Confieso que me tiene un tanto perplejo el porteño papa Francisco. En pocos meses ha dado más señales de por dónde quiere encaminar los pasos de la iglesia católica que muchos de sus antecesores juntos. Bueno, rectifico: sus antecesores, especialmente Juan Pablo II y Benedicto XVI, sí que dejaron claro qué Iglesia Católica preferían y, desde luego, no parece ser la misma que la del papa argentino. En donde aquellos se retrotrajeron poco menos que al Concilio de Trento en materia de dogma o moral, éste da pasos hacia una Iglesia mucho más acorde con los tiempos y con las aspiraciones sociales.
Algunas perlas ha dejado ya para la reflexión sobre asuntos hasta ahora anatema: los homosexuales, el celibato y, ahora también, las excomuniones por divorcio para las que pide una solución. Sin contar con su decidida y pública defensa de la paz y la búsqueda de una salida política a la situación en Siria cuando todo un Premio Nobel de la Paz como Obama estaba a punto casi de apretar el botón para que empezaran a llover las bombas sobre Damasco.
Además, se habla con la Teología de la Liberación, ha dicho que los ateos “son buenos si hacen el bien”, ha sermoneado a los políticos por su falta de “humildad” y “amor” al pueblo y se ha permitido prescindir del intrigante Bertone en la Secretaría de Estado del Vaticano. Para colmo, exige que se le de utilidad social al enorme patrimonio inmobiliario de la Iglesia, se salta el pesado y anticuado protocolo y se mueve en un viejo un 4 latas.
Es imposible saber aún si estos gestos y palabras del nuevo papa se terminarán concretando en un necesario giro copernicano de la Iglesia Católica o se quedarán en un mero catálogo de buenas intenciones. Dependerá mucho de su propia capacidad y fuerza para llevarlas adelante y, por supuesto, de la oposición que ejerzan los lobos con piel de cordero que pululan por el Vaticano y otras jerarquías eclesiásticas en donde ya empiezan a recelar de sus palabras e intenciones y que no se lo van a poner precisamente fácil.
Desde su proclamación, Francisco ha cuestionado posiciones inamovibles durante siglos en la Iglesia Católica más difíciles de cambiar y con más resistencias que la mismísima basílica de San Pedro. Necesitará una fuerza hercúlea y una voluntad de hierro para conseguirlo. Sin embargo, aunque este mundo secularizado seguirá su agitado curso si fracasa, su valentía y su mayor sintonía con la sociedad en la que le ha tocado vivir merecen el apoyo y el respeto aunque haya quienes vean en sus palabras poco más que un intento de aggiornamento de la Iglesia para no seguir perdiendo fieles y vocaciones. Respecto y apoyo incluso entre quienes vemos en el papado y sus oropeles una institución medieval ampliamente superada por la Historia.
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