Si no saben qué regalarle a su enemigo más íntimo la próxima Navidad, admítanme una sugerencia. En cosa de menos de dos meses salen a la venta unas nuevas memorias políticas. Se trata de las del ex presidente Zapatero tituladas “El dilema” y subtituladas “600 días de vértigo.” El título y el subtítulo prácticamente lo dicen todo. Más allá del hecho de que no parece haber un político patrio que espere a envejecer un poco para obsequiarnos con sus memorias – a la postre algún que otro chisme sobre reuniones privadas, reflexiones más o menos profundas sobre lo que hicieron, dejaron de hacer, pensaron o dejaron de pensar – las de Zapatero no creo que generen una excesiva expectación ni que la editorial que las va a publicar haga un gran negocio con ellas, tal y como al parecer ha ocurrido con las de Aznar, Guerra o Bono.
Y eso que las malas lenguas ya han asegurado que el último inquilino de La Moncloa antes de la llegada de las huestes de Rajoy ha cobrado unos bonitos 700.000 euros por contarle a los españoles lo que estos ya saben o intuyen: que no tuvo más remedio que plegarse a los mercados y a la Unión Europea para rebajarle el sueldo a los empleados públicos y congelar las pensiones. Y eso sólo para empezar. Todos nos acordamos de aquel “me cueste lo que me cueste” con el que después de negar la crisis durante años y tras su caída del caballo en el mes de mayo de 2010, anunció en julio del mismo año y durante el debate sobre el estado de la nación una nueva tanda de recortes para satisfacer a los mercados.
De aquellos lodos llegaron las elecciones anticipadas y el histórico batacazo socialista a mayor gloria de los populares, que iban a sacar a España de la crisis más pronto que tarde. Dicho sea de paso, tres años después aún estamos viendo la luz al final del túnel y tenemos al ministro Montoro asegurando que la recuperación está a la vuelta de la esquina, aunque no precisa lo lejos que está la esquina ni quién se está de verdad recuperando.
Pero volviendo a Zapatero y siendo justos con él, hay que decir que si realmente sufrió el dilema de recortar, congelar, ajustar y otras operaciones propias del austericidio que se estaba imponiendo en toda la Unión Europea y en el que seguimos inmersos, a su sucesor en La Moncloa nunca le ha temblado el pulso a la hora de pasar el serrucho por las vigas maestras del estado del bienestar.
Es cierto que Zapatero rebajo el sueldo de los empleados públicos, pero Rajoy lo ha congelado sine die; es verdad que Zapatero congeló las pensiones, pero Rajoy – que entonces montó tremendo escándalo – no sólo no las ha revalorizado de acuerdo con el IPC sino que ahora se ha sacado de la manga una extraña fórmula para que nunca jamás vuelvan a equipararse al coste de la vida. A diferencia de Zapatero, que consensuó su reforma de las pensiones con empresarios y sindicatos, reforma que a día de hoy sigue en vigor, Rajoy la ha impuesto sin miramientos ni milongas negociadoras más allá de un mero encuentro para cubrir las apariencias.
Si Zapatero metió la tijera y recortó 8.500 millones de euros del presupuesto, el Gobierno de Rajoy ha superado con creces esa cifra en todos los capítulos presupuestarios esenciales, desde la sanidad a la educación pasando por los servicios sociales y pidiendo de propina un rescate de 100.000 millones de euros para la banca que estamos pagando los ciudadanos. Y una más: si Zapatero sacó adelante una reforma laboral que le costó una huelga general, la de Rajoy ya le ha costado dos, mientras el paro ha seguido aumentando y el empleo de calidad junto a los salarios disminuyendo.
Zapatero ignoró la crisis y cuando la enfrentó ya carecía de margen de maniobra. Sin embargo, al menos se planteó el dilema de elegir entre plegarse a las exigencias de los mercados para evitar el rescate de España o no traicionar a sus electores. Dudo que Rajoy haya sufrido jamás esa disyuntiva: desde el principio tuvo claro que no tenía intención alguna de hacer lo que prometió y lo ha cumplido a rajatabla. Sus memorias, cuando tenga a bien escribirlas, bien podrían titularse “Cómo engañé a los españoles” y el subtítulo "La culpa fue de Zapatero".
Y eso que las malas lenguas ya han asegurado que el último inquilino de La Moncloa antes de la llegada de las huestes de Rajoy ha cobrado unos bonitos 700.000 euros por contarle a los españoles lo que estos ya saben o intuyen: que no tuvo más remedio que plegarse a los mercados y a la Unión Europea para rebajarle el sueldo a los empleados públicos y congelar las pensiones. Y eso sólo para empezar. Todos nos acordamos de aquel “me cueste lo que me cueste” con el que después de negar la crisis durante años y tras su caída del caballo en el mes de mayo de 2010, anunció en julio del mismo año y durante el debate sobre el estado de la nación una nueva tanda de recortes para satisfacer a los mercados.
De aquellos lodos llegaron las elecciones anticipadas y el histórico batacazo socialista a mayor gloria de los populares, que iban a sacar a España de la crisis más pronto que tarde. Dicho sea de paso, tres años después aún estamos viendo la luz al final del túnel y tenemos al ministro Montoro asegurando que la recuperación está a la vuelta de la esquina, aunque no precisa lo lejos que está la esquina ni quién se está de verdad recuperando.
Pero volviendo a Zapatero y siendo justos con él, hay que decir que si realmente sufrió el dilema de recortar, congelar, ajustar y otras operaciones propias del austericidio que se estaba imponiendo en toda la Unión Europea y en el que seguimos inmersos, a su sucesor en La Moncloa nunca le ha temblado el pulso a la hora de pasar el serrucho por las vigas maestras del estado del bienestar.
Es cierto que Zapatero rebajo el sueldo de los empleados públicos, pero Rajoy lo ha congelado sine die; es verdad que Zapatero congeló las pensiones, pero Rajoy – que entonces montó tremendo escándalo – no sólo no las ha revalorizado de acuerdo con el IPC sino que ahora se ha sacado de la manga una extraña fórmula para que nunca jamás vuelvan a equipararse al coste de la vida. A diferencia de Zapatero, que consensuó su reforma de las pensiones con empresarios y sindicatos, reforma que a día de hoy sigue en vigor, Rajoy la ha impuesto sin miramientos ni milongas negociadoras más allá de un mero encuentro para cubrir las apariencias.
Si Zapatero metió la tijera y recortó 8.500 millones de euros del presupuesto, el Gobierno de Rajoy ha superado con creces esa cifra en todos los capítulos presupuestarios esenciales, desde la sanidad a la educación pasando por los servicios sociales y pidiendo de propina un rescate de 100.000 millones de euros para la banca que estamos pagando los ciudadanos. Y una más: si Zapatero sacó adelante una reforma laboral que le costó una huelga general, la de Rajoy ya le ha costado dos, mientras el paro ha seguido aumentando y el empleo de calidad junto a los salarios disminuyendo.
Zapatero ignoró la crisis y cuando la enfrentó ya carecía de margen de maniobra. Sin embargo, al menos se planteó el dilema de elegir entre plegarse a las exigencias de los mercados para evitar el rescate de España o no traicionar a sus electores. Dudo que Rajoy haya sufrido jamás esa disyuntiva: desde el principio tuvo claro que no tenía intención alguna de hacer lo que prometió y lo ha cumplido a rajatabla. Sus memorias, cuando tenga a bien escribirlas, bien podrían titularse “Cómo engañé a los españoles” y el subtítulo "La culpa fue de Zapatero".
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