de acuerdo con el IPC sino que ahora se ha sacado de la manga una extraña fórmula para que nunca jamás vuelvan a equipararse al coste de la vida. A diferencia de Zapatero, que consensuó su reforma de las pensiones con empresarios y sindicatos, reforma que a día de hoy sigue en vigor, Rajoy la ha impuesto sin miramientos ni milongas negociadoras más allá de un mero encuentro para cubrir las apariencias.

Si Zapatero metió la tijera y recortó 8.500 millones de euros del presupuesto, el Gobierno de Rajoy ha superado con creces esa cifra en todos los capítulos presupuestarios esenciales, desde la sanidad a la educación pasando por los servicios sociales y pidiendo de propina un rescate de 100.000 millones de euros para la banca que estamos pagando los ciudadanos. Y una más: si Zapatero sacó adelante una reforma laboral que le costó una huelga general, la de Rajoy ya le ha costado dos, mientras el paro ha seguido aumentando y el empleo de calidad junto a los salarios disminuyendo.

Zapatero ignoró la crisis y cuando la enfrentó ya carecía de margen de maniobra. Sin embargo, al menos se planteó el dilema de elegir entre plegarse a las exigencias de los mercados para evitar el rescate de España o no traicionar a sus electores. Dudo que Rajoy haya sufrido jamás esa disyuntiva: desde el principio tuvo claro que no tenía intención alguna de hacer lo que prometió y lo ha cumplido a rajatabla. Sus memorias, cuando tenga a bien escribirlas, bien podrían titularse “Cómo engañé a los españoles” y el subtítulo "La culpa fue de Zapatero"

Se va el caimán

Si yo fuera italiano hoy estaría muy contento y hasta lo celebraría por todo lo alto. No lo soy pero también me siento satisfecho al saber que el Senado tardará no más de 20 días en expulsar definitivamente del parlamento italiano a Silvio Berlusconi. Un aire nuevo y fresco comenzará a respirarse en Italia cuando el caimán deje de emponzoñar la vida política con su impresentable presencia, su populismo huero y su mitinera sarta de manidas acusaciones a los jueces y a la izquierda de querer acabar con él por la vía judicial.

Ya ha tenido bastante,  se ha forrado a placer mezclando sus negocios privados y su cargo de primer ministro, ha sobornado a jueces, ha escandalizado y avergonzado a medio mundo con  el bunga-bunga, ha construido un imperio mediático desde el que vender su producto averiado a una sociedad que, incomprensiblemente, ha creído en él. Respeto pero nunca he podido entender cómo una parte del electorado italiano ha podido seguir confiando en alguien que ha sido el hazmerreir  de su país en medio mundo. Sin ser italiano he sentido verdadera vergüenza ajena ante las bufonadas del caimán y me he preguntado cómo era posible que siguiera recibiendo el apoyo electoral. Me lo sigo preguntando pero ya no me importa tanto la respuesta al saber que el Senado lo mandará a casa más pronto que tarde tras sus dos condenas firmes.


A la cárcel debería de ir dada la gravedad de sus delitos probados, aunque la Justicia italiana le permitirá elegir entre servicios sociales a la comunidad o arresto domiciliario atendiendo a su edad, 77 años. Se va pues el caimán y lo hace sin honor ni decencia, por la puerta de atrás de la política italiana y europea. Seguro que en muchas cancillerías europeas se ha lanzado hoy un hondo suspiro de alivio al saber que no tendrán que volver a soportar al payaso de todas las cumbres, al bufón de opereta de tercera de todas las reuniones importantes.

Su última payasada ha sido intentar dejar al gobierno de Enrico Letta a los pies de los caballos pero le ha salido el tiro por la culata, hasta los suyos le han traicionado en el último momento y han hecho lo que tenían que hacer: apoyar al Gobierno y evitar unas nuevas elecciones anticipadas como las que provocó hace menos de un año este caimán sin dientes cuando dejó caer al gobierno de Mario Monti.

Ahora buscaba renacer de sus propias cenizas confiado en que una parte importante del electorado italiano volvería a darle su confianza. Pero se acabó lo que se daba, la cordura se ha impuesto a la indecencia en la vida pública y Berlusconi tendrá que despedirse de la política. Si el Senado ratifica su expulsión nunca más podrá volver a ser parlamentario, por mucho que hable ahora de resucitar su viejo partido Forza Italia. Es el epílogo adecuado de una carrera política demasiado larga para tan poca sustancia y tan poca vergüenza. Addio, Silvio, no te echaremos de menos.

Horror y vergüenza en Lampedusa

A estas horas son ya más de 130 los muertos y más de 250 los desaparecidos tras incendiarse y naufragar una barcaza con 500 inmigrantes que pretendían alcanzar la isla italiana de Lampedusa. A unos 200 kilómetros al sur de Sicilia y a poco más de 100 al norte de Túnez, Lampedusa es hoy la imagen más descarnada del drama humanitario de la inmigración. En realidad, lo viene siendo desde hace un cuarto de siglo, periodo en el que unos 8.000 inmigrantes han perdido la vida en esas aguas. Mientras siguen llegando barcos con cadáveres al puerto de Lampedusa y la alcaldesa de la isla afirma que ya no tiene sitio para ellos, se ha alzado de nuevo el habitual coro de lamentaciones ante esta inmensa tragedia.

Desde Roma a Bruselas pasando por las Naciones Unidas, todo el mundo deplora lo ocurrido y dice que un horror como el de hoy no se puede repetir. Pero lleva repitiéndose ya demasiado tiempo y los anteriores coros de lamentaciones y los anteriores propósitos de la enmienda no han evitado que volviera a ocurrir. No se trata de dudar de la sinceridad con la que el primer ministro italiano o la Comisión Europea o el secretario general de la ONU lamentan la pérdida inútil de tantas vidas humanas. Mucho menos la del papa Francisco, que también ha dejado hoy oír su voz para deplorar lo ocurrido. Recordemos que la primera visita oficial del papa argentino fue precisamente a Lampedusa, lo que dice mucho a favor de su sincera preocupación por este drama. Sin embargo, además de lamentarse y rezar por las víctimas y sus familiares, poco más puede hacer el papa.

Las medidas para evitar que esto pase han estado y están en donde siempre: en los despachos de los políticos. Es ahí en donde durante todo el tiempo que dura este drama humanitario no se ha pasado casi nunca de las palabras a los hechos. Las pocas veces que eso ha ocurrido, como cuando en 2006 llegaron a Canarias más de 30.000 inmigrantes irregulares, el fenómeno se ha enfocado más como un problema o una “invasión” que como una potencial oportunidad para los países receptores de ese flujo humano.

Aunque demasiado tarde, se reconoce ahora en la Unión Europea que el enfoque para encarar y poner fin a dantescos hechos como los de hoy en Lampedusa tiene que girar radicalmente y dirigirse a la persecución de las mafias sin escrúpulo que trafican con seres humanos. Para ello es imprescindible la cooperación abierta, decidida y constante con los países emisores de emigrantes, ayudando además a su estabilidad política y a su desarrollo económico y social para evitar que la desesperación, la miseria y hasta la persecución política no sigan arrojando a seres humanos al albur de una aventura de resultado más que incierto.

Impedir la llegada o devolver a los que consiguen llegar a sus países de origen es una política a todas luces insuficiente. A la vista está que no detiene el flujo migratorio de personas desesperadas que no entienden de fronteras y que no dudan en jugarse la vida para alcanzar lo que confían sea un mundo mejor para ellos y sus familias.

Por muy profunda que sea la crisis económica que azota a la vieja Europa y por sangrante que sea la herida que sufre la cohesión social a raíz de las políticas de la derecha ultraliberal, los europeos no podemos encogernos de hombros y mostrarnos indiferentes ante horrorosos episodios como el de hoy. Si aún nos queda algo de los valores que animan esta vieja cultura, si aún creemos en la solidaridad y en la igualdad entre los seres humanos, tenemos la obligación de exigir que se detenga este drama y que después de los lamentos y las protestas de buenas intenciones se pase por fin a la acción y a las soluciones.

Esquizofrenia presupuestaria

En Baleares tocan a rebato contra los presupuestos de la recuperación del ministro Montoro. Nadie se queda atrás, ni los sindicatos ni los empresarios ni los partidos políticos. Empezando por el partido gobernante, el PP, algunos de cuyos dirigentes no se han ahorrado gruesas palabras para calificar el trato que recibe aquel archipiélago en las cuentas públicas estatales. “Una burla, un desprecio y un nuevo escarnio para los ciudadanos” fueron los términos que empleó Antoni Camps para describir que en los presupuestos estatales su comunidad reciba una inversión de 66 euros por habitante.

Y dijo más el señor Camps: “Parece que Baleares no forma parte de España y a una comunidad que cree en el proyecto común de España se la ningunea”. No quedó aquí la cosa y, ya lanzado, Camps remató la faena: “Aunque queremos seguir siendo solidarios, no nos pueden tomar por el pito del sereno y tratarnos como a tontos. Somos los que más esfuerzos fiscales hacemos, los más solidarios y los más maltratados”. Antoni Camps no es el Paulino Rivero de Baleares, sino un destacado diputado del PP en el parlamento autonómico, el mismo partido que gobierna en España, por si se les había olvidado.

No ha sido el único que se ha lanzado en tromba contra las cuentas de Montoro. Miquel Ramis, portavoz popular en el parlamento regional, ha dicho textualmente que "el Gobierno central es consciente de que Baleares lidera la recuperación económica nacional y aun así aportará a nuestra Comunidad una cantidad muy reducida, lo que es intolerable, inaudito y criticable absolutamente". Y sentenció: “las islas siempre han sido solidarias y queremos seguir siendo, pero ya está bien de que nos desprestigien de esta manera. Baleares es solidaria, pero no es tonta". Parecería el José Miguel Barragán de las Baleares pero no, es el portavoz del PP en su parlamento autonómico.

Y como no hay dos sin tres, aquí está lo que ha dicho el mismísimo consejero de Hacienda balear, José Vicente Marí, también del PP. En su opinión “"hay determinados ministerios que no se han enterado aún de que Baleares es España". Así están las cosas en Baleares, con todas las fuerzas políticas dispuestas a presionar en la misma dirección para mejorar el trato que reciben las islas en los próximos Presupuestos del Estado.

Traslademos ahora el foco a Canarias y a la posición del PP respecto al trato de estas islas en esas cuentas públicas, criticadas por el resto de las fuerzas políticas, por el Gobierno de la comunidad autónoma, por los sindicatos y hasta por las patronales. El secretario del PP en Canarias, Asier Antona, ha dicho que “este es un presupuesto que tiene en cuenta a Canarias y, en la tramitación parlamentaria, estoy convencido de que los diputados y senadores del PP de las islas intentarán mejorar las partidas que vienen para el archipiélago". En defensa de las cuentas de Montoro ha salido también la Delegada del Gobierno en Canarias, María del Carmen Hernández Bento, para la que "no se puede hablar de maltrato cuando Canarias es la octava comunidad autónoma con mayor inversión. Hay nueve comunidades que reciben menos inversión que Canarias".

Pero los números no mienten y a la vista están los recortes en el Fondo de Compensación Interterritorial, en las políticas de empleo o el convenio de carreteras. Por seguir con las citas, ya dijo Grocio hace más de 400 años “que ni siquiera Dios puede hacer que dos por dos no sean cuatro”, de manera que las contorsiones dialécticas del PP canario para justificar lo injustificable no pueden hacer que unas cuentas nefastas para esta comunidad autónoma dejen de serlo.

Hasta ahora uno tenía la firme convicción de que el PP era un partido unido, cohesionado, grande y libre pero esa percepción empieza a cojear a la vista de estos ejemplos y otros que podríamos traer aquí. Por tanto, la cuestión es saber la razón por la que los populares de Baleares se echan sin miedo a la yugular de Montoro y los de Canarias justifican sus tijeretazos y desvían la atención hacia el Gobierno autonómico o la crisis, que no digo yo que no tengan su alícuota parte de responsabilidad. Sin embargo, es la misma pregunta que sigue sin respuesta al hecho de que el PP de Baleares se haya plantado frente a las prospecciones petrolíferas en sus aguas y el de Canarias las considere poco menos que el maná tanto tiempo esperado. ¿Tendrá algo que ver la presencia de un ministro canario en Madrid y en eso salen ganando en Baleares?  

Un ministro canario en Madrid

Analizar los Presupuestos Generales del Estado para 2014 requiere el uso de guantes para no cortarse, mejor dicho, para no recortarse. Las cuentas públicas de la “recuperación” tienen tantas y tan afiladas aristas que cualquier descuido puede terminar en profundas heridas. Apartemos con cuidado las cifras que corresponden a Canarias y echemos un vistazo. Desde que el PP llegó al gobierno, la comunidad autónoma con la segunda mayor tasa de paro del país no ha dejado de perder peso en las cuentas del Estado.

Así, de los 1.200 millones de euros que recibió en 2010 con Zapatero aún en La Moncloa y que llevó al PP canario a abandonar el gobierno autonómico por considerarlos insuficientes, el año que viene se pasará a algo más de 600. Un recorte por tanto hasta la mitad del hueso, cabe decir, desde que Mariano Rajoy lleva las riendas de este país por la senda del crecimiento y la creación de empleo. En los presupuestos estatales del año que viene, la comunidad con más necesidades recibe una nueva bofetada en forma de cero euros para el ya histórico Plan Integral de Empleo, recorte drástico en fondos para formación de desempleados, lo mismo que este año para infraestructuras y más de un tercio menos para compensar los desequilibrios territoriales.

Por no entrar en la letra más pequeña aún a propósito de partidas comprometidas para cuestiones como reposición de viviendas largamente prometidas y sin contar que las Islas también se verán agraciadas en la pedrea presupuestaria de la miserable subida de las pensiones – en Canarias de las más bajas del país - o la congelación salarial de los empleados públicos – con un alto porcentaje de mileuristas en el Archipiélago.

A la vista de estos cuatro datos escogidos casi al azar pero muy significativos son notables los esfuerzos del PP canario por justificar lo injustificable mientras el resto de las fuerzas políticas, los sindicatos y hasta los empresarios tocan a rebato. Vale, admitamos que hay que racionalizar el gasto de las administraciones y pagar la deuda pública, aunque buena parte de ella sea la consecuencia de los generosos rescates bancarios que, a día de hoy, siguen sin servir para que circule el crédito. Obviemos incluso el debate nada superfluo sino todo lo contrario entre austericidio a macha martillo un año sí y al otro también y políticas de reactivación económica.

Aún así, no se entiende qué criterios sigue el Gobierno español para asignar a Canarias un porcentaje de las cuentas públicas que apenas alcanza la mitad del PIB de la comunidad autónoma, que no se corresponde con la población insular y que año tras año aleja más la inversión per capita en las islas de la media nacional, contraviniendo sin ningún pudor lo que establece el Régimen Económico y Fiscal canario, una suerte de Constitución económica de este archipiélago.

Y puesto que no hay criterios presupuestarios razonables que expliquen este trato inicuo para con la comunidad autónoma más alejada del territorio peninsular y con las mayores tasas de paro y exclusión social, sólo cabe pensar en intencionalidad política, en mala intencionalidad política para ser más precisos. Que el PP sea oposición en Canarias seguro que tiene mucho que ver con ese trato y es aquí en donde se agranda poderosamente la figura de José Manuel Soria, al que algunos llaman con inconfundibles resonancias de caciquismo decimonónico, el ministro canario en Madrid. Si Juan Carlos Senante se preguntaba en una de sus más famosas canciones aquello de “ qué es lo que haces tú aquí, una gaviota en Madrid”, ahora tal vez hayamos encontrado la respuesta.

Pensionazo

No debe hacer el Gobierno español esfuerzos tan excesivos como el de la subida de las pensiones para el año que viene porque corre el peligro de herniarse. Subir el 0,25% lo que recibirán el año que viene los jubilados de este país es un derroche de generosidad que, mucho me temo, no recibirá la gratitud que merece. Es verdad que se trata de la subida mínima prevista en la fórmula que el propio Gobierno cocinó, guisó y se comió sin consultarla con nadie pero, de qué otra manera puede España pagar la deuda pública, devolver el dinero utilizado para salvar a la banca y, además, salir de la crisis.

Los ingratos pensionistas ya se le están echando al cuello al Gobierno y quejándose de que la subida no les va a dar ni para un cafelito a media mañana con los colegas. Calculan que en una pensión de unos 800 euros mensuales – una cantidad a todas luces desorbitada – la subida del Gobierno apenas les reportará unos 14 euros más al mes. Con esa miseria – se lamentan – ni podrán jugarse unos cartones en el bingo o darse un garbeo campestre algún que otro fin de semana y fiestas de guardar. No digamos nada de acoger en casa a hijos y nietos sin trabajo y apoquinar los copagos que discrecionalmente va aplicando la ministra de Sanidad.

Encima de pasarse el día en los parques sesteando y dando de comer a las palomas, estos egoístas jubilados no quieren entender que sin su imprescindible sacrificio, sumado al de los congelados empleados públicos y a los ateridos empleados privados, España nunca saldrá de la crisis. Por eso, están fuera de lugar sus jeremiadas advirtiendo de que la subida o “revalorización” de las pensiones, como con notable propiedad la llama el Gobierno, se quedará muy por debajo del IPC previsto para este año.

Calculan los muy perversos que el coste de la vida se pondrá este año en al menos el 1,5%, aunque los más cenizos creen que puede acercarse al 2%. Pasan raya, suman y llegan a la conclusión de que si sus pensiones suben sólo el 0,25% su pérdida de poder adquisitivo se recortará como mínimo el 1,25%. Recuerdan, además, que las pensiones ya se congelaron con Zapatero y con Rajoy subieron por debajo del IPC. Así que – concluyen – perdemos poder adquisitivo a marchas forzadas y la subida anunciada para el año que viene sólo sirve para profundizar en esa misma línea.

Insaciables e insolidarios con las sagradas necesidades de la banca y con el pago de la deuda piden más y más. Mas no debería el Gobierno prestar oídos a estos profesionales del lamento que son los pensionistas: debe continuar con sus reformas estructurales para crecer y crear empleo, debe continuar ayudando a los bancos, debe seguir presionando los salarios a la baja con nuevas vueltas de tuerca en la reforma laboral y debe seguir aplicando copagos y consolidando los incrementos fiscales que nunca iba a subir y ahora nunca piensa bajar. 

Es la hoja de ruta de la que este Gobierno no debería apartarse ni un milímetro porque es la que nos sacará de la crisis económica. Con suerte, cuando eso ocurra, los que hoy patalean por lo que consideran exigua subida de las pensiones en vez de estar eternamente agradecidos por el ímprobo esfuerzo que hace el Gobierno, puede que ya hayan dejado de preocuparse definitivamente por las miserias de este mundo. Sólo hay que aguantar el tirón, no dejarse amedrentar y, sobre todo, no hacer esfuerzos excesivos ahora que en España ya empieza a amanecer.

Presupuestos: el tamaño sí importa

El lunes muy temprano saldrán hacia el Congreso los Presupuestos Generales del Estado para 2014. Gran despliegue ministerial hoy en La Moncloa en donde el trío Montoro – de Guindos – Sáenz de Santamaría – entonó a coro la buena nueva que el líder Mariano Rajoy viene anunciado por los polvorientos caminos de la crisis: en España ya empieza a amanecer. La cuestión a determinar es si esos tímidos rayos que según el Gobierno se atisban en el horizonte son de amanecer o de crepúsculo.

Seguramente dependerá de quién los interprete. Por el lado de los analistas y economistas tan aficionados a jugar con las cifras macroeconómicas son lo que el propio Gobierno denomina, no sin engolamiento e infundado optimismo, los “primeros Presupuestos de la recuperación” o “los últimos de la recesión”. Depende de para quién, insisto.Por el lado de los empleados públicos y privados, de los parados, de los pensionistas, de los estudiantes, de los enfermos o de los que no pueden hacer frente a la hipoteca lo que se ve en el horizonte puede que no sea más que el estado del bienestar diciéndonos adiós, tal vez para siempre o como mínimo por mucho tiempo.

Habrá que mirar con lupa la letra pequeña de estas cuentas públicas, pero por las explicaciones del coro ministerial de hoy nada hay en ellas que permita esperar medidas de reactivación económica a través de la inversión. Todo se fía al sector exterior a costa de los depauperados salarios que impone la reforma laboral y al consumo interno tanto público como privado del que, con todo, parece esperarse el milagro de los panes y los peces.

Así, se conforma y alegra el Gobierno con anunciarnos una “mínima” reducción del empleo y un “leve” crecimiento de la economía y con eso irá tirando con el riesgo de volver a tropezarse con la realidad al más mínimo estornudo nacional o internacional que pulverice sus previsiones. Que se conforma con muy poco es evidente al tiempo que sigue destinando más dinero a pagar la deuda pública que al gasto de los ministerios. Como no habrá subida de impuestos ni lucha contra el fraude fiscal que merezca ese nombre hay que actuar sobre los gastos y los que más a mano están son, además de los ministerios, los empleados públicos y los pensionistas, amén de la educación y la sanidad,  sobre los que seguirá cayendo buena parte del ajuste mientras engordan las rentas del capital y menguan las del trabajo.

El mantra sigue siendo cumplir el objetivo de déficit hasta que descubra de nuevo que tiene que pedir árnica a Bruselas para que se lo suavice como ocurrió este año y luego se quede con la parte del león y le apriete las tuercas a gusto a las comunidades autónomas, el deporte favorito de Montoro.

Para el Gobierno ese “mínimo” descenso del paro y ese “leve” crecimiento del PIB previstos para 2014 de los que tanto presume parecen ser la medida justa de su falta de ideas y de ambición para rebasar de verdad la crisis. Desde luego no es la medida de los que la sufren en persona para quienes el tamaño con el que el Gobierno mide la supuesta recuperación económica, más que quedarse corto es completamente invisible.    

¡Que consuman otros!

La primera página del Libro Gordo de Petete del sistema capitalista dice que sin consumo no hay economía. Si ni usted ni usted ni usted ni yo gastamos en lo que debemos, en lo que no debemos y hasta en lo que no podemos permitirnos, los engranajes del tinglado se oxidan y la locomotora peta. Si no nos dejamos el salario y el crédito en las tiendas, la caja pública crea telarañas, los empresarios despiden a los empleados y los bancos les dan con las puertas en las narices cuando les piden un crédito para seguir tirando a ver si escampa.

Más o menos eso es lo que le ocurre a la economía española desde hace unos años, que nadie se gasta lo que no tiene ni pide prestado porque o no se fían de él o él no se fía de poderlo devolver. Sorprende que los adelantados ultraliberales que nos gobiernan no lo vean claro o a lo mejor es que no fueron a clase el día que lo explicaron. Lo cierto es que todo lo que idean parece pensado más para atascar definitivamente la maquinaria del consumo que para hacerla funcionar y, con ella, el resto de las poleas y tornillos de este perverso sistema económico en el que ser quivale a consumir, pero ese es otro debate. 

Lo último que se les ha ocurrido hacer es mantener congelado el año que viene el salario de más de 2,5 millones de funcionarios, con lo que van ya cuatro años seguidos en los que los ya vilipendiados trabajadores públicos ven impotentes menguar sus sueldos.

Añadan que el año pasado se quedaron sin paga de Navidad, lo que repercutió negativamente en las compras de “fechas tan señaladas”, y en 2010 el gobierno anterior redujo lindamente un 5% los salarios con las críticas, por cierto, de los que luego en el poder han usado la tijera de podar el estado del bienestar más grande de la historia reciente.

Encima de apaleados salarialmente, los funcionarios y empleados públicos en general tienen que aguantar argumentos del tipo de “no se quejen, que al menos tienen trabajo”, cuando en realidad el sector público español envió el año pasado al paro a más de 200.000 trabajadores. Claro que entre ellos había profesores, médicos o enfermeros, al fin al cabo personal perfectamente prescindible ahora que vamos a sustituir el estado del bienestar por uno de “participación social” y dos piedras.

Sumen a la nueva congelación de los salarios el pensionazo que mañana aprobará el Consejo de Ministros y que dejará tiritando durante años las raquíticas pensiones de los jubilados españoles presentes y futuros; añadan también la caída generalizada de los salarios en el sector privado gracias a la fabulosa reforma laboral que nos lleva por el mismo camino de la competitividad que Bangladesh y entenderán por qué es imposible que la máquina capitalista arranque de nuevo en este país, por mucho que Rajoy vea que en España ya empieza a amanecer. 

Así las cosas, ni usted ni usted ni por supuesto yo nos compraremos un coche nuevo por mucho PIVE que nos vendan, en verano nos refrescaremos en la bañera en lugar de viajar a una hacinada zona turística, ignoraremos que ya es primavera en El Corte Inglés, resolveremos a golpes los achaques de la tele analógica y llamaremos desde un fijo de toda la vida. La consigna está clara: ¡que consuman otros!  

Franquismo y vergüenza universal

Que haya sido una juez argentina la que ha decidido que se abran los consulados de su país en el mundo para recibir las demandas de las víctimas del franquismo dice mucho de la verdadera marca España y de la deliberada incapacidad de nuestro país para mirar a la cara a su pasado más negro y ajustar cuentas con él. La juez Servini, además, ha ordenado la detención y extradición a su país de cuatro policías españoles implicados en casos de tortura durante el franquismo, uno de los cuales participó incluso en el 23-F.


La Fiscalía, en una decisión que no honra su condición de defensora del interés público, no ha tardado en oponerse a la detención y hasta se ha adelantado a determinar que los delitos que se les imputan a los presuntos torturadores han prescrito. En su inédita decisión, la juez se basa en los principios de la justicia universal que en España ya se encargó de recortar convenientemente el gobierno del PSOE con el apoyo entusiasta del PP.

Pero queda la esperanza frente a tantos gobiernos de la democracia española que no han dudado en mirar para otro lado cuando no a echar tierra sobre el dolor de los familiares de las víctimas del franquismo. Unos familiares que lo único que pedían y siguen pidiendo como quien clama en el desierto es recuperar los cuerpos de sus seres queridos vil e impunemente asesinados y lanzados a una cuneta a o lo más profundo de un pozo como si fueran alimañas.

La fallida ley de la Memoria Histórica es a día de hoy papel mojado, aplicada a regañadientes por la mayoría de los jueces y ninguneada económicamente por la práctica totalidad de las administraciones públicas. Con la crisis, las asociaciones de víctimas han visto recortadas las ayudas cuando no se han puesto todo tipo de trabas administrativas y judiciales para la apertura de fosas comunes. Su clamor para que se llevara ante la justicia a los responsables aún vivos de las tropelías del franquismo ha sido desoído sistemáticamente, de manera que al final no han tenido más remedio que conformarse con poder dar sepultura a sus familiares y, ahora, parece que ni a eso tienen derecho.

La valiente decisión de la juez argentina Servini, además de abrir una puerta a la esperanza para los represaliados y los familiares de las víctimas, es una sonora bofetada a tanta desidia interesada, tanta milonga sobre la conveniencia de no abrir la caja de los truenos del pasado y tanto desprecio a quienes tanto sufrieron. Deja al aire y expuestas al mundo las vergüenzas de la Justicia y de las instituciones de un país que, cuatro décadas después del retorno de la democracia, ha sido incapaz de exorcizar los demonios de su más negro pasado. Y mientras eso no ocurra, esa democracia seguirá incompleta.

Abdicar es bueno para la salud

Que no, que al rey ni se le ha pasado por su cabeza coronada la posibilidad de abdicar, renunciar, dejarlo todo y dedicarse a tiempo completo a la caza mayor y otros hobbies tal vez aún menos confesables, sin necesidad de tener que pedir disculpas por ellos. Eso es lo que dice la Casa Real, pero no es lo que se percibe, cada vez con más insistencia, en la calle y en las redes sociales. Dicen algunos que la abdicación está al caer y que en ciertas instancias ya se hacen los oportunos preparativos.

Los constitucionalistas, mientras, debaten sobre el particular sin ponerse de acuerdo, aunque eso ahora es lo de menos. Mecanismos hay para que Juan Carlos ceda la corona a un príncipe ya muy crecidito, que empieza a peinar canas y que aguarda aparentemente impasible a que su coronado padre le dé la alternativa antes de que se le pase definitivamente el arroz y tenga que terminar como Charles de Gales, dedicado al ecologismo y a las causas pérdidas. Dicen por su parte los chistosos que, como don Juan Carlos siga acudiendo con tanta frecuencia a los hospitales a operarse de sus dolencias de cadera, Ana Mato no tardará en aplicarnos un nuevo recorte con el que compensar a la famosa clínica privada en la que esta tarde vuelven a someter al monarca a una nueva cirugía.Y gracias que no se operó en Estados Unidos como al parecer era su deseo.

Los temerosos de la abdicación se proveen de toda clase de argumentos para desaconsejar abrir el melón: las tensiones territoriales con Cataluña, la situación económica y hasta la malhadada marca España. No lo dicen pero seguro que lo piensan: poner el país patas arriba con una abdicación real abriría de par en par las puertas al debate sobre la forma de Estado y podrían salir republicanos hasta desde debajo de las piedras y desde donde hasta ahora solo había  juancarlistas.

No veo qué mal puede haber en ello y eso, sin entrar ahora en cómo accedió Juan Carlos a la jefatura del Estado, quién se encargó de colocarlo en esa alta magistratura y cómo se hurtó a los españoles la posibilidad de elegir entre monarquía y república. En una democracia que se dice moderna no debería de suscitar ningún temor debatir sobre lo humano y lo divino y, por supuesto, sobre si queremos que el Jefel Estado lo sea por gracia divina o elegido democráticamente en las urnas.

Pero más allá de ese debate, lo que ni unos ni otros pueden negar es que el rey ya no parece estar para muchos trotes, al menos como Jefe del Estado. Seguramente su real testa rige bastante bien pero su organismo no es eterno por mucho que esté regado por sangre azul: demacrado, apoyándose en unas muletas y, de añadidura, sitiado por sus propios errores, un yerno corrupto, una hija bajo sospecha de complicidad y, en suma, una monarquía en sus peores horas.

Entonces ¿por qué no abdicar si lo han hecho sus colegas de profesión en Holanda y Bélgica y hasta un papa de Roma? ¿Han caído las siete plagas de Egipto sobre holandeses y belgas? ¿Se ha posesionado el anticristo del Vaticano? ¿No sigue el mundo su agitado curso? ¿No considera la Casa Real, es decir, el rey, que darle paso a ese talludito príncipe suficientemente preparado llamado Felipe tal vez sea la última oportunidad de salvar la monarquía en España unos cuantos años más?

Dijo la reina consorte que un rey no abdica ni renuncia ni nada por el estilo: muere en la cama rodeado del equipo médico habitual. Si a eso sumamos que la Real Academia baraja la posibilidad de eliminar del diccionario el verbo “dimitir” dado su escaso uso en nuestro país, pueden entenderse las reticencias de Juan Carlos. Sin embargo, no valora este hombre su salud y el bien que se haría a sí mismo, a su hijo y a la monarquía si pidiera la jubilación, porque la pensión ya se la ha ganado.

Gana Merkel, pierde Europa

Hace un año algunos ilusos soñaban con la posibilidad de que Merkel perdiese las elecciones de ayer y se relajase el austericidio que viene patrocinando la reelegida canciller desde poco después del inicio de la crisis. Un año después, Merkel ha pulverizado incluso las encuestas que pronosticaban su victoria y se ha quedado a las puertas de la mayoría absoluta. El conservador electorado alemán ha optado por un tercer mandato de la canciller de hierro en tanto garantiza estabilidad política interna y liderazgo inapelable en la Unión Europea. 

Es verdad que un improbable triunfo socialdemócrata no hubiera cambiado demasiado las cosas y, de hecho, las políticas de recortes y reformas contra viento y marea impulsadas por Merkel apenas han sido cuestionadas en esta campaña por el que se supone que es el principal partido de la izquierda alemana, en franca retirada a pesar de su pírrico ascenso de ayer en las urnas y de que la canciller cuente ahora con él para formar parte de su gobierno en calidad de tonto útil.
Que la socialdemocracia europea asiste vencida y desarmada al avance imparable de la derecha ultraliberal lo podemos comprobar en la virtuosa Holanda, en donde el gobierno de centroizquierda acaba de renunciar solemnemente al estado del bienestar a favor de un sucedáneo llamado “sociedad participativa”, o en la misma España, sin ir más lejos. Pero no sólo la izquierda europea se encuentra inerme, sin ideas ni proyectos ante el azote imparable de la derecha. La propia esencia de la Unión Europea hace tiempo que saltó por los aires desde el momento en el que, por abulia y seguidismo, otros presuntos líderes europeos entregaron armas y bagajes a la canciller alemana y se plegaron a una política económica ideada con el fin principal de que los bancos alemanes recuperaran el dinero alegremente prestado aunque eso supusiera hundir en la recesión a todo el sur del viejo continente.

Desde entonces, Merkel hace y deshace, frena o acelera a su antojo y conveniencia los grandes asuntos comunitarios, entre ellos la unión bancaria, por solo citar un ejemplo. De hecho, en Bruselas no se ha movido un papel ni se ha celebrado una reunión medianamente importante desde que se inició la campaña electoral alemana a la espera de los resultados: ya pueden seguir por donde iban los eurócratas comunitarios porque nada cambiará con respecto a lo que venían haciendo, que nadie se haga ilusiones. Ella misma lo acaba de decir: “No hay motivos para cambiar la política europea”.

Pierden el tiempo por tanto quienes le piden que modere un punto la obsesión suicida de la consolidación fiscal, que apoye medidas de impulso económico, que suelte las bridas del Banco Central Europeo y que recapacite sobre el desastre que puede suponer y que está suponiendo ya el respaldo a una Unión Europea de dos o tres velocidades, con una serie de países laboriosos y virtuosos con Alemania a la cabeza, otro grupo rezagado en vías de hacer los deberes fiscales y un tercero de incorregibles derrochadores a los que se les aplican recortes y reformas sin ningún miramiento sobre las consecuencias sociales y económicas de esas medidas.

Esa es la Unión Europea que ha forjado el liderazgo de Merkel y en el que todo hace indicar que seguirá profundizando en su tercer mandato que se inicia ahora. Es verdad, Merkel ha ganado con claridad y contundencia, pero la posibilidad soñada y cada vez más lejana de una Unión Europea atenta a los problemas que acucian a sus ciudadanos acaba de dar un nuevo paso atrás.

Ana Mato, un peligro para la salud

Con el fin de garantizar la calidad y la universalidad de la sanidad pública, la ministra Ana Mato acaba de dar luz verde a un nuevo copago farmacéutico. Se empezará a aplicar el 1 de octubre y obligará a los enfermos graves y crónicos a desembolsar el 10% de los medicamentos que consuman y que sólo se dispensan en las farmacias de los hospitales. Eso sí, el máximo por envase será de 4,2 euros, por ahora.

La noticia casi ha pasado inadvertida, pero supone una nueva vuelta de tuerca en la carrera emprendida por Mato para hacernos pagar dos veces por nuestras enfermedades, aunque sean del tipo del cáncer o la esclerosis, como quien dice, pecata minuta no más grave que un catarro o un dolor de espaldas que se curan con unas friegas.

Se le están soliviantando otra vez los médicos, los pacientes y hasta las comunidades autónomas, incluida alguna del PP como la de Castilla y León, que advierten con no aplicar ese copago en sus territorios o que compensarán a los enfermos que se vean obligados a hacerlo. La justificación del Ministerio brilla por su ausencia y por no explicar ni siquiera explica cuánto se supone que se ahorrará el Sistema Nacional de Salud.


Sólo literatura abstrusa sobre equiparación del servicio farmacéutico y el uso racional del medicamento, como si fueran los enfermos los culpables de sus males y consumieran más pastillas de las indicadas. En otras palabras, lo aplico porque me da la gana y punto.

Lo más irritante es que la ministra que firma esta medida sin despeinarse es la misma que casi el mismo día en el que se publicó la orden en el BOE, decía que hay que hacer compatible la salud con la creación de puestos de trabajo para justificar el cambio de la ley antitabaco que ya debe de estar preparando de acuerdo con la exigencia de un millonario llamado Adelson a cambio de traernos el paraíso de Eurovegas a Madrid.

Estas son las cosas que, como comentábamos en la entrada de ayer en este blog, hacen de España el asombro y hasta el estupor del mundo – Montoro dixit. Por un lado, castigamos a los enfermos graves y crónicos, muchos de ellos personas mayores, con un copago más sin detenernos a calibrar los efectos negativos para la salud de aquellos con menos recursos económicos ni sopesar siquiera la posibilidad de hacer recaer parte de ese gasto presuntamente irracional sobre los todopoderosos laboratorios farmacéuticos; al mismo tiempo, le ponemos la alfombra roja a un sospechoso magnate del juego que chantajea a todo un Gobierno con la amenaza de llevarse a otro lado los miles de millones que supuestamente va a invertir en un macrotugurio con aeropuerto para vips.

Si él lo exige cambiamos la ley antitabaco para que se pueda fumar a placer en sus salas de juego y – ya lo veremos – hasta le permitiremos que los beneficios de los jugadores tributen en sus países de origen, si es que no van directamente en avión desde Eurovegas a algún paraíso fiscal. Dice el refrán que entre salud y dinero, salud primero. Sin embargo, la primera autoridad sanitaria de este asombroso país lo aplica exactamente al revés: el que quiera salud que se la pague.

El asombro del mundo

Ha dicho Montoro que no tardará España en volver a ser el asombro del mundo y, si él lo dice, así será. Preparémonos por tanto para convertirnos en algo así como la octava o la novena maravilla mundial, que ya he perdido la cuenta. Dejaremos boquiabierto al mundo, pasmado de asombro y envidia ante lo que España es capaz de hacer con un gobierno como el actual y, sobre todo, con un ministro como Montoro, él mismo asombro de propios y extraños, mayores y pequeños, hombres y mujeres, laicos y seglares, etc.

Las bases para que España maraville tanto o más que las pirámides de Egipto, los jardines colgantes de Babilonia, el Faro de Alejandría o el Coloso de Rodas están puestas. Veamos algunas: en unos años España aportará uno de cada tres pobres a la Unión Europea, toda una contribución al asombro internacional. Ya aportamos una buena parte de los parados, de los pensionistas con peores pensiones y de los estudiantes con el futuro más negro.

Nuestra contribución al asombro mundial incluye también un tesorero político trincón con millones de euros en Suiza, un presidente de gobierno pillado en una maraña de mentiras y medias verdades, una oposición en un quiero y no puedo, el presidente de un tribunal de garantías constitucionales afiliado a un partido político, una clase dirigente atornillada al sillón del poder pidiendo la dimisión de los rivales y una clase empresarial babeando de placer ante cada vuelta de tuerca laboral. Del mismo modo asombramos por nuestra determinación para acabar con los políticos corruptos pero no dejamos de votar por ellos y aplaudirlos a la salida de los juzgados a la vez que hacemos aeropuertos para las personas y los pájaros.

No se agotan aquí las maravillas que hacen de España el asombro ya no sólo mundial sino intergaláctico, que se queda corto Montoro, de natural modesto. Tenemos los jugadores de fútbol más caros del mundo y los índices de pobreza más altos de Europa, al mismo tiempo que cambiamos las leyes nacionales y aprobamos excepciones fiscales para que magnates de puro y billetera conviertan medio Madrid en un tugurio gigantesco y exclusivo.

No se vayan que hay más: les sacamos las castañas del fuego a los bancos y le damos largas a desahuciados y estafados; somos un país hecho de retazos que cada día amenaza con romper las costuras pero tratamos el problema con displicencia y desdén, nos decimos soberanos pero inclinamos la cerviz ante los mercados, ponemos en venta los hospitales públicos para garantizar la sanidad universal y de calidad y ahorramos en seguridad ferroviaria; les pasamos factura por los medicamentos a los pensionistas y les perdonamos sus deudas a los defraudadores fiscales; subimos los impuestos cuando prometemos bajarlos y recortamos las pensiones cuando prometemos mejorarlas.

Y aún más: obligamos a los estudiantes más pobres a demostrar que son más listos que los ricos para recibir una ayuda pública, animamos a nuestros jóvenes a buscarse la vida en otros países y decimos que eso es bueno y que se llama “movilidad exterior”; aseguramos que somos un país aconfesional pero le damos cada vez más cancha a la enseñanza religiosa y seguimos acudiendo con mantilla y peineta a la procesión del Corpus y al Vaticano de Roma en donde, por cierto, parece que se ha colado un “rojo” de rondón; nos enorgullecemos de ser modernos y civilizados y seguimos quemando, desriscando y alanceando toros, cabras, burros y lo que se nos ponga por delante.

Y sigue la lista de maravillas: somos un país antiguo que ama y apoya la cultura pero subimos los impuestos al teatro y al cine y, de paso, ponemos a los artistas a parir si osan expresar en público sus opiniones. De remate, se nos llena la boca de grandes palabras sobre la Justicia pero la manipulamos y politizamos y le ponemos tasas de acceso.

También hay cosas buenas pero no son tan maravillosas como las de la lista anterior. Aunque se queda corto Montoro en una cosa: no somos o seremos el asombro del mundo, lo que en realidad somos ya es el estupor del planeta y de la galaxia.

Europa en burro

Es un tópico acusar a la Iglesia Católica de tardar siglos en amoldarse a los tiempos y aceptar los cambios sociales. Salvando las distancias, la Unión Europea también parece ir en burro cuando se trata de responder a las demandas de los ciudadanos y sólo acelera cuando se trata de evitar el desplome de la banca y dar satisfacción a los mercados. Ahí tenemos a los hombres de negro hurgando en los balances de los bancos españoles para decidir si nos someten a una nueva tanda de recortes y apretándoles a placer las tuercas a griegos, portugueses, chipriotas e irlandeses.

Pero cuando de lo que se trata es de echarle una mano a los ciudadanos ahogados cuando no directamente estafados las cosas de palacio empiezan a ir a paso de burro. Dos ejemplos lo avalan. Hace apenas unos días el Parlamento Europeo aprobó una nueva directiva comunitaria para fortalecer la protección ante los bancos de los consumidores con hipoteca. No crean que se trata de nada revolucionario que incluya demandas como la dación en pago. Nada de eso, no vaya a resentirse el delicado sistema financiero. Establece, eso sí, que los ciudadanos dispondrán de una semana para arrepentirse de lo firmado o para pensárselo antes de firmar.

Y poco más, salvo mucha literatura sobre la obligación de los bancos de informar con todo detalle de las condiciones de la hipoteca. Con todo y a pesar de lo timorata que es la directiva en cuestión, los estados no estarán obligados a adaptarla a sus respectivas legislaciones nacionales hasta dos años después de su aprobación definitiva, aunque los tribunales de justicia podrán apoyarse en ella en sus sentencias. Todo esto cuando en países como España son ya decenas de miles las familias desahuciadas o en riesgo de desahucio, por no mencionar los suicidios por esta causa. Deberían explicarles de qué les va a servir a ellas esta directiva y si verdaderamente servirá para las que puedan verse en el futuro en su misma situación.

Lo mismo tendrían que hacer respecto a otra iniciativa que también llega tarde. La Comisión Europea ha terminado por fin de creerse que los bancos actuaban conchabados para manipular el euribor que fija el interés de las hipotecas variables. Tal manipulación ha perjudicado a millones de ciudadanos europeos, sin mencionar la estafa que suponen las cláusulas suelo a las que en España han tenido que ponerle coto los tribunales ante la pasividad de un Gobierno siempre preocupado por la sacrosanta estabilidad del sistema financiero.

Ahora empezará el largo trámite burocrático para aprobar un reglamento en el que está previsto que sea un organismo comunitario ajeno a los bancos el que fije ese indicador. Prevé también multas muy severas para quienes hagan trampas, aunque ya los bancos tramposos han aceptado pagar cifras millonarias por jugar con las cartas marcadas, a buen seguro de que ha sido mucho menos de lo que se han embolsado engañando a los consumidores a los que nadie les devolverá el dinero estafado. Así las cosas, sí hay una diferencia notable entre la Unión Europea y el papa: mientras la primera va en burro el segundo lo hace al menos en un 4 Latas.

Francisco: un papa atípico

Confieso que me tiene un tanto perplejo el porteño papa Francisco. En pocos meses ha dado más señales de por dónde quiere encaminar los pasos de la iglesia católica que muchos de sus antecesores juntos. Bueno, rectifico: sus antecesores, especialmente Juan Pablo II y Benedicto XVI, sí que dejaron claro qué Iglesia Católica preferían y, desde luego, no parece ser la misma que la del papa argentino. En donde aquellos se retrotrajeron poco menos que al Concilio de Trento en materia de dogma o moral, éste da pasos hacia una Iglesia mucho más acorde con los tiempos y con las aspiraciones sociales. 

Algunas perlas ha dejado ya para la reflexión sobre asuntos hasta ahora anatema: los homosexuales, el celibato y, ahora también, las excomuniones por divorcio para las que pide una solución. Sin contar con su decidida y pública defensa de la paz y la búsqueda de una salida política a la situación en Siria cuando todo un Premio Nobel de la Paz como Obama estaba a punto casi de apretar el botón para que empezaran a llover las bombas sobre Damasco.

Además, se habla con la Teología de la Liberación, ha dicho que los ateos “son buenos si hacen el bien”, ha sermoneado a los políticos por su falta de “humildad” y “amor” al pueblo y se ha permitido prescindir del intrigante Bertone en la Secretaría de Estado del Vaticano. Para colmo, exige que se le de utilidad social al enorme patrimonio inmobiliario de la Iglesia, se salta el pesado y anticuado protocolo y se mueve en un viejo un 4 latas.

Es imposible saber aún si estos gestos y palabras del nuevo papa se terminarán concretando en un necesario giro copernicano de la Iglesia Católica o se quedarán en un mero catálogo de buenas intenciones. Dependerá mucho de su propia capacidad y fuerza para llevarlas adelante y, por supuesto, de la oposición que ejerzan los lobos con piel de cordero que pululan por el Vaticano y otras jerarquías eclesiásticas en donde ya empiezan a recelar de sus palabras e intenciones y que no se lo van a poner precisamente fácil.

Desde su proclamación, Francisco ha cuestionado posiciones inamovibles durante siglos en la Iglesia Católica más difíciles de cambiar y con más resistencias que la mismísima basílica de San Pedro. Necesitará una fuerza hercúlea y una voluntad de hierro para conseguirlo. Sin embargo, aunque este mundo secularizado seguirá su agitado curso si fracasa, su valentía y su mayor sintonía con la sociedad  en la que le ha tocado vivir merecen el apoyo y el respeto aunque haya quienes vean en sus palabras poco más que un intento de aggiornamento de la Iglesia para no seguir perdiendo fieles y vocaciones. Respecto y apoyo incluso entre quienes vemos en el papado y sus oropeles una institución medieval ampliamente superada por la Historia.