Prepara el Gobierno la
enésima reforma del Código Penal cuando aún no se han cumplido dos
años desde la entrada en vigor de la anterior y cuando ya rondan la
treintena las que se han aprobado en la etapa democrática. No es
cierto por tanto, como dice el ministro Ruiz Gallardón sin
sonrojarse y para justificar esta nueva vuelta de tuerca, que el
actual Código Penal apenas haya experimentado cambios desde el siglo
XIX.
Porque una nueva vuelta
de tuerca es lo que anuncia el Gobierno para un sistema penal que no
ha cesado de endurecer las condenas, no siempre de manera
justificada, en los últimos años. En esa línea va también la
nueva reforma que tiene como nueva pena estrella una de las promesas
electorales del PP - la única que parece dispuesto a cumplir hasta
la fecha -, la implantación de la prisión permanente revisable
para homicidios terroristas y de menores, entre otros delitos.
Estamos ante otro de los eufemismos que tanto gustan al Gobierno y
con los que intenta ocultar la realidad porque, en este caso, de lo
que se está hablando es de cadena perpetua de hecho.
Con ese juego malabar de
palabras se nos quiere presentar como constitucional lo que no tiene
visos de serlo por mucho que el ministro recurra el Consejo de
Estado, que no es precisamente la institución encargada de darle
marchamo constitucional a las leyes. Dice la Constitución que el
objetivo de las penas es la reinserción del penado, algo casi
imposible si la condena puede convertirse en perpetua por la vía de
la revisión. El ministro, con el fin
de justificar su iniciativa, se agarra también a la legislación de
otros países europeos que aplican esta pena; sin embargo, oculta que
el plazo que debe transcurrir antes de la revisión es menor que el
que se piensa aplicar en España y que no estará por debajo de los
25 o 35 años de prisión.
No es casualidad sino todo lo contrario que esta reforma se anuncie la misma semana en la que arrecian las críticas al Gobierno desde el propio PP por la excarcelación del etarra Bolinaga y cuando el “caso Bretón” sigue acaparando titulares y sensacionalismo televisivo. Subido en la ola de la alarma social que provocan casos como esos y otros parecidos, el Gobierno busca calmar las aguas y dar respuesta a un segmento de la sociedad que coincide en gran medida con el perfil electoral del PP y que está convencido de que sólo endureciendo mucho más las penas ese tipo de hechos no se repetirán, aunque la experiencia diga la contrario.
Tampoco es casualidad
que, coincidiendo con las crecientes protestas por la crisis y los
recortes sociales y laborales, el ministro incluya en su reforma un
agravamiento de las penas por acciones derivadas de manifestaciones y
otros actos de protesta. Por ejemplo, se modifica la definición de
"alteración del orden público" para incluir en ella "una
referencia al sujeto plural y a la realización de actos de violencia
sobre cosas y personas".
El Ministerio de Justicia
asegura que "se castigará la difusión de mensajes que inciten
a la comisión de algún delito de alteración del orden público".
La guinda la ha puesto el propio Ruiz Gallardón al asegurar que la
modificación del Código Penal "no puede preocupar a nadie que
no agreda a los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del
Estado". Se olvida sin embargo el ministro de los delitos de
cuello blanco, del saqueo de las arcas públicas, del trinque de los
directivos bancarios y de los que se ríen de Hacienda. Tal vez en
otra reforma se incluyan también estas figuras, en el sentido amplio
del término.Ahora no parece ser el momento.
Cuando esta nueva e innecesaria reforma salga
adelante, España tendrá la legislación penal más dura de la Unión
Europea y seguirá siendo uno de los países europeos con mayor
número de presos en sus cárceles y en donde más años de prisión
se cumplen, por mucho que la percepción social no sea esa. Como
sigamos endureciendo el Código Penal para agravar las condenas a
golpes de titular y alarmas sociales – comprensibles pero que no
pueden convertirse en la guía de las reformas de un Código que debe
tener vocación de permanencia – llegará un momento en el que sólo
nos quedará recurrir a la ley del talión.
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