El Partido Popular vuelve
a meter la pata hasta más arriba del corvejón. No satisfecho con
obligar a los residentes en Canarias a hacer cola en los
ayuntamientos para obtener un certificado que lo acredite y acogerse
así a los descuentos en los billetes aéreos y marítimos, se acaba
ahora de sacar de la manga una moción que ha disparado todas las
alarmas.
Aprobada ayer en el
Senado con el único apoyo del PP – están tardando los senadores
populares canarios en dar explicaciones sobre su apoyo a la
iniciativa -, la moción de marras propone que se mantengan esas
subvenciones “si hay disponibilidad presupuestaria”, es decir, si
hay dinero en la caja. La coletilla de la “disponibilidad
presupuestaria” abre la puerta a un recorte de la partida con la
que se abonan esas subvenciones e incluso a su total supresión en el
peor de los casos. Alegan los dirigentes populares que la alarmante
coletilla figura en todas las mociones con contenido presupuestario
porque estamos en una época en la que hay que mirar con lupa en qué
se gasta el dinero público y juran en arameo que la subvención no
corre peligro.
Si es así, cabe
preguntarse qué necesidad había de presentar una moción que,
además, contradice otra aprobada en junio y en la que el PP se
abstuvo, en la que se insta al Gobierno a mejorar las conexiones
aéreas y marítimas de Canarias. Es cierto que las
mociones no obligan legalmente al Gobierno pero sí reflejan con
claridad las intenciones de quienes las presentan y las defienden, en este caso el PP. Y esas intenciones no parecen augurar nada bueno para los
que residimos en islas a 2.500 kilómetros de distancia del
territorio peninsular y no disponemos de otros medios para movernos
en nuestra comunidad o conectarnos con el resto del país que el
barco o el avión.
Algo tan elemental que
hasta suena a perogrullada no lo entienden en cambio ciertos
políticos populares mesetarios – véase el caso del ínclito
alcalde leonés que arremetió contra esas subvenciones a propósito
del conflicto minero - que sólo parecen ver en los residentes en
Canarias a parásitos del presupuesto público a los que es
imprescindible extirpar de raíz en aras de los recortes tan en boga.
Es creciente la sensación de que la ministra de Fomento, Ana Pastor, comparte
también ese prejuicio. Su empecinamiento en
obligar a los canarios a obtener el certificado de residente para
acogerse a las subvenciones aéreas y marítimas, no sólo nos
retrotrae a la prehistoria de la era informática causando gastos y
molestias innecesarias a los ciudadanos, sino que ha terminado
arrojando sobre ellos un manto de sospecha de fraude generalizado que
ha obligado a algunos pesos pesados del Gobierno, empezando por el
ministro Soria, a pedir perdón por el desatino, la torpeza y la
improvisación.
Fraude que, por otro
lado, el Gobierno español ni ha demostrado, ni cuantificado ni
explicado quién lo comete, ni mucho menos el porqué deben ser los
ciudadanos los que tengan que cargar con la prueba de su inocencia.
Tal vez si el Gobierno pusiera el mismo empeño en perseguir el
fraude fiscal con mayúsculas en lugar de promulgar ofensivas e
inútiles amnistías fiscales, las cosas le irían mucho mejor al
país.
Se impone que el Gobierno
explique con claridad qué piensa hacer con las bonificaciones y, en
el supuesto de que las mantenga, para qué siglo cree que tendrá a punto el sistema telemático que permita acreditar la residencia
sin necesidad de retroceder a la época del “vuelva usted mañana”.
Sobre todo por no hacer cola inútilmente e ir pensando ya en la
posibilidad de recurrir a los cayucos y a las balsas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario