Todo empezó a ir mal
cuando muchos españoles se desayunaron con un reportaje fotográfico
de la biblia mundial del periodismo, el New York Times, que
retrata con toda crudeza algunas - solo algunas – de las
dramáticas consecuencias de la crisis económica en España: gente
hurgando en los contenedores de basura, comedores sociales, protestas
contra los recortes laborales y sociales, etc. Más allá de que
tampoco están los Estados Unidos para presumir de equidad social y
ausencia de miseria y desprotección sanitaria, éste fue el presente
con el que recibió Nueva York al Rey y al presidente Rajoy. En doce
fotografías en deslumbrante blanco y negro para dotarlas de mayor
fuerza, la alicaída “marca España” que el monarca pretendía
fomentar recibió el primer golpe de la jornada.

Pero
la culpa, obviamente, no es suya ni de los gobiernos catalanes
anteriores ni de la profundidad de la recesión generalizada: la
culpa sólo la tiene el Gobierno de Madrid, al que acusa de haber
levantado un muro ante las aspiraciones catalanas de contar con un
sistema de financiación similar al que tienen vascos y navarros. El
paro o las interminables listas de espera que sufren los ciudadanos
de Cataluña son asuntos secundarios para él y de hecho solo se
refirió a ellos en su discurso media hora después de haber empezado
a hablar: en donde haya una buena causa independentista a la que
encaramarse por anacrónica que resulte, que se quiten del camino
los problemas reales de la gente de a pie. Todo lo resolverá la
soberanía o la independencia o lo que sea que pretenda en realidad
con tal de sacarle los euros a Rajoy.
Si
con las fotos del New Yok Times
y las elecciones catalanes la “marca España” empezaba a
registrar ya una de sus cotizaciones más bajas de los últimos años,
la puntilla la pusieron las cargas policiales de la noche en los
alrededores del Congreso de los Diputados. Las escenas ya conocidas
de otras manifestaciones se repetían: carga policial, carreras,
caídas, porrazos, gente sangrando, manifestantes arrastrados a las
furgonetas policiales, periodo de descanso y vuelta a empezar.

No fue una buena idea cercar el Congreso y no sólo porque era previsible que la policía lo hiciera primero y hasta porque la número dos del PP, María Dolores de Cospedal, llegara a comparar las protestas con el 23-F en un descarado intento de deslegitimarlas. No fue buena idea porque el Congreso es la sede de la soberanía nacional y, nos gusten más o menos, sus miembros han sido elegidos en unas elecciones libres y plurales. Si los impulsores de las protestas de ayer quieren cambiar el sistema deben explicar con algo más de claridad cuál es el que proponen para sustituirlo. Del mismo modo deben explicar por qué consideran que la Constitución Española no es democrática – me pregunto qué diría Santiago Carrillo ante eso – y cuál es la que proponen en su lugar.
Hay
razones más que suficientes para salir a la calle y protestar alto y
claro en contra de que paguen la crisis quienes la sufren y en contra
del denodado ataque que sufre el estado del bienestar a manos del
neoliberalismo más rampante. Pero no sólo el fondo de esas
protestas es importante, también las formas lo son: la contundencia
en las críticas no tiene porque estar reñida con el respeto a las
instituciones que representan a todos los españoles, al menos
mientras no haya un sistema mejor que el democrático, el menos malo
de todos los conocidos hasta ahora.
Este
es el panorama en vísperas de que el Consejo de Ministros apruebe
mañana los Presupuestos Generales del Estado para 2013. Mucho me
temo que mañana tampoco será un buen día y habrá más razones
para salir a la calle a protestar, aún sintiéndolo mucho por la
“marca España”.
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