En un país en el que el
verbo dimitir aplicado a la clase política está a punto de
desaparecer del Diccionario por desuso, que lo conjugue un animal
político como Esperanza Aguirre sólo puede causar conmoción, respeto y un punto de admiración. Sin
embargo, una vez superado el impacto inicial, las reacciones se
dividen en varias categorías.
Por un lado están los
que han brindado con lo que tenían a mano porque al fin se va la
lideresa del ala más ultraconservadora del PP, la menos democrática
en las formas y en el fondo y la más férrea defensora de recortar
todo lo que se ponga a su alcance y huela a servicios públicos. Enfrente se sitúan los
integrantes de lo que podríamos llamar el cocido party,
huérfanos desde ayer de quien ha sabido expresar en voz alta y sin
complejos todo lo que comparten con ella pero no se atreven a decir en
público.
Y
luego tenemos a los esperanzólogos, subespecie
analítica que lleva horas escudriñando los gestos y leyendo entre
líneas para averiguar qué hay realmente detrás de la dimisión. No
se creen – y tal vez no les falte razón – que sean sólo razones
de salud y familiares las que han llevado a la dimisión de Aguirre.
Suponen unos que la ex presidenta no puede soportar más a Rajoy, que
la relegó en favor de su eterno rival Ruiz Gallardón y que, en
contra de su forma de ser, nunca dice lo que piensa.
Hay quien ve en la marcha de Aguirre un choque de trenes por asuntos como el “caso Bolinaga” o la subida del IVA contra la que ella tanto luchó, sin contar el recortazo presupuestario de 1.000 millones de euros que le aplicó el Gobierno a su comunidad autónoma. Son cosas que Aguirre no perdona que, unidas a las razones explicitadas en la rueda de prensa de ayer, podrían explicar su abandono de la primera línea política.
La
conclusión a la que llegan muchos de estos esperanzólogos
es
que realmente Aguirre no ha dicho adiós sino hasta luego y que
ahora, mientras se cuida y cuida de su familia, esperará sentada a
ver pasar los cadáveres políticos de sus enemigos, Rajoy entre
ellos, arrastrados por el tsunami de la crisis.
Entonces
podría hacer recuento de sus fuerzas y, en caso de considerarlas
suficientes, intentar de nuevo el asalto a las altas torres de Génova
y después a las de La Moncloa. Hasta podría imaginarse el slogan de
la campaña: “Aguirre o la cólera del PP”.
Ni
pongo ni quito Esperanza y respeto su decisión y sus razones para dar un paso atrás ¿o a un lado?. No obstante, si pudiera le recomendaría a esta mujer de hierro que haga
un esfuerzo para olvidarse definitivamente de la política, que da muchas cornadas y es muy ingrata. Sé que
sería muy duro para ella después de 30 años en la primera línea
de fuego, pero estoy convencido de que su salud y su familia se lo
agradecerían. Muchísimos españoles también.
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