- ¡Gürtel Morgen, Ángela! ¿Cómo estás?
- Dabuten, Mariano. Pero no es Gürtel Morgen, sino Guten Morgen.
- Perdona, es que llevo unos días que ya no sé ni lo que me digo.
- La verdad es que te veo muy desmejorado. ¿Qué te pasa?
- No me hables. Me persigue desde Madrid una nube de periodistas y no sé cómo quitármelos de encima.
- ¿Y qué es lo que quieren?
- Que les responda a unas cuantas preguntas
- ¿Qué quieren saber?
- Que les diga si he cobrado en negro de mi partido. Hasta ahora he podido evitarlos pero me temo que hoy no voy a tener más remedio que responderles. ¿Tú podrías echarme una mano?
- ¿Cómo?
- No sé. ¿Qué te parece si hacemos una declaración institucional sin preguntas al final de nuestro encuentro? Podríamos poner un plasma en la sala de prensa y que se limiten a grabar nuestras palabras. Podemos decir que nos admiramos mutuamente, que nuestras relaciones son inmejorables y que los dos estamos muy comprometidos con el crecimiento y el empleo.
- Seguro que no colará. Además, en Alemania no le tenemos miedo a las preguntas de los periodistas; las contestamos siempre aunque no digamos la verdad.
- Pues algo tendré que decirles.
- ¿Has pensado en alguna respuesta?
- No sé, no tengo las ideas muy claras. ¿Qué te parece si les digo que todo es falso, salvo algunas cosas?
- ¿Tú crees que se lo tragarán?
- Me temo que no. Ya dije el sábado que todo es falso pero no sólo no me creyeron sino que hasta la oposición empezó a pedirme la dimisión. ¿Tú te lo puedes creer?
- Yo ya no sé muy bien que creer de ustedes los españoles. Me tienen realmente preocupada, con tantos jóvenes en paro. ¿Qué hacen durante todo el día esos chavales que ni estudian ni trabajan? Seguro que se van a la playa a tomar el sol.
- De eso precisamente venía a hablarte, Ángela. ¿Tú podrías echarnos una manita anunciando que vas a permitir que los países ricos como el tuyo pongan en práctica medidas que reactiven la economía? No hace falta que te comprometas mucho, sólo que nos des alguna esperanza después de tanta austeridad fiscal.
- No puedo, Mariano. Sabes que tengo elecciones este año y los alemanes ya están cansados de ayudar a países como el tuyo.
- No me hagas esto, Ángela. Dame un respiro. Tengo que volver a España con alguna promesa tuya de que nos vas a dar un respiro.
- Lo siento mucho, Mariano. Lo que sí puedo hacer cuando salgamos ante la prensa es decir que eres un tío admirable, que tus reformas son una nueva maravilla mundial y que más pronto que tarde darán resultados.
- ¡Pero Ángela! ¡Que tengo seis millones de parados, a toda la oposición en contra, a la gente de la calle que ya no confía en mí porque dice que he hecho lo contrario de lo que había prometido, como si tú me hubieses dejado otra salida. Ahora, para colmo de males, me persigue por todos los rincones un tío en el que confié ciegamente y una nube de periodistas que no hace más que preguntas incómodas. ¡Tienes que ayudarme!
- Ya te he dicho que lo siento, Mariano. No puedo hacerlo, me juego las elecciones y no querrás tener que negociar después con un socialdemócrata manirroto. Sospecho que eso no va contigo.
- ¡Cómo eres, Ángela!
- Mira, tú sales ahí y les dices que vas a poner en marcha algunas acciones para reactivar la economía, pero sin demasiados detalles que después te lo echan en cara si no lo cumples. Yo, por mi parte, diré que estoy obnubilada con tus reformas y que te voy a enviar todos los años a millones de turistas alemanes; hasta yo voy a seguir haciendo turismo en La Gomera, por cierto ¡qué bien se come allí! Eso sí, tienes que prometerme una cosa.
- Lo que tu digas.
- Tienes que decir que sigues comprometido hasta las corvas con el objetivo del déficit y las reformas estructurales. A los alemanes les encanta escuchar eso cuando vienen otros como tú a pedirme dinero.
- Vale. Así lo haré.
- ¡Ánimo, hombre! ¿Nos vemos en el Consejo del jueves?
- ¡Y qué remedio!
- ¡Guten Morgen, Mariano!
- ¡Gürtel Morgen, Ángela!
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