Con el fin de garantizar la calidad y la universalidad de la sanidad pública, la ministra Ana Mato acaba de dar luz verde a un nuevo copago farmacéutico. Se empezará a aplicar el 1 de octubre y obligará a los enfermos graves y crónicos a desembolsar el 10% de los medicamentos que consuman y que sólo se dispensan en las farmacias de los hospitales. Eso sí, el máximo por envase será de 4,2 euros, por ahora.
La noticia casi ha pasado inadvertida, pero supone una nueva vuelta de tuerca en la carrera emprendida por Mato para hacernos pagar dos veces por nuestras enfermedades, aunque sean del tipo del cáncer o la esclerosis, como quien dice, pecata minuta no más grave que un catarro o un dolor de espaldas que se curan con unas friegas.
Se le están soliviantando otra vez los médicos, los pacientes y hasta las comunidades autónomas, incluida alguna del PP como la de Castilla y León, que advierten con no aplicar ese copago en sus territorios o que compensarán a los enfermos que se vean obligados a hacerlo. La justificación del Ministerio brilla por su ausencia y por no explicar ni siquiera explica cuánto se supone que se ahorrará el Sistema Nacional de Salud.
Sólo literatura abstrusa sobre equiparación del servicio farmacéutico y el uso racional del medicamento, como si fueran los enfermos los culpables de sus males y consumieran más pastillas de las indicadas. En otras palabras, lo aplico porque me da la gana y punto.
Lo más irritante es que la ministra que firma esta medida sin despeinarse es la misma que casi el mismo día en el que se publicó la orden en el BOE, decía que hay que hacer compatible la salud con la creación de puestos de trabajo para justificar el cambio de la ley antitabaco que ya debe de estar preparando de acuerdo con la exigencia de un millonario llamado Adelson a cambio de traernos el paraíso de Eurovegas a Madrid.
Estas son las cosas que, como comentábamos en la entrada de ayer en este blog, hacen de España el asombro y hasta el estupor del mundo – Montoro dixit. Por un lado, castigamos a los enfermos graves y crónicos, muchos de ellos personas mayores, con un copago más sin detenernos a calibrar los efectos negativos para la salud de aquellos con menos recursos económicos ni sopesar siquiera la posibilidad de hacer recaer parte de ese gasto presuntamente irracional sobre los todopoderosos laboratorios farmacéuticos; al mismo tiempo, le ponemos la alfombra roja a un sospechoso magnate del juego que chantajea a todo un Gobierno con la amenaza de llevarse a otro lado los miles de millones que supuestamente va a invertir en un macrotugurio con aeropuerto para vips.
Si él lo exige cambiamos la ley antitabaco para que se pueda fumar a placer en sus salas de juego y – ya lo veremos – hasta le permitiremos que los beneficios de los jugadores tributen en sus países de origen, si es que no van directamente en avión desde Eurovegas a algún paraíso fiscal. Dice el refrán que entre salud y dinero, salud primero. Sin embargo, la primera autoridad sanitaria de este asombroso país lo aplica exactamente al revés: el que quiera salud que se la pague.
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